De Cambio Latino, con sede en República Dominicana
http://www.cambiord.com/
Escrito por Jorge Zavaleta
Martes 15 de Junio de 2010 20:05
Parece ser que los colombianos se van a decantar por la continiudad en materia política. Eso parece desprenderse del apoyo electoral dado al candidato continuista, Juan Manuel Santos. Uribe debe estar satisfecho, no logró la reelección, pero ha ganado las elecciones.
La sorprendente victoria del candidato uribista Juan Manuel Santos y la contundente derrota de las encuestas electorales en Colombia, que no supieron predecir ni medir la diferencia de votos que separarían finalmente al ganador y al derrotado, el verde y ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus, abren la posibilidad a un escenario inesperado para el 20 de junio: una amplia y sólida mayoría para el designado y continuador de las políticas del actual presidente, Álvaro Uribe, el ya citado Santos. No se esperan sorpresas en Bogotá ni sobresaltos, ya que este país no anda para sustos.
Hace apenas un mes, si la memoria no nos falla, el candidato Mockus lideraba ampliamente las encuestas y la posibilidad de que hubiera un sucesor de Uribe no uribista, tal como había apuntado el ex presidente Ernesto Samper en una entrevista publicada en este mismo medio, era una contingencia casi real, si no hubiera sido porque los votos de los electores truncaron la expectativa en ciernes.
Corredor de fondo
Y es que, en política, los tiempos cambian y en una campaña tan larga como la colombiana tan sólo los corredores de fondo, como lo es Santos, podrían aguantar semejante envite y poner en jaque a sus contrincantes, tal como ha pasado. Después del candidato Mockus, cuyo peor enemigo era él mismo, y el rechazo del presidente venezolano, Hugo Chávez, a Santos, que también recibió el inesperado “apoyo” de Quito, hicieron el resto. No hay nada mejor en Colombia que no te apoye Chávez para tener éxito político.
Pero hay más elementos que explican la contundente victoria de Santos, que obtuvo el 46,5 por ciento de los votos emitidos, a casi 25 puntos porcentuales de Mockus, como por ejemplo la inexistencia de una estructura política verde sólida y consistente capaz de hacer frente a la maquinaría de Santos –previamente ensayada y puesta en marcha hace años– y la inconsistencia y ambigüedad programática en la que se movía el candidato alternativo, que no se definía ni de derechas ni de izquierdas, sino todo lo contrario.
Santos, sin embargo, lo tenía claro: su apuesta era por la continuidad de las políticas de seguridad democrática del presidente Uribe y por la dureza, sin mácula de duda, frente a la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Luego su desprecio total por Chávez, uno de los hombres más odiados y despreciados por la opinión pública colombiana, le sirvieron, quizá sin saberlo, para dar el gran salto adelante y consolidar definitivamente su proyecto político, a medio camino entre la continuidad y la reivindicación permanente y justificada de la gestión tecnocrátic.
“Virgencita mía, que me quede como estoy”, parece ser el gri de muerte de los colombianos en estos albores preelectorales, donde se prevé una victoria de Santo
No en vano, tal como se vio en los debates televisivos, Santos está sobradamente preparado y así lo demostró en todos los duelos en los que se batió con el resto de los candidatos. Frente a la insustancialidad de la candidata conservadora Noemí Santos y el carácter absolutamente circense de Mockus, por no hablar del oportunismo barroco e incorregible de Germán Vargas Lleras, Santos brilló con luz propia, aportando datos y propuestas inteligentes y mostrándose como un estadista. Tan sólo el escasamente carismático –por desgracia, porque quizá era el mejor candidato– Rafael Pardo, del Partido Liberal, y Gustavo Petro, del Polo Democrático Alternativo, parecían aportar algunos signos de cordura en estos debates y elevaban el nivel intelectual al lado de unos candidatos que no estaban a la altura de las circunstancias si exceptuamos a Santos.
En cualquier caso, al margen de consideraciones personales, encuestas fallidas y poco drenaje intuitivo de los analistas locales, que apostaron siempre por los perdedores y daban como fracasado a Santos, lo previsible ya no es lo que apuntan las desahuciadas casas de estudios sociológicos y de mercados, sino la clara tendencia al alza del candidato uribista, clarísimo y seguro próximo presidente de la República de Colombia. La gente, como se suele decir, no se equivoca y a Mockus, tras los crudos datos del 30 de mayo, le resultará casi imposible dar el salto de los 21 escasos puntos a la mayoría social que le diera la victoria, no hay base electoral para ello.
Escasa participación
La previsible escasa participación política, que será menor que en la primera vuelta –un 49 por ciento–, la llamada abstención por parte de la izquierda democrática, el regreso a sus rediles tradicionales de liberales y conservadores, que no eran más que los uribistas, y el discurso payasesco y la campaña cantinflesca del candidato Mockus, junto con la inexistencia de una estructura partidaria que permita mantener una campaña en el largo plazo y en todo país, ya hacen presagiar lo que puede ocurrir el próximo 20 de junio: una rotunda victoria más allá del 70 por ciento de los sufragios emitidos para Santos, en esa jornada histórica, muy cerca de los resultados cosechados en las últimas elecciones por el presidente Uribe. El barco uribista sigue su rumbo y mantiene incólumes sus fuerzas, el destino ya se verá.
Por otra parte, para los que apuestan por la continuidad y creen que no habrá cambios, ya pueden ir cambiando el disco, pues el próximo inquilino de la Casa de Nariño es muy diferente a Uribe, ha incorporado a inmaculados y conocidos líderes de la izquierda a su proyecto, como el candidato de fórmula vicepresidencial Angelino Garzón, y tiene un perfil bien distinto, por sus orígenes sociales, políticos, culturales y económicos, al de su predecesor. Uribe era el típico líder de provincias, con carisma reconocido, tirón popular y “finquero”, en el sentido de que procedía y conocía el mundo rural, mientras que Santos procede de la oligarquía culta, formada y con recursos de Bogotá, con sólidos estudios en el exterior y un amplio currículo como tecnócrata.
Son dos mundos, el de Uribe y Santos, opuestos teóricamente por sus raíces que se entendieron bien, cohabitaron juntos y fueron capaces de trabajar juntos en un mismo proyecto político basado en la atracción de las inversiones extranjeras, en la llamada “seguridad democrática”, que no era más que una dura política antiterrorista sin concesiones a las FARC, en la continuidad en política exterior de los tradicionales y sólidos lazos con los Estados Unidos sustentados en el Plan Colombia y en el fallido Tratado de Libre Comercio –que nunca refrendó el Congreso norteamericano– y en una apuesta en lo económico por el liberalismo puro y duro descuidando determinados aspectos sociales, como la educación, la sanidad y el desempleo. Santos, a este respecto, ya ha dicho que piensa enmendar la plana y hacer frente al “desafío social”, el tiempo dirá.
Sin embargo, pese a todo, el próximo 20 de junio parece que el camino está claramente allanado y, salvo sorpresas de última hora, que no se esperan, el candidato Santos será elegido como el próximo presidente de Colombia para el periodo 2010-2014. Nada nuevo se espera bajo el sol, quizá una menor participación y una cierta decepción, por no llamarlo desilusión, en las filas de una izquierda que no acaba de concretar su proyecto para el siglo XXI y que no resulta creíble para una sociedad tan descreída de milagros y salvaciones espectaculares. “Virgencita mía, que me quede como estoy”, parece ser el grito de muerte de los colombianos en estos albores preelectorales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario