Papel de Arbol

miércoles, 3 de octubre de 2018

Del terro y los demonios (cinéfelos)

Del terror y otros demonios (cinéfilos)


Recuerdo haber presenciado en mi niñez, en la década del 70, desde los
primeros años en que ya el cine me llamaba con pasión, y luego también en parte de mi adolescencia, esos “clásicos del terror” con los que se impuso la productora inglesa Hammer a fines de los años 50. Turgentes y bellas rubias huían y eran víctimas, finalmente, de monstruos y bestias, en películas protagonizadas ya sea por Peter Cushing, Christopher Lee o Vincent Price, entre los más conocidos, y que actuaron y a veces dieron vida a míticos seres para nada normales: Drácula, el Hombre Lobo, La Momia, entre muchos otros.



Las blondas damiselas de la Hammer escapaban a gritos, horrorizadas, en parajes misteriosos. Los monstruos hacían de las suyas. Quedaba yo sorprendido en aquel despliegue intenso en ambientes turbios, oscuros, crueles y ominosos. Un universo que, con el tiempo, me llevaría a otras obras singulares, filmadas antes de que yo viera este mundo o lo conociera muy poco. Dos ejemplos: “La noche de los muertos vivientes” (1968), del gran George A. Romero, y “La matanza de Texas” (1974), de Tobe Hooper, clásicos que crearon escuela y hoy son considerados “filmes de culto”.

A mediados de los 70, la alarmista prensa de distintas ciudades latinas citaba que ciertos espectadores de “El exorcista” sufrían infartos en plena proyección. Aquella película de William Friedkin (el mismo director de la notable “Contacto en Francia”, ganadora del Oscar), y con el protagonismo de la infantil Linda Blair sí que dio mucho que decir. Tuvo dos secuelas, que no le hicieron mucho favor. Y, hace unos meses, una “precuela”, más olvidable aún.

Antes y después de ello, el “gore”, por un lado,  y las a veces elementales películas del italiano Darío Argento -cuya hija, Asia Argento, es hoy una deliciosa y cotizada modelo y también actriz - se unían al género del “cine terror”. Los títulos del “gore” -esa visión siempre lo más completa posible de maldad y vísceras, con mucha sangre- se multiplicaron hasta encontrar su plenitud en la década del  80, así no gozaran mucho del favor de un público mayoritario. El propio Peter Jackson, cineasta neozelandés, hacedor de la trilogía del “Señor de los anillos” y quien este año estrena su versión de “King Kong”, rodó varias películas que se enmarcan en ese género. Claro, mucho antes de que diera el salto a Hollywood y antes también de su maravillosa “Criaturas celestiales”, una cinta de antología, no exenta de ciertas rarezas.

A John Carpenter lo incluimos asimismo en este “reino del terror” y no sólo por su exitosa “Halloween”. Los casos de “La niebla” “La cosa”, “El pueblo de los malditos” o “Príncipe de las tinieblas”, otros filmes suyos, son testimonio puntual de un mundo paranormal y que motiva, literalmente, sobresaltos en el espectador. El maestro Brian de Palma, con la telekinética “Carrie”, no necesariamente en estos predios terroríficos pero sí con mucho suspenso y hemoglobina, también aportó lo suyo.

A fines de los 90, Wes Craven, que antes ya había probado fortuna con experiencias del “gore”  y el horror, con bastante fortuna, realizó  la trilogía de “Scream”. El lenguaje paródico y autorreferencial, metacinematográfico, de la primera parte fue una saludable sorpresa. Las dos secuelas se pueden obviar con facilidad.

Y así, en este breve recorrido, en el que por supuesto no olvidamos a genios fundacionales de la actuación en el terror, como Bela Lugosi y Boris Karloff, llegamos a seudo intentos que son sólo eso. Por ejemplo, las mediocres muestras de los años 90  como “Sé lo que hicieron el verano pasado” o “Leyenda urbana” o, recientemente, ese desastre llamado “La casa de cera” que se inclinan, sin ninguna dirección -falta talento y riesgo, muchachos-, por una “revitalización” del género.

“El proyecto de la bruja de Blair” fue relativamente casi el último eslabón de la cadena y, aunque el marketing manda ahora más que nunca, esta película supuestamente “verista” y “documental” despertó la curiosidad de un público mayoritariamente adolescente y juvenil, ansioso de ver cómo se despliegan, en la pantalla, ciertos horrores tanáticos y delirios de persecución. Sin embargo, el resultado tampoco es muy positivo.

Hoy el cine de terror japonés genera aplausos y despierta entusiasmos, incluso induce a inmediatos “remakes” americanos. “El aro”, “El ojo” “Aguas oscuras” y un interesante puñado de títulos ciertamente apreciables nos hablan del gran fenómeno del sétimo arte asiático, también en los predios del horror y lo extraño.

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