Si la construcción de la democracia en este Siglo ha implicado avances y serios retrocesos, sobre todo en Latinoamérica y Caribe, la monarquía en España muestra brechas cada vez más evidencias para poder mantener su vigencia.
“Monarquía: el pueblo debe de tomar una acuciante decisión, ante los escándalos sobre negocios alejados de toda norma”, sostiene en España Manuel Domínguez, periodista, escritor, sociólogo, politólogo y perito en procesos de paz a nivel nacional e internacional.
Refiriéndose a los negocios presuntamente corruptos y sin declarar a Hacienda, por el rey Juan Carlos I, demuestran “que la Monarquía es una institución opaca que no aporta nada ni a la democracia ni al pueblo español”. En sentido amplio, democracia es una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen conforme a mecanismos contractuales.
En Latinoamérica, las repúblicas revelan su frágil estructura porque la corrupción ha resucitado o se mantiene incrustada, afirma Manuel Romero Caro, economista peruano, fundador de Gestión, diario de economía y finanzas: “Se debe atacar corrupción en megaproyectos. La lucha debe empezar por dar soluciones para que las grandes obras tengan procesos ágiles y limpios”.
¿Cómo evalúa los esfuerzos del Estado peruano en la lucha contra la corrupción?:
No esperemos que haya resultados inmediatos. Sabemos que no hay mayor incentivo para la corrupción que la impunidad. En las últimas elecciones congresales han sido elegidos parlamentarios que están siendo investigados o, incluso, están condenados.
Volvemos a España, y Domínguez Moreno precisa que la Monarquía queda fuera “porque la institución fue elegida por un dictador y nadie, después de 45 años, ha rebatido o puesto en duda la voluntad de Franco. El pueblo español está sufriendo y el Jefe de Estado sacando dinero sin declarar a Hacienda de sus cuentas en Suiza.
“Esto es la Monarquía, «todo por el pueblo, pero sin el pueblo” y no cambiará por mucho que los monarcas se pongan la etiqueta del parlamentarismo o de la democracia. Por todo ello, el pueblo tiene que tomar una decisión y no puede dilatarla”.
Recordemos al sociólogo francés Alan Touraine: “El siglo XX no ha sido amante de la democracia. Ese siglo, que sólo ha durado setenta y cinco años, de 1914 a 1989, de la Primera Guerra Mundial a la apertura del muro de Berlín, aspiró a ser el de las revoluciones, las liberaciones y el desarrollo.
Ahora, esos objetivos que despertaron tantas esperanzas y provocaron movilizaciones populares tan importantes son, en su principio mismo, contrario a la democracia pues exigen una unidad contra un enemigo o un obstáculo, en circunstancias que la democracia es pluralista por naturaleza.
Os cuesta mucho aceptar esta oposición, sobre todo si vivimos en lo que se ha denominado el Tercer Mundo. También nos cuesta, en panicular si somos occidentales, renunciar al sueño que Occidente concibió para el siglo XX: ver el espíritu de la democracia, formado primero en Gran Bretaña, en Estados Unidos y en Francia, extenderse por los países más próximo, Alemania, Italia, España, para llegar luego a los de Europa Central, a los del Este europeo, a América Latina y, finalmente, al resto del mundo.
Los países pobres no avanzaron por el camino de la libertad sino por aquel en que urgen los regímenes autoritarios y totalitarios. La democracia no está de ningún modo asociada a la riqueza o a la pobreza; si se buscan las causas que favorecen su desarrollo, pronto se descubre que está fuertemente vinculada a la capacidad de desarrollo endógena.
Cuando una sociedad tropieza con obstáculos insuperables debe seguir buscando su legitimidad en la ciencia, la historia, un dios o el pueblo. Una referencia: Nicaragua. El presidente Ortega disfrazó su reelección alejándose de los movimientos sociales.