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martes, 4 de octubre de 2016

Mr. KENNEDY Y LA LIBERTAD BAJO PALABRA. EL MERCURIO

onfianza .

3/10/16

Mr. Kennedy y la libertad bajo palabra. Testimonio de un quechuista peruano

Jorge Zavaleta Alegre.- La búsqueda y conquista de la Libertad. Alejandro Méndez, actualmente es profesor de Quechua en la Universidad Nacional de Trujillo, centro académico de prestigio, fundado en 1824.""La historia de la UNT se remonta al inicio de la Época Republicana, cuando faltaban 88 días para la Batalla de Junín. Fue José Faustino Sánchez Carrión, quien tenía 37 años y redactó el decreto que firmó junto al General Simón Bolívar, a 3,100 metros sobre el nivel del mar, en el cuartel general de Huamachuco, el 10 de mayo de 1824 declarando “erigida la universidad” en este departamento, “por su fidelidad a la causa y por sus multiplicados importantes servicios al ejército libertador en las circunstancias más apuradas de la República”. La República acababa de nacer."








Alejandro Méndez, nos ofrece una breve historia de su juventud, que revela su temprana rebeldía, la búsqueda de la verdad y el conocimiento. De allí su grito de Viva Cuba, en la plaza de armas de su tierra natal, por donde Bolívar pasó, con su tropa, liderando la búsqueda de Unidad de América.

Bastó esa frase para conocer en carne propia lo difícil que es gozar de la libertad, como un derecho sagrado, que lucha la humanidad. La prosa didáctica de Genaro o Alejandro Méndez, deleitará al lector.

Mr. Ted

A propósito de la visita que hiciera a nuestra patria el gobernante del país más poderosos del orbe, el 23/03/02, George Walker Bush es lo que me motiva a rememorar un acontecimiento anecdótico en mi vida juvenil.

Creo que sería difícil que vuelva a ocurrirle a cualquier joven de m tierra, Caraz, allá en el año 1959, cuando aún era Presidente de la República, en su segundo gobierno, don Manuel Prado Ugarteche. Me dificulta precisar la fecha por los años transcurridos, nada menos que cuarentitrés; pero si puedo asegurar que fue un domingo al medio día del mes de setiembre, ya que para mí marca un hito el día 25 del mismo, y es por haber emigrado en esa fecha a esta virreynal ciudad.

El hecho es anecdótico por tratarse de la presencia en Caraz del hermano de uno de los más célebres presidentes de los EE.UU, John Fitzgeral Kennedy, pues se trataba nada menos que del último de los hermanos del Clan Kennedy y es el Senador por Masachusset Eduard Kennedy, conocido en el mundo político como Ted Kennedy.




Ted Kennedy y Jackeline Kennedy

Cuando frisaba mis 25 años de edad, casi en vísperas de mi partida de la santa tierra que me viera nacer, con destino a esta noble e hidalga ciudad de Trujillo, se tenía confirmada la noticia del arribo al Perú de Mr. Ted; por consiguiente; la ciudad de “Caraz Dulzura” como la llamara el sabio italiano don Antonio Raimondi, tenía que ser el único lugar de visita después de Lima.

Por este motivo, todo el pueblo caracino y sus autoridades estaban pendientes del arribo de tan ilustre visitante. Mucho recuerdo que en comitiva se dirigieron las autoridades rumbo al pequeño aeródromo caracino de nombre “San Miguel” donde después de una corta espera aterrizó un bimotor de la empresa aérea Elmer Fauccet trayendo al esperado visitante.

Después de unos arreglos bajó de la nave seguido de su personal de la Embajada norteamericana, así como de algunos funcionarios del gobierno peruano que lo acompañaban. Realizados los saludos protocolares por las autoridades, el visitante y su séquito fueron conducidos a la Municipalidad Provincial acompañados por una banda de músicos del lugar, dirigida por la batuta del maestro César Escudero Acosta, ejecutando marchas de su amplio acervo músical, cuyas notas armónicas entusiasmaban al público apostado en las vías por donde pasaban las personalidades, para llegar a la meta que era la Casa Municipal, ubicada en el lado Nor occidental de la Plaza de Armas de nombre “Simón Bolivar”.

La comitiva ocupó los balcones del edificio municipal; el colectivo copaba el tercio de la Plaza y aclamaba a los visitantes. Entre ese gentío encontrábame acompañado de dos amigos, uno de ellos era mi recordado amigo Mauro Cano Rodolfo y el otro mi querido amigo y vecino, Enrique Castillo Ramos, quienes me flanqueaban.

El discurso de saludo y bienvenida estuvo a cargo del Señor Alcalde Provincial don Pedro C. Alba Almadós, quien declaró huésped ilustre, entregándole las llaves de la ciudad a tan importante personalidad. Eduard Kennedy correspondió con un escueto discurso en la lengua de Shakeaspare, que era traducido por el ingeniero caracino don Carlos Chueca a la lengua de Cervantes, el mismo que comenzó con un exordio muy insinuante colmado de saludos y agradecimientos a los oyentes.

El eminente político enfocó el contenido de su discurso haciendo saber los nobles propósitos del gobierno norteamericano de colaborar con el Perú, con la creación del gran Parque Nacional Huascarán. Cuestión aparte, debo hacer recordar al lector, que en aquel entonces el mundo vivía en el aspecto político, los efectos de la “guerra fría” y del acontecimiento mundial de la Revolución Cubana, por lo que la juventud latinoamericana y peruana, en especial, no escapaban de las influencias de ambas, por lo que se notaban más las simpatías por ésta última, en oposición a los EE.UU. Lógicamente como país imperialista, la presencia de los visitantes no era objeto de muchas simpatías; por el contrario, causaba recelo en los jóvenes lugareños, de ese entonces.



Continuando con el relato, cuando ya el discurso casi llegaba a su parte final, éste fue interrumpido abruptamente por un grito estentóreo que proferí con la expresión de ¡Viva Cuba! con lo cual sorprendí a todos, incluso a mis dos amigos acompañantes; pero el discursante continuaba impertérrito, así como también el traductor.

En esos instantes se notó el movimiento sigiloso de los miembros de seguridad del Senador norteamericano y de los elementos de la Guardia Civil, hoy Policía Nacional del Perú, pasando los tres (mis amigos y yo) por inadvertidos, cuando un policía pasó por el lado nuestro, siendo ya las dos de la tarde terminó la ceremonia en la Plaza, por lo que me dirigí a mi domicilio, donde encontré a mi señora madre en cuya faz pude observar preocupación, quien me hizo saber con voz trémula de que acababa de retirarse una pareja de policías, que habían ido en mi búsqueda.

Esta situación me hizo reflexionar de que se trataba de una acción de los clásicos “soplones”, pero mostrando serenidad, le relaté las incidencias en la Plaza de Armas, mientras ella muy pacientemente me servía el almuerzo. Una vez acabados mis alimentos, levantándome de la mesa me brotó el pensamiento:

“ Al toro por las astas”, tomé la determinación de presentarme, de motuo propio, a la Comandancia Policial. Así, cuando eran las cuatro de la tarde, salí de la casa pidiendo tranquilidad a mi madre y diciéndole que pronto estaría de regreso. Seguí la ruta que me señalé, para lo cual tenía que pasar por el Hotel “Araya” ubicado éste en el jirón Mariano Melgar, hoy destruido por el terremoto de mayo de 1970, lugar donde tenía que hacer un alto obligatoriamente para entrevistarme con mi gran amigo Raúl Lamberto Araya Díaz, el popular “Don Sofo”, hijo del propietario del hotel, con el que logré encontrarme, a quien comuniqué lo ocurrido y a la vez le dije que me estaba dirigiendo ese instante a la Comisaría.



Le pedí que me llevara alimentos y ropa de cama en el supuesto de que fuera detenido; nos despedimos y continué mi camino, hasta llegar al lugar indicado, donde encontré al señor Comandante de Puesto, Sargento 2° de apellido Agama, a quien le sorprendió mi presencia de ponerme a sus órdenes. Me invitó a pasar a su oficina, donde me hizo saber que él era el Comandante de Puesto y como tal había recibido órdenes superiores para detenerme; luego me invitó a sentarme frente a él en un vetusto escritorio, sobre el cual puso un libro de registros que sacó de un viejo escaparate y estirando la mano sobre un viejo portalapiceros tomó de él, uno de madera con pluma de acero, con el que se dispuso a hacer las anotaciones de mi manifiesto, empezando con “las generales de ley”, como la pregunta “de cajón”, de cuál era mi nombre, a lo que respondí nerviosamente Alejandro N. Méndez Olivera, señor; continuó con mi edad, lugar de nacimiento, etc, etc.

Al final le pedí que hiciera la anotación que mi presencia allí se debía a mi acción voluntaria así lo hizo; pero el señor policía me comunicó que desde ese instante me encontraba detenido por orden de la Prefectura de Huaraz, cuyo motivo que yo era el cabecilla de una asonada, con el agravante de haber promovido un escándalo durante la ceremonia de recepción al ilustre visitante, (desorden público).

Concluido este acto, fui conducido por el mismo comandante de puesto al temido calabozo, continente reducido en el que solamente se podía permanecer de pie o en cuclillas, ambiente de una hediondez irrespirable, debido a los pútridos orines de los ocasionales inquilinos, el recinto por puerta tenía una reja de fierro, por donde se zarandeaba el frígido aire serrano.

El paso de las horas tardaba más de los normal, llegando así las siete de la noche, lo que me pareció una eternidad, la que se vio interrumpida por la presencia de mi amigo, Raúl llegó con dos grandes portaviandas las cuales tenían cuatro recipientes, con virtuallas como para un festín familiar, por lo que tuve que compartir con mi cancerbero. Es más, éste cargó con los excedentes para su “rancho”. También Raúl me llevó dos frazadas grandes atigradas, con las que me arropé hasta el amanecer; pero entre todo lo que me llevó Raúl, fue una enorme carga de optimismo con sus expresiones de aliento que hoy resuenan en mi mente, las que valoro con admiración y ahora le doy mi eterna gratitud, cuando me dijo: “Hermano, no puedes permanecer acá encerrado por más de 24 Hrs.; mañana a esta hora - refiriéndose a las 7:00 p.m. - ya debes estar en libertad”.

Así de simple, como si se tratara de un hombre experimentado, entendido en leyes, evitando mi desmoralización y que se me cayera el mundo encima. Cumplida la hora de visita, Raúl se despidió, envié con él, un mensaje para mi empleador, el Dr. Bernardino Villegas Ramos, viejo abogado, aprista empedernido, de una amplia trayectoria política, en cuyo estudio jurídico yo oficiaba de Secretario, a quien Raúl debería comunicarle mi detención y las causas que suscitaron este hecho.
Así fue, porque al día siguiente, muy temprano, acudió el Dr. Villegas a mi aposento, parlamentó conmigo acerca de mi detención y en tono paternal, me dio instrucciones, como producto de su vasta experiencia profesional, advirtiéndome que debería cumplirlas al pie de la letra en el momento de la manifestación. Me indicó que dijera al Comandante que la frase que exclamé en el mitin fue ¡Viva Cuba Libre!, expresión que se conocía por entonces como filonorteamericana, creada por los inmigrantes cubanos asilados en Miami; luego, despidióse el Dr. Villegas, demostrándome su confianza en sí mismo.

Cuando ya eran las cuatro de la tarde se me evacuó del fétido recinto a la oficina jefactural, para que se me tomara la aludida manifestación en la que hice constar que la frase proferida en la ceremonia fue ¡Viva Cuba Libre!, la que fue anotada sin mayor dilación por parte del policía. Terminada la sesión se me devolvió al calabozo.

Profesor Alejandro Méndez, Pdte de la Asociación de Caracinos en Trujillo, despidiendo a Isaias Zavaleta Figueroa, escritor,, matemático y misionero de la fe.

Momentos posteriores, el Dr. Villegas, basado en esta aseveración, telefónicamente ante el Señor Prefecto planteó el alegato de mi defensa, quien manifestó que la tergiversación de la frase se debió a una falsa percepción auditiva de alguno de los “soplones”. La tarde entraba en penumbra, cuando de la Prefectura departamental llegaba telefónicamente a la Comisaría la orden al señor Comandante de Puesto la de libertad inmediata del detenido Alejandro Méndez Olivera. El Sargento Agama como buen subalterno, sin dudas ni murmuraciones, dio cumplimiento a la disposición prefectural.

Fuí inmediatamente liberado , cumpliéndose así la predicción de la víspera de mi amigo Raúl, abandoné el puesto policial en compañía de mi abogado adhonoren y de mi fiel amigo, que nos aguardaba en la puerta de la Comisaría. El Dr. Villegas, muy entusiasmado por el éxito del caso, nos pidió acudir al templo de Baco, para rendirle pleitesía, lo que nosotros gustosos aceptamos.

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