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jueves, 11 de marzo de 2021

LAS DOS FRANCESAS Y EL CONTINENTE, Jorge Zavaleta Balarezo, Pittsburgh, PA





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Caminaba hacia la esquina de Bigelow y Fifth Avenue, frente a la Catedral, y vi su silueta delgada, el cabello largo y el rostro que la oscuridad comenzaba a cubrir. Crucé la pista y me puse a unos metros de ella, los suficientes para que me hablase o comenzara a contarme una historia.

—Me voy al South Side —le dije.

—¿A un bar?

—No, no bebo licor, sólo coca cola y a ver si encuentro algo de divertida conversación.

De pronto, como en un vuelco de mi imaginación, estaba viviendo mi película favorita de Truffaut, Las dos inglesas y el continente, aunque ellas no eran inglesas sino francesas.

Me miró sorprendida. Adiviné cierta coquetería en sus gestos y la intención de querer extenderme una invitación. Ella era así, sencilla y dulce. Se llamaba Mila y sólo iba a pasar un año en la universidad. Era francesa, tenía la piel morena, y su pelo y sus pronunciadas cejas no podían ser más negros.

—Nosotras vamos al Andy Warhol Museum —me confesó, al tiempo que me presentaba a Marie, su amiga que por unos días había venido a Pittsburgh, a conocer la ciudad y a acompañar a Mila, quien ahora me obsequiaba puntualmente una sonrisa.

—¿Eh? —casi pregunté.

—¿Quieres venir con nosotros? —preguntó Mila.

—Claro, claro —asentí.

Entonces ya los tres, convertidos de pronto en mucho más que amigos, esperamos el autobús que nos conduciría al lugar donde se exponían las obras mayores del pope del pop-art.

—¿Entonces, te gusta Pittsburgh? —le pregunté a Marie.

—Sí, está bien, con sus puentes y su vida cultural. Es tan distinta de Francia. O de Europa. Sí…

De pronto, como en un vuelco de mi imaginación, estaba viviendo mi película favorita de Truffaut, Las dos inglesas y el continente, aunque ellas no eran inglesas sino francesas y yo no era un continente sino sólo un estudiante de doctorado que, por esta noche, abandonaba su sempiterna soledad y se aprestaba a ingresar al mágico territorio de los eternos resplandores.

Y esa película, sí, me apasionaba, no sólo porque la había visto en una retrospectiva casi completa de Truffaut en la Filmoteca de Lima, a fines de los años 80, sino porque estaba concebida como una historia individual, de entrega y romance, en la que Jean Pierre Léaud, el favorito de Truffaut y de otros grandes de la Nueva Ola, se enamoraba apasionadamente de dos hermanas.

En mi caso, en esta afortunada noche, no eran hermanas sino amigas. Y con ellas llegamos al museo y recorrimos sus cuatro pisos, admirando cada cuadro, cada pieza, cada instalación. Fue un inevitable camino de descubrimiento en que Mila, de pronto, creyendo que yo era un entendido en arte, me pidió que le explicara aquella secuencia de fotos, completa en una pared y en blanco y negro, en la que se aprecia a Elvis desenfundando un revólver.

Era mi oportunidad —lo sentí así— no para vanagloriarme ni hacer piruetas verbales, pero sí para tratar de traducir, en mi verbo, una serie de imágenes que —después de todo me dedico a ello— nos decían mucho a los tres, a Marie también, por supuesto, que no había sido excluida del juego.

Compartir esta noche con Mila y Marie no sólo fue una cuestión de repentina fraternidad. Tuvo también un componente erótico, sobre todo si ellas eran francesas, y observándolas detenidamente, mientras las inmortalizaba con su cámara en el pasadizo de las almohadas voladoras, pensaba en películas como Betty Blue o Bella de día, en las que Béatrice Dalle o el éxtasis de la perfección que es Catherine Deneuve se lucen mucho más que como actrices de su propia nación.

Y ese erotismo crecía, como la noche, boca arriba, como la hubiera querido Cortázar, aumentaba desmedido y ambicioso a la par que, ahora reunidos alrededor de una mesa en la cafetería del museo, charlábamos en español sobre las cajas de Brillobox u otros artefactos de la muestra del mismo Warhol que vio la luz en Pittsburgh.

El erotismo, como lo quiso Bataille, era más que un juego. Se trataba de un arte, de ver cómo los labios de Marie se abrían y volvían a juntarse para pronunciar palabras heroicas, y para contemplar cómo Mila asentía con conocimiento, siempre atenta y sonriente. Y entre ambas, mi presencia, ahora sí como un continente, que las albergaba y que silenciosamente las admiraba. Otros mundos. Otros quehaceres. Otras aventuras. De todo eso se trataba y yo era el más emocionado de los tres pero no el más insistente. Ellas querían seguir explorando el museo, continuar con el tercer y cuarto piso. Esta noche nos daba la bienvenida. Y yo, feliz.

El viaje de retorno, sentados frente a frente, en el autobús que a mí me dejaría en Oakland, no fue tan silencioso como lo imaginé. Ellas estaban muy contentas y seguían expresando su alegría al tiempo que me hacían preguntas sobre las clases que tomaba y enseñaba.

—Es mi segundo año. Ya veremos —les dije como un consuelo.

—Ya veremos —dijo Marie.

Anuncié mi bajada en la siguiente estación. Se apresuraron a abrazarme, con sonrisas, susurros, con una alegría de nuevas amigas.

Lo que aún me pregunto es si aquella noche, en el Andy Warhol Museum, por tres horas, fui por fin el continente, como en la película.

—Nos vemos en el campus —dijo Mila.

—Hasta pronto —me dirigí a ambas con cierto aire de complacencia.

La semana siguiente las volví a ver, justo cuando el sol de mediodía iluminaba el campus, aunque pronto comenzaría el invierno. Llevaban abrigos y Mila me dijo que Marie estaba por marcharse de Pittsburgh.

—Oh, te vas, tan pronto —le dije.

—Sí, y es un gusto haberte conocido. Eres muy amable —me dijo.

—Y tú —respondí.

Esperaba verla nuevamente aunque nunca ocurrió. Después de todo esta es una ficción, y como en las más inverosímiles realidades, la vida surca una y otra ola que, al cabo de un tiempo, no podemos determinar si de veras seguimos latiendo y palpitando. Lo cierto es que Marie y su frente y sus pómulos níveos fueron un recuerdo fugaz mientras a Mila la seguí viendo unos meses más y, hasta un día, en que celebraba mi cumpleaños, le pregunté si quería acompañarme. Me dijo que tenía un examen y supe entenderlo.

En Las dos inglesas y el continente, la pasión del protagonista es grande y lo deja exhausto. En mi historia no fue tan extensa ni me marcó con fuego, como otras aventuras que he vivido con chicas también extranjeras. Lo que aún me pregunto es si aquella noche, en el Andy Warhol Museum, por tres horas, fui por fin el continente, como en la película, que al final era Europa, Francia, un centro del mundo que ya no lo es más. Y si yo fui el continente y ellas las dos francesas, nuestro pacto estuvo sellado, al menos durante esos momentos que hoy recuerdo fantásticos y con nostalgia.



TIEMPOS DE GUERRA TIEMPOS DE PAZ Jorge Zavaleta Alegre TIME,



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TIEMPOS DE GUERRA TIEMPOS DE PAZ.
TIME. Jorge Zavaleta Alegre. Las pandemias, con toda la carga que traen en contra de la vida, inducen a evaluar la función de las instituciones internacionales para prever respuestas en futuras calamidades. Este es el panorama que se percibe. Gracias a la tecnología, hoy el zoom, las instituciones dedican largas jornadas para encontrar respuestas y conocer el inmenso daño que implica al planeta el incumplimiento o violación de los acuerdos, de las leyes y que la “anomía” generalizada perjudica a todos, empezando por los más débiles.
Por ejemplo, en los EEUU, no abundan las cifras sobre la pobreza, la pobreza extrema. En la primera economía del mundo, la dimensión de las grandes fortunas se fortalecen con el conservadurismo en las decisiones políticas. En Europa, el modelo de la Monarquía se viene abajo al conocer solo algunas cifras y modalidades de sustracción del dinero público.
En este contento es saludable el despertar de los organismos internacionales. Por ejemplo, el foro sobre Objetivos de Desarrollo Sostenible en América Latina y el Caribe 2021, foro que incluye revisión de las estrategias público-privadas para la recuperación sostenible e inclusiva.
El clima de la pandemia COVID-19 ha resaltado todavía más la necesidad de fortalecer la cooperación entre múltiples actores, tanto en las respuestas de emergencia para enfrentar la crisis sanitaria como para abordar sus graves impactos económicos y sociales.
La pandemia ha profundizado los problemas estructurales de la región, incluyendo su elevada desigualdad e informalidad laboral. En el contexto de una contracción de 7.7% del PIB regional en 2020, la CEPAL estima que 2,7 millones de empresas formales habrían cerrado y la tasa de desocupación habría llegado en torno al 10,6%.
Los niveles de pobreza y pobreza extrema también aumentaron, alcanzando 33,7% (209 millones de personas) y 12,5% (78 millones de personas) respectivamente, al fin de 2020.
Los impactos económicos y sociales se diferencian entre mujeres y hombres, grupos etarios, étnicos y según el acceso a tecnologías digitales, entre otros. Debido a la segmentación laboral, los empleos de las mujeres se concentraban en aquellos sectores que enfrentaron mayor riesgo en términos de pérdida del empleo y caída de los ingresos.
Para el fin de 2020 la tasa de desocupación femenina sería del 15,2% y las mujeres se retiraron en mayor proporción del mercado laboral reflejando la mayor y desigual presión de tareas de cuidado que enfrentan. Asimismo, la tasa ya elevada de desocupación de los jóvenes pasó del 27,3% en el segundo trimestre de 2019 al 30,8% en el mismo período de 2020.
Asimismo, la crisis ha acelerado el cambio tecnológico y profundizado las consecuencias del acceso desigual a la tecnología digital. Más de 40 millones de hogares no tienen conectividad digital, la mitad de los cuales se encuentran en los dos quintiles más pobres y más de un tercio de los países no tiene velocidad de descarga necesaria para actividades simultáneas de alto consumo.
Es un paso esperado la alianza que acaban de formalizar entre América Latina y el Caribe, de la mano de China, hacia la revolución digital, la economía verde y en políticas sociales que estén conectadas con las políticas industriales “para generar empleo y combatir la desigualdad”, según informa las Naciones Unidas desde Santiago, Chile.
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