NE. Armando Villegas, pintor peruano, amigo de García Márquez, ha cruzado el río como dice el profesor
Carranza, distinguido academico en las universidades de Corea del Sur. JZA.
Francisco Carranza Romero
Me conocí con el maestro Armando Villegas
Lopes en el mes de marzo de 1977, al ir a registrarme en la Embajada del Perú
en Colombia. Cuando estaba esperando mi turno para ser atendido entró a la
oficina un señor de casaca negra. Me puse de pie, lo saludé y él me respondió
con sonrisa y amabilidad. Él, entonces, era el Agregado Cultural ad honorem del
Perú en Colombia. Perú tenía un diplomático de lujo quien, en vez de cobrar el
sueldo, colaboraba con su prestigio y sus buenas relaciones. Me invitó a pasar
a su oficina después que terminara de registrarme como peruano residente en
Colombia. Apenas supe que su pueblo natal era Chinchobamba (Pomabamba, Áncash),
le hablé en quechua y él me respondió emocionado. Y yo también me identifiqué
como hijo de una comunidad campesina de Áncash. Desde ese momento mantuvimos nuestra
amistad. Nos sentimos muy cercanos en la vida. Inmediatamente tomó la actitud
de un hermano mayor y me invitó a su casa a donde fui muchas veces durante el tiempo
que duró mis estudios de maestría en el Instituto Caro y Cuervo.
El maestro Villegas era un artista o
recreador que convertía en obra de arte cualquier cosa que la gente común la
descartaba y botaba. Con acierto dijo de
él el poeta colombiano Gonzalo Márquez Cristo: “La aventura de Armando Villegas
es la del astronauta que decide vivir en la Cueva de Altamira”. Un hombre sencillo y en permanente búsqueda
de las raíces de la cultura andina. Un artista del grupo de la élite colombiana. Un
colibrí que, a pesar de su pequeñez, era grande en muchos aspectos.
Su madre y su padrastro Alejandro Martel
residían en Lima. “Don Alejandro me amó como a su propio hijo”, palabras de sincera
gratitud. El niño Armando nació en un humilde hogar andino en 1926. Su madre, en
medio de tantos sufrimientos, prefirió buscar una nueva vida en Lima donde
realizó sus estudios en el Colegio Guadalupe, en la Escuela de Bellas Artes de
Lima hasta viajar a Bogotá (1951) para continuar sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de la
Universidad Nacional de Colombia, postgrado en Pintura Mural. Allí también fue
docente por muchos años.
Su creación artística abarca el realismo
fantástico y el realismo mágico. Sus guerreros nos cuentan las historias de nuestra
América mestiza. Sus santos cristianos con rostros indígenas nos parecen más
cercanos. Los animales como el zorro, el picaflor, el zorzal, el sapo, el puma
y la lagartija nos narran sucesos épicos, líricos y cómicos como en los relatos
andinos. Los vegetales y toda la naturaleza también nos cuentan con códigos de
colores y formas. El maestro Villegas era un pintor que había estudiado la
historia, las teorías y técnicas de la pintura que se enseñan en las escuelas,
tal como demostró en su libro “Pedagogía especial del dibujo” (Fundación Común
Presencia, Bogotá, 2012); pero, consciente
de sus orígenes y de su destino histórico, reflexionaba sobre nuestra cultura y
la expresaba en sus pinturas y esculturas. Sus obras fueron expuestas en muchos
países de América, Europa y Asia. En 1990, invitado por la Universidad Dankook,
expuso en Seúl y después en Tokio. En Seúl dio una conferencia a los docentes y
estudiantes coreanos quienes le preguntaron sobre la diferencia de la pintura
occidental y oriental; entonces él les respondió que el arte sólo se diferencia
por su calidad y no por el material utilizado o por la variedad de temas. Ante
tal respuesta el público lo aplaudió. Un maestro universal sin dejar de ser un
andino quechua.
En 1993, Armando Villegas recibió la
nacionalidad colombiana del entonces primer mandatario, César Gaviria. En
mayo de 2013, fue nominado al premio Príncipe de Asturias de las Artes, ganado
por el cineasta austríaco Michael Haneke.
El 29 de diciembre de 2013 se fue al
encuentro de los apus. Se marchó al encuentro del sol. Días antes, en nuestra
conversación telefónica, sospechamos algo al decir: “Hasta luego”. Y el 29 de
diciembre, mientras desayunaba en Huaraz un picaflor se acercó a la ventana
anunciando algo. Era el mensajero de algo que estaba pasando en Bogotá.
Los que lo conocieron,
apenas supieron sobre su partida, escribieron. El senador Armando Benedetti:
“Se nos fue un grande de la pintura latinoamericana. Armando Villegas era un
historiador del arte”. Francisco Santos: “Lo conocí a través de mi esposa. Por
encima de su inmenso valor como pintor está su alma generosa con Colombia y con
sus estudiantes”... “Colombia con la muerte de Armando Villegas pierde un gran
pintor, ser humano y profesor. Un abrazo inmenso a su familia y a sus alumnos”.
En Perú también
sentimos su partida del viaje sin retorno; pero sus cuadros como Tupac Amaru y
Santa Rosa están en el palacio del gobierno y en la cancillería
respectivamente. Son las donaciones de un noble peruano.
El rito andino
pitsqay o pichqay (quinto día post mortem) es la despedida definitiva, después
se evitará pronunciar su nombre porque hacerlo significa invocarlo a nuestra
ladera, a nuestra orilla. Entonces él se irá a pintar los lienzos celestiales con
pinceles de colores infinitos. Y nosotros quedaremos recordándolo con afecto
para siempre.
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