Escribe Manuel Domínguez Moreno
La música, la cultura, el arte o la escritura son elementos fundamentales de integración y de compromiso. Esto, que puede parecer lógico, choca frontalmente contra los intereses económicos de las dictaduras del capital que, por desgracia, también someten al arte.
Hay artistas en todos los ámbitos que ya viven sumisos ante las exigencias de multinacionales y de otras empresas cómplices e imitadoras de éstas, que en el pasado afirmaron que no lo eran, pero que, en realidad, aspiran a serlo de la peor de las maneras.
Sin embargo, hay otras y otros artistas, repito, en todos los ámbitos, que han decidido anteponer sus convicciones y su compromiso social a las presiones ejercidas desde quienes, en teoría, trabajan para lograr la dignidad y la libertad del artista, y resulta que mienten desde las más repugnante de las miserias, la coacción y el mal trato.
Esto es mucho más evidente en el mundo de la música que en el resto de escaños del arte porque la música es algo que, y eso muchos lo han olvidado, une e iguala a la gente. Se puede tener mucha cultura musical pero la belleza que está encerrada en un pentagrama une a quien no dispone de esos conocimientos más técnicos.
En el mundo actual los y las cantantes comprometidos y comprometidas socialmente son fundamentales porque son capaces, desde su arte, de acercar el sufrimiento del pueblo al sector de la sociedad, que son capaces, desde la conciencia, de sentir las injusticias provocadas por las élites y las dictaduras del capitalismo salvaje.
Podemos encontrarnos a un grupo musical y a una persona comprometida totalmente integrados en un instante simbiótico con personas que llegaron en patera a España, jugándose la vida en el Mediterráneo o el Atlántico, en las vistas de Melilla, del mar de Alborán o el Estrecho de Gibraltar. Concretamente anteayer, en Melilla, mostrando con su arte una denuncia de las injusticias, un soplo, unas notas que llenaron los oídos de los que allí se unieron con los cabos de la música y de los que, por desgracia, no lograron llegar a puerto porque murieron en una travesía que empezó plena de esperanzas que se truncaron ante la injusticia de un mundo occidental que les cierra las puertas.
La música es un elemento clave de denuncia de esta sociedad que se ha rendido al poder del capitalismo salvaje, del neoliberalismo impuesto por las élites excluyentes. La cultura, la música, la poesía, la escultura, la pintura, la literatura en general, el teatro, el cine, son elementos fundamentales de unión de la sociedad y la responsabilidad de los artistas no está en llenar estadios o en ganar millones en una subasta en Londres o Nueva York. El artista siempre debe mirar más allá y nadie puede cortar las alas de un compromiso que debería ser deontológico.
Un profesor, un albañil, un agricultor, un bombero, un arquitecto, un policía (en sus diferentes géneros), por citar algunas profesiones, está obligado y obligada a realizar su trabajo de manera correcta, además de poder ganarse el sustento con el compromiso hacia su profesión.
Sin embargo, esta obligación en el arte es transcendental por esa unión que genera, esa igualdad entre los seres humanos. Sin embargo, el capitalismo salvaje y sus «aficionados» llevan décadas intentando anestesiar a los artistas eliminando de su arte cualquier elemento que pueda comprometer sus beneficios.
Un ejemplo de ello lo tuvimos con los cantautores y la lucha contra las dictaduras. Víctor Jara fue fusilado por Pinochet por el contenido de sus canciones. En España, en los años 60, 70, 80 ,90 del siglo XX, canciones de Raimon, Lluís Llach, Luis Pastor, Marina Rossell, Imanol, José Antonio Labordeta, Carlos Cano, Pablo Guerrero, María del Mar Bonet, Patxi Andión, Cristina Del Valle, Moustaki y un largo etcétera, incluso actualmente, sirvieron y sirven para unir a las personas y para crear un viento de cambio, una sociedad que exigió una democracia. Ese era el compromiso de la música en aquellos años y en los presentes con otros y otras muchas artistas.
No obstante, el capital intenta silenciar las voces que muestran las injusticias. Lo vimos este verano cuando los partidos cómplices de esa sociedad gobernada por las dictaduras pusieron una mordaza a los artistas que en sus obras intentan enseñar las miserias de ese nuevo orden. Luis Pastor dijo que «si no nos rebelamos ahora, mañana mismo irán a por otros».
Se está pretendiendo que la única utilidad del arte, y cómo no de la música, sea la del entretenimiento que pretende llevar al pueblo al entetanimiento, es decir, la estrategia destinada a proteger los principios capitalistas y neoliberales que dirigen la globalización a través de anestesiar a la sociedad y eso es lo que utiliza el capital para distraer al mundo de sus responsabilidades sociales contra la injusticia.
Son muchos los y los artistas comprometidos y comprometidas que se encuentran con muchas dificultades en su profesión por las imposiciones del sistema dictatorial en busca de beneficios espurios sin considerar la coherencia, la ética, la libertad y la dignidad del arte en su máxima expresión. Esto les ocurre a los y a las artistas honestos y honestas por defender el compromiso con el fin de utilizar en algunos momentos su arte en favor de la solidaridad y la transmisión de uno de los grandes significados y objetivos del propio arte en general y, cómo no, de la música.
Este artículo está dirigido desde el compromiso con la libertad y la verdad a denunciar desde la razón sin miedo y el compromiso con el periodismo ético al capitalismo de la explotación, y no solamente al que cae del lado de las multinacionales, sino también al de los «aprendices» que tienen la responsabilidad de desarrollar, a través de la sociedad, la música comprometida, pero que lo que hacen es obstaculizar, frenar, presionar, incumplir con esos compromisos porque no desean que este tipo de arte sea el que realmente genere los sustentos necesarios para mantener sus empresas desde la dignidad.
Estos actos inhumanos, mercantilistas y presuntamente ilegales van a comenzar a dejar de serlo a través del cumplimiento de la existencia de actos de responsabilidad por parte de medios de comunicación libres e independientes. Y nadie nos lo va frenar porque nadie puede evitar que cumplamos, como periodistas, con nuestras obligaciones, Nadie va a impedir que nuestra «voz» sea oída desde el Cono Sur y Norte hasta Guadalajara.
Un medio de comunicación es un instrumento puesto al servicio de la sociedad para defender y denunciar las injusticias, y defendiendo a la coherencia, la justicia social, la igualdad real, no se le puede callar porque estas personas que son capaces de poner su arte al servicio del compromiso tendrán su espacio para denunciar la corrupción venga de donde venga y con los sones que vengan.
La ética no está reñida con el beneficio, sino que está reñida con algunas formas de conseguir beneficios, y muy enfrentada a la obtención de dicho beneficio a través de comportamientos espurios.
Denunciar la justicia no justa, la corrupción, de los explotadores, depredadores, y «trileros» con corbata es la obligación del periodismo. Denunciar lo denunciable, caiga quien caiga, aunque, en algunos casos, se esté permitiendo la defensa de los intereses espurios de otros, de los representantes de las dictaduras del capital que no tienen inconveniente en pagar lo que haga falta para que un medio de comunicación se convierta en un órgano de propaganda. Eso no es periodismo, es corrupción informativa y este tipo de corrupción es la peor que puede existir, mucho más que la política, la económica o la judicial, puesto que la corrupción de la información lo que está vendiendo es la propia libertad. No pasaremos por ese «escombro».
Desde estas páginas siempre vamos a defender el arte del pueblo y para el pueblo ante cualquier ataque vil, tanto de las multinacionales como de algunos que dijeron que eran lo contrario, que presumieron de ser distintos y desde «su piel de cordero» llegaron a ser premiados por ello aunque hayan demostrado ser lo contrario, «un lobo ocioso».
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