Por David Flores Vásquez.
Músico, jurista, director de la Lira Huaylina
Adiós pueblo de Ayacucho
Raúl García Zarate, aquel ayacuchano insigne que hizo hablar melancólicamente a
su guitarra, falleció el 30 de Octubre.
Las
risas y casi carcajadas que despertó en su primer concierto en 1944 en su
Colegio, el San Juan Bosco de su tierra natal, desaparecieron totalmente en
cada una de sus posteriores presentaciones, dada la jerarquía de su arte.
Hoy, como si se
tratara de su última presentación, simplemente provoca el llanto y la
congoja de todos sus paisanos y amigos.
Esa es, finalmente, la vida en la que se
alternan la alegría y el llanto pues, ni lo uno ni lo otro, pueden durar indefinidamente.
Dicen que en esa primera oportunidad de 1944,
a sus doce años, la guitarra era más grande que él y “parecía que caminaba
sola” despertando hilaridad en el
público. Hoy todas las guitarras obviamente se han silenciado y Ayacucho debe
estar más triste que de costumbre con todas sus iglesias de duelo.
Hace tiempo Raúl
dejó de pertenecer solo a Ayacucho y se entregó con sus canciones al Perú
entero, especialmente cuando
interpretaba en su guitarra, magistralmente, “Adiós pueblo de Ayacucho”.
Ayacuchano
empeñoso, sin dejar jamás la guitarra,
de pronto se convirtió en Abogado
por la Universidad Mayor de San Marcos. En la Casona, siempre fiel a su arte,
hizo dúo con nuestro amigo el Dr. Pedro Méndez Jurado, que llegó a Fiscal de la
Nación. Es decir, la música fue su inseparable compañera a lo largo de su
fructífera vida. De sencillez inigualable, de modestia sin par, era habitual
verlo en los pasillos del entonces Tribunal del Trabajo, en donde se
desempeñaba como Relator, con gruesos expedientes bajo el brazo, sin denotar
jamás la alta jerarquía de su arte.
Raúl,
un buen día llegó a mi casa brindándome enorme sorpresa: Recuerdo muy bien que
esa tarde, junto a mis hermanos Miguel y Lucho, hacíamos música con nuestras
guitarras. Raúl llegó junto con el también extraordinario músico cusqueño Jorge Núñez del Prado, (el que ejecuta el
acordeón en el Trío “Los Campesinos” o el “Pampa Piano” en la TV), en plena interpretación de alguna canción.
Para no interrumpir el número, se detuvieron en la puerta de la sala,
respetuosamente, escuchando con atención nuestros denodados esfuerzos. En el
intermedio de la canción, mientras Lucho se lucía con la guitarra, Raúl cruzó
la sala y se acercó hasta nosotros yendo directamente hacia la guitarra de
Miguel. Sin decir una sola palabra, pulsó suavemente la clavija de una cuerda y
se la ajustó al punto necesario. Había percibido una disonancia en la
afinación. Miguel se quedó después pasmado y jamás olvidó el episodio.
A
partir de esa fecha, Raúl fue siempre una persona muy querida para nosotros. La
Lira Huaylina, que hoy cumple 72 años de su fundación, alternó con él en una
oportunidad en una actuación en Palacio
de Gobierno, bajo la presidencia del Dr. Alan García Pérez. Siempre pensé que
fue mucha deferencia para nosotros, simples aficionados a la música.
No
es fácil imaginar a Raúl, el modesto cultor de la música, pisando famosos escenarios en sus inolvidables conciertos y
alternando con grandes figuras de la música internacional. Solista con grandes
orquestas invitaba a la reflexión y el recogimiento cuando había que volver los
ojos a su Ayacucho natal, que siempre
quiso.
Obtuvo
en vida grandes reconocimientos con medallas y diplomas que repletaban su
sencilla vivienda. Me dio gusto saber que lo declararon Patrimonio Cultural Vivo
de la Nación; que obtuvo la Condecoración de las Palmas Magisteriales en el
Grado de Amauta y la Condecoración con
la Orden del Mérito en el grado de Gran Cruz por Servicios Distinguidos.
Nada de esto sirvió cuando algunos
desadaptados un buen día robaron su sencilla vivienda y, entre otros bienes, su
preciada guitarra de conciertos. Al enterarme de la mala noticia por los
periódicos, sentí en verdad rabia y frustración y una pena infinita. Parece que
el buen Raúl lo tomó con calma, acorde con su conocida bonhomía.
Deseo,
para terminar, no limitarme al gran
personaje que nos deja sino a su tierra natal, su querida Ayacucho o simplemente
Huamanga, la tierra sedienta poblada de molles y tunas, salvo “Tinajeras”
(camino del aeropuerto) pequeño lunar verde donde, dice, se alojaron alguna vez
Hemigway y también Antonio Ordoñez.
Su traducción del quechua
nos traslada al “Rincón de muertos” que evoca la antigua matanza de los Pocras
que habitaron la zona. Con la llegada de los Españoles, dada su lejanía, le pusieron
San Juan de la Frontera y solo cobró importancia por ser punto intermedio en el
viaje de Lima al Cusco. Ya en la época
de la independencia recobra vigencia por la famosa batalla de la Pampa de la
Quinua el 9 de diciembre de 1824 con que se selló la independencia de América.
Allí en la pampa, al pie del Condorcunca, (Cuello del Cóndor) se yergue imponente el
obelisco de 44 metros de altitud que recuerda los 44 años de lucha
emancipadora, empezando con la revolución de Túpac Amaru en 1780 y terminando
con la famosa batalla.
Conviene
recorrer Ayacucho no solo para conocerlo sino para quererlo. No será raro
encontrar por las Pampas de Cangallo a hermosas mujeres de ojos verdes o
campesinos barbados de tez blanca herederos, sin duda, de los españoles
almagristas que se diseminaron por la región
luego de su derrota en la batalla de Chupas. De allí vienen los famosos
Morochucos, hábiles jinetes.
El
imponente paisaje, cuando se traslada a su capital, se traduce en tantas
iglesias que nos invitan a la meditación y el silencio. Habrá que esperar,
entonces, en Semana Santa, solo el día
de la Resurrección de Cristo para que el silencio se convierta en alboroto.
Solo allí la ciudad pierde de pronto su habitual calma y silencio.
A todo esto dedicó Raúl su preciado
arte interpretando hasta música de una procesión. Entonces podrá comprenderse
porqué la guitarra ayacuchana es melancólica, porqué casi siempre es triste.
Porqué Raúl se ganó el corazón del Perú entero.
Lima, 30 de octubre del 2017.
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