Por
Jorge Zavaleta Alegre
Las
ciudades en el presente siglo se han convertido, no obstante el torbellino de la
comunicación digital, en espacios donde la soledad ha capturado la
naturaleza de los habitantes de la urbe.
La
Salud Mental en América Latina, empezando por el Perú, arroja un estado de
gravedad muy agudo. “La depresión es el trastorno mental más común a
nivel mundial. En América latina el 5% de la población adulta padece de ella,
pero la mayoría no busca —ni recibe— tratamiento, según la OMS.
En
el peor de los casos, la depresión puede conducir al suicidio —se estima que
cada año unas 63 mil personas se quitan la vida en las Américas. Cuando el
padecimiento es más leve también puede afectar la vida diaria, el trabajo y las
relaciones personales.
La
dimensión del problema se manifiesta en trastornos mentales y neurológicos que representan
casi una cuarta parte de la carga de las enfermedades en América latina y el
Caribe. Estos van desde depresión y ansiedad hasta el trastorno bipolar.
“Estas
enfermedades impactan el día a día de las personas: desde su trabajo, hasta
cualquier actividad cognitiva, estudiar, actividades familiares, actividades
sociales”, dice José Miguel Uribe,
psiquiatra y consultor del Banco Mundial.
CASO
PERUANO
El
Perú en el 2016, pasa por un complejo drama de supervivencia. Solo hay un psiquiatra por cada 300 mil
peruanos. En Lima, el 30% de su población de 11 millones, tiene problemas de salud mental. Los 700
psiquiatras y 1500 psicólogos, trabajan fundamentalmente con clínicas y
consultorios privados.
El
Instituto Integración advierte que seis
de cada diez peruanos pasan por un
cuadro agudo de estrés laboral, debido a
la inseguridad y a la falta de acceso a
los servicios de salud.
No
basta la Ley 29889 y su reglamentación, porque no existen posibilidades a corto o mediano
plazo para imaginar el acceso a la salud mental y protección de la salud. Los establecimientos públicos de salud han llegado al colapso, en tanto los establecimientos
privados trafican con el dolor humano. El dinero de la
banca comercial se ramifica en cadenas
de farmacias que llevan a domicilio el fármaco que disipa el insomnio o la depresión.
Los laboratorios estadounidenses están de fiesta. El Tratado
Transpacífico – TTP, establece un plazo
de 25 años para que el sur pueda acceder
a los más recientes avances de la
medicina contemporánea. Y la India, con sus
fármacos genéricos, es vista con
recelo por los monopolios.
Los
pueblos del sur están cada día más lejos
del acceso a servicios de prevención, tratamiento, recuperación y
rehabilitación psicosocial. Por ejemplo,
el ministerio de Salud del Perú solo cuenta con 21 centros comunitarios de salud
mental en 6 regiones del país, los
cuales carecen de servidores especializados y de medicina suficiente y adecuada.
Recién
el 2007, en el Perú se empezó
un diálogo entre diferentes
actores para plantear una Ley de Salud Mental. Eran tiempos en los que el
ciudadano y los profesionales de la
salud tenían o actuaban con una
mirada fragmentada. Se hablaba de leyes para dar mayor importancia
al tratamiento del corazón o del riñón, y así gestó un universo de especialidades, perdiendo la visión
unitaria de la vida, de la persona.
Diez
años después se multiplican las
especialidades, como los nichos de cementerios privados. La salud mental del Perú está más enferma que nunca. La
corrupción administrativa arroja un
balance del horror, del tráfico
con la vida. La muerte civil a los corruptos que anuncia el presidente peruano
Pablo Kuczynski, es una pequeña luz en
el camino, que pone a prueba a un Poder Judicial
venido a menos.
HACE 30 AÑOS
La
Sociedad Peruana de Psicoanálisis, en su boletín de Abril del 2008, abordó el tema de la Salud Mental, ya tratado en 1980 por el psiquiatra peruano
Saúl Peña, quien llamó la atención:
“La
Salud Mental es una emergencia en la que
participan residuos de una actitud
demonológica, prejuiciosa, peyorativa y
punitiva contra el enfermo mental”.
“Esta
actitud proviene en primer lugar de los
Gobiernos que han dado prioridad
a la prevención de la salud física, no
existe ningún programa organizado de prevención en salud mental en el país. Una salud física no puede ser concebida sin una salud
mental correlativa. No es posible “dicotomizar”
la salud humana propendiendo su aspecto físico
y manteniendo el subdesarrollo de
su aspecto mental.
Viviana
Valz Gen, de la SPP, señala que es impostergable la incorporación de la dimensión comunitaria y de promoción de
la salud, a partir del reconocimiento de
los recursos y que la atención en salud mental ya no debe ser en el hospital psiquiátrico sino en el hospital general:
“La salud mental dejó “formalmente de ser entendida como enfermedad mental, en su sentido que estigmatiza y discrimina, pero en el sentido
común de mucha gente y de muchos profesionales de la salud, esta idea
permanece, retoma como la reprimido y se
actúa en el día a día
del trabajo cotidiano, en la
manera como se mira al otro”
La SPP comparte la urgencia de un presupuesto que priorice, no ya el
hospital psiquiátrico, sino la
promoción, la atención primaria en el hospital general, los sistemas comunitarios.
La
reflexión entre los buenos profesionales
de la Salud nos lleva a la ingrata
imagen del ex presidente Ollanta
Humala Taso y su primera dama Nadine Heredia, quienes no comprendieron en lo
mínimo la invocación del presidente
del Banco Mundial, Jim Yong Kim, durante
la asamblea de gobernadores en Lima, en noviembre del 2015.
Ying
Yong, en décadas pasadas, promovió en
el populoso distrito limeño de
Carabayllo, un pequeño y simbólico proyecto de Salud Mental,
como apoyo emocional a las
madres, cuyos hijos necesitan un soporte
integral de salud mental.
La
llamada de atención del BM, fue respondida por mandatario
local con una partida de 20 millones de soles (6
millones de US$ para impulsar la Salud Mental en todo el territorio nacional. La sonrisa irónica del
representante del BM fue más clara por parte de Roberto Lunes, economista de la Multilateral:
“La
salud mental es un tema que afecta a mucha gente, y tiene un impacto importante
sobre la productividad. Mucha gente pierde tiempo de trabajo o produce menos. Se
habla muchas veces del impacto sobre la productividad de los problemas
“físicos”, pero muy poco de la salud mental.
La
inadecuada salud mental también afecta más a los pobres, empeorando el círculo
vicioso de la desigualdad en los países latinoamericanos. “Hay una clara
relación entre la condición de vida y los trastornos mentales comunes”, dice
Paulo Rossi Menezes, profesor del Departamento de Medicina preventiva de la
Universidad de Sao Paulo.
Los
pobres no solamente tienen más riesgo de padecer de un trastorno mental como la
depresión -porque enfrentan más dificultades en la vida-, pero también tienen
menos acceso a un cuidado adecuado.
Menos
del 2% del presupuesto de salud en la región está destinado a la salud mental,
según la OMS. Y en todas las regiones del mundo, el porcentaje de recursos que
se destina a este fin no es suficiente para cubrir las necesidades básicas,
según José Miguel Uribe.
En
algunos países de América Latina, el camino
de la Salud Mental va cambiando. En Brasil, por ejemplo, si hace 20 o 30
años la estrategia se enfocaba principalmente en trastornos mentales graves y
pacientes en hospitales psiquiátricos, ahora se ha ampliado.
En
el Perú la política de salud mental está solo en el papel. En Lima, cargada de edificios, arrasando parques y
plazas, prevalece el boom del
”rentismo”, ha encontrado su paraíso en esta plaza.
REFERENCIAS
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