Escribe Francisco Carranza, profesor de lenguas latinoamericanas en la Universidad de Corea del Sur.
La
pandemia del Covid-19 no sólo ha afectado a la humanidad en su salud física
sino también en su salud mental. Como consecuencia, los adultos y menores están
adquiriendo actitudes y hábitos nuevos.
Los
menores
Los
niños, adolescentes y jóvenes de la etapa escolar, que viven con mascarillas o
tapabocas y con el celular o laptop en las manos, reciben sus clases virtuales
a través de esos maravillosos aparatitos, y ya se han acostumbrado a la nueva
modalidad educativa. Además, han adquirido nuevos hábitos que generan problemas
personales, familiares y sociales. Es que, con el pretexto de las clases
virtuales, ya no se desprenden de esos aparatos porque allí han descubierto muchos
programas maravillosos: redes sociales, juegos personales y en grupo, videos con
imágenes de todo color y sabor con escenas que no sólo enriquecen la imaginación
también la perturban. Los menores de hoy prefieren el chateo en vez de la conversación
oral, aunque estén muy cercanos; no sólo chatean con los amigos sino hasta con
los desconocidos que aparecen amables o amenazadores en la pantalla. Es que, si
no están conectados, se sienten muy solos, y así no se sienten vivos. Ante un
problema, no preguntan a los mayores, tampoco reflexionan buscando la respuesta
personal; prefieren hallar la orientación y solución en el aparatito. Pertenecen
a la generación de las redes sociales.
En
el lenguaje de ellos es muy común el uso del verbo “matar” porque en los juegos
que practican diariamente se ganan matando o eliminando a otro u otros. El
objetivo es ganar el juego.
En
ese mundo virtual de ansiedad hay mucha presión de otros con quienes comparten
las plataformas que hasta pueden inducir al asesinato y suicidio.
Estos
escolares virtuales, guiados por su exacerbada emotividad y curiosidad, se
suscriben a nuevos programas o los descargan mecánicamente sin ninguna preocupación
de que pueden afectar las cuentas bancarias de sus padres. Los nuevos videoaficionados
y ludópatas ya están drogados y enfermos, son los nuevos y seguros clientes
para las empresas que comercializan los programas, y son también los nuevos pacientes
para los psicólogos y psiquiatras.
Los
adultos
Muchos
padres de familia, que antes poco se preocupaban de la educación de sus
engendros porque confiaban que las escuelas formaran a sus hijos, ahora tienen que
asumir esa labor sin estar bien preparados para los nuevos tiempos. Antes, cuando
los menores creaban problemas durante las vacaciones, los padres decían como
amenaza y deseo de liberación: Ya pronto se irán a la escuela.
Ahora,
los que creen que su deber termina con darles las herramientas para las clases virtuales,
enfrentan nuevos y serios problemas: los menores ya no dialogan con los adultos
ni siquiera entre ellos, prefieren pasar el tiempo con sus aparatitos, porque han
descubierto que el mundo virtual es más distraído y variado, y de menos
responsabilidades visibles.
Muchos
adultos, que carecen de la destreza en el uso de los nuevos aparatos de
comunicación, no pueden orientar ni controlar a los menores. En muchos casos,
para mala suerte, dependen de los menores para usar y solucionar los problemas
de las nuevas y sofisticadas máquinas de comunicación.
La
pandemia no sólo ha causado el caos en el mundo; también ha dado la felicidad a
las industrias que producen y venden celulares, tabletas y programas; a los
laboratorios y clínicas relacionadas con Covid-19; a las funerarias y
cementerios. Los comerciantes valoran la vida por las ganancias económicas;
ellos no se preocupan de las consecuencias por más negativas que sean. Ellos
están drogados por el dinero.
A pesar de todo lo expuesto, si queremos vivir con optimismo, es el tiempo de aprovechar los avances de la tecnología y prepararnos para los nuevos retos del proceso de la virtualización del mundo. Nos guste o no, este fenómeno es irreversible. Comencemos a cuestionar los valores de la vida desde el hogar, la escuela, la sociedad y las instituciones.
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