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lunes, 3 de abril de 2023

LA MUSICA DE LATINOAMERICA EN EL SIGLO XXI



   

Jorge E. Zavaleta Alegre, Corresponsal\

Para Quimi Lara, en Brasil y Donato Garay,Argetina, nos hablan del vals en los paises sudamericanos/ . http://folcloremusicalperuano.blogspot.com/2020/10/

Me permito comentar la fortaleza de las músicas andinas colombianas en los albores del siglo XXI.  

John Jairo Torres de la Pava comenta algiunos autores que consideran a los jóvenes no tienen  deseos de  educarse con los fundamentos, ancestrales o científicos, de otra cultura, puesto que en la propia sus conocimientos no tendrán utilidad. 

En e! mundo, trasciende lo que las personas conocen de su propia cultura, para sí misma y frente a las demás. Así, en el arrasador proceso de globalización, cobra importancia aquella sociedad que conoce y maneja su propia cultura, puesto que no solo se identifica, sino que adquiere respeto y tiene qué ofrecer en el encuentro al que se ve obligada por la mera razón de existir. 

En Colombia, se habla de una identidad como respuesta del sincretismo cultural que incuba una nueva cultura, fundamentada en las necesidades de una reacción social para la alteridad, la dignidad y sobrevivencia como grupo social. Para tener cómo llegar a ese mundo global con características propias, y formas propias de ser y de vivir; para llegar con una cultura a enfrentar las culturas del mundo. 


Julio Mendívil, Raúl R. Romero, desde la Universidad de Viena, miembro del Instituto de Etnomusicología - Grupo de Investigación en Musicología Pontificia Universidad Católica del Perú nos dice que al igual que los instrumentos, las prácticas musicales vivas son propensas a mudar, pues la música —como un hecho social enmarcado en un determinado tiempo y contexto históricos— no es, bajo ninguna circunstancia, plenamente independiente de los vaivenes de las sociedades en que se desarrollan.

Y respecto de la música que se practica en los Andes no es excepción alguna. Aunque numerosos intérpretes o consumidores suelen imaginarla como una fuerza inalterable, legada desde tiempos pretéritos, cualquier análisis histórico demostraría fácilmente la falacia de tal supuesto. Desde los albores del formativo cultural andino, migraciones, guerras, rutas comerciales y expansiones coloniales la han transformado sustancialmente.

Hacia finales del siglo XIX, la música andina pasó a ser motivo de investigación, entre otros, por José Castro, Leandro Alviña o los esposos franceses Marguerite y Raoul D’Harcourt, en los albores del siglo XX intentaron sistematizar la variedad musical en los Andes, recopilando material empírico para cotejarlo con informaciones históricas y etnográficas. 

Los D’Harcourt clasificaron los géneros musicales andinos, sobre la base de su función social, en cantos religiosos, lamentaciones funerarias, canciones de amor como los harawis, canciones de despedida, canciones pastorales, etc. (D’Harcourt, 1925, p. 169). 

José MaríaArguedas, en cambio, diferenció dos coordenadas en la música andina: una geográfica que delimitaba zonas culturales (Áncash-Huánuco, huanca o chanka) y otra que remite al contexto étnico-cultural de los productores: indios o mestizos (1977, p. 13; 1986, p. 57).

Siguiendo la posta dejada por Arguedas, los hermanos Edwin, Luis y Rodrigo Montoya ampliaron la clasificación de áreas culturales quechuas estableciendo ocho zonas —Qorilazo, Cusco Bajo, Puno, Ayacucho, Junín, Áncash o Huaylas, Áncash o Conchuco—, cada una de ellas, a su vez, dividida en sectores señoriales e indígenas (1987, pp. 22-23). 

Con la construcción de vías de comunicación terrestre y la llegada de la radio a comienzos del siglo XX, la música de los Andes volvió a sufrir una serie de transformaciones. Sus estructuras abiertas se amoldaron a extensiones y sonoridades según lo que permitían los formatos y los diálogos con otras culturas musicales se hicieron más frecuentes. Así, nuevos instrumentos —como el saxofón— fueron asimilados dentro de los conjuntos (Romero, 1985, p. 268). Hacia mediados del siglo pasado, con la expansión de la radio y la televisión, la música andina comenzó a mudar formas y contenidos más radicalmente. En la primera mitad del siglo XX las formas musicales andinas se habían visto seriamente afectadas por discursos nacionalistas de una élite urbana y por los nuevos condicionamientos tecnológicos con que se enfrentaban en la gran urbe limeña. 

Como demuestran los numerosos ejemplos, es imposible ver la música andina como una pétrea presencia de formas, tercamente incrustadas en la realidad posmoderna. La música de los Andes,  ¿cuál es el panorama musical andino que existe hoy, después de los cambios demográficos y tecnológicos ocurridos en el mundo hacia finales del siglo pasado?

Julio Mendívil y Raúl R. Romero, editores invitados de Anthropologica y con la colaboración del Instituto de Etnomusicología - IDE,  se  revisaron los  estudios relacionados con la música de la región andina y se enontraron con enfoques novedosos que vincularan la música a los procesos sociales y a los temas que en los últimos años han concentrado la atención de los estudios sobre música en el mundo, como las cuestiones de género, el multiculturalismo, la distinción social, la políticos.

Si bien todos estos temas han sido preponderantes en la literatura etnomusicológica de habla inglesa —y en los estudios sobre la música de los Andes en ese idioma—, en el Perú no han recibido aún la atención que merecen.

Los cambios demográficos y tecnológicos desencadenados por la globalización se magina que las músicas con formas tradicionales como realidades atrapadas en un pasado persistente; pero, como demuestran los textos escogidos, las tradiciones musicales andinas no solo exhiben un fuerte presente, sino que se exponen como tradiciones claramente orientadas al futuro.

En el primer rubro, el lector encontrará una aproximación etnográfica a la banda típica, una de las agrupaciones musicales tradicionales de mayor envergadura en las festividades de la provincia de Chumbivilcas, región Cusco. Sobre la base de datos etnográficos y otros provenientes del ciberespacio, Hubert Ramiro Cárdenas Coavoy nos ofrece una mirada profunda a las estrategias con que los habitantes de Chumbivilcas reformulan sus tradiciones con el fin de mantenerlas vigentes.

Luego los opiniones se orientan hacia la presencia andina en la capital y recorre un espectro temporal considerable. Desde los trabajos de José María Arguedas, la existencia de un universo musical andino en Lima ha sido un tema recurrente en los estudios sobre música. Influidos por la impronta arguediana, muchos de estos estudios se han dedicado a constatar el paulatino avance del huayno en la otrora Ciudad de los Reyes a partir de las grandes migraciones de mitad del siglo XX (Arguedas, 1977; Lloréns, 1983; Romero, 1985, 2007). 

Por su parte, y dando un salto cronológico considerable, Pablo Molina nos lleva a reflexionar sobre categorías escurridizas, como «tradicional» y «popular», en el imaginario de músicos provincianos —o hijos de provincianos— que operaban en la capital peruana a comienzos del siglo XXI.

Cierra este rubro un excelente texto de Fiorella Montero Díaz sobre la llamada «música de fusión» y las nuevas identidades de las clases más pudientes en el territorio peruano. Sobre la base de un trabajo de campo en Lima y balnearios, Montero indaga sobre las reformulaciones culturales de ciertos sectores de las clases altas peruanas en su afán por sentirse partícipes de un destino colectivo patrio. 

Así, registra cómo un sector social de jóvenes interpelan los imaginarios sobre lo nacional y sobre la violencia política vivida por el país en la década de 1980, al combinar elementos musicales de las culturas llamadas subalternas con lenguajes musicales identificados con Occidente o con la cultura de masas globalizada. 

Como la autora misma afirma, esta «fusión» de elementos musicales diversos permite a los involucrados reforzar la búsqueda de su propio yo político y espiritual, en un país aún sacudido por los procesos traumáticos generados por la guerra interna.

El último rubro  de los procesos de globalización y migración ocurridos en América Latina en las décadas pasadas se percibe procesos de apropiación de cultura andina realizados por grupos de jóvenes citadinos en Buenos Aires como una forma de construir una identidad y una práctica social alternativa a aquellas que impone el capitalismo tardío con sus nociones de consumo y explotación de recursos. 

Tomando el concepto de «reciprocidad», asociado a las culturas llamadas «originarias», estos jóvenes argentinos, ajenos a los Andes, reinventan sus vínculos históricos asociándolos con un pasado andino imaginario. Poniendo como ejemplo el grupo Sikuris del Arco Iris, el autor da testimonio del importante rol de músicos migrantes bolivianos para la construcción de una identidad antigua, aunque imaginada, en Argentina.

Mas estudios recuerdan a géneros musicales brasileños tan variados como el samba, el forró y la música sertaneja, Se evidencia las jerarquías simbólicas de la nación brasileña y los conflictos que reproducen sus miembros al momento de encontrarse en el campo social musical del Brasil del siglo XXI.

http://fundacionlevano.org/2020/05/15/2247/
Por Víctor Hurtado Oviedo


Las entrevistas más breves empiezan con esta pregunta: “¿Tiene usted algo que añadir?”. Así ocurre también con la vida. Pasan los años, vuelven a pasar, y el tiempo se inquieta y nos pregunta qué debemos añadir. Algunos responderían: “Nada nuevo: sólo otro día dictado por mis principios”. César Lévano perteneció a tal estirpe. Lévano fue un genio que habría sido insoportable si hubiese tenido la vanidad que le correspondía. Por su modestia, su talento, sus estudios infinitos, su generosidad y su vida ejemplar, César Lévano es la mejor respuesta dada a la “invitación a la vida heroica”, que formuló José Carlos Mariátegui, su maestro a la distancia del tiempo.

Periodista y también maestro (en las aulas y en el ancho mundo), Lévano falleció en Lima el 23 de marzo del 2019, con 92 años. Cayó al fin, trabajando en un libro sobre la historia del sindicalismo peruano, tema caro a él “por derecho propio” ya que su padre (Delfín) y su abuelo (Manuel) fueron sindicalistas valerosos e intelectuales. “La verdad de nuestra época es la Revolución, la revolución que era para los pobres no sólo la conquista del pan, sino también la conquista de la belleza” escribió Mariátegui en 1925. César Lévano practicó este doble camino: por la justicia hacia el arte, por el arte hacia la justicia.

Quienes vamos hacia la tercera edad y media recordamos que “Lévano” era un nombre sobre una prosa elegante que iluminaba la revista “Caretas” de los años 60. “Escribe César Lévano” era el imprimátur del buen gusto y de la inteligencia en entrevistas y semblanzas que suponíamos efímeras y que sí, lo son, pero en un sentido. Muchos políticos y personajes de aquellos artículos han vuelto a su condominio de la nada y son ahora soplos de sombras, mas el estilo de Lévano aún nos habla con la perennidad de la obra bien hecha.

Servirse la prosa de César Lévano es como gozar de un banquete bajo el sol. Al referirse a los detractores de Pablo Neruda, Lévano escribe: “Todos añadieron algo de pesar al océano sentimental del poeta. Pocos lograron encresparlo”. Cuando alude a su pasión correspondida por los libros antiguos, expresa: “Nací a dos cuadras del parque Universitario, en cuyo entorno florecían las hojas de segunda mano”.

Lévano recuerda a su amigo poeta César Calvo: “Para que Javier Heraud nunca muriera, César hablaba con él”. Luego celebra la risa de César Calvo: “Risa enorme, asombro matinal de su alegría”. A otro poeta, Martín Adán, César Lévano lo dibuja así: “Con el rayo de la belleza y la ironía defiende el agobiado recinto de su soledad”. La prosa de César Lévano: refinada, caudalosa de ideas, contenida de palabras, como pulida en frases de cristal donde centellean las figuras literarias como regalos que el buen gusto recibe del talento.

COMEDIDO HIDALGO

No está de moda citar a Karl Marx ni a Friedrich Engels; por tanto, quienes también hemos pasado de moda nos sentimos autorizados a mencionarlos (¿quién sabe si no estar al día es una manera de entrar un poco en el mañana?). Los que trabajamos junto a César Lévano sabemos cuán minucioso y exigente con él mismo era si debía entregar una cuartilla –“pantalla” de aquellos tiempos–, cuando los periodistas y sus máquinas eran máquinas de escribir. Ese cuidado no está lejos de una confesión de Engels a propósito de Marx –y a César no le desagradaría tan selecta compañía–.

En alusión a periodistas superficiales que escribían en publicaciones marxistas alemanas, Engels exclamó: “¡Si estos señores supieran cómo Marx consideraba que sus mejores producciones no eran todo lo buenas que se requería para los obreros y cómo consideraba un crimen ofrecer a los obreros cualquier cosa que estuviera por debajo de la perfección!” (Carta a Karl Schmidt, 5 de agosto de 1890). Aunque méritos no le faltaron (leía alemán), Lévano no se habría sentido a gusto con tales colegas, eruditos a la violeta. César –el perfeccionista, el exacto– no escribía para enseñarse, sino para enseñar. Como profesional, su decencia era su docencia.

Por cierto, hablando de decencia, recordemos su trato, sobrio pero cordial: “comedido hidalgo” lo habría llamado don Miguel de Cervantes, como tituló a su don Alonso Quijano: un caballero, especie hoy en peligro de extinción. Quien pretendía jugar a la vulgaridad con Lévano, debía irse con sus monsergas a otra parte. “Áristos” llamaban los griegos al mejor.  “Aristócrata proletario” nombró a César otro gran periodista, Enrique Zileri, director que fue de “Caretas” cuando Lévano trabajó en tal publicación. Empero, no solo por el fino trato fue aristócrata César Lévano, sino también por su amor y su respeto hacia lo mejor de las culturas: la popular y la exquisita, la folclórica y la clásica. Tanto podía él cantar un huayno como citar en alemán versos de Goethe (yo lo escuché en ambas artes).

ÁRBOL DE BATALLAS

Aristócrata, Lévano, sí, pero también proletario pues vivió de sus manos, por sus manos. Al poeta Jorge Manrique (siglo XV) le habría gustado dialogar con César pues las “Coplas” del español ya lo habían presagiado: en la muerte, “allegados, son iguales / los que viven por sus manos / e los ricos”. A su modo, un periodista y un escritor son proletarios, según opinó el viejo Marx: “Un escritor es un obrero productivo, no porque produzca ideas, sino porque enriquece a su editor y es, por tanto, asalariado de un capitalista” (“Historia crítica de la teoría de la plusvalía”, volumen IV).

A César nunca lo visitó la riqueza, ni siquiera la holgura. César Lévano: cartujo episcopal en su basílica de libros, laberinto de habitaciones que giraba en el orden de su mente. Deseemos que la Universidad de San Marcos, hoy poseedora de sus libros, no los “pierda”. Si roban sus libros, César Lévano morirá otra vez: su primera muerte fue natural, pero el saqueo de su biblioteca ya será un asesinato.

Mejor que esta página volandera y en desorden (id est, mi orden), una biografía deberá referir las virtudes cívicas y éticas de Lévano, probadas en cárceles y pobreza (otra cárcel, su cadena perpetua). Felizmente, el periodista Paco Moreno –notable discípulo de Lévano– ha publicado un libro-entrevista: Rebelde sin pausa, que ha de leer quien desee viajar por el continente intelectual que fue nuestro amigo. A su vez, Carlos Bracamonte, otro buen discípulo, ha creado la Fundación César Lévano, cuyo sitio, muy informado, puede consultarse en Internet. En él, Carlota Burenius, amiga del maestro, ha colocado una cronología de Lévano, y se verá entonces que este poeta tuvo una vida de novela.

César Lévano afrontó miles de golpes férreos gracias a la comprensión sin límites de Natalia Casas, su esposa. Ella contribuyó a que se sostuviera firme aquel hombre, “árbol de batallas” –hermoso título de un poemario de Lévano–, y mencionarla es justo, de justicia poética. Cálido hogar fue el suyo para sus amigos, de piano criollo y jaranista, y de mesa generosa en los domingos (commensalis fuimus), cuyas sobremesas eran cual estantes que se abrían como cancioneros y como enciclopedias.

Al igual que los sabios epicúreos, César mantuvo la serenidad del ánimo, la ataraxia, y nos legó su buen humor, el don amigo de su risa. Lévano descubrió el secreto de la vida: hacerse querer. Bien lo ha definido César Hildebrandt: “¿Quiere usted un peñón, un referente? Allí está Lévano y su sociedad indestructible con los débiles. Lévano es un ejemplo muy difícil de seguir en el periodismo peruano. Mi afecto por él tiene el calor del agradecimiento” (“Nabucco en la redacción”, diario “La Primera”, 9 de diciembre del 2006).

HÉROE DE NUESTRO TIEMPO

Hay muchos héroes no cristalizados en el bronce; ellos motivaron a Ralph Waldo Emerson a escribir en su libro “Hombres representativos”: “Los grandes hombres están más cerca de nosotros; los conocemos a simple vista”. De este humano mármol de heroísmo estaba hecho César Lévano, suerte de Job profano sobre quien el demonio de la adversidad descargó sus golpes tan en vano.

He pensado muchas veces en si existen hombres como César Lévano en Hispanoamérica, y me parece improbable, aunque sus paralelos con Mariátegui son evidentes. Lévano empezó con el marcador en contra: pobreza, invalidez física, discriminación racial, falta de estudios universitarios, prisiones (cuatro años seguidos), desempleos, subempleos (bajo pseudónimos de vetado e indeseable) y amenazas de muerte (del maldito Sendero Luminoso, entre otros malditos).

Al fin, en su alta edad, César quizá haya estado satisfecho de su vida, pero nosotros no; sus amigos, nunca. Sabemos, sin saberlo, cuánto más habría creado César si hubiera contado con tranquilidad económica y con equipos de colaboradores pagados por los contribuyentes, en vez de perder las joyas de su tiempo viajando en microbuses del averno, y con su invalidez, para más inri. El Perú le falló a este genio, y su patria aún no lo sabe.

Nacido en estirpe heroica y proletaria; desvalido de riquezas fenicias; niño testigo de su padre yaciente por torturas; víctima infantil de tragedias que habrían doblegado a un hombre; estilista de la inteligencia; autodidacto de profesión estudiante; firme en su fe política de perdedor heroico, erudito deslumbrante y docto en la cultura popular, César Lévano enseñó que los caminos son más nobles cuanto más cuesta ascender por ellos. Con su modestia inmerecida y su prosa serena y elegante, nos aleccionará siempre en la decencia y en el arte del decir. Rindámosle el homenaje de leerlo.

Llegamos al final de estas pobres digresiones citando a un buen amigo de César Lévano, el historiador Jorge Basadre, quien pronunció un panegírico en honor del intachable liberal Francisco de Paula González Vigil –un santo en un circo de fieras–. Dijo Basadre sobre Vigil: “Ninguna de las lacras de los viejos lo cogió: la majadería, la inercia, el erotismo, la mezquindad, la hiel, el pesimismo. Ennobleció el oficio del hombre”. Gracias a César Lévano por César Lévano.


En el Peru, destaca Cesar Levano   https://www.facebook.com/fundacionlevano/?locale=es_LA
 Gabriel García Márquez escribió en diciembre de 1982 una crónica reveladora de su cultura musical y de su buen gusto empinado, como en otros escritores ilustres –Darío, Vallejo, Heine, Lora, Borges–, sobre dos mundos: el de la alta cultura y la cultura popular. Entre los textos que deja Gabo sobre su mundo musical, hay uno aleccionador: “Bueno, hablemos de música”.

Ese trabajo está incluido en el volumen Notas de prensa 1980-1994 del grupo Editorial Norma. Dice Gabo ahí que en una encuesta le preguntaron cuál música se llevaría, si solo pudiera llevar un disco a una isla desierta. “No he dudado un instante la respuesta: las Suites para chelo solo, de Juan Sebastian Bach; y si solo pudiera llevarme una de ellas, escogería la número uno”.

De las varias versiones que conocía, dice, se llevaría la que más le conmovía, la de Maurice Gendrom, “junto con un libro único: una buena antología de la poesía española del Siglo de Oro”.

Confiesa el autor de El amor en los tiempos del cólera que “la música me ha gustado más que la literatura, hasta el punto que no logro escribir con música de fondo porque presto mucho más atención a ésta que a lo que estoy escribiendo”.

Precisa que sobre todo sus amigos más intelectuales se sorprendían de que el orden alfabético de sus preferencias musicales no terminara en Vivaldi. “Su estupor es más intenso cuando descubren que lo que viene después son colecciones de música del Caribe, que es de todas, sin excepción, la que más me interesa. Desde las canciones ya históricas de Rafael Hernández y el Trío Matamoros”.

El puertorriqueño Hernández, gran compositor de boleros, creó una canción bellísima y silenciada en homenaje a Pedro Albizu Campos, el héroe independentista de su patria.

García Márquez recuerda más adelante que, cuando vivía en Barcelona, recibió un telegrama de alguien que pedía su ayuda para escribir sus memorias. Firmaba El Inquieto Anacobero. Era el seudónimo de Daniel Santos. Otro día lo llamó Rubén Blades para decirle que quería cantar alguno de sus cuentos. Gabo añade: “Lo digo sin ironía. Nada me hubiera gustado en este mundo como haber podido escribir la historia hermosa y terrible de Pedro Navaja”.

En otra página de ese mismo volumen, “Sí: la nostalgia sigue siendo igual que antes”, se lee: “En nuestra casa de San Ángel, donde apenas si teníamos donde sentarnos, solo habían dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles”.

En “Variaciones”, en el mismo libro, cuenta que en una tienda de discos de Los Ángeles escuchó una música “que no parecía de este mundo”. Se acercó al dependiente y le preguntó “con el alma en un hilo, qué disco era ese, tan parecido sin duda a los que se escuchaban los domingos en el cielo”. Era La creación de Haydn.

El referido artista, que alguna vez pidió limosna en el Metro de París, conocía de antemano la música del cielo.

Diario Uno, 21 de marzo de 2017.

Appadurai, A. (1996). Modernity at large. Cultural Dimensions of Globalization. Minneapolis y Londres: University of Minnesota Press.       

Arguedas, J. M. (1977). Nuestra música popular y sus intérpretes. Lima: Mosca Azul y Horizonte.         [ Links ]

Arguedas, J. M. (1986). Ensayo sobre la capacidad de creación artística del pueblo indio y mestizo. En J. M. Arguedas (ed.), Nosotros los maestros (pp. 53-63). Lima: Horizonte.         [ Links ]

D’Harcourt, M. R. (1925). La musique des Incas et ses survivances. París: Librairie Orientaliste Paul Geuthner.

Montoya, Rodrigo, L. Montoya y E. Montoya (1987). La sangre de los cerros. Antología de la poesía quechua que se canta en el Perú (Vol. 1). Lima: Centro Peruano de Estudios Sociales, Mosca Azul Editores y Universidad Nacional Mayor de San Marcos.       

Romero, R. R. (2007). Andinos y tropicales. La cumbia peruana en la ciudad global. Lima: Instituto de Etnomusicología, Pontificia Universidad Católica del Perú.    










 

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