Francisco
Carranza Romero
Profesor de la Universidad de Seúl
Buscando hospedaje por internet
Desde
Lima, antes de viajar a la ciudad de Seúl (Corea), mi esposa y yo buscamos por
internet un hospedaje no muy cerca ni muy lejos de la Universidad Dankook. Es
que soy docente del programa Escuela Internacional de Verano 2017. Una
propaganda de Jarden in Palace muestra un local
grande con ciertas comodidades: habitación con cocina, lavadora y
refrigeradora, gimnasio, sauna, restaurante, juegos de mesa, cerca de la
Biblioteca de Bundang, etc. Hicimos la reservación.
En
la cálida noche lluviosa del lunes 10 de julio, llegamos cansados al
alojamiento después de más de 12 horas de vuelo y una hora y media por tierra
desde el aeropuerto. Esa noche descansamos sacando sólo las cosas necesarias de
las maletas. Al día siguiente, martes a las 6.30 am, al ir a la sauna
encontramos a unos ancianos de rostros inexpresivos sentados frente a la puerta
del restaurante aun sabiendo que la atención es desde las 7.20 am. Nuestros saludos
con palabras y venias, para nuestra sorpresa, no tuvieron respuesta. Los
ancianos estaban sumidos en el silencio. En la sauna también saludé a dos,
quienes tampoco me contestaron, solamente me miraron indiferentes. Mi esposa
también me contó que en la sauna las ancianas no saludaban, no contestaban el
saludo ni hablaban.
Cuando
entramos al restaurante comprobamos que nos habíamos alojado en un local
aislado dentro de la urbe que, acogiendo a los adultos mayores, hace su
negocio. El internet no es para confiar. Este tipo de local tiene nombres
encantadores y engañadores: casa de retiro, residencia de adultos mayores,
hospicio, ancianato, asilo de ancianos, hogar de ancianos, silver town… Es el
lugar a donde los hijos “muy modernos, muy ocupados, muy egoístas” llevan a sus
padres cuando más necesitan ayuda y comprensión de sus familiares por sus limitaciones
físicas y mentales. “Los mayores están mejor con los de su edad. Los mayores
están más seguros en los asilos porque los hijos no tienen tiempo para atenderlos”,
son algunas de las justificaciones de los hijos que se liberan de sus padres
ancianos que son considerados como cargas.
Mientras
desayunamos comprobamos la realidad: Los ancianos ocupan las mesas que llevan
sus nombres, y forman grupos por ciertas afinidades. Después del desayuno, si
no hay un programa, se sientan en la sala de recibo mirando hacia la puerta de
vidrio transparente que es la entrada y salida. A pesar del calor que supera
los 30° prefieren no usar el aire acondicionado porque afecta sus cuerpos
sensibles y frágiles. El ambiente huele a humedad y a ancianidad. Estos seres
humanos, aunque saben que están en un lugar donde tienen comida, habitación y
ayuda del personal de salud, están amargados de la vida. Saben que han sido
excluidos por sus familiares por ser ya inútiles.
Koryochang de antes y hoy
Mi
esposa y yo hacemos la memoria de la costumbre coreana llamada koryochang de la
época de Koryo (918 – 1392): Cuando un progenitor en estado de viudez llegaba a
la vejez, que también significa degradación física, limitaciones y hasta la inutilidad,
un hijo lo llevaba a una lejana montaña o isla donde lo dejaba con la ración de
comida sólo para unos días. Luego se marchaba sin tornar la mirada hacia atrás.
El anciano o anciana se quedaba mirando la espalda del hijo que se alejaba
hasta perderse de su vista. Era la forma de acabar la vida en aquellos tiempos
y lugares. Después del tiempo calculado de sobrevivencia del solitario
abandonado, el hijo volvía a recoger el cadáver paterno o materno. Envolvía el
cadáver, lo cargaba en la espalda, y comenzaba el retorno al pueblo llorando a
gritos en el trayecto. Ese tipo de llanto era la forma de demostrar su amor
filial a los que podían oírle.
Sidarta
Gautama (el último Buda, siglo V antes de Cristo) ya había enseñado que el ser
humano tenía cuatro sufrimientos: nacimiento, enfermedad, vejez y muerte. También
recordé al peruano Manuel González Prada quien había lanzado una proclama dirigida
a los mayores y menores: Los viejos a la tumba. Los jóvenes a la obra.
El
sábado y el domingo aparecieron los hijos y nietos con sus carros de marcas
extranjeras como Mercedes Benz, BMW, Audi…, demostración del poder económico. Sacaron
al anciano o anciana por unas horas para devolverlos después. Sin embargo, ¡ay!,
había ancianos que seguían mirando horas y horas hacia el exterior sin
localizar a un familiar o conocido. Después del tiempo de vana espera sacarían la
terrible y triste conclusión: “Estoy, realmente, abandonado y olvidado”. El
suspiro largo y profundo, el único compañero inseparable. Se marchaban a sus
cuartos lentamente, silenciosos y cabizbajos. Lo que estábamos viendo en
nuestro hospedaje era el “moderno koryochang” de gente con dinero. Un negocio
muy lucrativo para laicos y religiosos.
“Qué
enseñanza a los menores. Los años pasarán; estos nietos también enviarán a sus
padres a las casas de retiro”, comenté contrariado y decidido a salir del lugar.
Unos días habían sido suficientes para organizarnos para cumplir nuestros
compromisos.
El
desarrollo económico y tecnológico da muchas comodidades; pero éstas, de
ninguna manera significan felicidad ni madurez espiritual.
Centros de ancianos
Fuera
de la casa de retiro, a la que me he referido, en Corea del Sur hay centros de
ancianos porque las empresas constructoras están obligadas a destinar un local
para los adultos mayores. Allí ellos se reúnen, conversan, juegan, leen
periódicos, ven la televisión y hacen sus programas de fiestas y paseos. Me
consta porque mi suegra participaba con entusiasmo en esas reuniones.
En
muchas familias de Perú y Corea los abuelos todavía conviven con los nietos compartiendo
la pobreza y riqueza, aunque sea en un espacio reducido. Una clara demostración
de que la familia todavía está viva y en pleno diálogo de las generaciones.
Pero, si en cada barrio peruano hubiera un centro de ancianos como en Corea del
Sur, habría vida más solidaria. Si, además, hubiera el programa estatal de
atención a los adultos mayores sería una buena ayuda a la familia. Entonces sí,
la longevidad sería una bendición.
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