Luis Dominguín, en la Plaza de Toros de Caraz-Ancash-Perú |
(Anécdota)
Por: Alejandro N. Méndez Olivera*
Dos expresiones híbridas, muy propias del habla de la comunidad de Caraz (Ancash-Perú), son el resultado de la asimilación del quechua por el español del lugar.
Permítanme explicarles el significado de ambas: la primera expresión, “Piña Toro”, etimológicamente está compuesta por las palabras: piña, que quiere decir bravo, bravío, lizo, y del español toro, referente a la especie de los vóbidos; la escritura según la sintaxis y ortografía quechua es, “Piña Tooru”, cuyo significado en español es “toro bravo”; la siguiente expresión en su primer componente viene del quechua “qashpa” que significa crespo, rizado, ensortijado y toro, idem.
La escritura correcta de ambas es “Piña Tooru”, equivalente a “toro bravo”; “Qashpa Tooru”, “toro crespo”, se puede advertir en la estructura de cada una de ellas los adjetivos “piña” y “qashpa” se anteponen al sustantivo “tooru”.
El año 1953 y siguientes, en el común lenguaje de los lugareños abundaba una serie de giros de este corte como expresión folklórica, que pasaba a formar parte de la lexicología de la comunidad hablante; por esta razón, los pobladores hacían uso de este género de palabras para motejarse recíprocamente.
Era así que tenían un sobrenombre toda una familia o un individuo. Creo que esta tendencia caracteriza a los pequeños pueblos del Ande peruano, donde todos cumplen con el precepto social de apodarse mutuamente; así fue que se le atribuyó el mote de “Piña Toro” a un caballero miembro de una honorable familia del pueblo de Caraz, que tenía por ocupaciones agricultor y floricultor. Por añadidura, era un gran vate, de una prolífera producción. También fue miembro de la Asociación Cultural Poliartes de Caraz y de la institución social, cultural y deportiva “Sociedad de Obreros y Artezanos de Caraz”.
Y el de “Cashpa Toro” se le endilgó a otro señor, de oficio zapatero, muy conocido por sus clientes y no clientes. Él destacaba sobre los de su gremio por la habilidad y destreza en la confección de artísticos zapatos de “becerro” y “cabritilla” /qué caballero no ansiaba calzar con esa calidad de zapatos hechos a mano). También era miembro activo de la Asociación Cultural Poliartes de Caraz. Mejor, paso a escribir sus nombres, con el respeto y reverencia que ellos me inspiran, por encontrarse ya en lontananza: el primero era don Jorge Angeles y el segundo, don Raúl Guzmán, cuyos apellidos maternos escapan de mi memoria. El primero, o sea don Jorge, adolecía de un tic nervioso cuyo signo se manifestaba batiendo la cabeza hacia uno de los lados del cuello, movimientos que semejaban a los de un toro en lidia cuando éste arremete a la capa de su enemigo. Y el segundo, o sea don Raúl, era quien tenía el cabello ensortijado. Este atributo étnico de don Raúl semejaba al pelaje rizado de una especie vacuna.
Por los años mencionados, un grupo de adolescentes amigos todos: Ortiz, era un joven hijo de un pseudomédico por entonces en Caraz, Echevarría, hijo de don “Shipico” personaje muy conocido por los moradores de Caraz; Landaveri, como “Alito”, Méndez y Pajuelo, todos éramos estudiantes de los primeros años de secundaria. Se trató en ese entonces, del onomástico del último de los mencionados, nuestro queridísimo amigo de siempre, “Longo” Pajuelo, cuyo nombre de pila es Teodoro Belisario Pajuelo Caballero, hoy Coronel (r) de la Policía Nacional del Perú, el 22 de enero, fecha clásica de su natal, fecha que coincide con la de los festejos de la fiesta de la Santa Patrona de Caraz, la Virgen del Rosario de Chiquinquirá. En esas fechas, se realizaban tres tardes de toros: el 21,22 y 23 del mencionado mes.
El día 22 por la mañana, muy temprano me constituí a la casa de mi amigo, a darle mis saludos, desearle parabienes y rubricar con un fuerte abrazo. Así llegaban con la misma misión los demás amigos; desde luego se encontraban presentes en el acto don Humberto y doña Sara, progenitores de “Longo”, los que tuvieron la gentileza de invitarnos a almorzar, para lo que nos señalaron hora; luego nos retiramos, para volver a la hora indicada.
Los invitados regresamos uno por uno bien acicalados siendo recibidos en la sala, para luego pasar al comedor, donde todos tomamos nuestra respectiva ubicación: la cabecera, reservada para el anfitrión y en la antípoda, su señor padre don Humberto. La matrona, doña Sarita, así conocida por la colectividad, no adornaba la mesa con su presencia por tener a su cargo el control de calidad y cantidad de los platos a servir.
Así fue, que comenzó la pleitesía a "Comos" con los exquisitos potajes, entre los que destacaban platos típicos; el Acá Pichu o picante de cuy, cuya preparación es conocida por nosotros y el Caldo Estofado, que lleva como ingredientes, carnes de gallina, de vacuno, carnero, pellejón de puerco, duraznos enteros, pasas, aceitunas secas y otras especias. Todos los platos nos fueron servidos opíparamente.
Es bueno recordar que por esas épocas los muchachos no sabíamos qué eran los aperitivos ni mucho menos de los acentativos. En los convites de jóvenes se acostumbraba solamente como bebida, la alhoja que viene ha ser la chicha morada fermentada, que nos fue servida en vasos grandes muy parecidos a los de wisky, que sorbo tras sorbo dimos cuenta juntamente con el suculento almuerzo.
Después de una breve sobremesa, cuando ya nos disponíamos a levantar, don Humberto, “viejo zorro”, nos pidió que nos esperáramos; pasó él a otro ambiente, de donde volvió portando en la mano una jarra grande de porcelana, de la cual vertió a los vasos de cada uno de nosotros un líquido con apariencia de un refresco, lo que hoy sé que se trataba de la siguiente mezcla: agua, gaseosa, anisado, ron, cognac, cinzano, vino blanco, vermuth, pisco, etc.
Al catar el referido preparado nos fue agradable, por lo que no tardamos en darle fin sin mayor dilatación; pero don Humberto, para asegurar sus “buenas” intenciones, nos sirvió medio vaso más. Consecuentes con él dimos cuenta inmediatamente; de allí nos dispusimos a abandonar el lugar, ya que teníamos previsto ir a la mencionada corrida de toros. Pero sucedió que al trasponer el umbral de la puerta de casa, sentíamos los primeros efectos del “misil” que nos lanzó don Humberto, así que emprendimos la caminata rumbo a la plaza de toros que se encontraba a una diez cuadras de distancia por lo menos.
Conforme avanzábamos, todos abrazados por sobre los hombros, los efectos etílicos también avanzaban en cada uno de nosotros, haciendo notoria la beodez en unos más que en otros, Caminábamos haciendo equis y zetas, expresión muy usada por hacer ver el grado de modorra de una persona "embebida". En este estado llegamos, nos acercamos a la ventanilla de la Plaza de Toros, y adquirimos las entradas, subimos a tendido de sol, donde tomamos nuestras respectivas ubicaciones en una determinada fila.
Plaza de Acho de Caraz-Ancash-Perú, construida con adobes de barro,material eterno. Foto archivo A.Méndez. |
Diose el inicio a la tarde taurina a la hora indicada en el programa, señal de comienzo fue el toque del clarín, viéndose entrar al coso a los toreros “señoritos”: don Fernando Graña Erizalde y don Antonio Rocca Rey, quienes estuvieron acompañados del diestro español Luis Dominguín como invitado especial. Ambos toreros desfilaron con sus respectivas cuadrillas, al compás de los acordes de la banda de músicos de Caraz, dirigida por la batuta del maestro César Escudero Acosta. Las melodías del paso doble “España Cañi” y el “Gato Montés”, hacían pasear por el ruedo a los engalanados diestros. Se continuó con el “Paseo de Manolas”, las que estaban integradas por hermosas damas caracinas que, con sus atuendos a la usansa madrileña y andaluza, se hicieron aplaudir por el respetable.
Para cerrar este preámbulo hicieron su presentación los caballos de paso peruano, jineteados por chalanes inmaculadamente vestidos. Los equinos lucían bridas engastadas con anillos de oro y plata, y finos aperos. Como chalanes, recuerdo de algunos de ellos: don Carlos Lúcar, don Godofredo Lúcar, don Próspero Angeles, don Macshi Romero y la amazona doña Celia Wilson, conocida en Caraz como profesora de Inglés del Colegio Nacional “2 de Mayo”, que en aquel entonces procedía de Lima.
En la tarde, el programa incluía la lidia de cuatro toros de muerte, de los criaderos de Huando, de propiedad de los Graña. La fiesta brava comenzó con el primero toro llamado “Señor” de 500 Kls. de peso, de color negro retinto, enjalmado con la divisa azul y blanca, bien empitonado, entró a la arena el torero de turno, Graña con el capote en brazo, capeó al astado con verónicas y chicuelinas; pasó a la muleta hasta llevarlo al primer tercio al animal para que sea rejoneado. El "Señor" fue bien puyado, marcando así el retiro del picador.
En seguida entraron los banderilleros “Armellita” y “El Tata”, quienes acertaron clavando las cuatro púas. Marcando su retiro, el diestro retomó a la faena con la muleta, hizo los pases de derecha e izquierda y tomó la acerada espada de uno de sus auxiliares para dar muerte al bicho.
El señor juez de la plaza le otorgó las dos orejas como premio a su faena. Lo anecdótico de la tarde fue que los tres restantes toros fueron jugados vertiginosamente, rompiendo todas las reglas taurinas, dando la sensación al público de que todavía no habían salido al ruedo.
Esta misma conjetura la tenía el público asistente, porque no atinaba a levantarse de sus asientos, menos nosotros. Este panorama nos incitó a ponernos de pie y gritar a los cuatro vientos de la plaza con voz estentórea pidiendo al público que todavía no se fuera, porque faltaba salir “Piña Toro” y “Cashpa Toro”.
Nuestra actitud que provocó hilaridad entre los asistentes; no le agradó a la policía que acercándose a nosotros nos notificaron que quedábamos detenidos por los cargos de desorden público y por faltar el respeto a dos personajes de la ciudadanía. La notificación hizo que se nos quitara la beodez, quedando detenidos fuimos conducidos a pie hasta la Comisaría, la que quedaba para entonces en los bajos del actual edificio de la Beneficencia Pública de Caraz, ubicada en el lado oriental de la Plaza de Armas.
Así llegamos, al institución policial, siendo recibidos por el señor Comandante de Puesto el Sargento Moreno y los Guardias Oscar Marrou y Cámara, alias “Tenaz”, quienes nos hicieron ingresar de frente a la “canasta” como se le conocía al calabozo. Pasaban los minutos que nos parecían horas y éstas, días. Luego iba cayendo más la noche: También de rato en rato iban llegando los “padrinos” para abogar y retirar a sus “ahijados”, previa admonición del jefe policial, pero como éste mortal no tenía un perro que le ladre, menos un “padrino”, para lograr mi libertad, me dieron como tarea baldear el piso de tierra del patio de la Comisaría, asear el dormitorio de los guardias. Solo así pude lograr mi salida, acto que se constituyó en el epilogó del dichoso día de mi queridísimo amigo “Longo“ Pajuelo.
Trujillo, Noviembre 2004
*Alejandro N. Méndez Olivera, profesor de lenguas de la Universidad Nacional de Trujillo, en la especialidad de Quechua.
Excelente narrador costumbrista, es recodado por su coraje y juvenil espíritu libertario, como dar vivas a la Revolución Cubana, cuando el Senador NA Ted Kennedy, se aprestaba a dar un discurso en la Plaza de Armas de Caraz, en el mes de enero de 1962.
Presidente de la Asociación de Caracinos, residentes en Trujilo-Perú. Foto: El Simbólico Adiós al Misionero Isaías Zavaleta Figueroa, escritor, poeta y matemático (Caraz, 16 de Febrero de 1917-24 de Setiembre, Primavera, Trujillo 2016) - (NE)