David Flores Vásquez
Hace unas noches veía un
programa de TV del exterior en que se
cuestionaba duramente al país el que, dice, se originó la pandemia, sin plantearse, no
obstante la gravedad, acción alguna. En
el acto me trasladé con la mente a mis ya lejanos años infantiles y recordé un
libro de lectura, no se si del
segundo o tercer año de primaria, en el
que mientras dos liebres cruzaban el campo, aparecieron dos grandes perros que bien podían dar fácil
cuenta de ellas. Estas, no obstante, se
pusieron a discutir si eran “galgos o podencos”, (tal era el título del texto).
Nuestro profesor nos ayudó con la interpretación en el sentido que allí lo
primero que tenían que hacer las liebres era ponerse a salvo en lugar de
ponerse a discutir.
“Galgos o podencos”,
nuevamente, dije yo, a estas alturas de la vida y viendo la TV. Felizmente el
Ejecutivo ha dado ya disposiciones que
pueden o no ser felices, pero ya actuó de inmediato. Ahora, simplemente hay que
obedecer. Entre otras cosas se ha dispuesto el estricto aislamiento social y en
esas andamos.
De pronto con mi esposa nos
sentimos solos entre cuatro paredes y en la ciudad hay un silencio sepulcral.
Advertimos que se puede conversar con la soledad que aprovecha para mostrarnos
su cara oculta que, en verdad, no conocíamos. He recobrado mi habilidad de
lavar servicios que, creo, solo estaba adormecida.
Vemos también, a través del periódico, las playas repletas de aves marinas que han “descubierto” que sin tránsito ni
bocinas, el mar tan cercano en Lima es agradable e invita a buscar
pececillos hasta en su propia orilla.
Es el confinamiento que se
ha ordenado para intentar detener una pandemia, inesperada y terrible. Resulta que los tiempos modernos
han permitido y permiten que no exista
ciudad en el mundo, por remota que sea,
que no esté interconectada. Por esta razón, el “virus”, el bendito
virus, viaja plácidamente y sin pagar
pasaje.
Dicen los entendidos
que superada esta difícil situación, las
cosas serán distintas, necesariamente. “Nada será como antes”, aluden. Todo
indica que, en efecto, cambiarán muchas cosas. Se dará más importancia a la
salud y espero que su Ministerio no será
solo uno más de las dependencias
burocráticas, sino motor de soluciones inmediatas. Ojalá subsista y se
incremente la solidaridad que de pronto se ha puesto de manifiesto, lo mismo que el sacrificio de muchos
ciudadanos como los médicos, enfermeras, policías, soldados, bomberos, etc. que dan su vida por
cuidar la nuestra. Ojalá también permita el reconocer que todos somos iguales y que nos necesitamos
los unos y los otros en mayor o menor
medida. Que no todo lo hace el dinero pues el virus no escoge a sus víctimas por su capacidad económica.
Tenemos que recordar que antes que nada está el hombre y que todo el oro del mundo será
insuficiente si no se le da primero el
lugar que le corresponde.
Esto me recordó lo que me contó una dama hace mucho
tiempo cuando, dice, su doméstica en un altercado hogareño le dijo: “En algún
momento, así tenga el dinero amontonado, éste no se moverá jamás para hacerle un mandado”. En
efecto, siempre hará falta la persona humana, y eso es verdad.
Estaba en esas cavilaciones
cuando en un intermedio me ha llegado un
Boletín del Club Rotario El Corregidor
de La Molina, Lima, del 9 de
abril en curso, en donde se
transcribe un artículo de Mario
Benedetti sobre la gente, artículo tan oportuno que me encanta y que deseo compartir,
transcribiéndolo, a mi vez, íntegramente, complementando y enriqueciendo
mis modestas líneas. Por eso, del
“Confinamiento” inicial, pasamos a un tema más amplio e importante.
El Artículo de Benedetti se
titula “La gente que me gusta” y
dice así:
“Me gusta la gente que vibra, que no hay que
empujarla que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace.
La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia
realidad.
Me gusta la gente con
capacidad de asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo
cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño; quien se permite huir de los consejos
sensatos dejando las soluciones en manos
de nuestro padre Dios.
Me gusta la gente que es
justa con su gente y consigo misma; la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive
cada hora con buen ánimo, dando lo mejor de él, agradeciendo el estar vivo, de
poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayuda generosamente, sin esperar nada en cambio.
Me gusta la gente capaz de
criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La
gente que tiene tacto.
Me gusta la gente que tiene
sentido de justicia. A estos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente que sabe
la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos
enseña a concebir la vida con humor. La gente que nunca dejar de ser aniñada.
Me gusta la gente que con su alegría contagia.
Me gusta la gente sincera y
franca, capaz de oponerse con argumentos razonables a las decisiones de
cualquiera.
Me gusta la gente fiel y
persistente que no desfallece cuando de
alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente de
criterio la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe
algo. La gente que al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver
a cometerlos. La gente que lucha contra la adversidad.
Me gusta la gente que busca
soluciones.
Me gusta la gente que piensa
y medita internamente. La gente que valora a sus semejantes. La gente que no
juzga ni deja que otros juzguen.
Me gusta la gente que tiene
personalidad.
Me gusta la gente capaz de
entender que el mayor error del ser
humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.
La sensibilidad, el coraje,
la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores y la
alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la
esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el
amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.
Con gente como esa, me comprometo
para lo que sea por el resto de mi vida,
ya que por tenerlas junto a mí, me doy por bien servido”.
Después de este hermoso
texto, ¿qué podría yo añadir?. Mejor olvidémonos del “Confinamiento” y hablemos
de la gente. Confiemos en ella, ahora que tanta falta hace y, sobre todo, hagamos como los asiduos
creyentes: confiemos en que en toda
circunstancia, “Dios proveerá”.
Tarde o temprano, el
Confinamiento terminará y solo Dios sabe en qué condiciones. Espero que la gente estará siempre, cerca de nosotros.
Ojalá que sea la que le gusta a Benedetti.
Lima, 10 de abril del
2020
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