Papel de Arbol

lunes, 20 de abril de 2020

CONFINAMIENTO SOCIAL POR EL CORONA VIRUS



                                                                           David Flores Vásquez

Hace unas noches veía un programa de  TV del exterior en que se cuestionaba duramente al país el que, dice,  se originó la pandemia, sin plantearse, no obstante la gravedad, acción alguna.  En el acto me trasladé con la mente a mis ya lejanos años infantiles y recordé un libro de lectura,  no se si del segundo  o tercer año de primaria, en el que mientras dos liebres cruzaban el campo, aparecieron  dos grandes perros que bien podían dar fácil cuenta de ellas. Estas, no obstante,  se pusieron a discutir si eran “galgos o podencos”, (tal era el título del texto). Nuestro profesor nos ayudó con la interpretación en el sentido que allí lo primero que tenían que hacer las liebres era ponerse a salvo en lugar de ponerse a discutir.


“Galgos o podencos”, nuevamente, dije yo, a estas alturas de la vida y viendo la TV. Felizmente el Ejecutivo ha dado ya  disposiciones que pueden o no ser felices, pero ya actuó de inmediato. Ahora, simplemente hay que obedecer. Entre otras cosas se ha  dispuesto el estricto aislamiento social y en esas andamos.


De pronto con mi esposa nos sentimos solos entre cuatro paredes y en la ciudad hay un silencio sepulcral. Advertimos que se puede conversar con la soledad que aprovecha para mostrarnos su  cara oculta  que, en verdad,  no conocíamos. He recobrado mi habilidad de lavar servicios que,  creo,  solo estaba adormecida.


Vemos también,  a través del periódico,  las playas repletas de aves marinas  que han “descubierto” que sin tránsito ni bocinas,  el mar tan cercano  en Lima es agradable e invita a buscar pececillos hasta en su propia orilla.


Es el confinamiento que se ha ordenado para intentar detener una pandemia, inesperada  y terrible. Resulta que los tiempos modernos han permitido y permiten que no exista  ciudad en el mundo, por remota que sea,  que no esté interconectada. Por esta razón, el “virus”, el bendito virus,  viaja plácidamente y sin pagar pasaje.


Dicen los entendidos que  superada esta difícil situación, las cosas serán distintas, necesariamente. “Nada será como antes”, aluden. Todo indica que, en efecto, cambiarán muchas cosas. Se dará más importancia a la salud y  espero que su Ministerio no será solo uno más  de las dependencias burocráticas, sino motor de soluciones inmediatas. Ojalá subsista y se incremente la solidaridad que de pronto se ha puesto de manifiesto,  lo mismo que el sacrificio de muchos ciudadanos como los médicos, enfermeras, policías,  soldados, bomberos, etc. que dan su vida por cuidar la nuestra. Ojalá también permita el reconocer  que todos somos iguales y que nos necesitamos los unos y los  otros en mayor o menor medida. Que no todo lo hace el dinero pues el virus no escoge  a sus víctimas por su capacidad económica. Tenemos que recordar que antes que nada está el hombre  y que todo el oro del mundo será insuficiente  si no se le da primero el lugar que le corresponde.


Esto me  recordó lo que me contó una dama hace mucho tiempo cuando, dice,  su doméstica  en un altercado hogareño le dijo: “En algún momento, así tenga el dinero amontonado, éste no se  moverá jamás para hacerle un mandado”. En efecto, siempre hará falta la persona humana, y eso es verdad.


Estaba en esas cavilaciones cuando en un intermedio  me ha llegado un Boletín del Club Rotario El Corregidor  de La  Molina, Lima, del 9 de abril en curso, en donde se  transcribe  un artículo de Mario Benedetti sobre la gente, artículo tan oportuno que  me encanta y que deseo compartir, transcribiéndolo, a mi vez, íntegramente, complementando y enriqueciendo mis  modestas líneas. Por eso, del “Confinamiento” inicial, pasamos a un tema más amplio e importante.


El Artículo de Benedetti se titula “La gente que me gusta”  y dice  así:


 “Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad.


Me gusta la gente con capacidad de asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño;  quien se permite huir de los consejos sensatos dejando las soluciones  en manos de nuestro padre Dios.


Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo  misma;  la gente que agradece el nuevo día, las  cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo, dando lo mejor de él, agradeciendo el estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayuda generosamente,  sin esperar nada en cambio.


Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto.


Me gusta la gente que tiene sentido de justicia. A estos los llamo mis amigos.

Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor. La gente que nunca dejar de ser aniñada.


Me gusta la gente que  con su alegría contagia.

Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos razonables a las decisiones de cualquiera.

Me gusta la gente fiel y persistente que no desfallece cuando  de alcanzar objetivos e ideas se trata.

Me gusta la gente de criterio la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos. La gente que lucha contra la adversidad.

Me gusta la gente que busca soluciones.

Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente que valora a sus semejantes. La gente que no juzga ni deja que otros juzguen.

Me gusta la gente que tiene personalidad.

Me gusta la gente capaz de entender que el mayor  error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.

La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores y la alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.


Con gente como esa, me comprometo para lo que sea por el resto de  mi vida, ya que por tenerlas junto a mí, me doy por bien servido”.


Después de este hermoso texto, ¿qué podría yo añadir?. Mejor olvidémonos del “Confinamiento” y hablemos de la gente. Confiemos en ella, ahora que tanta falta hace  y, sobre todo, hagamos como los asiduos creyentes: confiemos en que  en toda circunstancia, “Dios proveerá”.


Tarde o temprano, el Confinamiento terminará y solo Dios sabe en qué condiciones. Espero que  la gente estará siempre, cerca de nosotros. Ojalá que sea la que le gusta a Benedetti.

                                               Lima, 10 de abril del 2020

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