Por Francisco Carranza Romero
¡Ven, ven, quienquiera que seas, ven!
Infiel, religioso o pagano, poco importa.
¡Nuestra caravana no es la de la desilusión!
¡Nuestra caravana es la de la esperanza!
¡Ven, aunque hayas roto mil veces tus promesas!
¡Ven, a pesar de todo, ven!
Jalaloddin Rumi (1207Bajl, Afganistán- 1273 Qonya, Turquía)
El clamor multicultural y fraterno del poeta Rumi, desde el siglo XIII y desde Asia, sigue sonando lejano e incomprensible para los que viven pensando solamente en cómo ganar más dinero, más fama y más poder.
¿Podemos ser multiculturales sin respetar a otros?
Cual objetos de uso diario las palabras también se gastan de forma y significado por tanta repetición hasta inoportuna. Entonces recurrimos a otras palabras novedosas que llamen la atención y sirvan como lemas. La palabra ecumenismo, usada por la iglesia católica cuando promovía el diálogo de las religiones, ha pasado al archivo o se ha quedado limitado al pequeño círculo que promueve el diálogo franco para lograr la convivencia pacífica de los creyentes de diferentes religiones.
La palabra globalización impactó a los políticos y comerciantes (ahora denominados “empresarios”). Así comenzó la fiebre del Tratado de Libre Comercio de interés muy mercantil que ya parece el Tratado de Libre Comer. Los presurosos firmantes de estos convenios abren los mercados pensando en comisiones visibles e invisibles.
Ahora estamos con la moda de las palabras multiculturalismo o pluriculturalismo (multi, pluri son prefijos sinónimos). La preferencia por una de ellas depende de los gustos personales y grupales. En su significado original, el multiculturalismo es una propuesta de la coexistencia pacífica en el ambiente del respeto recíproco a pesar de la diversidad cultural. Sin embargo, ¿se respeta y acepta todas las manifestaciones culturales? Si la respuesta es afirmativa, ya estamos en el nivel de la verdadera convivencia fraterna de la humanidad que busca la unidad dentro de la diversidad.
Sin embargo, en la práctica, parece que la palabra multiculturalismo esconde algo porque busca estimular para que el “otro” (el supuesto enemigo) se acerque y acepte la cultura del dominador. Luego que ese “otro” haya aceptado el patrón cultural del dominador, es más fácil la dominación. En otras palabras más sencillas: El “otro” (extranjero, inmigrante; por tanto, el más débil) debe dar el paso y aceptar el patrón cultural dominante; pero no el dominador hacia él. Como se aprecia, es una propuesta poco sincera.
Invité a un amigo extranjero para escuchar la música y danza folclóricas que a mí me encantan. Después de unas piezas comenzó a aburrirse. “Me gustaría ver las partituras”, bostezó mostrando su descontento. Él, que estaba oyendo la música y estaba viendo a los intérpretes con sus vestidos e instrumentos musicales típicos, quería las partituras para entender lo que sus oídos captaban y sus ojos veían.
El amigo, posiblemente, no activaba su mundo de la imaginación como para relacionar esa manifestación cultural con la geografía (orografía, clima, mares, ríos, vientos, climas), con la biodiversidad (plantas, animales y humanos), con el proceso histórico y con otras manifestaciones culturales. Su cerrado pensamiento le impedía sentir, entender y valorar otras formas de expresión cultural.
Pero ese “extranjero”, no necesariamente tiene que ser un alienígena o un terrígena de otro continente o país, puede ser uno nacido en el mismo espacio y tiempo que yo; pero, innegablemente, tiene un supuesto patrón cultural que le impide comprender y valorar otras expresiones culturales. Éste, aunque haya aprendido otras lenguas fuera de su lengua materna, no tiene la apertura para aceptar otras personas y culturas.
El esfuerzo de aceptar los valores de otras culturas puede ser llamado de muchas maneras (interculturalismo, interrelación, interpenetración, interconección, fusión); pero es el paso decisivo para hacer más humana la humanidad. La verdadera fraternidad supera las explicaciones verbales, es la práctica, es la vida.
Fuera de nuestros prejuicios, el otro problema es que usamos las palabras sin conocer su orígenes y significados. En un congreso internacional me cansé de escuchar a un ponente usando la palabra “indio” para referirse al poblador americano; intervine criticando este abuso de “indio” por “indígena” indicando que el término “indio” fue un error de Colón y que luego sirvió para calificar negativamente a los no europeos. La coordinadora, española por su inconfundible pronunciación, dijo: “Así se usa, y el uso es también una ley”. Mi réplica fue breve: Uti, no abuti. “¿Qué?” fue la inmediata y altisonante respuesta que provocó sonrisas. Éste es un caso de incomprensión aun hablando el mismo idioma. En vez de imponer las ideas sin escuchar y meditar sobre otras propuestas, hay que hacer el esfuerzo para entendernos.
Muchos hispanoamericanos escolarizados consideran lo indígena americano como algo extraño. Ergo, los indígenas americanos también se sienten como extranjeros en sus propios países. Necesitamos el diálogo franco y horizonal entre los pueblos. Y más allá del diálogo interhumano, necesitamos también el diálogo con la madre naturaleza. Basta escuchar la voz de un quechua: Runam Patsa naanita purin. Patsam tiksi naanita purin. Tiksim hatun kallpa naanita purin. Hatun kallpam kikin kallpa naanita purin. Runa, Patsa, tiksi, hatun kallpa kallpalla kayan: El hombre anda el camino de la Tierra. La Tierra anda el camino del universo. El universo anda el camino de la gran energía. La gran energía anda el camino de la verdadera energía. Hombre, Tierra, universo y gran energía son sólo energías
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