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viernes, 19 de mayo de 2023

Las industrias culturales y Los Millennials



La juventud es una etapa crítica en la vida de las personas: un periodo de transición, en el que se han de tomar decisiones trascendentales en muchos ámbitos, especialmente en la educación y el trabajo. Conocer qué hay detrás de la elección entre estudiar y trabajar, o la combinación de ambas, permite asistir, mediante la formulación de políticas públicas, a quienes tratan de asegurar un futuro mejor para la próxima generación de trabajadores en América Latina y el Caribe (ALC). Este objetivo es prioritario debido a los cambios en el mercado laboral, marcados por la irrupción de nuevos adelantos tecnológicos que amenazan con automatizar tareas y ocupaciones.

Millennials en América Latina y el Caribe: ¿trabajar o estudiar? describe los principales resultados de un proyecto regional que contó con la participación de más de 15.000 jóvenes de entre 15 y 24 años en nueve países (Brasil, Chile, Colombia, El Salvador, Haití, México, Paraguay, Perú y Uruguay). Dos levantamientos de datos (uno cuantitativo y otro cualitativo) permiten comprender mejor las habilidades, expectativas y aspiraciones de los jóvenes, y el contexto en el que ellos se desarrollan . La novedad de este estudio es que va más allá de las variables tradicionalmente levantadas en las encuestas de hogares, como ingresos o nivel de estudios, e incorpora otras menos convencionales: la información que los jóvenes manejan acerca del funcionamiento del mercado laboral, y sus aspiraciones, expectativas y habilidades cognitivas y socioemocionales. Con ello, tratamos de entender mejor a los jóvenes e impulsar medidas más acordes a los desafíos para desarrollar su potencial. Así, sobre la base de estos hallazgos, esta publicación sugiere qué acciones de política pueden ayudar a los jóvenes a realizar una transición exitosa desde sus estudios al mercado laboral.

Los resultados de esta investigación, una radiografía detallada sobre los jóvenes de América Latina y el Caribe, ofrecen un panorama alentador en la mayoría de los aspectos. En él no hay cabida para prejuicios y estereotipos, como los que pesan sobre los millennials o sobre los 20 millones de ninis (jóvenes que ni estudian ni trabajan ni se capacitan) que hay en América Latina y el Caribe.
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La importancia de los datos en las industrias culturales y creativas

March 21, 2023 por Eliana Prada - Martin Inthamoussu 

Los datos son importantes para las industrias culturales porque permiten a los tomadores de decisiones comprender mejor el impacto económico y social de sus actividades. Los datos ayudan a identificar oportunidades y amenazas para el sector creativo y sirven como insumo para la toma de decisiones estratégicas.

Las industrias culturales y creativas son un motor clave del desarrollo económico y social de nuestra región. Representan alrededor del 3.1% de la economía mundial y contribuyen con más de 524 millones de dólares en exportaciones, mientras que la exportación de servicios creativos alcanzó 1,1 billones de dólares. Las industrias creativas representan, además, el 6,2% del empleo global. La UNCTAD estima que, en 2020, los bienes y servicios creativos representaron el 3% y el 21% del total de las exportaciones de mercancías y servicios, respectivamente.

Con las enseñanzas transitadas por la pandemia, y aún en plena curva de aprendizaje, el ecosistema creativo se ha vuelto cada vez más competitivo. Las industrias creativas se encuentran con mayor necesidad de acceder a los beneficios de las nuevas tecnologías para  ser más innovadoras, eficientes y receptivas a sus audiencias y consumidores. Además de proporcionar nuevas oportunidades de colaboración entre organizaciones de todo el sector, incluidos organismos públicos como las autoridades locales, el análisis de datos también permite a las organizaciones individuales comprender mejor los comportamientos del sector creativo desde distintos puntos de vista.

A pesar de que en los últimos años se ha hablado mucho sobre la importancia de los datos en las industrias culturales y creativas, todavía existen algunos sectores que no han sabido sacarles el máximo provecho y están perdiéndose oportunidades inimaginables a la luz de las tecnologías disponibles.  El pasado viernes 24 de febrero, organizamos desde la Unidad de Creatividad y Cultura del BID un diálogo junto a Magdalena Moreno de IFACCA y Sunil Iyengar de National Endowment for the Arts para analizar qué papel juegan los datos en la economía creativa y cómo están cambiando la forma en que estas industrias funcionan en la región generando empleo e inclusión social.

Los datos y la cultura

El uso de hechos, métricas y datos para guiar las decisiones estratégicas que se alinean con las metas, objetivos e iniciativas es clave para la toma de decisiones basada en datos. Cuando las organizaciones culturales se dan cuenta del valor total de sus datos, se toman mejores decisiones. Sin embargo, esto no se logra simplemente eligiendo la tecnología analítica adecuada para identificar la próxima oportunidad estratégica. Hay que saber también cómo procesar esos datos y transformarlos en acción que eventualmente logre incidir en la formulación de políticas públicas para promover el ecosistema creativo de nuestra región.

Los datos son cada vez más importantes para la economía creativa en su totalidad, pero en particular para los sectores creativos como el audiovisual y la industria fonográfica. Los datos existentes ofrecen a estas industrias información específica sobre sus públicos, géneros y tendencias populares, dónde las audiencias son vistas como prosumidores[1] y no meros compradores de entradas.

Esta información también nos sirve para identificar cuáles son los contenidos que no conocen, porque aún no han tenido acceso a ellos, y así poder diseñar estrategias relevantes de introducción y desarrollo de audiencias, así como políticas publicas efectivas y eficientes.

Magdalena Moreno considera que es crítico que las organizaciones tengan acceso a datos para conocer a sus destinatarios para poder argumentar con criterio y evidencia.

La “big data” también se puede utilizar para predecir las tendencias en el mercado para que la oferta pueda responder rápidamente si ven que se abre una nueva oportunidad o una tendencia existente que cambia de dirección. Por ejemplo, la big data podría alertarlo si hay un aumento repentino en la demanda de libros sobre su tema; entonces sabría que pronto puede haber una mayor demanda de sus servicios porque más personas leerán sobre el mismo. Esto no significa en absoluto que el mercado cultural empiece a crear solo a niveles que indica la demanda. Por el contrario, los datos nos ayudan a identificar las oportunidades de crecimiento para nuestra propia voz artística. El arte y la creación siempre están en el centro, los datos ayudan a tomar decisiones que sean sustentadas en lo que la realidad nos indica.

Del mismo modo, también ayuda en las decisiones de marketing y comunicación para las industrias culturales, orientándolas hacia su público objetivo, la plataforma ideal para el acceso y los métodos de promoción más efectivos. Es un gran desafío proveer de recomendaciones si no se dispone de datos accesibles o los que están son inconsistentes. Morena plantea que en su trabajo para UNESCO se encontró con la situación de ausencia de datos que no permitía que su labora fuera del todo consistente. También, en sus descubrimientos, plantea que hay sectores mas desarrollados en torno a este tema, como el audiovisual, en comparación con otros como el de las artes visuales.

Sunil Iyengar plantea ejemplos concretos de datos que los han ayudado a desarrollar algunas políticas especiales dentro del National Endowment for the Arts. Esta organización mantiene la cuenta satélite que le da datos como el aporte de las industrias creativas y culturales al PBI del país, la cantidad de trabajadores en el sector o cuanto cobran por su trabajo. No solo les ha servido para observar y hacer diagnóstico, sino para tomar decisiones estratégicas. Estos datos les han ayudado a observar como las artes y la cultura aportan el 4% de la economía del país, número superior a la agricultura, el transporte o la minería del Estados Unidos. También detectaron que hay un superávit de exportaciones de bienes y servicios culturales.

Conclusión

Cuando el dinero es público, aportado por los contribuyentes, y las decisiones no se basan en datos, simplemente se transforma en un uso irresponsable y subjetivo de recursos por parte del gobernante de turno. Los datos hablan por las audiencias y las audiencias son los contribuyentes. No se puede diseñar programas solo por una percepción, hay que argumentarlos y crear valor con esos recursos es una responsabilidad que se puede traducir en impacto económico y social, respaldando nuevas ideas con pruebas sólidas.

Aunque se incentiva cada vez más a que las ICC revisen sus modelos de negocio tradicionales a través de la incorporación del uso de datos, las barreras conceptuales y organizativas cuestionan los beneficios del análisis de datos y ralentizan su adopción, lo cual dificulta medir el impacto real de las políticas públicas.

Afortunadamente, no solo hay herramientas disponibles que pueden ayudar a superar estos obstáculos, tanto en términos de obtención de datos como de uso efectivo sino que cada vez más todos los actores del ecosistema creativo somos más concientes de la necesidad y el impacto de los datos para fortalecer estas industrias. ¡El futuro es prometedor para el análisis cultural!

Nuccio, M & Bertacchini, E, Data-driven arts and cultural organizations: opportunity or chimera?, European Planning Studies, 2021

Waller, D, 10 Steps to Creating a Data-Driven Culture, HBR, 2020


EL MERCURIO DIGITAL PANORAMICAL DIARIO16 THE NEW YORK TIMES DPA....MUY CERCA DE LATINOAMERICA

 

https://www.panoramical.eu/columnas/latinoamerica-sin-reyes/

https://www.elmercuriodigital.net/2023/05/latinoamerica-sin-reyes.html

PAPELDEARBOL: ¿Latinoamérica sin Reyes? The NY TIMES ABRE EL ...:       ¿Latinoamérica sin Reyes? Jorge Zavaleta Alegre The New York Times, el 5 de mayo de 2021, ha publicado un artículo de Hannah Rose ...

¿Latinoamérica sin Reyes? The NY TIMES ABRE EL DIALOGO

 

 


 ¿Latinoamérica sin Reyes?

Jorge Zavaleta Alegre

The New York Times, el 5 de mayo de 2021, ha publicado un artículo de Hannah Rose Woods, historiadora cultural y la autora de Rule, “Nostalgia: A Backwards History of Britain”. Y los latinoamericanos explican hoy  la no existencia de monarquías.

Mientras en Europa, la oligarquía había sido, diremos, ya desterrada, en nuestra América Latina empezaba a implantarse. Esto es consecuencia del vacío de poder que vivieron nuestros países luego de que se independizaran.

Por qué la mayoría de países americanos no tienen reyes. El principio de los estados americanos se ubica en 1776, con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, los cuales habían estado gobernados por la Corona Británica. EEUU tras un gran guerra contra Reino Unido, consiguió independizarse de los reyes británicos, siendo considerado como el primer país en llevar a cabo una revolución liberal, y sirviendo como ejemplo para estados posteriores.

Años más tarde, a principios del siglo XIX, comenzó el proceso de independencia de los estados latinos. Estos se enfrentaron con los que habían sido hasta ese momento sus gobernantes, los reyes españoles.

En 1809 sucedió un levantamiento popular, conocida como la Revolución de Chuquisaca, con dio inicio a la Guerra de Independencia Hispanoamericana. Esta guerra fue una serie de conflictos armados que enfrentó al Imperio Español contra sus posesiones en América latina. Pues muchas de estas regiones se declararon como estados nacionales republicanos, rompiendo con el gobierno monárquico español.

En 1824 concluyó la guerra, y la mayoría de las colonias se independizaron de España, formándose 15 nuevas naciones. Las únicas colonias que España mantuvo fueron Cuba y República Dominicana, que se independizaron en 1898 y 1844 respectivamente. A lo largo de los siglos otros estados se han ido independizando de sus respectivas monarquías, y en la gran mayoría de los estados americanos en la actualidad  no tienen gran monarquía.

En la Edad Moderna surgió una ideología conocida como liberalismo, la cual se basaba en la defensa de la libertad individual, en un poder limitado del Estado y en la igualdad de todos ante la ley.

Del liberalismo surgieron las revoluciones liberales, que buscaba un cambio en la política de la Edad Moderna, siendo estas ideas las que influyeron en las revoluciones americanas.



El primer Estado americano en declararse como una república fueron los Estados Unidos. En su Declaración de Independencia hablaban del rechazo a la monarquía, y en la aprobación de una república. Esto se debía en gran parte al comportamiento que el rey inglés había tenido durante la guerra, tildándolo de tirano.

 Más tarde, la ideología liberal influyó en las independencias de los estados americanos que se separaron del Imperio Español, los cuales se formaron como republicanos rompiendo con todo tipo de monarquía. La única excepción fue México que, durante unos años, tomó como forma de gobierno la monarquía llamándose el Primer Imperio Mexicano, situación que duró solo dos años.

Aunque la mayoría de estados americanos no tienen monarquía, existen pocos países gobernados por reyes (monarquías constitucionales). Estos países son la excepción: Canadá. Antigua y Barbuda. Jamaica. Granada. Belice.

Leamos a Hannah Rose Woods.

La mañana del sábado, Carlos Felipe Arturo Jorge Mountbatten-Windsor saldrá del Palacio de Buckingham en un carruaje tirado por seis caballos, hará un recorrido extenso por el centro de Londres y llegará a la Abadía de Westminster un poco antes de las 11 a. m., para una ceremonia que en gran parte se ha celebrado de la misma manera desde hace un milenio.

Dentro de la abadía, se sentará en la silla de la coronación, que tiene más de 700 años de antigüedad y que albergará, de manera temporal, un bloque de piedra arenisca escocesa conocida como la piedra del destino. En algún punto, se pondrá una túnica de 200 años de antigüedad confeccionada con tejido de oro, bordada de rosas, cardos y tréboles y forrada con seda roja. Será presentado ante la congregación, cuyos integrantes gritarán: “¡Dios salve al rey Carlos!”.

Carlos será ungido con aceite santo de una cuchara del siglo XII y se le entregará un orbe, que simboliza la autoridad proveniente de Dios, y un cetro, que representa el poder. El arzobispo de Canterbury le colocará en la cabeza la corona de San Eduardo, que tiene más de 350 años, está elaborada de oro macizo y adornada con un conjunto de rubíes, amatistas, zafiros, granates, topacios y turmalinas.

Si esta mezcla de antiguo simbolismo religioso y político le parece impenetrable al espectador promedio, es parte de la idea: cuando se trata de coronaciones británicas, el anacronismo es una característica, no un error. La monarquía del Reino Unido y el pasado del país están vinculados de manera intrínseca y una coronación le da una oportunidad a la institución de hacer un guiño a la historia con la esperanza de que la historia le haga un guiño de vuelta. Una coronación exitosa le comunica al mundo —y refleja en tantos británicos como es posible— una versión de quiénes nos gustaría creer que somos. El problema es que esta coronación ocurre en un momento en el que no está muy claro lo que creemos ser.

El Reino Unido en 2023 es un país al borde de Europa que está luchando con su pasado imperial y afrontando un futuro incierto. Desde la campaña del brexit en 2016, invocar la “grandeza” de la historia del Reino Unido —al mencionar acontecimientos o nombres como la batalla de Agincourt o Winston Churchill— se ha vuelto usual para los políticos de derecha que quieren articular una visión del futuro del Reino Unido fuera de Europa. Y quizá precisamente porque el futuro del Reino Unido fuera de Europa parece depender tanto de su pasado, hay un tono cada vez más duro e insulso en las conversaciones sobre la historia británica: un patriotismo que no admite ninguna crítica. Los intentos de volver a analizar la historia imperial del Reino Unido han sido desestimados como “tratar de dañar al Reino Unido”, promover “una agenda progre” o “sentir una gran vergüenza sobre nuestra historia”.

Al mismo tiempo, la economía del Reino Unido es una de las de más lento crecimiento en el Grupo de los Siete. Hay una “crisis del costo de vida” (niveles altos en tasas de interés, inflación y precios de energéticos). Un número histórico de familias usan bancos de alimentos y uno de cada cinco británicos vive en la pobreza.

Este es el momento complejo y polarizado al que la ceremonia del sábado debe tratar de adaptarse. Camila, la reina consorte, no portará en su corona el diamante Koh-i-Noor, que fue robado de la India durante el dominio británico y es un símbolo para muchos de hurto colonial; el aceite sagrado será vegano (sin civeta, almizcle o ámbar gris), y la ceremonia en sí será más breve y menos fastuosa, con una lista de invitados reducida, que se supone es una señal de ahorro y conciencia ambiental.

No obstante, esta coronación reducida todavía les costará millones a los contribuyentes británicos; aunque la cantidad exacta no se hará pública sino hasta después del evento, se reporta que rondará los 125 millones de dólares. Para muchos, el simple hecho de que se realice la coronación es señal de un país en negación, aferrado a una grandeza del pasado. Para otros, cualquier concesión al presente es demasiado insoportable.

“Es en particular perturbador que no se le haya solicitado al conde de Derby que proporcionara halcones, como lo ha hecho su familia desde el siglo XVI”, escribió Petronella Wyatt, una columnista en The Daily Telegraph, con aparente seriedad. “Estos pequeños detalles privan a las personas de su propósito en la vida”.

Es un acto de equilibrio delicado: despilfarrar la cantidad correcta y estar a la altura de las circunstancias; recortar de más y perder cualquier poder que tenga la ceremonia. Sin embargo, las coronaciones, como las monarquías, han tenido que evolucionar durante mucho tiempo.

Para el siglo XVIII, el Reino Unido era una monarquía constitucional en la que el equilibrio de poder había cambiado de la Corona al Parlamento. En la convulsión de la primera Revolución industrial y a medida que las monarquías europeas —incluida la opulenta corte francesa en Versalles— eran derrocadas en olas de revolución política, ceremonias como las coronaciones se volvieron una parte integral de la imagen propia de un país que podía incorporar cambios sin ruptura, que había optado por la evolución en vez de la revolución.

La coronación de Jorge IV en 1821, tras la victoria del Reino Unido en las guerras napoleónicas, fue una de las más fastuosas en la historia británica, un intento, en parte, de eclipsar a Napoleón y celebrar la supremacía británica, pero también un síntoma del despilfarro escandaloso que lo hizo tan impopular. En 1831, su sucesor, Guillermo IV, tal vez al percibir los ánimos, quiso suspender la ceremonia de coronación por completo. Al final, cedió ante la presión de sus consejeros y accedió a celebrar un festejo más sencillo sin banquete y una procesión más pequeña. Aun así, fue demasiado para algunos.

La coronación de Victoria, la sobrina de Guillermo, en 1838, tras una crisis financiera transatlántica, se vio restringida hasta el punto de ser apodada despectivamente como la “coronación del centavo”. Sin embargo, fue grande en un aspecto importante: se estima que alrededor de 400.000 británicos presenciaron la procesión de Victoria; además, hubo una feria enorme en Hyde Park y pirotecnia.

Una ceremonia que siempre había estado reservada para la nobleza comenzó a hacerse más pública. Para el siglo XX, la lista de invitados incluía a miembros de las clases media y, después, trabajadora. Para la coronación de Eduardo VII, en 1902, a los trabajadores se les concedió un día feriado para celebrar el acontecimiento (todavía lo tienen, este año es el 8 de mayo).

La coronación de Isabel II, en 1953, tras años de racionamiento y austeridad en la posguerra y con el Imperio británico ya en decadencia, trató de proyectar la imagen de un país que todavía era una potencia mundial al invitar a representantes de las colonias y dominios británicos. Sin embargo, para el jubileo de platino el verano pasado, no fue festejada como la cabeza de una potencia global, sino como un símbolo de un sentimiento británico nostálgico y de posguerra que fue invocado con una flota de Mini Coopers retro y un juego de té de media tarde hecho por completo de fieltro. Fue un brillo alegre que, para algunos, solo subrayó la brecha entre la ficción imperial y la realidad que vive el Reino Unido moderno.

Si la coronación del sábado resulta exitosa, para el 9 por ciento de los británicos a los que, según una encuesta de YouGov, les importa “mucho”, será otro punto bien zurcido del hilo que une nuestro presente a nuestro pasado. Para el 64 por ciento al que, según la misma encuesta, no le importa mucho o nada, el 8 de mayo será, en el mejor de los casos, un día libre muy caro.

Para Carlos III, el sábado es la primera gran prueba para saber si puede llevar el timón de una monarquía moderna y más austera que sea relevante —o al menos no objetable— para la mayoría de los británicos. La corona de San Eduardo pesa poco más de 2 kilogramos. Eso es mucho peso para los hombros de un solo hombre.

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 PAPELDEARBOL

ASOCIADO A EL MERCURIO DIGITAL Y PANORAMICAL DE EUROPA.

Jorge E. Zavaleta Alegre Corresponsal en EEUU.

Fuentes de Informacion

The New York Times

DPA Agencia  de Alemania.