Juan Manuel Vilca, Gerardo Torres, hoy Editor de Claridad, Roberto Cubas, y
Pedro Sánchez, el penúltimo viaje a los andes de Huancavelica,
7 días antes de la tragedia de Uchuraccay,
http://www.elmercuriodigital.net/2017/04/uchyraccay-la-deuda-social-del-peru.html
Jorge Zavaleta Alegre
Corresponsal en Washington DC del Grupo El Mercurio Digital.
Mi saludo a Claridad. Mis primeras palabras: La prens atraviesa por una profunda crisis de credibilidad. En este drama, la prensa
local, aquella que se preocupa de los problemas concretos del poblador de las aldeas, de los pueblos
remotos, es más importante que los grandes circuitos internacionales que manejan
una sola “verdad”.
Como afirman investigadores de la fundación madrileña Juan Manuel Flores Jimeno, los periodistas están cada vez
más lejos de los procesos de producción y emisión de información y cada vez
tienen menos control del producto final de la labor que desarrollan. Las agencias de
asesoramiento de periodistas, (periodistas “en el otro lado”) sirven más para
defender los propósitos de grupo que
proponer soluciones a las demandas
sociales.
En este contexto, cabe recordar siempre la violencia en la historia. Uchuraccay, en los Andes de
Ayacucho, es una drama inconcluso, cuya conocimiento puede ayudar a entender como la violencia asesina la vida.
Uchuraccay, crimen de Estado, es una conmovedora Crónica, un
relato de un testigo directo, cuya lectura
nos invita a la reflexión. Gerardo
Torres Cóndor, periodista comprometido con la verdad, nos entrega un
informe publicado en Claridad, que ninguna crónica oficial podría haber
recogido. No hay peor enemigo de la
prensa que las organizaciones criminales y los Estados con sus informes
oficiales, para confundir el universo
que nos rodea.
Claridad, es el fruto de un sindicato de
periodistas, que sale a las calles de Lima, para ocupar el inmenso vacío informativo que
deja la prensa empresarial, la cual experimenta, con el impulso de la tecnología digital, una
acelerada merma de lectores.
Me alegra mucho que este nuevo vocero popular también lleva el mismo nombre.de la Sonora, en la ciudad de Caraz, Ancash, a 50O km al Noreste de la capital del Perú. Este medio, con su cadena de altoparlantes en las esquinas de las principales calles, influenció en la población a leer poesía, literatura, hacer teatro, aprender a cantar, con el acompñamiento de instrumentos de cuerda y percusión. Los temas que abordaba eran esencialmente locales. Radio Claridad ayudó a promover el turismo por los pueblos del Callejón de Huaylas, cuyo belleza natural es su gente laboriosa que cuidaba sus nevados, lagunas, ríos y manantiales para garantizar el regadió de sus chacras y llegue limpia a los desiertos.
Las páginas
siguientes corresponden a: Gerardo
Torres Cóndor, Editor de Claridad, valeoroso periodista. Leamos:
Por GerardoTorres, Editor de Claridad
Uchuraccay sigue siendo una herida abierta y
sangrante en el periodismo porque hasta ahora no se hace justicia a los
mártires de la prensa nacional que fueron
asesinados en la lejana comunidad de los Andes de Ayacucho, hace 34 años.
El alevoso crimen fue perpetrado un
mes después de estallar la guerra interna
en suelo ayacuchano, el 26 de enero de 1983, durante el segundo gobierno de
Fernando Belaúnde Terry.
En vísperas de la Navidad
del año 1982, el presidente Belaúnde había decretado el estado de
emergencia en esa región, y encargó a
las Fuerzas Armadas el control político militar para combatir a las huestes maoístas de
Sendero Luminoso que dirigía Abimael Guzmán.
Los periodistas habían llegado a Uchuraccay el atardecer del
26 de enero, tras una caminata de varias horas desde el caserío de Toccto,
hasta donde los trasladó el taxi que contrataron en la ciudad de Huamanga.
La delegación lo integraban Pedro Sánchez, Eduardo de la
Piniella, Félix Gavilán (Diario de Marka) Willy Reto, Gerardo Torres; Jorge
Luis Mendívil (El Observador) Jorge Sedano (La República), Amador García (revista Oiga), el periodista ayacuchano Octavio Infante y el
guía Juan Argumedo.
En el grupo habían tres quechuablantes: Gavilán, Infante y
Argumedo, quienes consideraban que no tendrían problemas de traducción si la
necesidad lo exigiera, en esa región quechua.
Los periodistas y su guía recorrieron solitarios valles,
montañas y quebradas por un estrecho camino, sin pensar que estaban
transitando el último trecho de su vida. El objetivo de ellos era buscar la verdad en torno a la matanza de
varios adolescentes en Huaychao, comunidad vecina de Uchuracay. Ambas están
asentadas en un valle andino a 4,000 metros sobre el nivel del mar.
El sangriento episodio había ocurrido una semana antes y las
informaciones que se manejaban en Huamanga eran contradictorias. Viajeros
procedentes de Huanta señalaban que los infantes de Marina habían ultimado a balazos
a varios adolescentes. No precisaban cifras, en tanto que fuentes castrenses
aseguraban que las víctimas eran senderistas que fueron linchados por los
comuneros de Huaychao.
Los periodistas decidieron llegar al lugar de los hechos y
partieron con la confianza de periplos anteriores a otros puntos de la zona
convulsionada, junto a colegas que días antes
ya habían retornado a Lima, entre
ellos el que suscribe esta crónica
(Torres Cóndor).
Diez días antes de la tragedia de Uchuraccay viajamos con
Pedro Sánchez y colegas de otros medios a Pariabamba, en la cuenca del río
Pampas, Andahuaylas, Apurímac, donde lugareños habían encontrado en un desolado
paraje el cadáver de la senderista identificada con el pseudónimo de Carla.
El 15 de enero contratamos un taxi y partimos temprano rumbo
a la zona. Recuerdo como si fuera hoy, que en los controles policiales y
militares preguntaban
insistentemente por periodistas del “Diario Marka”, periódico de tendencia izquierdista
que en ese entonces en Ayacucho era adquirido por más de 10 mil ejemplares diarios
y a nivel nacional superaba tirajes de más de 100 mil.
Junto a nosotros viajaban Manuel Vilca (La
República), Roberto Cubas (Correo) y Jorge Torres Serna (revista Gente). No
obstante el peligro, decidimos no
mostrar la credencial de Marka. Pedro Sánchez enseñaba el carnet de “Quehacer”,
revista de un prestigiado Centro de Investigación Social, y yo
mostraba el carnet del Colegio de Periodistas del Perú (CPP).
Llegamos a Andahuay, cuna del escritor José María Arguedas, cerca de la media noche, tras un viaje
de más de 12 horas, con torrenciales lluvias,
lo que dificultaba el desplazamiento del automóvil
por una carretera sin asfalto.
En Andahuaylas nos alojamos en el hotel de turistas, que
estaba atestado de policías y efectivos del servicio de inteligencia del Ejército.
Los colegas de la región y lugareños de la zona nos aconsejaron no continuar el
viaje al río Pampas: “En las comunidades de la zona están los “sinchis”, cuerpo
especializado de la policía, que operan vestidos de campesinos. No expongan su
vida”, nos advirtieron. La mayoría de esa expedición decidió no seguir viaje.
Pedro Sánchez se molestó. Él era el más entusiasmado en llegar
a Pariabamba. Decía que necesitaba tomar fotos y mostrar al mundo su trabajo
profesional.
Hacía sólo dos días que él había llegado a la zona de guerra,
en reemplazo de Severo Huaycochea, veterano reportero de “Marka” que estaba en
Ayacucho desde el 23 de diciembre, un día después del ingreso de las tropas
militares al mando del comandante Clemente Noél Moral.
Retornamos a Huamanga la noche del 17 de enero y en la
madrugada del día siguiente, aproximadamente a las 2 am, el portero de la
hostal “Santa Rosa” tocó la puerta de mi habitación, en el segundo piso, y me
dijo que dos personas me buscaban y querían hablar conmigo. No salí, le dije
que se identificaran y dijeran el motivo de su visita a esa hora.
El portero llevó el encargo y 5 minutos después retornó. “Insisten
en hablar con Ud., dicen que han secuestrado a la hija del distribuidor del
periódico”, dijo. El distribuidor de “Marka” en Huamanga era un hombre humilde
de baja estatura de apellido Quispe, cuya tarea contaba con la ayuda de su hija
Norma, una colegiala de 15 años de edad.
Me preocupó el mensaje
y estuve a punto de despertar a Pedro
Sánchez para salir juntos, pero un mal
presentimiento me detuvo y le dije al portero que me sentía con un malestar y les diga a los visitantes que buscaría al distribuidor
de Marka a las 7 de la mañana. Así fue,
a esa hora hablé con Quispe, me
confirmó que habían llevado a su hija Norma. El responsabilizaba a los militares
del secuestro.
Ante mi requerimiento, Quispe me dijo que él
no había ido a buscarme a la
hostal, hecho que me preocupó, y desde
ese momento pensé en algo malo
me podía pasar.
El 19 de
enero hablé con
el director del
periódico, José María
Salcedo, y pedí
mi relevo. Retorné
a Lima el
22 de enero
y dos días
después partió a Huamanga mi
reemplazo, Eduardo de la Piniella.
Los periodistas sabíamos que al Comando Político Militar le
molestaba las noticias
que se difundían en el país y el mundo de lo que
ocurría en la zona convulsa. Casi todos
los días, los senderistas
mataban policías, jueces,
alcaldes y gobernadores. Incursionaban en pueblos y
caseríos y asesinaban
a jóvenes y
adultos inocentes que
se resistían plegarse
a sus filas.
Después que se
marchaban los subversivos,
llegaban los militares
y policías y
también mataban a los pobladores
acusándoles de terroristas
como sucedió en
Accomarca, Lucanamarca, Putis,
Pampa Cangallo y muchas
otras comunidades de la región
Los periodistas que
llegábamos a los
pueblos a donde
habían incursionado las
fuer-zas beligerantes escuchábamos sólo
relatos de horror
de parte de los sobrevivientes. Mujeres ancianas imploraban
ayuda de rodillas,
decían en quechua
que los senderistas
o militares mataron
a sus hijos
o que se habían llevado
a sus hijos. Javier Ascue
(ya fallecido), que
trabajaba para “El
Comercio”, nos servía de
traductor.
La estrategia de los militares en Ayacucho era de tierra arrasada,
no podían dejar testigos en las zonas donde incursionaban. Eso fue lo que
ocurrió en Uchuraccay y en
Accomarca, por mencionar sólo dos
ejemplos.
La matanza de
Accomarca ocurrió el
14 de agosto
de 1985. Empezaba
lo que sería
el primer desastroso
gobierno de Alan García,
sindicado hoy como uno de
los ex mandatarios más corruptos y que amasó fortuna
en sus dos gestiones.
Teófila Ochoa Lizarbe, la única sobreviviente de Accomarca,
reveló ante los tribunales de
justicia que ese
día, en horas
de la mañana,
una patrulla militar
incursionó en el pueblo y obligó a 60 comuneros, entre
adultos y niños,
ir a la
plaza para una
supuesta asamblea.
Después fueron obligados a ingresar a una casa casa
donde fueron acribillados
a balazos y
luego la incendiaron para que no quede evidencia.
Teófila, que entonces tenía 12 años, presenció el horror desde
la parte alta del poblado.
No estuvo entre los sentenciados a muerte porque se había
demorado en retornar a casa de un
mandado que le hizo su madre, doña Silvestra Lizarbe.
Teófila relató que después los asesinos la persiguieron a
balazos, pero gracias
al Divino no
la mataron. Logró
salvarse y vivió para contar el horror ante el mundo.
La justicia ha
condenado a los
criminales de Accomarca,
31 años después,
aunque no a
todos. Al responsable
político, Alan García, no le pasa
nada. Los familiares de
los periodistas masacrados en
Uchuraccay, los gremios
profesionales y todo
el Perú exigen
sanción para los asesinos de los
mártires del periodismo.
El poder militar
y político de
entonces afirmaba que los comuneros de ese alejado poblado
de las alturas
de Huanta. dijeron que lo confundieron
con terroristas, pero
los alzados en armas nunca an-daban
cargando cámaras foto-gráficas sino fusiles, cuchillos,
machetes y dinamita.
Cuando fui citado a declarar a la
Comisión investigadora que presidió el escritor Mario Vargas
Llosa afirmé todo
lo relatado en esta crónica y puntualicé
que no creía
que los comuneros
sean los criminales. Sustenté mi afirmación en el buen
trato que recibíamos
los periodistas en las comunidades
a las que llegábamos en misión periodística.
Ante el requerimiento del
Nobel, señalé que para mí en el asesinato de los periodistas tuvieron
participación
activa los militares y los policías vestidos de campesinos.
La comisión Vargas Llosa no recogió completo mi testimonio en
el informe final que elevó al presidente de la República, Fernando Belaúnde. El
crimen sigue impune.
Nota. El Lugar de la Memoria, en Lima, LUM, es una inversión de US$ 9.000 000, donación del Estado de Alemania, muestra documentos escritos y visuales del Caso Uchuraccay, pero muy pocas personas visitan. La anomia de sus funcionarios y empleados es una de las causas de esta indiferencia. http://lum.cultura.pe/
papeldearbol@gmail.com