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jueves, 23 de febrero de 2012

UN JOVEN CON UNA PISTOLA CARGADA VIAJANDO EN MICROBUS


Arq. Javier Sota Nadal
Ex ministro de Educación
No puedo imaginar una situación más extrema,  ni que produzca heridas en el alma, que pasar por la situación de administrar la muerte conscientemente a otra persona.  La guerra, esa institución que todavía no desaparece, deja una secuela feroz en los soldados, aún teniendo ellos la coartada moral que no la ciegan  por designio propio, sino por orden del Estado. Los verdugos, en aquellos países que aún mantienen la pena de muerte, no  exhiben su profesión ni reciben de su comunidad aprecio  alguno. 

Esta disquisición no incluye a los asesinos, en ellos, pareciera que su humanidad está suspendida, por ello la sociedad  los aparta.
Digo lo anterior, porque quedé consternado cuando algunos medios en  semanas pasadas – ya se agotó la noticia-  enaltecían las circunstancias y  razones por las que dos jóvenes armados mataron a tres personas.
Pienso que,  a raíz de este trágico suceso, cualquiera  con humanidad debió escribir  sobre 5 víctimas, los que mataron y los que murieron, y no de dos héroes y 3 delincuentes bien muertos como indecentemente se insinuó.
El sesgo tanático de la noticia, llevó al Poder Judicial  (que entre nosotros no es tan ciego,  con el rabillo del ojo lee lo que  prensa escribe)  a apartar a una jueza que dispuso la  detención del joven que mató a un presunto delincuente, seguramente impactada como debe impactarse cualquier juez cuando conoce que alguien ha disparado y  matado, cualquiera fueren los atenuantes del hecho,  y darse y dar  tiempo  para que los procedimientos policiales y los  de la administración de justicia actúen. Antes, otro joven se sumergió en  la desgracia de matar a  dos  jóvenes, asunto lacerante que nunca lo abandonará.
Razón tenía Gustavo Gutiérrez hace 19 años, cuando decía que después de la orgía de sangre que produjo Sendero, lo peor que podría pasar a la sociedad peruana  sería la “senderización” en relación con el valor de la vida.
La estadística demuestra que en las comunidades menos armadas la muerte por mano ajena es menos frecuente, Inglaterra por ejemplo.  Si algún cambio debiera hacerse en nuestra Constitución, es aquella  que disponga que la tenencia y uso de armas letales sólo sea monopolio  de las Fuerzas Armadas y Policiales, con la única excepción de su uso deportivo.
He sido estudiante y profesor  en la UNI y rector en los momentos más terribles de la violencia terrorista; puedo dar fe que, en contra todo lo que se pueda pensar, que nunca vimos un arma entre los miembros de la comunidad universitaria y, recuerdo en mis años de estudiante, que cuando descubrimos alarmados que un compañero portaba una escondida, lo llamamos al orden; después, supimos que  pertenecía a la PIP y lo entendimos.  Pido a la ANR que coordine  un acuerdo que prohíba el ingreso de gente armada  a la universidad sean estos miembros del claustro o visitantes. Estudiantes y padres de familia lo agradecerán.    
     

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