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miércoles, 14 de marzo de 2012

¿CHINOS EN AMÉRICA ANTES DE 1492?

Francisco Carranza Romero, desde Corea
El siguiente escrito no es sobre el proceso de poblamiento de América hace miles de años, sobre el cual hay varias teorías. Por ejemplo, por los rasgos físicos los indígenas de Asia y América nos parecemos mucho.

Pero este artículo es sobre un libro voluminoso de 555 páginas. Cuando llegó a mis manos el libro “1421, el año en que China descubrió el Nuevo Mundo” de Gavin Menzies (2003, editorial Grijalbo, Madrid, traducido del inglés por Francisco Ramos), ya estaba motivado por muchos comentarios periodísticos. Entonces me dediqué a leerlo con mucho cuidado porque el éxito comercial no siempre está relacionado con la calidad científica o estética de los libros.
Innegable, el autor es un gran conocedor del mar: corrientes marinas, orografía marina, vientos, referencias astronómicas, usos de los instrumentos de navegación, cartografía y el léxico de los marineros. Aunque nacido en China, Menzies fue oficial de Royal Navy, especializado en los submarinos y viajó por todo el mundo al mando del HMS Rorqual. Además, según sus propias versiones, recorrió por muchas bibliotecas, museos y archivos privados buscando datos que en China son muy escasos. Como investigador también está al tanto de los restos de los naufragios.
Desde el inicio Menzies muestra sus “evidencias” y argumentos para señalar que fueron los chinos y portugueses –éstos usando los mapas de los chinos- y no Cristóbal Colón quienes primero descubrieron el Nuevo Mundo. Históricamente, la obra está centrada en el período de Zhu Di (1360 – 1424, el Emperador a Caballo, el Hijo del Cielo), cuarto emperador de la dinastía Ming. Este emperador tenía la gran ambición de convertir a China en el faro de la ciencia, del comercio y en el eje del mundo. Éstas fueron algunas de sus proezas: cambió la capital de Nankín a Pekín (antigua Tatu), construyó la Ciudad Prohibida (su inauguración fue el 2 de febrero de 1421), reparó la Gran Muralla, derrotó y expulsó a los mongoles; pero, lo que más elogia el autor es que apoyó la empresa de ampliar su imperio marítimo cartografiando el mundo y sometiéndolo a su sistema tributario. Para ese fin comenzó a preparar una gran expedición de miles de barcos que en marzo de 1421 zarpó rumbo a nuevos horizontes.
Desde el siglo IX China había superado a los árabes porque ya tenía sus propias flotas que viajaban hacia el occidente y hacia el sur llevando sus productos y buscando las especias y materiales que necesitaba.
Menzies afirma que los eunucos como Zhen He, Zhou Man (explorador de América del Sur), Hong Bao (explorador de Antártida) y Zhou Wen (explorador del Caribe, Estados Unidos y Polo Norte) apoyaron y protegieron a Zhu Di. Zhen He (el eunuco musulmán de grado almirante) no sólo era un navegante, sino que tenía otra proyección cultural: “En 1407 Zhen He había creado una escuela de lenguas en Nankín, la denominada Ssu-i-Quan (Si Yi Guan), destinada a la formación de intérpretes, y dieciséis de sus mejores graduados viajaban con las flotas, permitiendo a los almirantes comunicarse con los gobernantes desde la India hasta África en árabe, persa, suahili, hindi, tamil y muchas otras lenguas” (p. 65).
En aquella época, según el autor, había la práctica de la tolerancia y convivencia: “Dado que la tolerancia religiosa constituía una de las grandes virtudes de Zhu Di, habitualmente los juncos [embarcaciones] llevaban también a sabios islámicos, hindúes y budistas con el fin de que proporcionaran guía y consejo” (p. 65).
En aquellos años de grandes exploraciones científicas, según Menzies, los chinos realizaron muchos viajes en que intercambiaron las plantas y animales. Esto explicaría la presencia precolombina de algunos productos como el café africano en Puerto Rico, el coco en América y sur de Asia; el maíz en Filipinas; la existencia de gallinas con huevos de cáscara verde o celeste en América y China. “Las grandes flotas chinas realizaron expediciones científicas cuya envergadura los europeos no pudieron siquiera empezar a igualar hasta los viajes del capitán Cook, tres siglos y medio después” (p. 66).
Menzies expone el antiguo mapa sino-coreano, Kangnido, donde aparece el Océano Índico, África oriental y occidental, el cabo de Buena Esperanza. Antes del viaje de Colón y Magallanes ya existían los mapas de Pizzigano, Fra Mauro, Piri Reis, Cantino, Caverio, Waldseemüller y Jean Rotz. Los mapas de los exploradores chinos circularon copiados y mejorados.
Menzies describe también la política pragmática de los chinos. “Los chinos preferían tratar de lograr sus objetivos a través del comercio, la influencia y el soborno antes que por el conflicto abierto y la colonización directa” (p. 59).
Los proyectos de Zhu Di ocasionaron muchos gastos que empobrecieron al pueblo y destruyeron los bosques por la necesidad de madera para la construcción de la Ciudad Prohibida y de las grandes embarcaciones. Lo peor fue que un rayo incendió y destruyó la Ciudad Prohibida poco después de su inauguración, hecho que los enemigos lo interpretaron como un castigo divino.
El sucesor Zhu Gaozhi, que gobernó desde 1424 hasta 1425, tomó medidas extremas para superar la crisis: “Se deben interrumpir todos los viajes de los barcos del tesoro [...] Se debe interrumpir inmediatamente la construcción y reparación de todos los barcos del tesoro” p. 79.
China, después de un esfuerzo de expansión, comenzó a encerrarse y hasta se volvió xenofóbica. “Durante un tiempo, incluso se prohibió aprender una lengua extranjera o enseñar chino a los extranjeros” (p. 81).
Los documentos de los viajeros fueron quemados o considerados “perdidos”. Los mandarines confucianos, antes desplazados, se vengaron. El autor se lamenta de estas medidas desastrosas que atrasaron a China. “No sólo desapareció para siempre el incalculable legado de las mayores expediciones marítimas de todos los tiempos, sino que las tierras extranjeras permanecerían desterradas de las mentes del pueblo chino. [...] Las colonias establecidas en África, Australia y el norte y sur de América quedaron abandonadas a su propia suerte” (p. 82).
Como toda investigación, el autor debe revisar y demostrar algunos datos para la nueva edición.
1. La presencia del maíz en 1404 en el norte de China. “En el norte la época de cultivo era breve; se podía cultivar mijo, pero no arroz, y el maíz y la cebada daban cosechas pobres” (pp.55-56).
2. Algunos campesinos peruanos hablan chino. Apoyándose en el autor peruano Pablo Padrón dice: “Hasta finales del siglo XIX los habitantes de una aldea montañosa del Perú hablaban en chino” (pp. 257, 447). ¡Una novedad lingüística! Sin embargo, no da los nombres de la aldea, del distrito, de la provincia y del departamento. Posiblemente el citado autor y Menzies no comprenden las expresiones peruanas: “Habla en chino”, “Habla chino”, “No entiendo chino” que decimos cuando no entendemos al interlocutor. Los costeños peruanos también dicen “Habla griego” cuando no entienden a un quechuahablante. Pero esto no quiere decir que los campesinos peruanos hablen chino y griego.
Sin embargo, el libro de Menzies cuestiona la versión oficial eurocentrista de la historia universal que muchos historiadores y docentes la repiten y propagan en las escuelas. Si las “evidencias” de Menzies son demostradas, los textos escolares tienen que cambiar. De lo contrario, los escritos de Menzies también serán otros cuentos chinos.

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