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domingo, 24 de julio de 2016

LA JUSTICIA DIFAMADA, por Francisco Carranza Romero, Corea


Francisco Carranza Romero*

Hasta Celestina clamó justicia.
En la obra “La Celestina”, atribuida a Fernando Rojas, hay gritos escandalosos de la vieja avara y mentirosa Celestina. Son gritos que hasta ahora tiene ecos sonoros. Cuando ella se niega compartir el dinero recibido de Calisto, sus cómplices Sempronio, Pármeno y Elicia amenazan matarla. En ese instante la vieja grita con el fin de ser escuchada: ¡Justicia, justicia, señores vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa estos rufianes!

Los familiares de los delincuentes también claman justicia
Como aquella Celestina los familiares de los delincuentes detenidos in fraganti y con las manos en la masa salen a la calle para marchar y gritar: ¡Justicia, justicia! Claman justicia sin pedir siquiera perdón a las víctimas del robo y asesinato.

Primero, deben responder a estas dos preguntas ¿Amonestaron y castigaron a sus vástagos cuando éstos les mostraron los primeros trofeos de sus robos? ¿Castigaron a sus vástagos ante las primeras muestras de violencia contra la vida humana? Por el alto porcentaje de robos y asesinatos -algunas veces los dos delitos al mismo tiempo, parece que los padres reclamantes de la justicia sólo engendraron hijos, pero no los criaron con los valores positivos de la vida. Cuando esos hijos llegaron a la edad escolar, los enviaron a las escuelas porque la escolarización es obligatoria; pero no siguieron el proceso de la educación de sus hijos por estar “muy ocupados” o porque “confiaron en las escuelas”.

Después de formar con falsos valores en el hogar salen a la calle a pedir justicia. Y, desgraciadamente, reciben el apoyo de alguna institución que no considera las maldades cometidas.
¿Los familiares de las víctimas reciben el mismo apoyo? Los defensores de los derechos humanos, primero, deben distinguir bien entre los victimarios y víctimas. Defender sólo a los delincuentes es fomentar más delincuencia.

El delincuente de cualquier color de piel y nacionalidad, de cualquier estrato social, debe pagar su delito porque ha causado dolor y sufrimiento a sus víctimas y familiares.

¿Perdón sin arrepentimiento?
Los que capturan, torturan y matan a los opositores no merecen el indulto. Los que desaparecen los cuerpos victimados para no dejar huellas no merecen el indulto. Los que esterilizan a los pobres para bajar el porcentaje de pobreza no merecen el indulto. Los que justifican las violaciones de los derechos humanos no merecen el indulto.
El perdón es para los arrepentidos y no para los autojustificadores. Los arrepentidos son los que asumen la culpa y muestran el cambio mental que conduce al cambio de conducta.
Por esta realidad nuestra sociedad queda dividida entre victimarios y víctimas.

Justicia, palabra sin sentido
¡Ay justicia!, palabra que, por ser tan usada, está perdiendo su verdadero significado que se refiere al valor humano. Justicia, palabra que se va quedando vacía de contenido.

El asesino se justifica en voz baja o en voz alta y desafiante:  Yo sólo hice justicia. Yo capturé, torturé y desaparecí gente en nombre de la justicia. Actué en nombre de la justicia. Yo hice cumplir la ley. Yo sólo cumplí las órdenes de mis superiores. Y los superiores evaden su responsabilidad diciendo que, aunque hubieran dado órdenes, no las ejecutaron. Y algunas veces, niegan haber dado tales órdenes.

Los civiles y uniformados usan la violencia contra otros en nombre de la justicia, en nombre de la patria y en nombre de la ley.

Si el asesino es religioso, porque también se mata en nombre de la divinidad, dice: Yo serví a mi religión. Yo cumplí la santa voluntad de dios -y cuando escribe el sustantivo referente a la divinidad lo hace con la letra mayúscula, posiblemente para mayor gloria de Dios-.

El ladrón también se justifica: “Yo robé por necesidad” (hambre, medicina urgente). Podría ser comprensible una vez. Pero hay quienes siguen robando y repitiendo la misma justificación. “Yo robé porque otros también roban” (se refiere a las malas autoridades políticas y militares, a los empresarios, a los comerciantes quienes, aunque robaron, no están en la cárcel).

La víctima pide justicia porque la justicia no se aplica a su favor. Y, como nadie cumple la justicia, quiere hacerse la justicia por sus propias manos. Así el círculo se cierra.

¿Quién debe impartir la justicia?
Las instituciones que deben velar y aplicar la justicia están muy difamadas porque muchas sentencias dependen de la contratación de abogados expertos y de buenas relaciones en todos los niveles. El que puede pagar más tiene el mejor equipo de defensa, y es declarado inocente aunque, sea culpable realmente. Todo depende del poderoso don dinero. Da la apariencia de que la “interpretación” de la ley es arbitraria y no según la semántica de la lengua; según el cliente que llega al juzgado.


Son los profesionales de Leyes los que más hablan de “interpretación auténtica”, “interpretación doctrinal” aunque no hayan estudiado Hermenéutica ni Traductología.

*Francisco Carranza  Romero, Profesor de la  Universidad de  Corea del Sur
Carta al Editor: 

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