Francisco Carranza Romero*
El
ciudadano Edmundo -llamémoslo así a este ciudadano del mundo- de padres
asiáticos, nació en Las Canarias, España. El nombre de la isla importa poco.
Por el principio legal jus loci o jus terrae (la nacionalidad por el lugar
de nacimiento), más aceptado y practicado en el mundo, es canario, es español.
En los primeros años de la adquisición de la lengua aprendió la lengua de sus
padres asiáticos y el español canario. Por la obsesión educativa de sus padres
aprendió otras lenguas con el correr de los años: francés, árabe e inglés.
Comparado con un monolingüe hispano, Edmundo era de un mundo más vasto y de
mayor tolerancia por la coexistencia de varios códigos comunicativos en su
mente.
Su condición de multilingüe y multicultural le ayudó en la Primaria y
Secundaria a desarrollar su memoria, raciocinio y comprensión; los que se
demostraron en sus calificaciones sobresalientes.
Sin
embargo, por sus ojos pequeños y rasgados, desde la niñez estaba cansado y casi
resignado de escuchar el calificativo dirigido a él: ¡Chino! ¡Chino! ¡Chino! Y
estas palabras, algunas veces, se volvieron en insultos por la mala intención
de algunos emisores. “Yo no soy chino, soy español y coreano. Debo aprender a
defenderme de estos tipos que joden mucho.” Fue esta decisión que lo llevó a
tocar la puerta de un gimnasio de las Palmas de Gran Canaria para aprender el boxeo
y la lucha canaria. Entonces ya tenía 18 años.
Las
minorías étnicas sufren las burlas y ofensas de la mayoría. Fenómeno social no
sólo de Las Canarias sino de todo el mundo porque los grandes rebaños ponen
dificultades de integración a los nuevos miembros y a las minorías.
A
los 19 años Edmundo se presentó al ejército español como voluntario. Por sus
buenas condiciones físicas y certificados de estudio fue aceptado ipso facto. Allí
también fue llamado “chino”; pero tan insultativo como en otros casos. Demostrando
disciplina, buena voluntad y su facilidad para comunicarse en varios idiomas
pasó el tiempo que dura el servicio militar. Algunos jefes, que no eran unos
simples militares, reconocieron sus cualidades y coincidieron: Edmundo no es un
soldado común.
Cuando
ya se acercaba el tiempo de ser dado de baja, un comprensivo superior lo llamó
y aconsejó: Soldado Edmundo, postula a la Guardia Civil, allí se necesita gente
de buena formación física y mental. Además, tú sabes varios idiomas. Si
ingresas, serás muy útil a la institución.
Volvió
sonriente y con un proyecto a la casa, se preparó e ingresó a la Guardia Civil.
Como parte de su formación policial, tuvo que ir a un centro de adiestramiento
en Zaragoza. Allí, otros nuevos miembros de la Guardia Civil, en especial los
del norte de España, comenzaron a fastidiarlo a cada rato y en voz alta: ¡Chino!
¡Chino! ¡Chino! Sin embargo, el andaluz Pepe, harto de los jodidos compañeros
norteños, lo trató con amabilidad y hasta evitó que le hicieran el cargamontón,
propio de las manadas de las fieras uniformadas.
-Edmundo,
no hagas caso a esos giles que se creen los únicos españoles. ¡Esos joden por
joder! Hasta conmigo se meten porque soy sevillano.
Edmundo
estaba muy preocupado. ¿Cómo debo responder a estos jodidos y cansones? ¿Alguno
de ellos sabrá boxear? Ese Santiago me jaló la manta anoche al pasar cerca de
mi cama, y me ha empujado delante de todos en la fila antes de entrar al
rancho. Es más alto y fornido que yo, pero jadea rápido en las carreras y
planchas. Tiene mucha popularidad entre los norteños. Veré la oportunidad para
demostrarle que no le tengo miedo. Sí, lo haré, pase lo que pase.
Un
mediodía, en un momento de descanso, salieron a la cancha de fútbol para
relajarse. En eso, cuando Edmundo pasaba con su maletín en el hombro izquierdo,
una pierna se interpuso en el camino. Edmundo casi se fue de bruces, rápida
reacción del fuerte brazo derecho lo evitó; pero sí cayó el maletín que
contenía sus materiales deportivos. El grupo de Santiago soltó una carcajada
sonora. Edmundo se paró rápido y firme. Abrió las piernas, miró desafiante a
los que se reían de él, respiró lentamente mientras la sangre le subía a la cabeza.
Esto es provocación, si no les respondo me pueden humillar, pensó decidido.
-¡Quién
fue! -Gritó y miró sin miedo al grupo provocador-. Repito: ¡Quién fue! ¡Quién de
ustedes es el más macho para pelear conmigo! –Sacó los guantes de su maletín que
ya estaba en su hombro izquierdo y les mostró a los sorprendidos y mudos provocadores.
Ellos no esperaban esa respuesta-. Aquí están los guantes -habló palabra por
palabra mostrando el par de guantes marrones-. Repito: ¡Quién pelea conmigo!
El
silencio del grupo continuó ante la inesperada reacción. Unos bajaron los ojos,
otros se quedaron mirándolo con las bocas abiertas. Pepe, inmediatamente, se
puso al lado de Edmundo. La pelea tenía que ser uno contra uno. Los bravucones
de rebaño recularon. Un jefe que había escuchado una voz desafiante aceleró los
pasos sospechando que algo pasaba cerca del campo de fútbol.
-¡Oye,
Santiago!, tú hiciste esa mala broma. Ahora recibe, ponte estos guantes y demuestra
cuán bueno eres en la pelea como en el cachondeo.
Ante
la mirada desafiante de Pepe y Edmundo, Santiago recibió los guantes de mala
gana. Un compañero norteño comenzó a amarrarle los guantes. Pepe sonreía,
mientras amarraba los guantes a Edmundo; estaba seguro que su amigo daría una
buena lección a ese creído Santiago. Antes y después de las prácticas del boxeo
en las noches platicaban y así se sabían muchas cosas.
Rápido
se formó un círculo para ver la pelea del fastidioso y vozarrón Santiago versus
el noble y amigable Edmundo. Los sureños y los del centro se juntaron a Pepe.
Después
de unos carraspeos nerviosos de Santiago comenzó el intercambio de los primeros
golpes. Edmundo, recordando todo lo sufrido, lanzó un derechazo al estómago de
Santiago, quien, bajó la guardia e inmediatamente respondió dejando su rostro
sin protección. Esta situación fue aprovechada por Edmundo que le golpeó la
cara varias veces. Eran los golpes contenidos. Santiago, con el rostro rojo y herido
en su orgullo, se lanzó al ataque sin estrategia y sin control demostrando que
no sabía boxear. En esa desesperación siguió recibiendo golpes en las orejas, en
la frente, en la nariz, en los labios… hasta que la sangre brotó de las fosas nasales
y encías.
-¡Basta!
¡La pelea terminó! -Era el jefe que había visto la desigual pelea-. Ahora,
quítense los guantes y dense las manos como buenos deportistas y compañeros de
la Guardia Civil.
Inmediatamente
los compañeros ayudaron a desatar los guantes. Ante la sonrisa del grupo de
Pepe y la seriedad y la palidez del grupo de Santiago, los boxeadores quedaron sin
guantes y se dieron las manos. Edmundo apretó fuerte la mano fría de Santiago. Desde
entonces, el guardia Edmundo fue respetado por todos. Y Pepe, emocionado, contó
varias veces que su amigo había sido campeón canario del boxeo, que también
sabía la lucha canaria, y que hablaba muchas lenguas.
Algunas
veces, para entrar al círculo social cerrado hay que derribar los duros cercos.
Edmundo volvió a Las Canarias donde fue ubicado en una sección especial donde
se usa más la inteligencia que la fuerza física.
Una
pregunta, quizás innecesaria para quienes conocen Asia: ¿Cuál habría sido la
vida de Edmundo, de padres extranjeros, si hubiera nacido en Corea o Japón?
*Profesor de la Universidad de Corea del Sur, de nacionalidad Peruana-Sud América.
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