Cerrado por fútbol, cronica que publica Sur/Sur
“Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía: Cerrado por fútbol. Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado sesenta y cuatro partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido. Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia.”, escribió el escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien no diferenciaba muy bien a un hincha de un fanático.
La mayoría de sus textos sobre fútbol quedaron dispersos en su obra publicada, pero también varios inéditos y verdaderos hallazgos hizo el periodista Ezequiel Fernández Moores en “Cerrado por fútbol”, que reúne todo lo que Galeano ha escrito, antes y después de ese texto célebre, sobre el deporte que más amó: historias dispersas o escondidas en todos sus libros, además de textos completamente inéditos, perdidos o ….
En él recopila anécdotas conmovedoras y divertidas del Galeano “futbolero”, y testimonios de sus amigos Joan Manuel Serrat, Chico Buarque y Jorge Valdano, como la crónica en la que, con sólo 23 años, llama “traidor” al Che Guevara en persona por haber adquirido en Cuba la pasión por el béisbol.Resultado de imagen para tabarez cavani y suarez festejando
Durante años, décadas, Galeano recopiló anécdotas sobre fútbol, en mesas de bares y restoranes, en servilletas de papel (primero) o en pequeñas libretitas (luego) desde la de un jugador que recibía una vaca por cada gol, pasando por el relato de los diez futbolistas que se pintaron la cara de negro en solidaridad con su compañero discriminado por la hinchada.
Y cuando llegaba la hora de algún partido de fútbol trascendental, se encerraba en su estudio, televisor por medio, y admitía allí solo a pocos amigos. Solo a aquellos que compartían la misma pasión por Nacional de Montevideo o por el celeste de la selección uruguaya, y estaban dispuestos a no hablar por hora y media.
Galeano miraba el fútbol como “cochino negocio”, como espectáculo, como soporte publicitario, y pese a todo, como espejo fiel de la realidad y espacio para el encuentro colectivo y la pasión popular. Para él, el fútbol expresaba emociones colectivas, esas que generan “fiesta compartida o compartido naufragio, y existen sin dar explicaciones ni pedir disculpas”.
“Desde chico quise ser jugador de fútbol. Y fui el mejor de los mejores, pero sólo en sueños, mientras dormía. Al despertar, no bien caminaba un par de pasos y pateaba una piedrita en la vereda, ya confirmaba que el fútbol no era lo mío. Estaba visto; yo no tenía más remedio que probar algún otro oficio. Intenté varios, sin suerte, hasta que por fin empecé a escribir”.
Era un patadura. Por suerte se dedicó a dibujar primero y a escribir después. Pero se apresuró en irse: teníamos cita para ver este Mundial (por televisión), recordando que una vez, cuando éramos muy chicos y no existía la televisión, escuchamos por radio la transmisión del partido desde el estadio Maracaná de Río de Janeiro –en la voz del inolvidable Carlos Solé- en la que la celeste se consagraba campeón del Mundo.
“Era incomprensible: los uruguayos, tan distantes y respetuosos siempre, se abrazaban en las calles. Centenares en 18 de Julio (la principal avenida de Montevideo) escuchaban por altoparlantes ubicados en General Electric, La Vascongada y el London Paris, la transmisión de don Carlos Solé. “El fútbol produce milagros”.
Hasta hoy, 68 años después, escuchamos en las radios el relato de aquel golazo del Ñato Ghiggia, con un lagrimón rodando por la mejilla. Es difícil ser uruguayo y no amar el fútbol, después de dos consagraciones olímpicas en 1924 y 1928 y el primer campeonato mundial en 1930, en el Estadio Centenario de Montevideo. Es que Uruguay ingresó a la geografía mundial a las patadas, diría Galeano.
Xico Sá, amante del fútbol real como buen brasileño, señala que Oscar Tabárez, de 71 años, entrenador del equipo que eliminó a Portugal de la Copa del Mundo, con el espíritu del profesor primario, oficio que ejerció por décadas en las afueras de Montevideo, no deja de dar instrucciones hasta hoy a jóvenes jugadores uruguayos, con visitas a museos, estudios de mapas y visiones sobre botánica, entre otros diálogos sobre la existencia. El fútbol, para el técnico, no es sólo una cuestión de fuerza física y esquemas tácticos, pasa por la idea de formación de las personas.Resultado de imagen para maracanazo
Diego Lugano, el excapitán de la celeste por muchos años, deletreó parte de la cartilla del maestro: “Antes de ser jugador de la selección uruguaya, usted necesita ser un buen ser humano para jugar con él. Tabárez sólo convoca profesionales con valores e éticos. Eso importa más para él que ser un gran jugador. Si coincidirán las dos cosas, eso es óptimo, pero esa es su idea. Para estar en la selección, primero uno debe tener esos dos requisitos: valores y ética. Si uno es un buen jugador o no, viene después”.
Galeano sostenía que no era fácil ser cronista o periodista deportivo. Cuando uno escribía bien, enseguida lo pasaban a otra sección “más seria”. Y recordaba el vía crucis de Osvaldo Soriano, gran escritor argentino, quien murió sin poder ser periodistas deportivo: “Pero no, Gordo, estás loco, ¿en Deportes? No. Lo tuyo está en Sociedad o en Cultura”, le dijo Rodolfo Walsh cuando Soriano intentó cubrir Deportes en el diario Noticias. Y el Gordo, mascullando bronca, dio media vuelta y se fue.
Me retracto: Galeano sí sabía la diferencia entre un hincha y un fanático.
Aram Aharonian
C
Se afirma que la poca confianza reduce la capacidad de las personas para asociarse y que eso provoca desaceleración del crecimiento económico.
Camilo Herrera, un economista colombiano con estudios en negociaciones especiales en Harvard, se pregunta ¿por qué la gente no se asocia y adquiere capacitación productiva?
Una respuesta está en que la producción industrial de bienes culturales ha cambiado el papel tradicional de la cultura.
“La cultura da trabajo”, publicado en Uruguay, de Sotolovich y Mourelle, explica que esta actividad favorece, además, el desarrollo de otras áreas, zonas o ciudades. Las industrias culturales constituyen un indicador económico muy importante.
La creciente interrelación entre la economía y la cultura podría redundar en mayores beneficios para la región latinoamericana y para su inserción en la economía mundial. Pero ese objetivo implica, primero, modificar la desigual distribución de los beneficios entre los países centrales y periféricos, explica Néstor García Canclini, director del Programa de Estudios en la Universidad Autónoma de México – UNAM.
Considera además que: EEUU se queda con el 55% de las ganancias mundiales producidas por los bienes culturales y de las comunicaciones. La Unión Europea con 25%, Japón y Asia con 15% y América Latina solo con 5%.
El fervor que a veces genera en las capitales los espectáculos al aire libre no puede hacernos olvidar la pobreza cultural y educativa a la que llevaron a casi todas las instituciones los “ajustes” financieros y el retiro de inversión pública y privada en muchos países latinoamericanos. Y después la frágil regulación a la ola de inversión transnacional.
El desarrollo educativo cultural no tiene el respaldo necesario. Los Estados hacen cada vez menos por formar públicos culturales, con sistemas educativos que aún no advierten – como ha ocurrido en Francia y España – donde los niños aprenden a valorar los medios audiovisuales como parte del currículo de la educación básica.
El Estado no crea cultura, pero es indispensable para generar las condiciones contextuales, las políticas de estímulo y regulación, con las que se puede producir bienes culturales y acceder a ellos con menores discriminaciones. Autores como Jack Ralite han dado a conocer reflexiones lúcidas que deberíamos tener presente: “Después de los sin documentos, de los sin trabajo, ahora llega la era de los sin autor. El papa Julio II no pintó la Capilla Sixtina. La Fox no construyó Titanic. Bill Gates y la Compañía General de Agua no son autores”.
Por lo tanto, asiste a razón a quienes comparten que los organismos nacionales e internacionales reconozcan la autoría intelectual y protejan la creatividad e innovación para que no sean sometidas a la presencia del lucro.
No sería coherente oponerse en general a la liberalización de la mercancía ni a la apertura de las economías y culturas nacionales, porque junto a la globalización tecnológica, esta apertura contribuye a que conozcamos mejores otras culturas. También ayuda a que las telenovelas, la música y los libros de unos pocos autores latinoamericanos, africanos y asiáticos se difundan en el mundo.
Esta expansión e interconexiones necesitan, sin duda alguna, ser situadas en el marco de políticas culturales que reconozcan intereses plurales del conjunto de artistas, de consumidores y de cada sociedad, un tema central para el calendario de campañas sociales del frondoso árbol de instituciones que alberga la ONU, empezando por la UNESCO.
Urge una nueva relación cultural de las industrias de las comunicaciones con las escuelas y de un ombudsman de los medios. Pero siendo tan complejas las culturas latinoamericanas, las opciones, como afirma García Canclini, van más allá de elegir entre un Mc Donald’s y un Macondo.
Camilo Herrera, un economista colombiano con estudios en negociaciones especiales en Harvard, se pregunta ¿por qué la gente no se asocia y adquiere capacitación productiva?
Una respuesta está en que la producción industrial de bienes culturales ha cambiado el papel tradicional de la cultura.
“La cultura da trabajo”, publicado en Uruguay, de Sotolovich y Mourelle, explica que esta actividad favorece, además, el desarrollo de otras áreas, zonas o ciudades. Las industrias culturales constituyen un indicador económico muy importante.
La creciente interrelación entre la economía y la cultura podría redundar en mayores beneficios para la región latinoamericana y para su inserción en la economía mundial. Pero ese objetivo implica, primero, modificar la desigual distribución de los beneficios entre los países centrales y periféricos, explica Néstor García Canclini, director del Programa de Estudios en la Universidad Autónoma de México – UNAM.
Considera además que: EEUU se queda con el 55% de las ganancias mundiales producidas por los bienes culturales y de las comunicaciones. La Unión Europea con 25%, Japón y Asia con 15% y América Latina solo con 5%.
El fervor que a veces genera en las capitales los espectáculos al aire libre no puede hacernos olvidar la pobreza cultural y educativa a la que llevaron a casi todas las instituciones los “ajustes” financieros y el retiro de inversión pública y privada en muchos países latinoamericanos. Y después la frágil regulación a la ola de inversión transnacional.
El desarrollo educativo cultural no tiene el respaldo necesario. Los Estados hacen cada vez menos por formar públicos culturales, con sistemas educativos que aún no advierten – como ha ocurrido en Francia y España – donde los niños aprenden a valorar los medios audiovisuales como parte del currículo de la educación básica.
El Estado no crea cultura, pero es indispensable para generar las condiciones contextuales, las políticas de estímulo y regulación, con las que se puede producir bienes culturales y acceder a ellos con menores discriminaciones. Autores como Jack Ralite han dado a conocer reflexiones lúcidas que deberíamos tener presente: “Después de los sin documentos, de los sin trabajo, ahora llega la era de los sin autor. El papa Julio II no pintó la Capilla Sixtina. La Fox no construyó Titanic. Bill Gates y la Compañía General de Agua no son autores”.
Por lo tanto, asiste a razón a quienes comparten que los organismos nacionales e internacionales reconozcan la autoría intelectual y protejan la creatividad e innovación para que no sean sometidas a la presencia del lucro.
No sería coherente oponerse en general a la liberalización de la mercancía ni a la apertura de las economías y culturas nacionales, porque junto a la globalización tecnológica, esta apertura contribuye a que conozcamos mejores otras culturas. También ayuda a que las telenovelas, la música y los libros de unos pocos autores latinoamericanos, africanos y asiáticos se difundan en el mundo.
Esta expansión e interconexiones necesitan, sin duda alguna, ser situadas en el marco de políticas culturales que reconozcan intereses plurales del conjunto de artistas, de consumidores y de cada sociedad, un tema central para el calendario de campañas sociales del frondoso árbol de instituciones que alberga la ONU, empezando por la UNESCO.
Urge una nueva relación cultural de las industrias de las comunicaciones con las escuelas y de un ombudsman de los medios. Pero siendo tan complejas las culturas latinoamericanas, las opciones, como afirma García Canclini, van más allá de elegir entre un Mc Donald’s y un Macondo.