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viernes, 25 de septiembre de 2020

"La desigualdad es obstinadamente alta en America Latina", una denuncia documentada


Una denuncia documentada. Ciudadanos buscan Jueces.

Jorge Zavaleta Alegre

TIME. "La Crisis de la Desigualdad de America Latina y el Caribe en la Encrucijada" es el titulo de un voluminoso documento del banco de propiedad de todos los paises de la Region al cumplir sesenta anos de su fundacion. Sus editores, Matias Busso y Julian Messina, y numerosos profesionales convocados, resumen el aporte con la siguiente frase:

"La desigualdad es obstinadamente alta en América Latina y el Caribe"

 Al cierre  de setiembre del 2020, a proposito de la renovacion de su V Directorio, el BID, la financiera mas grande que formaron los paises de este continente, con la colaboracion de los EEUU, hace un  balance, con la base de datos  de la Biblioteca insitucional Felipe Herrera, nombre del ciudadano chileno,  primer presidente, en 1959/1970.

Como despedida despues de diez anos. el presidente. el colombiano Luis Alberto Uribe,  en extenso prologo explica que las sociedades de América Latina y el Caribe empezaron a practicar el distanciamiento social mucho antes de que la pandemia del coronavirus llegara a poner a prueba su resistencia y a exponer sus vulnerabilidades. 

Se trata de un distanciamiento social causado por la extrema desigualdad en  la  región,  que  socava  la  fe  de  los  ciudadanos  en  el  bien  común  y amplía la brecha entre ricos y pobres. 

América Latina y el Caribe es: una de las regiones más desiguales del mundo en materia de ingresos. El 10% más rico de la población capta 22 veces más de la renta nacional que el 10% más pobre. El 1% de los más ricos se lleva el 21% de los ingresos de toda la economía, el doble de la media del mundo industrializado. 

Además, las marcadas diferencias en materia de ingresos representan apenas una de las diversas formas de desigualdad que socavan la cohesión social y el sentido de pertenencia a  algo  más  grande  que  uno  mismo.  

El  género,  la  raza  y  la  etnicidad, al igual que los ingresos, son poderosos determinantes del acceso a la atención de la salud, la educación, el empleo y el sistema legal. Las  desigualdades  comienzan  temprano  en  la  vida  y  se  hacen  más grandes  durante  la  infancia  y  la  adolescencia,  dando  a  los  niños  de distintos orígenes oportunidades diferentes para crecer y desarrollarse. 

Los  pobres  y  las  clases  medias  bajas  viven  en  vecindarios  diferentes, asisten a escuelas diferentes y visitan clínicas diferentes. Es mucho más probable que quienes pertenecen a estos grupos sean víctimas de delitos violentos que aquellos que pertenecen a la clase alta y que estén mucho más expuestos a los efectos destructivos del cambio climático, a la vez que  tienen  menos  herramientas  para  hacer  frente  a  las  consecuencias de estos dos fenómenos. 

En materia de educación, los niños de las familias más ricas tienden a estar mejor preparados para ingresar a la escuela que los de las familias pobres.  Al  comenzar  la  escuela,  los  niños  de  niveles  socioeconómicos altos  tienen  un  desempeño  sustancialmente  mejor  que  sus  pares  más pobres  en  el  desarrollo  socioemocional,  cognitivo  y  lingüístico.  

Estas disparidades  se  amplían  con  el  tiempo,  y  cuando  los  jóvenes  llegan  al mercado  laboral,  sus  efectos  se  hacen  muy  evidentes.  Las  personas mejor preparadas tienen la primera opción para elegir los empleos de alta calidad en el relativamente pequeño sector formal de la región, mientras que las menos preparadas, que proceden, en forma desproporcionada, de  las  clases  más  pobres,  probablemente  pasarán  el  resto  de  su  vida trabajando  en  el  sector  informal.  

El  empleo  formal  da  acceso  a  redes de seguridad, como las pensiones contributivas y, en algunos países, el seguro  de  desempleo.  Por  el  contrario,  la  mayoría  de  los  trabajadores del 40% de la parte inferior de la distribución de ingresos tienen trabajos informales que carecen de redes de seguridad. 

Las   desigualdades   horizontales   también   son   muy   grandes.   Las diferencias  salariales  entre  hombres  y  mujeres  en  la  región  se  han reducido  en  las  últimas  décadas,  no  obstante,  las  mujeres  siguen ganando en promedio un 13% menos que los hombres. 

Además, es menos probable encontrarlas en trabajos mejor remunerados y en ocupaciones de  prestigio  social.  Los  pueblos  indígenas  y  los  afrodescendientes también  siguen  estando  en  desventaja.  Pocas  regiones  del  mundo son más multiétnicas y multiculturales que América Latina y el Caribe, donde los afrodescendientes constituyen cerca del 25% de la población y los indígenas, el 8%. 

Pero estos dos grupos, en toda la región, tienen muchas más probabilidades de ser pobres. En el ámbito de la atención de la salud, la región ha logrado notables avances   en   la   ampliación   del   acceso,   especialmente   mediante   la expansión de los servicios de atención primaria en las zonas periurbanas y rurales. 

Sin embargo, las diferencias socioeconómicas en el acceso a la atención de la salud siguen siendo grandes: entre 2010 y 2015, la tasa de mortalidad de los niños menores de cinco años de madres con mayor nivel de educación fue la mitad de aquella de los niños de madres con menor nivel de educación. 

En este contexto de desigualdades estructurales, la crisis de la COVID-19 se  ha  desarrollado  a  un  ritmo  sin  precedentes  y  con  repercusiones distributivas.  Inmediatamente  después  de  que  la  pandemia  golpeara la  región,  la  mayoría  de  los  gobiernos  impusieron  estrictas  medidas  de XXV confinamiento que impidieron a las personas trabajar fuera de casa. 

Los gobiernos de América Latina y el Caribe son ocho veces menos eficaces  que  los  países  más  desarrollados  en  la  reducción  de  la desigualdad a través de los impuestos y el gasto público. 

Las políticas redistributivas  de  los  países  de  la  región  reducen  la  desigualdad  en menos de un 5%, mientras que el mundo industrializado lo hace en un 38%. La incapacidad de redistribuir se puede resumir en pocas palabras: pensiones, gasto social y política fiscal fallida. Debido  a  la  prevalencia  del  empleo  informal  en  América  Latina  y  el Caribe,  millones  de  personas  no  reciben pensiones.  

La reducción de la desigualdad puede aumentar la cohesión social. La  desigualdad  despierta  emociones  negativas  y  suele  deteriorar  el tejido  social.  Cabe  destacar  que  las  percepciones  de  la  desigualdad parecen   ser   incluso   más   generalizadas   que   las   desigualdades reales.  Y  los  cambios  en  las  percepciones,  a  veces  alimentados  por la  mala  información,  parecen,  al  menos  en  parte,  subyacer  a  la  gran disminución  de  la  confianza  que  están  experimentando  la  mayoría de los países. 

Tanto  la capacidad gubernamental como la confianza son útiles no solo para luchar contra las pandemias que imponen diferentes iveles de riesgo a la población, sino también en muchos otros ámbitos de las políticas en  los  que  la  conducta  individual  implica  fuertes  externalidades negativas como las vacunas, el reciclaje, el procesamiento de basuras y las emisiones de carbono. 

En todos los casos, un nivel más alto de confianza interpersonal aumentaría la efectividad de cualquier política patrocinada por el gobierno y reduciría los costos de vigilancia. En los países  de  la  región,  donde  la  capacidad  gubernamental  es  escasa, aumentar la confianza interpersonal debería ser una prioridad. 

 Después de varias crisis económicas en los años noventa, sobre todo en Argentina, Brasil, Ecuador, México y Uruguay, en el siglo XXI se dieron unas condiciones externas favorables que,  junto  a  unas  reformas  estructurales  impulsadas  en  numerosos países,  trajeron  la  estabilidad  macroeconómica.  

La desigualdad disminuyó en toda la región, pero a ritmos diferentes en diferentes  lugares.   Después de 2012 el coeficiente de Gini disminuyó en algunos países (por ejemplo, Bolivia, El Salvador, Panamá), mientras que en otros se produjo un estancamiento (por ejemplo, Argentina, Chile, Ecuador, Perú) y en otros la desigualdad aumentó (por ejemplo, Brasil y Paraguay).

       Tiempos mas oscuros. La nueva presidencia , el representante del presidente Trum, EEUU.             Los gobiernos de América Latina y el Caribe son ocho veces menos eficaces  que  los  países  más  desarrollados  en  la  reducción  de  la desigualdad a través de los impuestos y el gasto público. Las políticas redistributivas  de  los  países  de  la  región  reducen  la  desigualdad  en menos de un 5%, mientras que el mundo industrializado lo hace en un 38%. La incapacidad de redistribuir se puede resumir en pocas palabras: pensiones, gasto social y política fiscal fallida. Debido  a  la  prevalencia  del  empleo  informal  en  América  Latina  y  el Caribe,  millones  de  personas  no  reciben pensiones.

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