Alfredo Filomeno fue miembro del Comité Ejecutivo Nacional, secretario general de la Juventud DC, secretario general del PSR y miembro del Consejo Directivo de la IU. Sus recuerdos en esta serie de crónicas de los años 60-90, ilustran ahora sobre todo en tiempos electorales, a los pobres de tiempo y de voluntad por conocer el país que nos cobija, sin perder el optimismo necesario para volver a los sueños de una Democracia Felicitaciones al equipo que contribuye con esta fuente de análisis, referente valioso. Jorge Zavaleta Alegre, Corresponsal de Diario 16 y Cambio16 de Madrid.
Gobierno de Morales Bermúdez. Se había iniciado el 24 mayo de 1978 con la persecución a los partidos de izquierda que participaban de la campaña electoral para los comicios de la Asamblea Constituyente que debía realizarse el 18 de junio y que no cesaría incluso el mismo día de las elecciones (Ver crónica “Hace 35 años fui un papá de la calle” del 24 de mayo de 2013).
Tratábamos que en las reuniones entre miembros de la Comisión Política del Partido Socialista Revolucionario no participaran más de tres. Y cuando fueran reuniones con otros militantes del partido, taTeníamos casi tres semanas en esta etapa de clandestinidad, la más extensa que viví durante el gmpoco fueran muy amplias, no más de seis o siete personas. Siempre en sitios muy seguros pues la mayoría estábamos en la clandestinidad.
En un pequeño departamento en Magdalena nos reunimos una mañana Rafael Roncagliolo, Marcial Rubio y yo. O Rafo, Malulo y el Flaco, como nos conocían nuestros amigos. Era parte de las evaluaciones periódicas que realizábamos, para cumplir las tareas que debíamos realizar. Marcial mantenía reuniones con los GAP, grupos de acción política, que reunían a 6, 8, 10 o incluso más militantes, particularmente con los constituidos por jóvenes considerando que era un profesor universitario en ese momento cerca de cumplir 30 años. Pese a que trabajaba en DESCO donde ya había sido sub director -y once años después sería presidente- una importante ONG en la que yo también laboraba, no era imposible pensar que la vocación de Malulo por la docencia universitaria que paralelamente practicaba la mantendría toda la vida. Más difícil resultaba imaginar que su vinculación con la Pontificia Universidad Católica lo llevaría a ser Jefe del Departamento Académico de Derecho, vicerrector académico, primero y vicerrector administrativo después y desde el año 2009 rector de esa universidad.
“HAY QUE PENSAR EN UNA LOCURA…”
Una buena parte de la necesariamente corta conversación tuvo que ver con la impotencia de realizar una campaña electoral, por definición momento de gran despliegue de propuestas públicas, en forma clandestina con imposibilidad de realizar actos masivos, con una prensa que nos ignoraba y sólo descansando en la publicidad “boca a boca” de nuestra militancia junto con el reparto de pequeños volantes. Había que buscar formas para que pese a la decisión gubernamental de acallarnos, alguna de nuestras acciones trascendiera…
Una forma importante pero claramente insuficiente eran las osadas sesiones de pintas con nuestras siglas en lugares estratégicos a plena luz del día. Lo hacíamos las tardes que jugaba la selección peruana en el Campeonato Mundial de la Argentina, aprovechando que las calles estaban vacías, sin transeúntes ni policías. Aunque sabedores que la militancia estaba dispuesta a sacrificarse, los dirigentes no llegábamos a extremos: se pintaba solamente durante el primer tiempo de los partidos para dejar que todos vieran el segundo tiempo, incluidos los dirigentes que muchas veces -cuando claramente no corríamos riesgos innecesarios- también participábamos de las “pintas”.
Al terminar la reunión, parados ya los tres, Marcial dijo que teníamos que pensar en algo espectacular, algo que no se pueda acallar, en alguna locura, por ejemplo que Leonidas vaya a Palacio de Gobierno a “cuadrar” a Morales Bermúdez o algo así. Cuando Malulo dijo eso, Rafo y yo nos miramos por unos segundos, mientras nos dirigíamos a la puerta. Salimos con diferencia de un par de minutos a los Volkswagen que estábamos usando, primero Rafo, mientras que yo establecía el momento del siguiente contacto con Malulo.
CON CUATRO COMPAÑEROS QUE NO IMAGINABAN SERÍAN MINISTROS
El departamento en que se alojaba por esos días Marcial era de dos de sus ex alumnos, egresados de Derecho a fines de 1976, y que a esas alturas ya habían obtenido el título de abogados. Con unos cinco o seis años menos que Marcial, serían en los siguientes años docentes también de la Católica y destacarían en el mundo académico. Eran Walter Albán Peralta, quien encabezó la lista de los fundadores del PSR que estaba en orden alfabético, y Francisco Eguiguren Praelli. Esa mañana no los vi aunque la primera vez que contacté a Marcial en esa etapa de la clandestinidad si pude conversar con ellos.
Mientras conducía el auto haciendo tiempo para otra reunión, estaba pensando en muchas cosas, particularmente en la “locura” que Malulo había soltado. Y recordé la ubicación de todas las calles y pasajes aledaños a Palacio. Para eso me ayudó mucho que esas zonas habían sido recorridas cientos de veces por mí durante mi niñez y los primeros años de juventud cuando vivía en el Rímac. Pero además que había visto una serie de cambios arquitectónicos en las semanas anteriores cuando en la clandestinidad necesitaba cubrir “las horas muertas” caminando solo por el Cercado de Lima.
También pensaba en otras cosas como las carencias económicas cada vez mayores para las actividades partidarias. En lo que de ninguna manera pensaba era que mis dos interlocutores de esa mañana serían ministros. De Educación, Marcial entre noviembre del 2000 y julio de 2001, en el breve gobierno de transición de Valentín Paniagua, y Canciller, Rafo a partir del 28 de julio de 2011 en el gobierno de Ollanta Humala. Menos aún se me hubiera ocurrido que Eguiguren sería ministro de Justicia también el 2011 y Albán titular del Interior en el 2013.
¿ERA AUDACIA O LOCURA?
Como la mayoría de las noches en esas semanas, a las ocho y media de la noche del lunes 12 de junio nos encontramos con Rafo y Antonio Meza Cuadra, secretario general del PSR, para hacer nuestra diaria evaluación de la situación política (Ver crónica “Clandestinidad y cafés en Lima” del 16 de febrero de 2013). Fui el último en llegar. ¿Sobre qué crees que estamos hablando?, me pregunto Rafo sonriente. Sobre cómo hacemos para que Leonidas entre a Palacio, le contesté sin dudar. Se nota que ustedes politiquean juntos hace mucho tiempo, dijo riendo Antonio. Desde fines de 1960, concluí.
Efectivamente, como estábamos buscando algún hecho que nos permitiera hacer noticia que pudiera ser trasmitida “boca a boca”, a Rafo como a mí nos impactó la “locura” de la que había hablado Marcial Rubio en la mañana de ese día. Y de eso conversamos en los minutos siguientes. ¿Es posible hacerlo? Nos preguntamos. Vimos pros y contras y concluimos que era posible y comenzamos a hacer un listado de todo lo que tendríamos que hacer.
Un primer punto era conocer la opinión de Leonidas Rodríguez, presidente del PSR, con orden de deportación desde el 24 o 25 del mes anterior por lo que permanecía en la clandestinidad desde esa fecha. No era una situación de las más difíciles de mantener, ya que habíamos decidido que Leonidas no se moviera a reuniones. Sólo se le cambiaba de casa cada cinco o seis días y éramos a esas alturas sólo los tres que conocíamos dónde se hallaba. Teníamos mecanismos como para que si alguno de los tres fuera detenido, los otros fueran alertados y que nuestro presidente fuera cambiado de lugar. Con Rafo ya habíamos probado fórmulas para alertar al otro sin que el emisario fuera consciente que estaba trasmitiendo un mensaje (Ver crónica “Metralletas en el techo de mi casa” del 19 de julio de 2013).
Con Leonidas habíamos decidido días antes que acudiría a votar el 18 de junio. Teóricamente nadie podía ser detenido ese día, así estaba legalmente establecido. Pero éramos conscientes que ese era el único momento en que la represión tenía seguridad de saber en dónde estaría y en qué día. Lo más seguro entonces era que fuera detenido incluso antes de votar y en el plazo más breve –horas después- se le deportaba para demostrar que las decisiones del gobierno se cumplen. Era cuestión de esperarlo entre las 9 de la mañana y cuatro de la tarde en el local donde quedaba su mesa de votación. En el caso muy improbable que votara y no pasara nada, tomaría un taxi cualquiera -de un militante no conocido que pondríamos en las afueras del local- con dirección a su casa y se le seguiría discretamente y, ante el improbable caso que ningún auto policial apareciera persiguiéndolo, el taxi haría una serie de maniobras para entregarlo a otro auto que lo llevaría a su quinto o sexto refugio.
La idea de ir a Palacio, en el peor de los casos, era adelantar su detención, aunque estábamos seguros que alguna solución se podría encontrar para evitarla. Pero lo primero era lo primero. A la mañana siguiente nos encontramos los tres, con todas las precauciones del caso, en una casa situada en Pueblo Libre, en o muy cerca de la avenida Mariano H. Cornejo, pasando la plaza de la Bandera y la Huaca Mateo Salado. El dueño de casa era un médico simpatizante del PSR y muy amigo de Antonio. No tenía hijos pequeños ni empleada doméstica, lo cual reducía los riesgos que inadvertidamente se comentara con otras personas sobre la presencia de un extraño en la casa.
Desde que comenzó la clandestinidad, Leonidas sólo había estado en las calles las veces que se trasladó de una casa a otra. Estaba literalmente harto de permanecer en casas sin salir, conversando algunas horas al comenzar o al terminar el día con sus anfitriones, considerando que se trataba de personas que trabajaban y, esperando que llegáramos los tres o cuatro dirigentes que teníamos contacto con él, en reuniones necesariamente breves. Por tanto, no dudó en aceptar que siguiéramos adelante con el plan de ingreso a Palacio de Gobierno. En el peor de los casos, se adelantará mi deportación tres o cuatro días, nos dijo. No había mucho tiempo para preparar el operativo, por lo que ratificamos la fecha con que estábamos trabajando provisionalmente: el jueves 15 de junio, es decir 48 horas después.
TERMINAMOS DE PLANEAR LA AUDAZ ACCIÓN
Esa noche Antonio, Rafo y yo afinamos el plan que veinticuatro horas antes comenzáramos a esbozar. Sólo los tres y Leonidas conocíamos el objetivo final y sólo nosotros tres, las tareas que tendrían que confluir para lograr ese objetivo. El detalle de las responsabilidades que encargaríamos a varios de los dirigentes la conoceríamos únicamente cada uno de nosotros. Y esos dirigentes serían informados solamente de lo que le correspondía realizar, aunque les pudiera resultar medio absurdas las indicaciones.
Fijamos lo que cada uno tenía que hacer al día siguiente. Antonio se encargaría de hablar con Leonidas y explicarle el plan y quedar en recogerlo en la mañana del jueves, además contactaría a Oscar Balbuena para que ubique a un compañero que tenía una motocicleta y que pudiera estar el jueves por los alrededores de la Iglesia Santo Domingo... También seleccionaría a una persona de confianza que dos días después recogiera el maletín de Leonidas de la casa del médico en Pueblo Libre y lo tuviera en un vehículo en un punto del centro de Lima y, conseguiría una nueva casa de refugio para el caso que lográramos que no fuera detenido al salir de Palacio de Gobierno.
Rafo debía contactar a varios periodistas extranjeros y decirles a qué hora debían esperar que los recogieran, con todas las advertencias de confidencialidad del caso. Al mismo tiempo organizaría el traslado individual de cada uno de ellos a un local que también tendría que asegurar. Además, tener a los fotógrafos localizados cerca de donde se encontrarían con Leonidas. Asimismo tendría que contactar con el ya destacado periodista César Hildebrandt, que en ese momento trabajaba en la revistaCaretas, para darle la única entrevista exclusiva a un medio de comunicación peruano.
Yo, por mi parte, tendría que hablar con Francisco “Paco” Moncloa, para que organice una conferencia de prensa con los medios peruanos en un local que teníamos en el jirón Carabaya en un edificio a treinta metros de la Plaza San Martín. Por otro lado, debía quedar con José María “Chema“ Salcedo, personero legal del PSR, para que el jueves estuviera en un café cercano a Palacio, pagara su consumo apenas se lo trajeran y me esperara. Aunque Chema no lo sabría hasta unos cinco minutos antes, sería el único dirigente partidario que iba a acompañar a Leonidas a entrar a Palacio.
La noche del miércoles nos reunimos por última vez antes del inicio del operativo. Los tres habíamos podido cumplir con las tareas que nos habíamos encomendado. Volvimos a repasar todo cuidadosamente y dedicamos especial cuidado a la única ruta de escape posible que teníamos para Leonidas y que había planteado yo, considerando que, como ya señalé, conocía bastante la zona. Al despedirnos esa noche lo hicimos con la seguridad que todo saldría bien. Sólo nos quedaba en la mañana siguiente dar la indicación a cada uno de los encargados para que inicien sus tareas. Cuando volví a verlos a ambos no había ya que hacer ningún ajuste al operativo sino que estaríamos en su pleno desarrollo. Pero esa es una historia que relataré en otra crónica.
Un abrazo