Jorge Zavaleta Balarezo
La Relación de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, conocida hoy con el nombre de Naufragios, ha llevado a varios estudiosos del texto y el personaje a abordarlos desde diversas perspectivas. Siguiendo el que, de alguna manera, se puede considerar un cierto itinerario en medio de la odisea de Cabeza de Vaca, Jacques Lafaye, por ejemplo, se refiere a las “curaciones milagrosas” (que comienzan en el capítulo XXI y se extienden casi hasta el final del libro), David Lagmanovich estudia su “calidad”, estructuras y estrategias narrativas, Robert E. Lewis entiende el “fracaso” de la expedición en que participa como una necesidad para hablar, es decir escribir la Relación.
La odisea, el extravío y el reencuentro con sus compañeros españoles y cristianos por parte del protagonista de los hechos son narrados en los Naufragios de una forma tal que llama al asombro del lector. Por otro lado, son claras las intenciones del autor en busca de recibir favores de la Corona (la Relación, por supuesto, está dirigida al rey de España). A su vez, el texto mantiene una indudable naturaleza “providencialista” y destaca la personalidad e inquietud mesiánicas del autor-narrador-personaje principal.
Desde hace algunos años, también, se plantea la discusión sobre la naturaleza histórica o literaria del libro. Si lo aceptamos como literario, entenderemos la peculiar crónica que representa una fase y un aspecto de la Conquista, y si creemos que es una narración histórica, lo tomaremos como un documento fundacional en la escritura del Nuevo Mundo, a la manera de los Diarios de Cristóbal Colón o las Cartas de Relación de Hernán Cortés.
Lagmanovich, al estudiar el texto desde el punto de vista literario, considera, entre otros aspectos, una “narración personal autobiográfica” —en la cual el autor organiza, coherentemente, recuerdos y anécdotas de casi una década—, una “relación de servicios”, que no desacredite al autor-protagonista, y una “noticia verdadera” de tierras desconocidas (Glantz 79-80). En pos de, diríamos nosotros, “comprender lo increíble”.
Cabeza de Vaca formó parte de la expedición dirigida por Pánfilo de Narváez que pretendía conquistar la Florida (1527). Como sabemos, Narváez es el mismo personaje vinculado a Cortés, a quien persigue, durante los momentos previos a la conquista de México. En los Naufragios, al producirse la primera crisis y separación de los expedicionarios, se advierte un carácter un tanto conflictivo en Narváez. En el capítulo X, Cabeza de Vaca refiere sobre aquél: “Él me respondió que ya no era tiempo de mandar unos a otros; que cada uno hiciese lo que mejor le pareciese que era para salvar la vida...” (114). En general, la opinión del autor sobre este gobernador no es positiva y, llegado un momento, se entera de su desaparición.
Los Naufragios se convierten en un valioso testimonio —crónica, en el fondo y en el estilo— que aluden, desde su propio nombre, a las aventuras y peripecias de Cabeza de Vaca, él pasa más de ocho años, primero extraviado, luego en cautiverio (capturado y controlado por los indígenas) y finalmente se convierte en un curandero con características mesiánicas, a quien los naturales siguen como en un peregrinaje casi permanente.
Cabeza de Vaca habla, él mismo, de su habilidad en las curaciones, a tal punto que estudiosos como Nancy Hamilton lo han considerado “el primer cirujano de Texas”. Margo Glantz señala: “Núñez recorrió un vasto territorio habitado por innúmeras culturas indígenas, ya desaparecidas (el sur del actual territorio de los Estados Unidos y el norte de la Nueva España, hoy México) y hasta se ha llegado a insinuar que es el primer chicano (Bruce-Novoa) (9).
Siguiendo esta alusión al primer mestizaje, leemos en el capítulo XXI de la Relación: “Acontecía muchas veces que las mujeres que con nosotros iban parían algunas, y luego en naciendo nos traían la criatura a que la santiguásemos y tocásemos” (195).
Nos referimos, en este trabajo, a Cabeza de Vaca como narrador de aventuras. Silvia Molloy se expresa sobre los Naufragios de un modo similar: “...el texto de Álvar Núñez crea la aventura narrándola” (Glantz 219). Y es cierto. Cada hecho que se presenta, sin duda se narra años después de ocurrido con una premeditación que no quiere negar la veracidad de los acontecimientos, pero suma a ella una relevante vertiente imaginativa, y, en varias ocasiones, con tendencia a sobredimensionar las situaciones.
En efecto, lo sucedido es una aventura, una odisea. El tránsito que va desde el extravío hasta el reencuentro, con la condición de prisionero en medio de ambos polos, merece el justo título de un “naufragio”, en tanto pérdida, desapego. Pero cuando, a partir del capítulo XXI encontramos al protagonista —y a sus constantes compañeros: Alonso de Castillo, Andrés Dorantes y Estebanico— el naufragio cobra otro cariz.
Después de varios años, viviendo desnudo y como un “salvaje”, prisionero de los indios, a punto de morir por hambre o enfermedad, Cabeza de Vaca providencialmente halla la oportunidad de probar sus dotes como curandero y comprobar que esa cualidad puede cambiar su destino, como de hecho ocurre.
Este es el revés del naufragio y la proximidad de la providencia. Sin embargo, hay un tono un tanto desolador en la obra por varios momentos, incluso cerca al final se habla de las naves que no podían hacerse a la mar, fracasando en el intento, ya cuando el personaje principal emprende, por fin, el regreso a Castilla.
Texto rico, metafórico, interpretado, según sea el caso, como una divertida crónica o, desde un punto de vista más ideológico, como una presentación de las virtudes y defectos de los indígenas americanos, que podrían ser tan crueles como los conquistadores, los Naufragios representan, asimismo, una posición, por parte del autor, que precede al discurso del padre Las Casas, en tanto se asume la defensa de ciertos valores de los nativos del Nuevo Mundo. Pero, al mismo tiempo, Cabeza de Vaca tiene una visión ambigua del indígena en tanto bárbaro y salvaje. Describe sus costumbres, sus enfrentamientos, a veces armados, y lo más llamativo, en este sentido, es la cantidad de pueblos o tribus, a veces demasiado “extraños”, por las actitudes de sus pobladores, que él va conociendo o “descubriendo”.
En diversas secciones del texto, el autor se refiere al carácter y acciones de los indígenas. Por ejemplo, da esta descripción en el capítulo XIV: “La gente que allí hallamos son grandes y bien dispuestos; no tienen otras armas sino flechas y arcos en que son por extremo diestros. (...) Las mujeres son para mucho trabajo” (126).
Otra perspectiva se apunta en el capítulo XVIII: “Desde que amanece comienzan a cavar y a traer leña y agua a sus casas y dar orden en las otras cosas de que tienen necesidad. Los más de éstos son grandes ladrones, porque aunque entre sí son bien partidos, en volviendo uno la cabeza, su hijo mismo o su padre le toma lo que puede. Mienten muy mucho, y son grandes borrachos, y para esto beben ellos una cierta cosa” (145).
La aventura a la que aludimos también ha sido comparada con la del clásico Robinson Crusoe, de Defoe. Pero no olvidemos que, ante todo, estamos frente una Relación de la época de la conquista, y el modelo y la intencionalidad de este tipo de composición es conseguir el favor del rey de España. Hay, es bueno decirlo, una interesante “vuelta de tuerca”, en el contexto de las Relaciones, si las entendemos y estudiamos como un género, porque Cabeza de Vaca asume una posición y un tono muy personales y confiesa sus vivencias, las vicisitudes y dificultades por las que pasa. Mas nunca, a pesar de lo negativo y lo trágico, lo ominoso o lo sangriento (como el canibalismo de los españoles en el capítulo XIV), se deja de lado la presencia divina y el rol de la religión católica.
Es precisamente este papel y el propio rol de evangelizador que se propone —o al menos así lo presenta— Cabeza De Vaca, los que marcan uno de los hilos discursivos en esta narración autobiográfica. El ritmo del relato es ameno y cobra diversos matices, a veces se acelera, como en el momento en que los cristianos se convierten en curanderos y luego su fama se extiende, pero a ello suceden actos de pillaje y violencia entre los pueblos indígenas. Un cierto tono épico asoma en esta “cruzada”.
El aventurero narra sus propias peripecias, sus desgracias y “renacimientos”. Siempre su fe lo salva y, nunca piensa que está en el lugar ideal, por lo menos se felicita por conservar su vida. Es consciente de ello, y de la fatalidad que, de un momento a otro puede surgir en la existencia humana. Los Naufragios son esencialmente de naturaleza providencialista pero también denotan la importancia e influencia del destino y lo casual: la suerte, la fortuna cambian de la manera más inesperada. Aquí se presentan, pues, dos polos, que en un intercambio pueden generar ambigüedad, una característica, por cierto, nada ajena a los Naufragios. Se menciona, en ese mismo sentido, el carácter tan ficcional, en tanto “no verdad”, de esta obra fundacional en las primeras composiciones sobre el Nuevo Mundo.
Es importante señalar, en la visión que el español tiene del indígena, cómo capta el primero la naturaleza del otro, cómo la entiende y la codifica. Esa “otredad”, que ha fascinado como discurso a varios estudiosos del tema, es una de las fibras más sensibles de los Naufragios. Porque Cabeza de Vaca, precisamente, convive, con el “otro” y puede dar testimonio de sus costumbres, de cómo actúa. Es más, su condición de subordinado, mientras dura el cautiverio, es una lectura, una situación “a la inversa” o “no oficial” inclusive “sui generis” de la Conquista, pues curiosa y precisamente el llamado a explorar y conquistar es sojuzgado y tomado prisionero. El naufragio de su vida precisamente lo ha llevado a esa condición. Esa experiencia es la base del texto.
Justamente para Beatriz Pastor, los Naufragios, en tanto relato desmitificador, en comparación con los Diarios de Colón o la Quinta Carta de Relación de Cortés, con los que forma un corpus de textos de la época, integra a su vez “el discurso narrativo del fracaso” (Glantz 89). Para Pastor en los Naufragios hay una “transformación de la acción heroica de la conquista en lucha desesperada por la supervivencia” (Glantz 91). Rolena Adorno, en la misma línea, señala que la narración de Cabeza de Vaca “reproduce un incipiente proceso de adaptación cultural y, en consecuencia, de supervivencia física” (Glantz 311).
Luisa Pranzetti entiende el naufragio como “metáfora” que “subraya la frontera entre una cultura organizada (el espacio de procedencia) y una cultura desorganizada (el espacio de conquista), donde la superación de esa frontera constituye el paso de un estado social a un estado de naturaleza” (Glantz 60).
Una vez que se reencuentra con los “cristianos”, tras los años extraviados (capítulo XXXIII), Cabeza de Vaca dialoga con el gobernador de Nueva Galicia, tierra ya conquistada, Nuño de Guzmán, y se entera de que los indios están siguiendo las instrucciones de construir iglesias y dar alojamiento al visitante. Esto le parece increíble, casi un “milagro”, pero también sugerente. Y podemos entender que la pretendida evangelización es un éxito. El papel de curandero o chamán que, desde cierto momento de la narración (el aludido capítulo XXI), desempeña Cabeza de Vaca, lo convierte en un líder sobre el que se dan noticias en uno y otro pueblo.
En ningún momento, sin embargo, la intención de ser un conquistador ha pasado a un segundo plano, sino que se expresa de otra forma. Es una conquista del espíritu, por la religión, la creencia. Subyace un pesar, pues el protagonista no tiene el poder consigo, pero logra la sublimación de sus deseos aprovechando este proceso religioso. Él mismo se nos presenta como un mártir, quiere que lo veamos así. Si aceptamos su propuesta —si entramos en su capcioso juego—, es definitivamente otra la caracterización y la dimensión de Cabeza de Vaca, más allá del personaje histórico sino como propio “autor de ficciones”.
En 1991, el mexicano Nicolás Echevarría llevó al cine una versión de los Naufragios con el título de Cabeza de Vaca. La película, producida con motivo del Quinto Centenario del llamado “lama Enrique Pupo-Walker, y asume una doble perspectiva del protagonista, precisamente las que aEncuentro de dos mundos” condensa los pasajes más relevantes de este “texto seminal”, como lo lluden Pastor y Adorno: la del superviviente y la del conquistador despojado de todo mito.
Esta cinta, sin embargo, no deja de tener un halo de “real maravilloso” en sus inesperados raccontos y flashbacks que, si bien tratan de “ubicar” al espectador, pueden generar, a su vez, otra imagen, no ya la que presenta el texto, del propio Cabeza de Vaca. Y ello resulta obvio porque estamos ante dos lenguajes distintos, el del cine y la literatura que, sin proponérselo en un principio, resultan hoy conectados pues generalmente una nutre al otro y, a veces, ocurre de manera inversa.
A propósito del cine, bien se ha dicho que los Naufragios son, en cierto modo, el guión ideal para una película por sus incesantes vaivenes y devaneos. El español, quien después de su aventura norteamericana fuera nombrado por la Corona Adelantado, Gobernador y Capitán General del Río de la Plata, más tarde vuelve a naufragar frente a las costas del Brasil, explora los territorios del Paraguay, se establece en la actual ciudad de Asunción y descubre las cataratas del Iguazú. La etapa final de su vida, tras algunos años en la cárcel por supuestos abusos durante su gestión política y administrativa, está rodeada de un misterio que aún hoy busca aclaración.
Bibliografía
Glantz, Margo, coord. Notas y comentarios sobre Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Grijalbo: México D.F., 1993.
Núñez Cabeza de Vaca, Álvar. Naufragios. Edición de Juan Francisco Maura. Madrid: Cátedra, 1998.
Jorge Zavaleta Balarezo
Escritor, crítico de cine y periodista peruano (Trujillo, 1968). Es doctor (Ph.D.) en literatura latinoamericana por la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos). Además, tiene estudios de literatura, periodismo, cine, publicidad y análisis político en la Pontificia Universidad Católica de Lima (PUCP) y en el Instituto Idea, de Caracas (Venezuela). Su obra creativa incluye la novela Católicas (1998) y una colección aún inédita de cuentos. Ha publicado ensayos y reseñas en revistas académicas como Mester, Variaciones Borges, Revista Iberoamericana, Nomenclatura y Visions of Latin America. Su carrera periodística en Lima y América Latina incluye artículos en diarios, revistas y agencias de noticias como Argenpress (Argentina), Notimex (México) y DPA (Alemania). En 1998 participó en el volumen colectivo Literatura peruana hoy: crisis y creación, editado por la Universidad Católica de Eichstätt (Alemania), con el ensayo “El cine en el Perú: ¿la luz al final del túnel?”. Fundador de Psicoanálisis Estival 1968 y Cofundador de Papel de Arbol
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