https://es.unesco.org/courier/2018-1/correo-unesco-70-anos-lectura-inspiradora
Jorge Zavaleta Alegre
"Cabaña del tio Tom", es un libro que encendió una guerra. Harriet Beecher Stowe escribió que sólo quería demostrar la injusticia de la esclavitud, pero su obra inducía a demosstrar que el abolicionismo de la esclavitud era la clave en el estallido de la Guerra de Secesión. En el siglo XXI, en la cátedra de literatura de universidades de prestigio, 155 años después se la critica por crear unos personajes insufriblemente resignados.
Estudios de esta dolorosa etapa (1861. 1865) refieren que mientras millares de vidas se perdían en los campos de batalla de Estados Unidos, durante la Guerra de Secesión que enfrentó a los estados esclavistas del Sur con los abolicionistas del Norte, el presidente Abraham Lincoln mantuvo una entrevista con la esposa del predicador Calvin Stowe. Antes de empezar a charlar el político miró risueñamente a la mujer y dijo: «De modo que es usted la mujercita que ha provocado el estallido de esta guerra...».
Estamos en el 2020, y los habitantes de la tierra despertamos de una larga pesadilla, cuya sanción legal o moral, pasa por alto, no obstante que la barbarie del racismo ha sembrado de estupor y/o de indiferencia a personas y pueblos enteros.
Tras la muerte de otro ciudadano estadounidense de origen afroamericano bajo custodia policial, la responsable de ONU Derechos Humanos asegura que los agentes que recurren al uso excesivo de la fuerza deben ser procesados y condenados por los delitos cometidos. También debe examinarse a fondo, reconocerse adecuadamente y abordarse el papel que juega en esas muertes la discriminación racial arraigada y generalizada.
La Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, condenó el asesinato de George Floyd: "Este es el último de una larga lista de asesinatos de afroamericanos desarmados a manos de agentes de policía estadounidenses y miembros de las fuerzas públicas", dice Bachelet mostrando su consternación por "tener que añadir el nombre de George Floyd al de Breonna Taylor, Eric Garner, Michael Brown y muchos otros afroamericanos desarmados que han muerto a manos de la policía durante los últimos años, así como personas como Ahmaud Arbery y Trayvon Martin que fueron asesinados por agentes públicos armados".
Pero, según informaciones de prensa, el Departamento de Policía de la ciudad estadounidense de Minneapolis atribuye la muerte de Floyd el pasado lunes a un "incidente médico".
Racismo en América toda.
Panorama demográfico y social sobre la situación afrodescendente en la región, es una nueva publicación del CELADE: “Situación de las personas afrodescendientes en América Latina y desafíos de políticas para la garantía de sus derechos”. La región tiene el imperativo de lograr la igualdad en la diversidad, considerando también el aporte de las personas y comunidades afrodescendientes al desarrollo de los países.
El Decenio Internacional para los Afrodescendientes 2015-2024, proclamado por la ONU , con sus pilares de reconocimiento, justicia y desarrollo, ofrece un marco para avanzar en el cierre de las brechas de implementación entre las normativas vigentes y la vida cotidiana de las mujeres y hombres afrodescendientes.
El colegio médico del Perú revela que otorrinolaringólogos señalan que en Lima cada especialista atiende entre 20 y 25 rinoplastias al mes. De ellas, unas tres cuartas partes son personas que desean reducir su nariz aguileña, para olvidar los rasgos propios de su origen, los rasgos que provocan discriminaciones habituales. Los rasgos andinos, y también los de algunas etnias amazónicas, en vez de un motivo de orgullo, son un estigma social.
“Serrano” (como se denomina a los andinos) y “cholo” (el mestizo de sangre europea e indígena) son utilizadas como palabras despectivas. En los centros de salud de los pueblos de los Andes, los locales reciben un trato despectivo por no entender bien el castellano y en las escuelas capitalinas los niños de padres provincianos suelen ser objeto de bullying. Lo más curioso es que aproximadamente el 95% de la población tiene alguna ascendencia indígena -es una estimación pues ni siquiera hay información estadística oficial sobre los pueblos indígenas.
EL SUEÑO DEL PONGO
https://lecturia.org/cuentos-y-relatos/jose-maria-arguedas-sueno-del-pongo/1062/
El antropólo y novelista José María Arguedas, nacido en Ayacucho-Perú, en una de sus recopilaciones de historias y costumbres del mundo andino, incluye "El sueño del pongo", relato que décadas se omitió en textos escolares y libros, recién con Internet se puede acceder a fuentes múltiples. El texto siguiente se ubica, por ejemplo, en la biblioteca digital del Congreso de Washington-Unesco, entre los numersos libros que publicó este notable autor y se continúa editando.
Arguedas dedica el relato a la memoria de don Santos Ccoyoccossi Ccataccamara, Comisario Escolar de la comunidad de Umutu, provincia de Quispicanchis, Cuzco. Don Santos vino a Lima seis veces; consiguió que lo recibieran los Ministros de Educación y dos Presidentes. Era monolingüe quechua. Cuando hizo su primer viaje a Lima tenía más de sesenta años de edad; llegaba a su pueblo cargando a la espalda parte del material escolar y las donaciones que conseguía. Murió hace dos años. Su majestuosa y tierna figura seguirá protegiendo desde la otra vida a su comunidad y acompañando a quienes tuvimos la suerte de ganar su afecto y recibir el ejemplo de su tenacidad y sabiduría:
Un hombrecito se encaminó a la casa-hacienda de su patrón. Como era siervo iba a cumplir el turno de pongo, de sirviente en la gran residencia. Era pequeño, de cuerpo miserable, de ánimo débil, todo lamentable; sus ropas, viejas.
El gran señor, patrón de la hacienda, no pudo contener la risa cuando el hombrecito lo saludó en el corredor de la residencia.
—¿Eres gente u otra cosa? —le preguntó delante de todos los hombres y mujeres que estaban de servicio.
Humillándose, el pongo no contestó. Atemorizado, con los ojos helados, se quedó de pie.
—¡A ver! —dijo el patrón—, por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la escoba, con esas manos que parece que no son nada. ¡Llévate esta inmundicia! —ordenó al mandón de la hacienda.
Arrodillándose, el pongo le besó las manos al patrón y, todo agachado, siguió al mandón hasta la cocina.
El hombrecito tenía el cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como las de un hombre común. Todo cuanto le ordenaban hacer lo hacía bien. Pero había un poco de espanto en su rostro; algunos siervos se reían de verlo así, otros lo compadecían. «Huérfano de huérfanos; hijo del viento de la luna debe ser el frío de sus ojos, el corazón pura tristeza», había dicho la mestiza cocinera, viéndolo.
El hombrecito no hablaba con nadie; trabajaba callado; comía en silencio. Todo cuanto le ordenaban, cumplía. «Sí, papacito; sí, mamacita», era cuanto solía decir.
Quizás a causa de tener una cierta expresión de espanto, por su ropa tan haraposa y acaso, también, porque no quería hablar, el patrón sintió un especial desprecio por el hombrecito. Al anochecer, cuando los siervos se reunían para rezar el avemaría, en el corredor de la casa-hacienda, a esa hora, el patrón martirizaba siempre al pongo delante de toda la servidumbre; lo sacudía como a un trozo de pellejo.
Lo empujaba de la cabeza y lo obligaba a que se arrodillara y, así, cuando ya estaba hincado, le daba golpes suaves en la cara.
—Creo que eres perro. ¡Ladra! —le decía.
El hombrecito no podía ladrar.
—Ponte en cuatro patas —le ordenaba entonces.
El pongo obedecía, y daba unos pasos en cuatro pies.
—Trota de costado, como perro —seguía ordenándole el hacendado.
El hombrecito sabía correr imitando a los perros pequeños de la puna.
El patrón reía de muy buena gana; la risa le sacudía el cuerpo.
—¡Regresa! —le gritaba cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran corredor.
El pongo volvía, de costadito. Llegaba fatigado.
Algunos de sus semejantes, siervos, rezaban mientras tanto el avemaría, despacio, como viento interior en el corazón.
—¡Alza las orejas ahora, vizcacha! ¡Vizcacha eres! —mandaba el señor al cansado hombrecito—. Siéntate en dos patas; empalma las manos.
Como si en el vientre de su madre hubiera sufrido la influencia modelante de alguna vizcacha, el pongo imitaba exactamente la figura de uno de estos animalitos, cuando permanecen quietos, como orando sobre las rocas. Pero no podía alzar las orejas.
Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de ladrillo del corredor.
—Recemos el padrenuestro —decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila.
El pongo se levantaba a pocos, y no podía rezar porque no estaba en el lugar que le correspondía ni ese lugar correspondía a nadie.
En el oscurecer, los siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío de la hacienda.
—¡Vete, pancita! —solía ordenar, después, el patrón al pongo.
Y así, todos los días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la servidumbre. Lo obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la mofa de sus iguales, los colonos[1].
Pero…, una tarde, a la hora del avemaría, cuando el corredor estaba colmado de toda la gente de la hacienda, cuando el patrón empezó a mirar al pongo con sus densos ojos, ése, ese hombrecito, habló muy claramente. Su rostro seguía como un poco espantado.
—Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte —dijo.
El patrón no oyó lo que oía.
—¿Qué? ¿Tú eres quien ha hablado u otro? —preguntó.
—Tu licencia, padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte —repitió el pongo.
—Habla… si puedes —contestó el hacendado.
—Padre mío, señor mío, corazón mío —empezó a hablar el hombrecito—. Soñé anoche que habíamos muerto los dos juntos; juntos habíamos muerto.
—¿Conmigo? ¿Tú? Cuenta todo, indio —le dijo el gran patrón.
—Como éramos hombres muertos, señor mío, aparecimos desnudos, los dos juntos; desnudos ante nuestro gran Padre San Francisco.
—¿Y después? ¡Habla! —ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosidad.
—Viéndonos muertos, desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nos examinó con sus ojos que alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. A ti y a mí nos examinaba, pesando, creo, el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que somos. Como hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío.
—¿Y tú?
—No puedo saber cómo estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo.
—Bueno. Sigue contando.
—Entonces, después, nuestro Padre dijo con su boca: «De todos los ángeles, el más hermoso, que venga. A ese incomparable que lo acompañe otro ángel pequeño, que sea también el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la copa de oro llena de miel de chancaca más transparente».
—¿Y entonces? —preguntó el patrón.
Los indios siervos oían, oían al pongo, con atención sin cuenta pero temerosos.
—Dueño mío: apenas nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció un ángel, brillando, alto como el sol; vino hasta llegar delante de nuestro Padre, caminando despacio. Detrás del ángel mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave como el resplandor de las flores. Traía en las manos una copa de oro.
—¿Y entonces? —repitió el patrón.
—«Ángel mayor: cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro; que tus manos sean como plumas cuando pasen sobre el cuerpo del hombre», diciendo, ordenó nuestro gran Padre. Y así el ángel excelso, levantando la miel con sus manos, enlució tu cuerpecito, todo, desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Y te erguiste, solo; en el resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si estuviera hecho de oro, transparente.
—Así tenía que ser —dijo el patrón, y luego preguntó—: ¿Y a ti?
—Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro gran Padre San Francisco volvió a ordenar: «Que de todos los ángeles del cielo venga el de menos valer, el más ordinario. Que ese ángel traiga en un tarro de gasolina excremento humano».
—¿Y entonces?
—Un ángel que ya no valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban las fuerzas para mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre; llegó bien cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande. «Oye, viejo —ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel—, embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el cuerpo, de cualquier manera; cúbrelo como puedas. ¡Rápido!». Entonces, con sus manos nudosas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado. Y aparecí avergonzado, en la luz del cielo, apestando…
—Así mismo tenía que ser —afirmó el patrón—. ¡Continúa! ¿O todo concluye allí?
- —No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los dos, ante nuestro gran Padre San Francisco, él volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a mí, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con la memoria. Y luego dijo: «Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya está hecho. Ahora ¡lámanse el uno al otro! Despacio, por mucho tiempo». El viejo ángel rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su color negro, su gran fuerza. Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera. (1*) Colono: indígena que pertenece a la hacienda. © Relato popular recopilado por José María Arguedas. Publicado en El sueño del pongo, 1965.
Comentario final del profesor y jurista, Adolfo Céspedes Thorndike:
La buena literatura siempre ha sabido mostrar la realidad con la ficción. En el relato de Arguedas hay subyacentes los deseos reprimidos de una raza marginada a la que se ha explotado en todo sentido y nivel.
Esta marginación no sólo la ha vivido y la viven los indígenas sino también los descendientes de los pobladores nativos de Asia y Africa sobre todo en las grandes urbes donde domina los arios o indoeuropeos. Es hasta cierto punto comprensible las protestas que observamos en ciudades de USA, por grupos raciales cansados de tanta postergación, abuso y desconocimiento de los derechos fundamentales de todo ser humano.
Dónde están los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Se han quedado en el papel y en el olvido de quienes se proclaman ser demócratas.
Nota, hay subyacentes los deseos reprimidos de reivindicación.
https://es.unesco.org/courier/2018-1/correo-unesco-70-anos-lectura-inspiradoraMUSICA ANDINA, José María Arguedas.
https://www.youtube.com/watch?v=cjYBHcI6KL4
Versión leída por José María Arguedas.
https://www.youtube.com/watch?v=ngcVIOpXYew
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