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viernes, 22 de septiembre de 2017

LOS PANCHOS Y SUS BOLEROS ETERNOS, por David Flores Vásquez

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 Por David Flores Vásquez
Jurista y Director de la  Lira Huaylina, uno de los más antiguos y destacados grupos musicales de Ancash, formado en Huaylas, en los años cincuenta, comenta el profundo sentimiento de amor a la vida  que despertaron Los Panchos de México.
            La columna de Jorge Zavaleta Alegre sobre estos artistas, obliga a trazar unas líneas pues, qué duda cabe, muchos fuimos flechados por los boleros de Los Panchos. Voy a reseñar acá algo de lo que sobre el particular conozco o he vivido,  pues tuve la fortuna de que mi Juventud aflorara, precisamente, a los acordes de los boleros inolvidables de Los Panchos,  de manera que será más fácil que todos me comprendan. Insertaré acá algunas cosas ocurridas,  que conviene recordar, pues el tiempo las va borrando.

“Los Panchos de Caraz”.
Caraz,  (Ancash), tuvo sus “Panchos” como lo apreciarán en seguida. En efecto, he afirmado, más de una vez, que Caraz es tierra de artistas. Ha producido pintores, escultores y músicos excelentes. Me encantó saber que ellos en una oportunidad se agruparon y conformaron una Asociación que denominaron  “Poliartes” que ahora, lamentablemente, ya no existe.

Hoy  voy a escribir un poco  sobre algunos  músicos caracinos, pues hubo  muchos,  evocando primero a dos hermanos,  eximios violinistas: Moisés y Obdulia Gonzáles, ella cariñosamente recordada como “La Utush”. Integraron una orquesta en que la pianista era la señora Rosa Palestini de Salazar, esposa del Dr. Augusto Salazar, “Salacho”, el temido profesor de Anatomía, Física y Química del Colegio “2 de Mayo”. Había un flautista cuyo nombre nunca conocí, por innecesario. Todos le decían simplemente “Wualawua” y con eso me quedé. Entre los guitarristas que a veces acompañaba a esta orquesta,  destacaba  mi condiscípulo  en el colegio Antonio Meneses Pajuelo, o simplemente Tuco Meneses que, frente  a los demás integrantes, era sumamente joven.

Si Alfredo Gil hubiera conocido a Tuco Meneses, se habría puesto celoso por su maestría en la ejecución de la guitarra e imitación perfecta de la primera guitarra de Los Panchos. Tuco se unió a dos condiscípulos de nuestra clase: Arturo Alba Avila, “Pecho Alba” y Luis Castro Terry, el popular “Loro Castro” y conformaron el recordado Trío Los Panchos que deleitó a todos, tanto que, a veces, actuaron hasta en circos que llegaban a la localidad. 

Fueron siempre muy solicitados lo que, parece,  los distrajo un poco de las clases diarias. Nos acompañaron por eso solo hasta el 4° de secundaria. Parece que a los tres les encantó el salón y decidieron quedarse allí un por año más. En su momento se las ingeniaron para que alguien les facilitara tres ternos y corbatas iguales e ingresaban al escenario, como los Panchos verdaderos, cantando “Zandunga” la característica de aquellos inolvidables artistas.

Nos faltaría tiempo y espacio para recordar tantas cosas. Me circunscribiré a una serenata: Cuando en una oportunidad  este trío estudiantil estaba en plena ejecución con su acompasado estilo, rompiendo el suave manto de la noche al pie de una ventana, apareció de pronto nuestro Instructor  Pre  Militar. Como es de imaginar, todo se paralizó como por encanto. En medio de un silencio sepulcral, nos disponíamos ya a dar nuestros nombres para  que nos apuntara en su libreta  para las sanciones de rigor. Era una falta grave e infraganti. Pero él, cambiando de pronto su adusto gesto, con el que completaba su atuendo  militar, dijo con increíble amable voz: “Muchachos: Acá no pasó nada. Pero eso sí, me acompañan de  acá  a cuatro cuadras para que siga la serenata”. Todos fuimos en el acto como mansas ovejas. Era la casa de su dulcinea. Por cierto que cumplió su palabra y no pasó nada.

La mazamorra morada y  Hernando Avilés. El Trío Los Panchos tuvo varias primeras voces. Cada quien obviamente tiene o tuvo  sus preferencias. Yo siempre afirmé que nadie pudo superar a Hernando Avilés, el primero y fundador  y persisto en ello.

Como fue público y notorio en su momento, el Trío tuvo discrepancias y Hernando se separó. Conformó un nuevo Trío que denominó “Los Caminantes” cuyos éxitos, en verdad,  distaron  del de Los Panchos. Este Trío llegó a Lima e hizo varias presentaciones, siendo artistas exclusivos de Radio Victoria que promovió un concurso entre sus oyentes para que vayan y actúen en el domicilio del ganador.

Ocurrió que mi amiga Nelly Rázuri de la Fuente, en ese entonces una chiquilla, resultó ganadora en el día de sus cumpleaños. El Trío obviamente asistió y cantó para ella. Se comprenderá la afluencia de amistades y amigos. El asedio era inmenso. Entonces en un momento, Hernando Avilés pidió a mi compadre Rafo, hermano de la dueña del santo,  un ambiente aparte para librarse de los admiradores. Nos encerramos en un ambiente entre cinco o seis  personas y vino la anécdota de Hernando: Pidió, una y otra vez, que le trajeran la mazamorra morada que había probado. No exagero si se sirvió lo menos seis veces. Dijo que nunca probó nada igual.

Los Panchos y la música peruana:
Artistas de la categoría de Los Panchos incorporaron en su repertorio canciones de muchos lugares en donde llegaron a actuar. Estimo que por dos razones: La primera por congraciarse con la gente lugareña y la segunda por la calidad de la música. En el caso del Perú creo que por las dos cosas, pero especialmente por lo segundo. Me vienen a la mente en este momento solo dos vals peruanos que ellos ejecutaron magistralmente: “Engañada” y “Desvarío”. El primero es por demás conocido y empieza con “No creas que si tu alejas yo voy a llorar…..”. Y, para que se acuerden del segundo,  van solo las dos primeras líneas: “Qué pena me da mirarte cuando te miro, hay…. que pena me da saber lo que has perdido….”

Los aficionados a la  música apreciarán, en ambos casos, la ejecución extraordinaria de la primera guitarra en el intermedio de cada canción. Es  verdad que en este trío, cada quien puso lo suyo y se complementaron magistralmente: Hernando Avilés la extraordinaria y dulce primera voz; luego la inigualable guitarra de Alfredo Gil y, finalmente,  la segunda y parsimoniosa voz de Chucho Navarro que condujo y dosificó al Trío.

¿Con qué bolero me quedo?
Quizá es la más difícil pregunta con que uno se encuentra. Y, seguramente,  nunca habrá  respuesta  satisfactoria para todos. Mejor.

En cuanto a mí corresponde, me gusta mucho “Sin un amor”, pero no puedo dejar nunca de lado “Flor de Azalea”. Después de todo, el problema está solo en empezar. Luego sigue un verdadero popurrí  inacabable que, incluso, puede trasladarnos hasta el Japón en donde  actuaron Los Panchos, con kimono incluido.

Vale reconocer, con explicable rubor, que en nuestro momento nos esmeramos en imitar aun cuando lejanamente a la guitarra de Los Panchos que, parece, le dio una especial característica al Trío. Nuestros afanes juveniles se complicaban si mediaba la petición o sugerencia de alguien a quien queríamos halagar de alguna manera.

En una oportunidad, en Huaylas, y con esto acabo,  desafiando el frío de la noche cantábamos al pie de un balcón  a dos chicas llegadas de Lima (costeñitas). Todo iba bien hasta que ellas, a media serenata,  salieron al balcón y nos aplaudieron.

Para los cánones jamás escritos de una serenata, tal actitud equivalía casi  a una herejía. ¡Se acabó el romanticismo de una noche estrellada! ¡Se lastimó la solemnidad de la noche misteriosa! Comprobaron, aun cuando no hacía falta,  que éramos solo simples mortales y malos imitadores. Ellas, para nosotros, se convirtieron, obviamente,   en indignas merecedoras  de nuestro romanticismo.
                                                                                  Lima, 21 de Setiembre del 2017.
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