Jorge Zavaleta Alegre.
Los avances en las
tecnologías digitales se están adoptando y escalando en los sectores público y
privado para resolver los desafíos críticos de la cantidad y la calidad del
agua. La pandemia covid19 y otra que amenaza desde el Africa movilizan, como
nunca antes, a instituciones y poblaciones del resto del planeta.
América Latina y el
Caribe es una región marcada por la desigualdad extrema. La disociación
entre los niveles
del ingreso personal, la
desigualdad y la confianza
puede deberse a
que las personas
suelen percibir
equivocadamente tanto la
distribución del ingreso
y la riqueza
en su país como
su propia posición
en esa distribución.
“En ese sentido,
las personas suelen interpretar las señales de su entorno y de quiénes
los rodean para estimar
su posición relativa”, esta conducta tan difundida en la
clase media, hoy más empobrecida que nunca, persiste un desprecio por los más
pobres.
El Foco en las Américas,
del 23 al 26 de agosto del 2021, presentará a los actores más importantes del
sector del agua y saneamiento en este continente, como parte de la edición
virtual de la Semana Mundial del Agua. EEUU
no se exime de dificultades en la
producción y distribución de agua.
Los eventos virtuales programados para esta
cita desde Washington DC, serán transmitidos a través de la plataforma Pathable. Será
posible plantear y escalar soluciones digitales innovadoras a la escasez, calidad
del agua, acceso al agua y los desafíos de los ecosistemas naturales y otros
problemas relacionados con este recurso
natural cada vez más escaso.
Este Foco
en las Américas es financiado parcialmente por el Fondo Multidonante, AquaFund
del BID, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo
(AECID), los gobiernos de Suiza y de Austria. También tiene como apoyo al Instituto
Internacional del Agua de Estocolmo.
Algunos datos
importantes: En 2050, casi el 90 por ciento de la población de la región vivirá
en ciudades, a menudo localizadas cerca del mar y expuestas a amenazas
intrínsecamente vinculadas al agua y al cambio climático, como las
inundaciones, la elevación de los niveles del mar y las sequías.
El agua es nuestro tesoro
que tienen las comunidades indígenas, manifesta Daniela Centurión, indígena
nivaclé de Paraguay. “Para nosotros los
indígenas, el agua es nuestro tesoro”, destaca OLAS - Observatorio de agua y saneamiento de
Latinoamérica.
América Latina y el
Caribe es una región marcada por la desigualdad extrema. El acceso universal al
agua en Latinoamérica, es más urgente tras la pandemia. La crisis provocada por
la covid-19 ha puesto de manifiesto y ha magnificado la urgencia de
universalizar el acceso al agua en América Latina y la necesidad de tomar
medidas para frenar el escenario de escasez hídrica que amenaza a la región,
alerta la FAO.
Según el reporte, el
escenario de escasez hídrica que enfrentan varios países de la región podría
afectar a la producción agrícola y ganadera de las próximas tres décadas y eso
podría poner en jaque la seguridad alimentaria de toda la región antes de 2050.
La agricultura, que representa el 70 % del consumo total de agua, enfrenta en
el mediano y largo plazo "retos complejos" para garantizar la
alimentación de toda la población latinoamericana.
La agricultura, que
representa el 70 % del consumo total de agua, enfrenta en el mediano y largo
plazo "retos complejos" para garantizar la alimentación de toda la
población latinoamericana, que según el organismo alcanzará los 9.000 millones
de personas en 30 años.
En América Latina y el
Caribe solo el 65 % tiene pleno acceso a agua potable y el 22 % al saneamiento,
lo que implica que todavía 166 millones de personas todavía no tiene asegurado
un servicio hídrico básico.
AGUA EN LA LITERATURA
DE LOS ANDES
La narración popular
recogida por José María Arguedas (1933),
es una publicación dedicada “A los comuneros y "lacayos" de la
hacienda Viseca “con quienes temblé de frío en los regadíos nocturnos y bailé
en carnavales, borracho de alegría al compás de la tinya y de la flauta” inicia
la crónica de este escritor emblemático de América…. :( https://lecturia.org/cuentos-y-relatos/jose-maria-arguedas-sueno-del-pongo/1062/)
Si en el mundo existe
tanta agua dulce, 35 millones de km3 para ser exactos, ¿cómo es posible que hoy
más de 750 millones de personas no tengan acceso al agua? Al mismo tiempo, el
continente americano cuenta con el 31% de las reservas de agua dulce del mundo.
¿Es posible que los países que conforman América Latina puedan aprovechar esta
situación y transformarla en una gran oportunidad?
El sueño del pongo,
durante décadas se mantuvo secreto,Tiempo de lectura. Con permiso de los
lectores y editores me permito publicar
el texto completo:
A la memoria de don
Santos Ccoyoccossi Ccataccamara, Comisario Escolar de la comunidad de Umutu,
provincia de Quispicanchis, Cuzco. Don Santos vino a Lima seis veces; consiguió
que lo recibieran los Ministros de Educación y dos Presidentes. Era monolingüe
quechua.
Cuando hizo su primer
viaje a Lima tenía más de sesenta años de edad; llegaba a su pueblo cargando a
la espalda parte del material escolar y las donaciones que conseguía. Murió
hace dos años. Su majestuosa y tierna figura seguirá protegiendo desde la otra
vida a su comunidad y acompañando a quienes tuvimos la suerte de ganar su
afecto y recibir el ejemplo de su tenacidad y sabiduría.
Un hombrecito se
encaminó a la casa-hacienda de su patrón. Como era siervo iba a cumplir el
turno de pongo, de sirviente en la gran residencia. Era pequeño, de cuerpo
miserable, de ánimo débil, todo lamentable; sus ropas, viejas.
El gran señor, patrón
de la hacienda, no pudo contener la risa cuando el hombrecito lo saludó en el
corredor de la residencia.
—¿Eres gente u otra
cosa? —le preguntó delante de todos los hombres y mujeres que estaban de
servicio.
Humillándose, el pongo
no contestó. Atemorizado, con los ojos helados, se quedó de pie.
—¡A ver! —dijo el
patrón—, por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la escoba, con
esas manos que parece que no son nada. ¡Llévate esta inmundicia! —ordenó al mandón
de la hacienda.
Arrodillándose, el
pongo le besó las manos al patrón y, todo agachado, siguió al mandón hasta la
cocina.
El hombrecito tenía el
cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como las de un hombre común. Todo
cuanto le ordenaban hacer lo hacía bien. Pero había un poco de espanto en su
rostro; algunos siervos se reían de verlo así, otros lo compadecían. «Huérfano
de huérfanos; hijo del viento de la luna debe ser el frío de sus ojos, el
corazón pura tristeza», había dicho la mestiza cocinera, viéndolo.
El hombrecito no
hablaba con nadie; trabajaba callado; comía en silencio. Todo cuanto le
ordenaban, cumplía. «Sí, papacito; sí, mamacita», era cuanto solía decir.
Quizás a causa de tener
una cierta expresión de espanto, por su ropa tan haraposa y acaso, también,
porque no quería hablar, el patrón sintió un especial desprecio por el
hombrecito. Al anochecer, cuando los siervos se reunían para rezar el avemaría,
en el corredor de la casa-hacienda, a esa hora, el patrón martirizaba siempre
al pongo delante de toda la servidumbre; lo sacudía como a un trozo de pellejo.
Lo empujaba de la
cabeza y lo obligaba a que se arrodillara y, así, cuando ya estaba hincado, le
daba golpes suaves en la cara.
—Creo que eres perro.
¡Ladra! —le decía.
El hombrecito no podía
ladrar.
—Ponte en cuatro patas
—le ordenaba entonces.
El pongo obedecía, y daba
unos pasos en cuatro pies.
—Trota de costado, como
perro —seguía ordenándole el hacendado.
El hombrecito sabía
correr imitando a los perros pequeños de la puna.
El patrón reía de muy
buena gana; la risa le sacudía el cuerpo.
—¡Regresa! —le gritaba
cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran corredor.
El pongo volvía, de
costadito. Llegaba fatigado.
Algunos de sus
semejantes, siervos, rezaban mientras tanto el avemaría, despacio, como viento
interior en el corazón.
—¡Alza las orejas
ahora, vizcacha! ¡Vizcacha eres! —mandaba el señor al cansado hombrecito—.
Siéntate en dos patas; empalma las manos.
Como si en el vientre
de su madre hubiera sufrido la influencia modelante de alguna vizcacha, el
pongo imitaba exactamente la figura de uno de estos animalitos, cuando
permanecen quietos, como orando sobre las rocas. Pero no podía alzar las orejas
Golpeándolo con la
bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de
ladrillo del corredor.
—Recemos el
padrenuestro —decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila.
El pongo se levantaba a
pocos, y no podía rezar porque no estaba en el lugar que le correspondía ni ese
lugar correspondía a nadie.
En el oscurecer, los
siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío de la hacienda.
—¡Vete, pancita! —solía
ordenar, después, el patrón al pongo.
Y así, todos los días,
el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la servidumbre. Lo
obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la mofa de sus iguales, los
colonos[1].
Pero…, una tarde, a la
hora del avemaría, cuando el corredor estaba colmado de toda la gente de la
hacienda, cuando el patrón empezó a mirar al pongo con sus densos ojos, ése,
ese hombrecito, habló muy claramente. Su rostro seguía como un poco espantado.
—Gran señor, dame tu
licencia; padrecito mío, quiero hablarte —dijo.
El patrón no oyó lo que
oía.
—¿Qué? ¿Tú eres quien
ha hablado u otro? —preguntó.
—Tu licencia,
padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte —repitió el pongo.
—Habla… si puedes
—contestó el hacendado.
—Padre mío, señor mío,
corazón mío —empezó a hablar el hombrecito—. Soñé anoche que habíamos muerto
los dos juntos; juntos habíamos muerto.
—¿Conmigo? ¿Tú? Cuenta
todo, indio —le dijo el gran patrón.
—Como éramos hombres
muertos, señor mío, aparecimos desnudos, los dos juntos; desnudos ante nuestro
gran Padre San Francisco.
—¿Y después? ¡Habla!
—ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosidad.
—Viéndonos muertos,
desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nos examinó con sus ojos que
alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. A ti y a mí nos examinaba,
pesando, creo, el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que somos. Como
hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío.
—¿Y tú?
—No puedo saber cómo
estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo.
—Bueno. Sigue contando.
—Entonces, después,
nuestro Padre dijo con su boca: «De todos los ángeles, el más hermoso, que
venga. A ese incomparable que lo acompañe otro ángel pequeño, que sea también
el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la copa de oro
llena de miel de chancaca más transparente».
—¿Y entonces? —preguntó
el patrón.
Los indios siervos
oían, oían al pongo, con atención sin cuenta pero temerosos.
—Dueño mío: apenas
nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció un ángel, brillando,
alto como el sol; vino hasta llegar delante de nuestro Padre, caminando
despacio. Detrás del ángel mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave
como el resplandor de las flores. Traía en las manos una copa de oro.
—¿Y entonces? —repitió
el patrón.
—«Ángel mayor: cubre a
este caballero con la miel que está en la copa de oro; que tus manos sean como
plumas cuando pasen sobre el cuerpo del hombre», diciendo, ordenó nuestro gran
Padre. Y así el ángel excelso, levantando la miel con sus manos, enlució tu
cuerpecito, todo, desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Y te erguiste,
solo; en el resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si estuviera
hecho de oro, transparente.
—Así tenía que ser
—dijo el patrón, y luego preguntó—: ¿Y a ti?
—Cuando tú brillabas en
el cielo, nuestro gran Padre San Francisco volvió a ordenar: «Que de todos los
ángeles del cielo venga el de menos valer, el más ordinario. Que ese ángel
traiga en un tarro de gasolina excremento humano».
—¿Y entonces?
—Un ángel que ya no
valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban las fuerzas para
mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre; llegó bien
cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande. «Oye,
viejo —ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel—, embadurna el cuerpo de
este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el
cuerpo, de cualquier manera; cúbrelo como puedas. ¡Rápido!». Entonces, con sus
manos nudosas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió,
desigual, el cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria,
sin cuidado. Y aparecí avergonzado, en la luz del cielo, apestando…
—Así mismo tenía que
ser —afirmó el patrón—. ¡Continúa! ¿O todo concluye allí?
—No, padrecito mío,
señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los
dos, ante nuestro gran Padre San Francisco, él volvió a mirarnos, también
nuevamente, ya a ti ya a mí, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no
sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con
la memoria. Y luego dijo: «Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya
está hecho. Ahora ¡lámanse el uno al otro! Despacio, por mucho tiempo». El
viejo ángel rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su color negro,
su gran fuerza. Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se
cumpliera.
[1] Colono: indígena
que pertenece a la hacienda.
*El Foco en las Américas presentará a los actores más importantes del sector del agua y saneamiento en América Latina y Caribe, del 23 al 26 de agosto de 2021, como parte de la edición virtual de la Semana Mundial del Agua. Los eventos virtuales llevarán a cabo a través de la plataforma Patgable.
© Relato popular
recopilado por José María Arguedas. Publicado en El sueño del pongo, 1965.
https://lecturia.org/cuentos-y-relatos/jose-maria-arguedas-sueno-del-pongo/1062
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PAPEL DE ARBOL. Creadores en 1992 por July Balarezo (1944-2015), historiadora, integrante del Taller Mestres, Lima - Barcelona.Y Jorge Zavaleta Balarezo (1998-2017), PhD en Literatura por la Universidad de Pittsburgh, PA, escritor y comentarista de cine.
Desde 2017. Editores y Administración. July Z, Camerieri / Jorge Zavaleta Alegre, Emmitsburg, MD.
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