Papel de Arbol

jueves, 10 de marzo de 2022

LAS GUERRAS Y LOS EFECTOS EN LA SALUD MENTAL,



Cuales son las consecuencias de la guerra en las emociones y la salud mental. 

Una historia de la psicopatología y medicalización en los frentes bélicos de Occidente (1914-1975), es el titulo de un trabajo publicado por la Universidad Complutense de  Madrid, perteneciente a Mauricio Sánchez Menchero de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes de Bolivia.

El documento da cuenta de cuáles fueron los discursos y representaciones sobre emociones y enfermedades que se generaron dentro de una comunidad emocional conformada por altos mandos militares, cuerpo médico y soldados a lo largo de tres conflictos bélicos -Primera Guerra Mundial, Segunda Guerra Mundial y guerra de Vietnam-, todo a partir de una serie de testimonios escritos y orales de los participantes. Guerra, trastorno, medicina, emociones, miedo, trauma.

Durante los conflictos bélicos del siglo XX, la presencia de la muerte provocó entre los soldados una serie de emociones incontroladas como el miedo.

En buena parte, los accidentes han sido causa de muchas desgracias, debido a la torpeza de los altos mandos militares, la impericia de los pelotones o las imperfecciones de nuevas tecnologías. 

Por ello, Proctor (2008, vii) señala que si se ha dado mucha atención a la epistemología ("cómo sabemos"), también debería estudiarse la ignorancia ("cómo o por qué no sabemos"), pues el no hacerlo puede significar pérdidas irreparables como la vida misma. 

Así, por ejemplo, la falta de acierto en temas de psicopatología y medicalización durante las batallas ha tenido enormes costos por las pérdidas de vidas humanas3 o la falta de efectividad en la atención de los heridos de guerra.

Los resultados de las guerras durante el siglo pasado, con sus millones de muertos, heridos y desaparecidos, trastocaron las percepciones de los sentidos y las emociones de millones de reclutas y civiles. Por ello, para entender estas perturbaciones, en el presente trabajo se utilizará el concepto comunidades emocionales para dar cuenta de lo que constituye una historia de las enfermedades psicológicas en tiempos de conflagraciones mundiales. 

En consecuencia, estos veteranos con padecimientos neurológicos constituyeron una subcomunidad emocional, donde florecieron disturbios mentales y de personalidad, que unas veces fueron rechazados e incomprendidos y otras veces diagnosticados y "medicalizados". 

 La categoría del Shell-shock 


Durante la llamada Gran Guerra. El bombardeo incesante entre ejércitos atrincherados se le llamaba "fuego nutrido" (en alemán, Trommelfeuer, fuego de tambor), una situación bélica que generaba profundo temor, tanto entre militares como entre la población civil. Sirva de ejemplo lo que escribía el joven ingeniero del Ejército ruso Andrei Lobanov-Rostovski en agosto de 1916:

Otro momento de angustia, durante la Gran Guerra, es el que vivían los aviadores uando sus aparatos eran atacados o sufrían averías en pleno vuelo. Es el caso del piloto Roland H. Neel, que cuenta cómo el avión en que volaba sufrió una avería que no le permitía lograr un descenso normal. Él y su compañero Hank habían salido a derribar globos alemanes, pero en el momento de querer volver, les sucedió que "en vez de ir hacia abajo, empezamos una escalada [de] cerca de 40 a 50 kilómetros.

En muchas ocasiones, los accidentes sucedían por falta de pericia. Así, a lo largo de cinco largos años que duró la Gran Guerra, la destrucción y la muerte campearon como fantasmas tanto sobre los frentes de batalla como en la retaguardia. Este tiempo fue propicio para que el miedo se instalara en millones de soldados. En su mayoría, estos reclutas iban a depender más de su suerte que de las estrategias militares para librar balas, granadas y obuses. 

La experiencia bélica de la Primera Guerra Mundial no sólo aniquiló a millones de soldados, sino que también trastocó las emociones y las mentes de reclutas que cruzaban fuego en las trincheras. Esta, al menos, fue la experiencia del joven Robert Graves, quien a sus 19 años se alistó en el regimiento de los Royal Welsh Fusiliers. De esta experiencia bélica, Graves relatará en su libro Adiós a todo eso (2009) cómo fueron afectados sus sentidos y sus percepciones de la realidad:

Desde 1916 me obsesionaba el miedo al gas; cualquier olor desacostumbrado, hasta un repentino aroma de flores en un jardín, era suficiente para provocarme estremecimientos. Y no podía soportar el estruendo del cañón; el ruido del tubo de escape de un automóvil bastaba para que me lanzara cuerpo a tierra, o para echar a correr.

Como consecuencia de las operaciones militares de la Gran Guerra, el número de los psiquiatras aumentó, año tras año, para atender a un 20% de los militares afectados que sufrieron algún tipo de neurosis de guerra o Shell-shock (Winter 2009, 110). 

La neurosis de guerra durante la Segunda Guerra Mundial.

En 1939, de los 120.000 veteranos de guerra pensionados en el Reino Unido por trastornos mentales derivados de la Gran Guerra, sólo 80.000 casos habían sido dados de alta. Ante esta situación, el Dr. Joseph Francis Engledue Prideaux, ministro de Pensiones, puso en marcha un nuevo programa para establecer una política médica con una definición restrictiva del concepto neurosis de guerra. 

En el Gobierno se acordó entonces que el nombre cuasi médico de Shell-shock ya no debería ser usado. Además, Prideaux escribió un informe sobre las lecciones que se debían tomar en cuenta de la Gran Guerra en relación con la terapia aplicada por militares, sobre todo cuando un nuevo conflicto bélico amenazaba con extenderse por Europa (Shephard 2001, 165-166).

No obstante, en muchos casos, los intentos de detectar la vulnerabilidad psicológica por parte de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial resultaron un desastre, pues no se pudo prever el comportamiento neurótico de algunos reclutas durante el combate.

Dentro del campo militar norteamericano, el término Shell-shock se vio desplazado por la neurosis de guerra o battle fatigue. Este último era un concepto que provenía de la Guerra Civil, y por el cual se buscó reportar síntomas de dolor de pecho crónico, así como la fatiga, la falta de aire y las palpitaciones del corazón (Frueh et al. 2012, 2-3). Dicho concepto fue actualizado y utilizado, dando énfasis a la fatiga y al estrés en el Ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial.

Otra enfermedad psiquiátrica fue la conocida como Lack of Moral Fibre (LMF), que fue diagnosticada a miles de militares. En un sentido, LMF fue durante la Segunda Guerra Mundial una contraparte del concepto Shell-shock de la Gran Guerra. La diferencia entre ambas debe mucho a sus orígenes. LMF fue un término introducido por los altos mandos del Ejército, mientras que la neurosis de guerra fue un diagnóstico empleado por los médicos.

En cualquiera de sus manifestaciones, la magnitud del problema rebosó los departamentos médicos y militares: el número de soldados dados de baja por problemas psiquiátricos superó al de los reemplazos.

La producción de fármacos durante el conflicto bélico se benefició en buena medida por la convergencia de la investigación en laboratorios e industria. Todo un dinamismo que buscó proporcionar medicamentos (penicilinas, sulfamidas o anfetaminas).

[...] después de una batalla, tuvimos un millar de pacientes que atendimos sin parar. No teníamos refrigeración. La penicilina acababa de hallarse por aquel entonces [...] [esta venía dispuesta] en polvo dentro de una pequeña botella a la que había que poner una solución salina para prepararla [...] Y si no se utilizaban todas las dosis, y con el fin de resguardarlas, se colocaban en un hoyo hecho en el suelo, en donde con agua fría se metían colgadas con una cuerda para tratar de mantenerlas frescas.

En las penurias de la guerra, junto a los medicamentos, se buscó brindar tratamiento para aliviar las dolencias de aquellos cuya salud estaba en peligro de muerte. Por ejemplo, en Lieja (Bélgica), el hospital fue atacado con bombas voladoras (buzz bombs) -también conocidas como V-1, V-2, o bombas robot- que eran dirigidas con mayor precisión mediante un motor que zumbaba aterradoramente alterando los nervios, como recuerda la enfermera Muriel Phillips:

Sí, eran horribles [...] los pacientes odiaban estar bajo un ataque de bombas voladoras [...] Siempre decían que hubieran preferido estar en el frente de batalla, en los que era relativamente tranquilo una parte del tiempo. Desde luego es difícil estar hospitalizado en una cama y escuchar cómo se acerca una bomba y no poderse mover. 

Durante la Segunda Guerra Mundial, varios directores de cine fueron llamados a filmar material de propaganda bélica a favor de Estados Unidos. Uno de ellos fue el realizador John Huston, quien fue convocado a colaborar con el Ejército mediante la filmación de una trilogía documental. Los dos primeros fueron acerca de la participación de los estadounidenses en los frentes del Pacífico -Report from the Aleutians, 1943- y de Europa -The Battle of San Pietro, 1944-1945-. Para el tercer documental, Hágase la luz (Let There Be Light, 1945-1946), los soldados ya habían regresado a suelo patrio. 

Con este último material, el Departamento de Guerra esperaba contar con un mensaje dirigido a los futuros patrones de estos veteranos: debían quedar convencidos de que estos hombres, heridos psicológicamente, eran tan capaces de recuperación como aquellos cuyas heridas habían sido exclusivamente físicas. Así que, luego de su mejoría, estos excombatientes podían ser contratados para reinsertarse a la vida laboral y social con toda normalidad.

Para la realización del documental, Huston llevó sus cámaras al Hospital Mason, en Long Island, donde pasó tres meses. Ahí, con el consentimiento escrito de los internos, pudo filmar tanto entrevistas individuales como sesiones grupales. 

Al inicio de la cinta aparece una vez más la descripción ya conocida de neurosis de guerra. La voz del narrador, Walter Huston, explica: "Todo hombre tiene su punto de ruptura [Every man has his breaking point]. Y a estos soldados, en el cumplimiento de sus deberes, se les exigió más allá de los límites de la resistencia humana".22 Pero el documental, siendo un material de propaganda, al final mostraba la recuperación de los soldados gracias a la terapia.

El Trastorno de Estrés Postraumático en la guerra de Vietnam

El final de la conflagración de los treinta años -como el general De Gaulle denominaba en conjunto los dos conflictos mundiales (Ferro 2003, 25)- sólo serviría como marco de la Guerra Fría. Corea, en primer lugar, y luego, sobre todo, Vietnam iban a convertirse en el escenario para el desarrollo de nuevas estrategias militares y prácticas médicas. Estados Unidos, por ejemplo, incrementaría la participación de las mujeres en misiones de combate, y ya no sólo en los ámbitos del homefront o en hospitales, como había sido durante la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, se implementaría, de forma más amplia que en Corea, una abundante circulación de medicinas, alcohol y drogas, al lado de técnicas de destrucción como el uso de helicópteros, napalm o el Agente Naranja (un defoliante químico).

La destrucción campeaba sobre la selva, los arrozales y las aldeas vietnamitas. Fueron ocho millones de toneladas de bombas las que arrojó Estados Unidos sobre Vietnam, Laos y Camboya entre 1962 y 1973 (Appy 2014, 243). En ocasiones, durante algún ataque masivo por parte de la Armada, la Fuerza Aérea y los marines, la hecatombe era más que estridente. El teniente Dennis Deal cuenta, por ejemplo, cómo:

[...] el ruido era ensordecedor. Teníamos a todos los cazabombarderos [...] esperando para lanzar sus proyectiles. Pues bien, uno de ellos fue alcanzado desde tierra [por el Ejército norvietnamita], justo sobre mi posición, a unos cien metros por encima de nosotros. De forma que un motor de avión chirriaba haciéndose pedazos camino del infierno, pero no lo podíamos oír. Eso da una idea del ruido que atronaba el campo de batalla, de la cantidad de disparos. Hubo un ataque con napalm a unos trescientos metros por detrás de nuestra posición y tampoco lo pudimos oír. (En Appy 2014, 175-176)

Los nervios y las emociones de los soldados se iban tejiendo día a día para resistir al miedo de morir en cualquier momento, fuera debajo de un cielo cruzado por nubes de fuego o de agua. En su pequeño pelotón, el soldado Leroy V. Quintana recuerda cómo:

Durante el monzón, estuvimos afuera durante una semana y no paraba de llover. Por fin amainó y me relajé. Me puse de pie y me estiré. Giré la cabeza y había una fila de soldados del Vietcong que venía hacia nosotros. Me tiré al suelo. Mis compañeros se ocultaron entre la maleza. Estaba temblando en el barro y la frase que mejor definía mi sensación en aquel momento era "quiero estar con mi mamá". Lo deseaba de verdad. Fue terrorífico. Continuaron pasando en fila uno detrás de otro. Me castañeaban los dientes. Cuando las cosas se ponen difíciles de verdad todo se vuelve muy básico. Cuando los helicópteros vinieron a buscarnos algunos simplemente lloraban aliviados. (En Appy 2014, 530-531)

Durante la intervención militar de Estados Unidos en la pequeña nación vietnamita, el uso de conceptos referidos a las crisis psiquiátricas sufridas por militares, también atravesaría por un uso polisémico, debido a la inmediatez del conflicto bélico y a la falta de tiempo para realizar estudios más precisos. El Dr. Robert B. Daroff, que sirvió en un hospital en Vietnam como neurólogo, recuerda cómo:

[...] los psiquiatras recibían referencias de los chicos que estaban deprimidos o ansiosos o nerviosos o locos. Si estaban locos, es decir, esquizofrénicos o con depresión severa, eran devueltos a Estados Unidos, de lo contrario, se les mandaba de vuelta a sus unidades [...] La ansiedad no era [una prescripción] suficiente para mantenerlos fuera de combate. Todos estábamos ansiosos [...] [en] determinar si tenían o no enfermedad cerebral estructural.23

La enfermera Betty Antilla describe a los pacientes que atendió en una unidad médica, donde trabajaba al lado de psiquiatras y psicólogos.

La mayoría eran hombres con depresión [...] por lo general, era bastante raro tener a alguien realmente psicótico porque si uno era esquizofrénico, [era detectado] en la base, [durante] su formación básica. [Así que la] mayor parte de [los militares en los frentes terminaban] con depresión y luego, por supuesto, algunos se perdieron en el consumo de drogas [...]24

La variable de las drogas se convirtió en un problema añadido al optimismo ingenuo estadounidense y a la idea de una fácil victoria en Vietnam (Appy 2014, 110-111). Mientras tanto, el tráfico de estupefacientes fue una realidad en los destacamentos militares. El teniente Michael Horton recuerda el tipo de drogas que descubrieron en una inspección:

Los cigarrillos de marihuana que estaban disponibles por allí, en ese momento, fueron hechos en una fábrica [local] [...] E incluso tenían el logotipo estampado en el papel. Y ese podría ser Lucky Strike o cualquier marca de moda [...] Así que estos chicos que estaban caminando durante el día [aparecían] fumando lo que parecía ser un cigarrillo [normal] [...] Otros fármacos que encontramos eran opio [...] un líquido de color púrpura oscuro en un pequeño frasco. Encontramos heroína en polvo. La heroína la hallamos en cápsulas del tamaño de un dedal de costura.25

En un mundo rodeado de destrucción, los jóvenes soldados pasaban, gracias a las drogas, del extremo del dolor y el miedo a un estado de euforia que los hacía obnubilarse y fugarse. La frase que dejó escrita un soldado en su diario de guerra en Vietnam es más que reveladora: "El 22 de diciembre de 1967, es el día en que los hombres civilizados se convirtieron en animales. Yo era un jodido animal". Ciertamente, el consumo de fármacos ayudó a fortalecer a los reclutas en su resistencia física, redujo su sensación de dolor, disminuyó su estrés y alivió su miedo (Kamienski 2016, 43). Todo ello, al menos, mientras los efectos y la realidad de la batalla así lo permitieron.

La derrota del Ejército norteamericano en Vietnam y su regreso sin gloria se convirtieron en un momento de lucha contra el Gobierno por parte de los veteranos que buscaban una compensación económica y una atención médica a sus lesiones físicas y psicológicas. A finales de 1960, un grupo de psiquiatras, autoproclamados como antibelicistas, formuló un nuevo concepto de diagnóstico para describir las heridas psicológicas sufridas en la guerra. La propuesta original era el concepto Vietnam syndrome. De forma paralela, el movimiento feminista ganó impulso político al exponer la violencia que era común en contra de las mujeres, lo que llevó al desarrollo de un rape trauma syndrome. Estos dos grupos de activistas pronto se unirían para hacer una causa común con los médicos de salud mental y los investigadores (Frueh et al. 2012, 3-4).

Por su parte, la Asociación Psiquiátrica Americana (APA) no hizo eco a estos reclamos. Pero la intervención de los psiquiatras Chaim Shatan y Robert Jay Lifton, conocido este último por su trabajo en el daño psicológico causado por Hiroshima (Satel 2003), logró impulsar un proceso de medicalización. Ejemplo de ello fue la entrada de la conceptualización clínica de trastorno de estrés postraumático (Post-traumatic Stress Disorder, PTSD, por su sigla en inglés). Así, para el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, en su tercera edición (DSM-III), publicada en 1980, se logró la adición del diagnóstico PTSD. A partir de entonces ha cambiado el panorama de los estudios de estrés y trauma en general, lo cual ha contribuido al desarrollo de una extensa gama de temas clínicos, políticos y sociales. Incluso, el concepto reacciones postraumáticas ha sido ampliamente absorbido por el público en general, en relación con la adaptación psicológica después de eventos traumáticos (Frueh et al. 2012, 1).

No obstante, en muchos casos, el paso del tiempo no fue un factor que sirviera para aliviar a los veteranos de guerra en su diagnóstico y reinserción correctos a la vida cotidiana. La enfermera Cynthia Fitzgerald relata, con tristeza, haber conocido a un paciente que había sufrido una amputación y que se había convertido:

[...] en un amigo de mi marido y mío [...] [él] había sido un médico en Vietnam que a través de los años luchó con, ya sabes, el abuso de drogas. Y años más tarde, después de haber regresado [de Vietnam], se suicidó con una sobredosis.26

Gary Blinn, excombatiente de Vietnam, cuenta cómo al hablar con un psicólogo sobre el concepto trastorno de estrés postraumático, le dijo que este "no era algo así como tener una gripe. Me dijo: 'Es casi como una depresión, y, sí, para tenerlo [diagnosticarlo], hay ciertos criterios médicos, y hay que clasificarlo con cinco o seis categorías diferentes [...]'"27 Ciertamente, la utilización del concepto PTSD no ha sido algo fácil de manejar social y económicamente. Para una enfermera como Ada Hacker, muchos veteranos han buscado el beneficio sin presentar en realidad problemas mentales:

Muchos de ellos no eran las mismas personas. Muchos de ellos estaban peor que otros. Pero muchos de ellos, al igual que en el Hospital de Veteranos, demasiados, por desgracia, eran veteranos que se estaban presentando con lo que ellos llaman casos mentales, pero [que en realidad] no eran mentales [...] Algunos de ellos estuvieron en realidad en el servicio y tuvieron malas experiencias, pero sus cuerpos estaban bien, aunque sus mentes estaban afectadas y lo estarán siempre. [Pero] otros en realidad nunca estuvieron activos -estaban en el servicio, pero nunca salieron del país-, y están reclamando que tenían todos estos problemas, por lo que están tratando de obtener una gran cantidad de cosas de forma gratuita.28

Por su parte, Lawrence Dacunto, otro veterano de Vietnam, menciona los problemas económicos que ha arrojado recientemente un concepto como el trastorno de estrés postraumático:

Supongo que no entiendo [el concepto PTSD] por completo. Creo que el Ejército y el Gobierno y los medios de comunicación, y todos, lo [van a utilizar] [...] Yo puedo aceptar que las personas sometidas a presiones extremas vayan a tener consecuencias posteriores en su psique y su comportamiento, y así sucesivamente. Pero creo que todo el asunto se [va a complicar] por el hecho de que la Administración de Veteranos, el Gobierno, ahora está pagando una gran cantidad de dinero a las personas que han sido entrevistadas y certificadas por sufrir el trastorno de estrés postraumático [...] [Todo] lo que crea un incentivo para que los individuos [sean] menos escrupulosos [para solicitar su inscripción al programa] [...] Creo que ahora [en 2008] el pago máximo para el [paciente con] PTSD es de [...] casi 2.500 dólares al mes.29

Al hablar de la presencia de Vietnam en el cine se puede ver que algunos conceptos sirvieron para caracterizar cómo algunos veteranos, en el momento de su regreso, sufrían afectaciones traumáticas. De hecho, la representación común de los excombatientes fue la de antihéroes que padecían heridas psicológicas que les dificultaban su reintegración social (Frueh et al. 2012, 1).30

Conclusiones

Con todo lo hasta aquí expuesto, creemos haber dado cuenta de la importancia -como indicaba James A. Secord- no sólo de dirigir el análisis a la teorización y utilización de conceptos creados en campos científicos como la medicina, la psiquiatría o la psicología, sino de ampliar y cambiar los ángulos de estudio de la teoría científica como acto de comunicación e interacción con otras esferas como la militar o los medios de comunicación. Por ello, el conocimiento médico o psicológico no debe ser observado como mera disciplina abstracta, sino como prácticas comunicativas dentro de las comunidades emocionales, en su referencia al binomio salud-enfermedad de los soldados (Secord 2004, 666 y 671).

De esta forma, bajo el concepto comunidad emocional se ha intentado identificar las palabras, frases e imágenes por donde transitan las definiciones de los sentimientos de muerte, destrucción y heridas emocionales, bajo un enfoque más sincrónico. Pero ello no deja de presentar problemas al estudiar la variabilidad semántica de las palabras, así como las diferencias gramaticales. Por tanto, conviene estudiar períodos de larga duración,31 en donde se observen cómo ciertos términos acaban imponiéndose sobre otros, gracias al empoderamiento y legitimación institucionales y disciplinares, como fue el caso de la nomenclatura científica del PTSD frente a la frase acuñada en medio de la batalla de Shell-shock. Sin embargo, esta pretendida circulación del conocimiento de conceptos no siempre fue efectiva; por el contrario, condujo las más de las veces a la ignorancia y el desconocimiento. Al respecto, puede citarse un ejemplo más, en referencia al problema de la nominación de las enfermedades mentales provocadas por las guerras, ya no sólo a nivel de los soldados, sino incluso en el área médica. En una entrevista reciente que Michael Willie le hizo a la enfermera Velma Laura Hignight, ella mencionó el caso de un joven soldado que estaba encerrado en una habitación, debido a que estaba "loco como una cabra" (He was as crazy as a loon).

A fin de cuentas, como se ha podido observar, el problema de la nominación de la enfermedad depende de las prácticas internas que manifiestan instancias, agentes especializados, intermediarios y usuarios de una comunidad emocional específica de cada momento y lugar (Scheer 2012, 220). Depende, como en toda cultura médica, de la dinámica intersubjetiva y, desde luego, de la inmediatez y el sufrimiento que este provoca. Cada combatiente, en el contexto de las diferentes guerras, participó con sus propias características biológicas, psicológicas y sociales. Y la nosología médica de cada momento sirvió para tratar de acercarse a los padecimientos psicológicos desatados por el estrés bélico. Al respecto, una intermediaria como Diane C. Evans, cuenta su experiencia en su labor como enfermera:

En 1967, cuando estaba haciendo mis prácticas en el hospital de Veteranos, yo tenía el cuidado de los veteranos de la Primera Guerra Mundial a los que les faltaban algunas extremidades pero que además estaban teniendo complicaciones [...] se estaban muriendo por las terribles heridas de la guerra... [Pero incluso] Yo cuidaba de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial y los veteranos de Corea, y de algunos veteranos de Vietnam que llegaron al sistema de Veteranos en los últimos años de los sesenta. Por lo tanto, tenía toda la gama [de soldados]. Tenía todo un grupo de veteranos que estaba cuidando [el cual sumaba en edades un siglo]. [Pero] [l]o que descubrí fue que estos tipos son todos iguales, que eran simplemente diferentes en edades.33

Sin lugar a dudas, hace falta, entonces, profundizar en estudios del presente sobre los períodos internacionales de guerra, considerando análisis comparativos o interconectados globalmente para tener una comprensión sobre las nominaciones locales referidas a las heridas psicológicas en los ejércitos, por ejemplo, de Japón, China o Vietnam.

Lo anterior exige considerar las diferentes circunstancias socioeconómicas y culturales de la comunidad emocional analizada. Para ello, no dudamos en destacar la importancia de que fuentes provenientes de la cultura escrita y oral y de los estudios visuales sirvan para que la historia de las emociones, así como las cuestiones de género, ahora plenamente integradas a las investigaciones historiográficas, se conviertan en una parte integrada en los estudios históricos (Rosenwein 2010, 24).

Appy, Christian G. 2014. La guerra de Vietnam. Una historia oral.Barcelona:Cátedra.

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