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jueves, 10 de noviembre de 2022

LOS MARIACHIS EN EL MUNDO Jorge Zavaleta Alegre




JORGE E. ZAVALETA ALEGRE

LOS MARIACHIS SIGUEN PRESENTES. Los mariachis, constítuyen iconos de la música tradicional mexicana, porque unen fuerzas para mantener su tradición y seguir vigentes en medio  de la multiplicación  de  gustos y la pérdida de reconocidos cantantes y compositores.

La pandemia de los últimos cinco años ha tenido incidencia sobre todas las actividades públicas. Sin embargo, la música mexicana en sus ritmos más antiguos ha vuelto a reinar en la casa familiar de América. En mi tierra natal, Huaylas, al pie de los nevados del Huandoy, Huascaran y Alpamayo, la  musica mexicana sigue presente, alternando   con el huayno, la marinera, el vals y el bolero. La Lira Huaylina, es un conjunto representante de esta region turistica del Peru.

El Encuentro del Mariachi ha promocionado este género musical no solo en México sino también en otros países. Cada año llegan a Jalisco decenas de grupos de lugares tan lejanos como Japón, Ucrania, Francia o Israel ávidos de interpretar sus melodías en la tierra del mariachi y del tequila.

Estas agrupaciones son la prueba de que la música del mariachi sigue viva y fuerte en el gusto del público, afirmó Mauricio Rodríguez, cantante del Mariachi Juvenil Primera Clase, originario de Bogotá, Colombia.

“En Colombia, Perú. Bolivia, Paraguay el mariachi no puede faltar en las celebraciones, el día del padre, de la madre, para todo. Géneros (musicales) hay para todos, pero esto es algo que en momentos de reuniones o si siente un despecho o un desamor, va a dedicar una canción a lo tradicional. Siempre va a estar muy viva la música mexicana.


Alan Riding escribe para The New Times, desde  Ciudad de México. Y  sumamos unas líneas de la frondosa literatura de Octavio Paz, recordando ese gran costumbre del mexicano de ser un país generoso, anfitrión de quienes visitan este país o de quienes cruzan el rio fronterizo de El Paso de Texas a la ciudad de Benito Juárez, gobernante que fundó Escuelas Normales reconstruyo el Palacio de Gobierno y dejó excedentes en la hacienda estatal. Sus inicios en la política datan del año 1831, cuando se desempeñó como Regidor del Ayuntamiento de Oaxaca.

Los mexicanos, se suele decir, aunque valga la pena repetirlo, viven detrás de máscaras que ocultan su respuesta a las buenas y malas suertes que les depara el destino. Pero hay un momento de catarsis en el que se cae la máscara y fluyen las emociones. Esa es la fiesta.

''Nuestras fiestas son explosiones'', escribió el poeta Octavio Paz. “No hay nada tan alegre como una fiesta mexicana, pero tampoco hay nada tan triste. Se unen la vida y la muerte, la alegría y la tristeza, la música y el mero ruido. ‘‘

La Plaza de Garibaldi en el centro de la Ciudad de México sirve casi como el sofá de un psiquiatra. Todas las tardes hasta casi el amanecer tiene lugar el ritual de la fiesta. No es una fiesta organizada en un día especial para una ocasión específica. Más bien, es una fiesta permanente que espera ser explotada casi como una terapia. En la plaza de estilo colonial y los ruidosos bares que la rodean, la música y el alcohol traen liberación a quienes la buscan.

Los turistas pueden visitar la plaza por otras razones: para maravillarse con los cientos de músicos congregados en un solo lugar, para escuchar a decenas de grupos compitiendo por el espacio o, menos aventureros, para ver espectáculos llamados "Fiesta Mexicana" en los locales nocturnos cercanos. .

La Plaza de Garibaldi no es para todos. Exige una aceptación de México que raya en la tolerancia. Sus vistas, sonidos y olores, crudos, cacofónicos y acre, se lanzan sobre el visitante y pueden perturbar a los que no están preparados. Pero para los que saborean experiencias insólitas, una velada en la plaza es divertida, conmovedora, esclarecedora y agotadora. Pero no se quede demasiado tarde porque después de las 2 a. m. la noche puede volverse incómodamente salvaje, relatan algunos viajeros.

Incluso antes de que el visitante llegue a la plaza, se anuncia de formas extrañas. Por Santa María la Redonda, la avenida que pasa junto a la plaza, los mariachis, como se conoce a los juglares, corren entre los autos que pasan ofreciendo una canción. Los autos estacionados están rodeados por otros mariachis, tocando una serenata a todo volumen. En un automóvil, una pareja joven se abraza, ajena al entorno. Pero cuando termina la canción, piden otra.

En la plaza hay músicos por todas partes. La mayoría son mariachis, con sombreros de ala ancha, camisas con volantes, pantalones ajustados y chaquetas cortas decoradas con hebillas plateadas. Un grupo suele estar formado por 10 instrumentos -violines, guitarras y trompetas- y un cantante principal que, por tradición, puede llevar una pistola en la cintura.

Si bien la Plaza de Garibaldi es sinónimo de mariachis, otros músicos actúan, aunque con más timidez, en el exterior de la plaza. Vestidos de blanco, con solo tres guitarras y un arpa son grupos veracruzanos. Con sombreros Stetson y botas vaqueras y acompañados de acordeón, contrabajo y percusión son tríos del norte de México, tocando música de las estancias.

La música de mariachi, sin embargo, es la más atractiva. Cuenta historias de amor perdido e infidelidad y tragedia y violencia. Está lleno de bravuconería y sentimentalismo, de machismo que confronta a cualquier hombre pero se derrite al ver a una mujer hermosa.

Todo mexicano, al parecer, conoce todas las canciones. Un joven contrata a un grupo para que pueda cantar la voz principal, echando la cabeza hacia atrás como si representara las palabras. Otro, a 10 pies de distancia, contrata a un grupo diferente, pero escucha en silencio y solemnemente, solo mirando hacia abajo para tomar un sorbo de una botella de tequila metida en una bolsa de papel marrón.

En una noche cualquiera, los mariachis casi superan en número a los visitantes. Algunos parecen demasiado viejos para estar trabajando, y en las noches frías se envuelven en gruesos ponchos, luciendo tan trágicos como sus canciones.

Otros son enormemente gordos y, como luchadores de sumo en reposo, se balancean en el borde de bancos de piedra, con sus instrumentos alineados a su lado, como si esperaran el llamado a las armas. Sin embargo, los mariachis no necesitan quitarse la máscara. Actúan con una gran energía, superada únicamente por su indiferencia ante la respuesta -ya sea de gritos o de silencio- que provocan.

Abundan los comerciantes y los músicos: niños vendiendo rosas, viejos con cámaras fotográficas que ofrecen una foto con un sombrero de mariachi y un tipo de comerciante que rara vez se ve fuera de México, el hombre que deambula entre la multitud haciendo sonar dos barras de metal unidas por cables a una caja que cuelga de su cuello.

Al salir de la plaza hay un gran salón, de 100 metros de largo, 30 metros de ancho, repleto de pequeñas mesas y puestos de comida, un mercado que está abierto las 24 horas. Se recomienda a los visitantes que cenen en otro lugar antes de visitar la plaza, pero es posible que deseen deleitar sus ojos con la carne cruda y el cerdo asado que se amontonan en los mostradores, las ricas sopas de pozole o birria que se cuecen a fuego lento en ollas enormes, los tazones de salsas de chile y limones en rodajas que se destacan en cada mesa y los jugos de frutas y frutas en conserva que completan el caleidoscopio de color.

Alrededor de la plaza hay muchos bares y discotecas donde la música se puede escuchar con mayor comodidad. Una de las favoritas de los viajeros, o al menos de los agentes de viajes, es la Plaza de Santa Cecilia, donde se presenta un espectáculo folclórico mexicano cuatro veces por noche.

Sin embargo, el público de los clubes nocturnos tiende a estar compuesto por turistas y forasteros mexicanos. Los residentes locales se dirigen a los bares, entre ellos el Tlaquepaque, un lugar laberíntico donde los grupos de mariachis que compiten dificultan la conversación. Sin embargo, la bienvenida es cálida y los visitantes pronto se relajan y dejan que la atmósfera los abrace.

Dos grupos de mariachis tocan simultáneamente y ambos están más alegres que los de la plaza. Una mujer de unos 50 años es animada por amigos mientras canta con todo su corazón con un grupo. Cerca, un anciano en silla de ruedas dibuja a una pareja que finge ignorarlo. En una pared, un enorme mural retrata los rostros de algunos de los famosos cantantes que lanzaron carreras desde El Tenampa. Otra pared lleva la letra de una de las tantas canciones dedicadas al bar: ''Cuantas veces me he caído de El Tenampa/Pues borracho, con un nudo en la garganta…''

Es en parte gracias a El Tenampa que los mariachis están en la Ciudad de México. La música se originó en Guadalajara, la segunda ciudad más grande de México, y los mariachis recién llegaron a la capital en la década de 1920.

Fundado en 1925, El Tenampa se convirtió en uno de sus primeros hogares. Años más tarde, los mariachis se convirtieron en una característica de las películas mexicanas, y ahora se escuchan en todo el país en todas las ocasiones imaginables, brindando de todo, desde una serenata frente a la ventana de una prometida hasta un saludo a un presidente visitante.

El hogar de los mariachis hoy es la Plaza de Garibaldi, donde el sonido de sus trompetas anuncia el inicio de la fiesta nocturna. La mayoría de los mexicanos que vienen a la plaza son relativamente pobres, por lo que sus visitas no son accidentales. Las fiestas, después de todo, no son asuntos casuales.

Los asistentes a la fiesta vienen decididos a gastar el dinero que tanto les costó ganar en música, comida y bebida, y se quedan hasta que están en bancarrota, borrachos o exhaustos. A medida que la noche avanza hacia la mañana, la electricidad en la plaza aumenta hasta el punto, en palabras de Octavio Paz, de "explosión". Luego pasa. A las 4 AM empiezan a salir los mariachis, a las 5 AM cierran los bares, a las 6 AM amanece. La emoción se ha liberado y la fiesta ha terminado.

“El mariachi es el mariachi, la tradición sigue a donde quiera que va uno, esté la música que esté (sonando), llega el mariachi y es a levantar a la gente (a bailar), nuestra música la tocamos para todo: bodas, a personas que se van, no hay como la música mexicana”, expresó.

“Alma tapatía” es una de las 25 agrupaciones de música vernácula provenientes de 10 países que se reúnen en el Encuentro Internacional del Mariachi y la Charrería en el estado de Jalisco (oeste de México), conocido como la cuna del mariachi, que pretende difundir y mantener vivo este género mediante conciertos públicos.

Rubí Corona Ruiz, directora del mariachi femenil “Flor de agave”, comenta a la prensa que esta música se mantiene porque está muy arraigada en la cultura mexicana llena de fiesta, tradiciones y costumbres que “difícilmente pueden morir de la noche a la mañana”.

Asegura que la pandemia fue “un golpe muy duro” para quienes viven de la música mexicana por la restricción de fiestas o reuniones masivas, que son unas de las principales actividades que les trae ingresos económicos.

No obstante, la pandemia también ha traído una buena noticia y es que las familias y los amigos valoraron más esa posibilidad de reunirse, de convivir y de cantar a todo pulmón canciones indispensables en las fiestas como El Rey y Cielo rojo o bailar El mariachi loco.

“Ha habido buena respuesta después de la pandemia, la gente sigue teniendo ganas de fiesta, de escuchar el mariachi y en lo personal nos ha ido muy bien con nuestros eventos, sobre todo porque tenemos las redes sociales, que son una ventana abierta para que nos conozcan en otros lugares”, expresó.

El Encuentro del Mariachi tiene programadas actividades como galas en el centenario Teatro Degollado, donde tres mariachis renombrados conjugarán su música con la orquesta filarmónica de Jalisco, además de conciertos gratuitos en plazas públicas y comerciales.

 

papeldearbol@gmail.com

asociado con panoramical de Milan y Bruselas.

El Mercurio Digital Net  Europa.

Colaboraciones con The New York Times\

DPA  Alemania.


 

 

 

                 

 



















Mariachis, la arraigada tradición en el mundo que se niega a morir


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