Jorge Zavaleta Balarezo
Escribir sobre un ser muy querido que ya no está más entre
nosotros genera sentimientos encontrados: dolor, pena, duda, nostalgia, pesar,
pero también nos conduce a la idea de que esta persona que nos acompañó toda la
vida sigue de cerca nuestros pasos y nos observa e ilumina en cada acto que
realizamos.
Esta introducción es útil para hablar de mi Madre, July
Balarezo Alayo, quien nació en Chiclín, ubicada en la ex provincia de Trujillo,
en 1944, y desde muy temprano dio muestras de una sensibilidad artística, no
solo por su condición de mujer, sino por el constante estímulo del ambiente
familiar y, creo, por la existencia de una sala de cine en el lugar donde pasó
sus primeros años.
Esta realidad me lleva a constatar otra: la de los “recuerdos
intrauterinos”. A mí me fascina el cine, una afición, un gusto, un vicio, que
cientos de veces compartí con mi Madre, yendo a salas, a la Filmoteca o en
televisión. Guillermo Cabrera Infante, el célebre escritor y crítico de cine,
de origen cubano, cita estos “recuerdos” porque dice que su madre asistía al
cine estando embarazada de él. Con el tiempo, mi propia Madre me confesaría que
a nosotros nos ocurrió lo mismo: que yo comencé a ver cine desde el vientre de
mi mamá.
Y esta fijación por las imágenes en movimiento, por las
películas, las “stars”, las tramas, se tradujo en convertirme en crítico de
cine, desde los veinte años, en un periódico olvidable, hasta el presente en
que publico en revistas académicas.
Sí, el cine y mi Madre. Ella nos dio una “educación
sentimental”, como el título de la hermosa novela de Flaubert, a mi hermana y a
mí desde muy niños, desde antes de los cinco años, y nos acercó a los clásicos
de Disney y a inolvidables aventuras de Hollywood que ella había visto antes
como “La reina africana” y “Shangri-La”.
Fue, pues, mi Madre la que estimuló siempre y de todas las
formas mi afición, a veces desesperante, por el cine. Del mismo modo ocurrió
con la literatura, que terminé eligiendo como profesión y como una forma de
vida muy particular. A veces le preguntaba: ¿Qué pensabas que iba a ser de
grande? Y no dudaba en su respuesta: escritor.
Pero no solo fueron el cine y la literatura las únicas pasiones
de mi madre. Cultivaba un humor sarcástico e irónico, y nunca le vio una salida al Perú
como proyecto de nación. Por ello, cuando viajaba a Estados Unidos o a Europa,
no solo traía nuestros anhelados encargos sino que estaba convencida que el llamado
Primer Mundo era una meta para nuestra familia. Se conoció con mi padre, Jorge,
en 1964, en la universidad, y también con mi hermana pasamos momentos gratos,
que rayan con lo inolvidable, viajes por el Perú, cenas, el disfrutar
espectáculos como el teatro, el cine o el circo, propios de cualquier edad si
uno tiene disposición y ganas.
También la culinaria fue otra de las facetas que mi madre
July cultivó con entusiasmo y que aprendió con facilidad para poner en nuestra
mesa auténticos platillos deliciosos que
eran el resultado de su propia alquimia y su natural inteligencia. Porque,
precisamente, era una mujer dotada. Estudió la secundaria en el Liceo Trujillo,
donde fue la alumna más destacada. Recuerdo haber visto de niño, en casa de mis
abuelos, una habitación que en cada pared mostraba todos los diplomas que mi
Madre obtenía por su talento y esfuerzo.
La literatura también ocupó un lugar central en su vida.
Amaba la poesía, recitaba de memoria versos de Lope de Vega, Neruda, Amado Nervo.
Discrepábamos en cuanto a autores, debido a una cuestión generacional, pero nos
unía el gusto y pasión por las letras.
Ella fue profesora de Historia y Geografía y luego de
Educación Primaria. Tenía un sentido justo de la vida, algo que se puede comprobar
en su participación en las huelgas de 1978 y 1979 en pleno gobierno militar.
Ya en el siglo XXI, como queriendo hacerle un homenaje a los
nuevos tiempos, mi Madre comenzó a pintar en el Taller de Teresa Mestres, una
artista injustamente olvidada como suele ocurrir en el Perú, y cuya obra se ha
dispersado. Mi madre, que siempre tuvo un talento innato para todo lo que se
proponía, comenzó pintando reproducciones y con trazos algo tímidos, pero, con
el paso del tiempo, sus óleos, bodegones, paisajes, marinas, adquirieron
identidad propia y fueron exhibidos en
exposiciones colectivas.
Hoy, primero de marzo de 2018, se cumplen cuatro años de la
partida de mi Madre. Las noches anteriores he estado pensando mucho en ella y
en cuántos vínculos nos unieron. Creo que nuestra relación trascendió lo
puramente filial. Ella fue a visitarme a Pittsburgh, cuando yo había terminado
el primer semestre del doctorado en Literatura Latinoamericana. Guardo fotos y
recuerdos irremplazables de aquella visita. Ahora que ya no estás, Mami, te
sigo recordando y pensando en ti, en las películas, en Liz Taylor y Marlon
Brando, a los que tanto amabas, y, donde quiera que estés, sigo viendo
películas, leyendo novelas y escribiendo, como siempre fue tu más caro deseo.
Lima, 1 de marzo de 2018