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miércoles, 22 de enero de 2020

ONU, Davos 2020 y el ojo de la aguja

Por Jorge Zavaleta Alegre
Hoy, la globalización ya no representa más el paraíso deseado en el cual se depositan las esperanzas populares ni la realización del bienestar familiar anhelado. Los mismos países y bases sociales que la enarbolaron se han convertido en sus mayores detractores. Nos encontramos ante la muerte de una de las mayores versiones ideológicas de los últimos siglos.

La declaración en Davos, una apacible ciudad de Suiza, país considerado como sede de la banca  más segura del planeta, parece algo loable, pero si no existe ningún tipo de mecanismo de cumplimiento, el móvil del lucro infinito siempre primara, en beneficio de los pocos y  migajas para los olvidados de siempre. Es   una conclusión recogida del sentir del  fundador del Foro de Davos, de jefes de Estado  como el de España y el ideólogo del  partido boliviano que lidera el ex presidente  Boliviano, Evo Morales hoy exiliado en Buenos  Aires.

El camello y el ojo de la aguja. Una de las frases que se atribuye a Jesús de Nazaret en la Biblia es: “Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos”. (En esta frase un error de traducción del griego “Kamilos” (con i breve), vendría a ser “soga” o “maroma”, de esta manera la comparación tendría mucho más sentido, y no como la primera interpretación como “Kamelos”).


Los retos del pensamiento alternativo  con respecto a la globalizacion son enormes, no sólo para la elaboración programática sino, especialmente, para crear las bases sociales organizadas capaces de sostener y luchar por un mundo distinto, afirma el fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, quien considera que el manifiesto ofrece “la mejor respuesta a los desafíos ambientales y sociales de hoy”. 


Sin embargo, las preguntas inmediatas que se han vertido son: ¿a quién sirve dicho propósito? ¿Implicará una transformación de la corporación como la conocemos o representa, más bien, una estrategia para conseguir un mayor control corporativo de las políticas públicas y la vida política?


El Manifiesto de Davos señala que las corporaciones traten a los clientes con dignidad y respeto, que respeten los derechos humanos a lo largo de sus cadenas de suministro, que actúen como guardianas del medio ambiente para las generaciones futuras y, lo que es más relevante, que midan el rendimiento “no solo por el dividendo de los accionistas, sino también por cómo consiguen sus objetivos sociales, ambientales y de buena gobernanza”.


Para diversas fuentes, el Manifiesto de Davos constituye un adelanto de la Declaración sobre el Propósito de una Corporación, publicada el pasado agosto por 181 directores generales de la asociación Business Roundtable de los Estados Unidos, que se comprometieron, de forma todavía más imprecisa, a generar ‘un valor a largo plazo’ y actuar de manera ética y sostenible.



Pero en ningún lugar de las dos declaraciones se habla de mecanismos de cumplimiento. Se trata de un proceso estrictamente voluntario y  dependiente de la autorregulación, que no cuestiona el propósito primordial de lucro de las corporaciones. 


Desde el punto de vista  de la prensa británica  en Davos,    es una ampliación de la tendencia a la responsabilidad social corporativa. El Manifiesto propone también una fuerte contrapartida de fondos públicos para las compañías que se comprometen con la responsabilidad social. 

Hace una década este Foro finalizó con un ambicioso proyecto, la Iniciativa de Rediseño Global (GRI), que proponía una transición desde un sistema de toma de decisiones intergubernamental hacia un sistema de gobernanza por parte de múltiples partes interesadas. 

La idea es que los temas de importancia global deben ser resueltos por los Gobiernos en asociación con las corporaciones y algunos representantes seleccionados de la sociedad civil, segun comenta el profesor emérito de la Universidad de Massachusetts Harris Gleckman. 


elmercuriodigital.es
Para: jorgez.1944@yahoo.es

El Secretario general de la ONU Antonio Guterres revela que  las diferencias económicas y sociales aumentan la inestabilidad política y erosionan la confianza en los gobiernos, cada vez más influenciados por los más afortunados. Pero no es inevitable. Subir los impuestos, especialmente, a las clases más adineradas ayudaría disminuir la desigualdad.

La disparidad de ingresos y la falta de oportunidades “están creando un círculo vicioso de desigualdad, frustración y descontento entre generaciones”.

El informe da pruebas de cómo la innovación tecnológica, el cambio climático, la urbanización y la migración internacional están afectando la tendencia de la desigualdad.

A ese respecto, Guterres asegura que el informe envía una señal clara: “el curso futuro de estos asuntos complejos no es irreversible”. Todos esos fenómenos pueden ser embridados para crear un mundo más equitativo y sostenible. Pero advierte también que, de no hacerlo, pueden “dividirnos aún más”.

El informe revela que el extraordinario crecimiento económico registrado en las últimas décadas ha fracasado en cerrar las divisiones entre los países y dentro de ellos.La desigualdad entre países llevará inevitablemente a la migración pero, si está se gestiona de forma adecuada, no solo beneficiará a los migrantes sino que también ayudará a reducir la pobreza y las diferencias sociales y económicas.
Uno de los lugares donde más se observa la desigualdad es en las ciudades, precisamente en un mundo en proceso de urbanización porque las urbes ofrecen, a priori, mayores salidas que el campo.

La desigualdad erosiona la confianza en los Gobiernos. Otro de los hallazgos del informe se refiere al hecho de que las desigualdades concentran la influencia política entre quienes tienen mejores condiciones de vida, lo que tiende a preservar e, incluso, agrandar las diferencias.

Un ejemplo de cómo la inequidad inclina la balanza política en beneficio de los más ricos se refleja en cómo han decaído los impuestos a las clases más altas tanto en los países desarrollados como en los en desarrollo. En estos últimos, las tasas de ingresos por impuestos a los estratos sociales más altos cayeron del 66% en 1981 al 43% en 2018.

Otro ejemplo se encuentra en un informe publicado el lunes por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia en el que se indica que los Estados destinan más dinero a la educación de los niños ricos que a la de los pobres.

“La creciente influencia política de los más afortunados erosiona la confianza y la habilidad en los Gobiernos para abordar las necesidades de la mayoría”, asegura el documento.

Las emisiones de carbono crecen y las temperaturas suben, pero el impacto del cambio climático no se siente de forma igual alrededor del mundo, siendo los países tropicales lo más afectados. De acuerdo con el informe, el cambio climático ha hecho a los países pobres más pobres.

El documento advierte que si no se toman medidas de inmediato, millones de personas pueden acabar en la pobreza tan pronto como en diez años.

Los rápidos y revolucionarios hitos tecnológicos de las últimas décadas han sido una gran ayuda para los trabajadores cualificados y para aquellos que tienen la oportunidad de mejorar sus habilidades, pero han hecho desaparecer las tareas para las que se requieren menos cualificación, que ahora asumen un puñado de compañías tecnológicas.

La innovación digital y la inteligencia artificial solo tendrán un verdadero potencial para promover el desarrollo sostenible si todo el mundo tiene acceso a las oportunidades de empleo que generan, algo que no está sucediendo ahora. Al contrario, se están creando nuevas formas de desigualdad: alrededor del 87% de quienes residen en países desarrollados tienen acceso a internet comparado con el 19% de quienes habitan en países en desarrollo.

“Los avances tecnológicos pueden exacerbar las desigualdades dando una ventaja a quienes tienen un acceso a ellas antes y creando una diferencias mayores en educación si ayudan de manera desproporcionada a los niños más ricos”, señala el informe.

¿Qué se puede hacer?
Marta Roig explicó que aunque cada país tiene unas condiciones particulares, el informe expone una serie de medidas generales y de áreas concretas en las que hay que actuar para tratar de revertir la desigualdad. Entre esas medidas destacó “la promoción de la igualdad de oportunidades”, a través de la inversión en educación, en sistemas de salud, y en el paso del sistema educativo al mercado de trabajo.

Otra medida es “trabajar sobre los sistemas impositivos” para hacerlos más progresivos. “No hay otra”, señala, ya que “si se quieren tener recursos públicos para invertir en educación y salud no hay que otra que tener ingresos públicos que se colectan a través de los impuestos”. La experta también propone invertir “en una seguridad social que pueda proteger a los individuos cuando haya una situación de desempleo, cuando se jubila o cuando hay una discapacidad”.

Roig alertó que, no obstante, tales medidas tendrán efectos limitados si los Gobiernos no actúan también para dismunir la discriminación y los prejuicios.

.El Foro Económico Mundial (FEM) en Davos, con un enfoque que llama “capitalismo de las partes interesadas” ( stakeholder capitalism), centrado no sólo en los accionistas, sino también en los clientes, empleados, proveedores y comunidades, a los que considera “esenciales” para el desempeño de sus negocios. Atiende a las aspiraciones humanas y sociales en el marco del sistema social en su conjunto. Y los salarios del personal ejecutivo deben reflejar la responsabilidad ante todas las partes involucradas.


La reacción a la integración real recientemente ha impulsado a la administración estadounidense a recurrir al proteccionismo comercial unilateral, dirigido a China en particular. Tanto en Estados Unidos como en Europa se están levantando barreras contra la migración.

Si bien  el libre comercio  en general es beneficioso, sus efectos distributivos adversos son innegables.  Por ejemplo, trabajadores de países avanzados en industrias de menor valor agregado como el acero, y quién está haciendo el daño (países en desarrollo que puede producir y exportar el bien relevante más barato). 

Las crisis financieras -como las ocurridas en América Latina a principios de los años ochenta, en Asia oriental a fines de los noventa, en Europa oriental a finales de los años 2000 y en Europa en los años 2010- también tienen claras víctimas: los que pierden sus empleos, casas o ahorros para la jubilación. Pero no es tan fácil atribuir culpas. Mientras tanto, los responsables públicos deberán mejorar la gestión de la integración financiera, una tarea que puede ser aún más desafiante.

El presidente  de España Pedro Sánchez:

 "Es hora de entrar en una nueva era que nunca más permita que el progreso económico se haga a costa de las personas"

"España es un país meridional, con lazos históricos con Latino América, vecino de África y que comparte una antiquísima amistad con Oriente Medio y pretende ampliar sus nexos con Asia. España es un país abierto, seguirá luchando por un país más abierto y cohesionado".

Pedro Sánchez asegura que España seguirá luchando por los Objetivos Desarrollo Sostenibles (ODS) y es consciente de que los retos son los mismos para todas las personas; distintos pero, al fin y al cabo, los mismos. El programa de nuestro Gobierno, presentado hace poco, se centra en cinco puntos:  Consolidación del crecimiento económico basada en empleos decentes. Transformación digital. Transición ecológica. Auténtica igualdad entre hombres y mujeres.

Ha llegado el momento de entrar en una nueva era que resuelva los fracasos del neoliberalismo a través de la solvencia de la democracia social. Tenemos que empezar a hablar de impuestos, de tributos y de paraísos fiscales. Con salarios justos, crear un nuevo pacto social que equilibre la redistribución de la riqueza. Reformar sistema de pensiones para tener pensiones dignas. El nuevo Gobierno de España se compone de una coalición entre el PSOE, Partido Socialista Obrero Español y Unidas Podemos.

Alvaro  Garcia Linera, ex vice presidente de Bolivia


La globalización, como ideología política, triunfó sobre la derrota de la alternativa del socialismo de Estado, esto es, de la estatización de los medios de producción, el partido único y la economía planificada desde arriba. La caída del muro de Berlín en 1989 escenifica esta capitulación. Entonces, en el imaginario planetario quedó una sola ruta, un solo destino mundial. Y lo que ahora está pasando es que ese único destino triunfante también fallece, muere. Es decir, la humanidad se queda sin destino, sin rumbo, sin certidumbre. Pero no es el “fin de la historia” —como pregonaban los neoliberales—, sino el fin del “fin de la historia”; es la nada de la historia.

Lo que hoy queda en los países capitalistas es una inercia sin convicción que no seduce, un manojo decrépito de ilusiones marchitas y, en la pluma de los escribanos fosilizados, la añoranza de una globalización fallida que no alumbra más los destinos.

Entonces, con el socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido por suicidio, el mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza movilizadora.

Es un tiempo de incertidumbre absoluta en el que, como bien intuía Shakespeare, “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Pero también por ello es un tiempo más fértil, porque no se tienen certezas heredadas a las cuales asirse para ordenar el mundo. Esas certezas hay que construirlas con las partículas caóticas de esta nube cósmica que deja tras suyo la muerte de las narrativas pasadas.

Fundador del Foro Davos

Klaus Schwab nació en Ravensburg, Alemania, en 1938. Es fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, la Organización Internacional para la Cooperación Público-Privada.

Fundó el Foro en 1971, el mismo año en que publicó Moderne Unternehmensführung im Maschinenbau (Modern Enterprise Management in Mechanical Engineering). 

En la Reunión Anual el año pasado hizo un llamamiento a una globalización, más humana, más sostenible y eso queremos, una sociedad más justa con gobernanza multilateral."

La mayoría de economistas están de acuerdo acerca de los beneficios de la integración global "real", es decir, de los prácticamente ilimitados flujos transfronterizos de bienes, mano de obra y tecnología. Pero están menos seguros en cuanto a la integración financiera global, especialmente de los flujos a corto plazo del llamado dinero caliente.

Sin embargo, la reacción antiglobalización de hoy se centra principalmente en la integración real, y casi en su totalidad se olvida de los aspectos financieros. La reacción a la integración real recientemente ha impulsado a la administración del presidente estadounidense Donald Trump a recurrir al proteccionismo comercial unilateral, dirigido a China en particular.

Por supuesto, las crisis financieras -como las ocurridas en América Latina a principios de los años ochenta, en Asia oriental a fines de los noventa, en Europa oriental a finales de los años 2000 y en Europa en los años 2010- también tienen claras víctimas: los que pierden sus empleos, casas o ahorros para la jubilación. Pero no es tan fácil atribuir culpas. La integración real -a pesar de sus beneficios generales tangibles- sea difícil de mantener, la ausencia de narrativas comparables está permitiendo que la integración financiera no cese. Esto coloca al mundo en un camino donde hay menos integración de la buena, y más de la cuestionable.

Schwab ha defendido el concepto de múltiples partes interesadas desde el inicio del Foro, y se ha convertido en la plataforma más importante del mundo para la cooperación pública y privada. Bajo su liderazgo, el Foro ha impulsado los esfuerzos de reconciliación en diferentes partes del mundo, actuando como catalizador de numerosas colaboraciones e iniciativas internacionales. 

En 1998, con su esposa Hilde, creó la Fundación Schwab para el emprendimiento social, que busca identificar, reconocer y difundir iniciativas en emprendimiento social que hayan mejorado significativamente la vida de las personas y tengan el potencial de ser replicadas a escala global. La Fundación apoya una red de más de 350 emprendedores sociales en todo el mundo.

Schwab ha alentado el establecimiento de comunidades que brindan experiencia y conocimiento global para la resolución de problemas. Entre ellos se encuentra la Red de Consejos de Futuro Global , la red de conocimiento interdisciplinaria más importante del mundo dedicada a promover el pensamiento innovador sobre el futuro.

El Foro emplea a más de 700 personas, con sede en Ginebra, Suiza y oficinas adicionales en Nueva York, San Francisco, Pekín y Tokio.

Ingeniero y economista de formación, el profesor Klaus Schwab posee un doctorado en Economía de la Universidad de Friburgo y una Maestría en Administración Pública  de la Universidad de Harvard. Sus últimos libros son The Fourth Industrial Revolution (2016),  traducido a 30 idiomas, y Shaping the Fourth Industrial Revolution (2018).

A manera de conclusión. Ninguna frustración social queda impune. Existe un costo moral que, en este momento, no alumbra alternativas inmediatas sino que —es el camino tortuoso de las cosas— las cierra, al menos temporalmente. Y es que a la muerte de la globalización como ilusión colectiva no se le contrapone la emergencia de una opción capaz de encauzar la esperanza movilizadora de los pueblos golpeados.

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Fuentes consultadas
-Biblioteca ONU
-Greta Thunberg: "Nuestra casa aún está en llamas y estáis avivando el fuego.
-Trump insta al mundo a ignorar a los 'profetas del apocalipsis' en Davos
-Robin Pomeroy
Discurso -de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, en la 50ª Foro Davos.

http://tandilnews.com/onu-davos-2020-y-el-ojo-de-la-aguja/
Papel de Arbol asociado con  Tandil news Buenos Aires.











¿La globalización vivirá. en América Latina?

https://www.elmercuriodigital.net/2020/01/la-desigualdad-alcanza-niveles-historico.html
http://tandilnews.com/onu-davos-2020-y-el-ojo-de-la-aguja/
https://diario16.com/onu-davos-2020-y-el-ojo-de-la-aguja/
https://diario16.com/el-discurso-de-sanchez-en-davos-provoca-la-urticaria-de-los-grandes-poderes-financieros/


El desenfreno por un inminente mundo sin fronteras, la algarabía por la constante jibarización de los Estados-nacionales en nombre de la libertad de empresa y la cuasi religiosa certidumbre de que la sociedad mundial terminaría de cohesionarse como un único espacio económico, financiero y cultural integrado, acaban de derrumbarse ante el enmudecido estupor de las élites globalófilas del planeta, escribió hace cinco años  Álvaro García Linera, .entonces vicepresidente de Bolivia, en un largo ensayo titulado "La  globalización ha muerto".

Pero  su vocación  política, en la práctica, distante  de la Democracia basada en la  renovación del poder, lo llevó a secundar argumentos y prácticas, del presidente Evo Morales, ciudadano consagrado en la primera magistratura con el  voto  del pueblo indígena, pretendió  mantenerse en el poder por cuatro periodos consecutivos. Realidad que alimentó espacios para otras fuerzas  opositoras y abrió el camino para desestabilizar el poder y  que hoy  el país del Altiplano  de Sudamérica, vive un incierto futuro.

García Linera explica la renuncia de Gran Bretaña a continuar en la Unión Europea —el proyecto más importante de unificación estatal de los últimos 100 años— y la victoria electoral de Trump —que enarboló las banderas de un regreso al proteccionismo económico, anunció la renuncia a tratados de libre comercio y prometió la construcción de mesopotámicas murallas fronterizas— han aniquilado la mayor y más exitosa ilusión liberal de nuestros tiempos. 

Y que todo esto provenga de las dos naciones que hace 35 años atrás, enfundadas en sus corazas de guerra, anunciaran el advenimiento del libre comercio y la globalización como la inevitable redención de la humanidad, habla de un mundo que se ha invertido o, peor aún, que ha agotado las ilusiones que lo mantuvieron despierto durante un siglo.

Hoy, la globalización ya no representa más el paraíso deseado en el cual se depositan las esperanzas populares ni la realización del bienestar familiar anhelado. Los mismos países y bases sociales que la enarbolaron décadas atrás se han convertido en sus mayores detractores. Nos encontramos ante la muerte de una de las mayores estafas ideológicas de los últimos siglos.

Y es que la globalización como meta-relato, esto es, como horizonte político ideológico capaz de encausar las esperanzas colectivas hacia un único destino que permitiera realizar todas las posibles expectativas de bienestar, ha estallado en mil pedazos. Y hoy no existe en su lugar nada mundial que articule esas expectativas comunes; lo que se tiene es un repliegue atemorizado al interior de las fronteras y el retorno a un tipo de tribalismo político, alimentado por la ira xenofóbica, ante un mundo que ya no es el mundo de nadie.

La medida geopolítica del capitalismo. Quien inició el estudio de la dimensión geográfica del capitalismo fue Carlos Marx. Su debate con el economista Friedrich List sobre el “capitalismo nacional” en 1847 y sus reflexiones sobre el impacto del descubrimiento de las minas de oro de California en el comercio transpacífico con Asia, lo ubican como el primer y más acucioso investigador de los procesos de globalización económica del régimen capitalista. De hecho, su aporte no radica en la comprensión del carácter mundializado del comercio que comienza con la invasión europea a América sino en la naturaleza planetariamente expansiva de la propia producción capitalista.

Las categorías de subsunción formal y subsunción real del proceso de trabajo al capital con las que Marx devela el automovimiento infinito del modo de producción capitalista, suponen la creciente subsunción de la fuerza de trabajo, el intelecto social y la tierra, a la lógica de la acumulación empresarial, es decir, la supeditación de las condiciones de existencia de todo el planeta a la valorización del capital. De ahí que en los primeros 350 años de su existencia, la medida geopolítica del capitalismo haya avanzado de las ciudades-Estado a la dimensión continental y haya pasado, en los últimos 150, a la medida geopolítica planetaria.

La globalización económica (material) es pues inherente al capitalismo. Su inicio se puede fechar 500 años atrás, a partir del cual habrá de tupirse, de manera fragmentada y contradictoria, aún mucho más. Si  seguimos los esquemas de Giovanni Arrighi en su propuesta de ciclos sistémicos de acumulación capitalista a la cabeza de un Estado hegemónico: Génova (siglos XV-XVI), los Países Bajos (siglo XVIII), Inglaterra (siglo XIX) y Estados Unidos (siglo XX), cada uno de estos hegemones vino acompañado de un nuevo tupimiento de la globalización (primero comercial, luego productiva, tecnológica, cognitiva y, finalmente, medio ambiental) y de una expansión territorial de las relaciones capitalistas.

 Sin embargo, lo que sí constituye un acontecimiento reciente al interior de esta globalización económica es su construcción como proyecto político-ideológico, esperanza o sentido común, es decir, como horizonte de época capaz de unificar las creencias políticas y expectativas morales de hombres y mujeres pertenecientes a todas las naciones del mundo.

El ‘fin de la historia’. La globalización como relato o ideología de época no tiene más de 35 años. Fue iniciada por los presidentes Ronald Reagan y Margaret Thatcher, liquidando el Estado de bienestar, privatizando las empresas estatales, anulando la fuerza sindical obrera y sustituyendo el proteccionismo del mercado interno por el libre mercado, elementos que habían caracterizado las relaciones económicas desde la crisis de 1929.

Ciertamente fue un retorno amplificado a las reglas del liberalismo económico del siglo XIX, incluida la conexión en tiempo real de los mercados, el crecimiento del comercio con relación al Producto Interno Bruto (PIB) mundial y la importancia de los mercados financieros, que ya estuvieron presentes en ese entonces. Sin embargo, lo que sí diferenció esta fase del ciclo sistémico de la que prevaleció en el siglo XIX fue la ilusión colectiva de la globalización, su función ideológica legitimadora y su encumbramiento como supuesto destino natural y final de la humanidad.

Y aquellos que se afiliaron emotivamente a esa creencia del libre mercado como salvación final no fueron simplemente los gobernantes y partidos políticos conservadores, sino también los medios de comunicación, los centros universitarios, comentaristas y líderes sociales. El derrumbe de la Unión Soviética y el proceso de lo que Antonio Gramsci llamó transformismo ideológico de exsocialistas devenidos en furibundos neoliberales, cerró el círculo de la victoria definitiva del neoliberalismo globalizador.

¡Claro! Si ante los ojos del mundo la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), que era considerada hasta entonces como el referente alternativo al capitalismo de libre empresa, abdica de la pelea y se rinde ante la furia del libre mercado —y encima los combatientes por un mundo distinto, públicamente y de hinojos, abjuran de sus anteriores convicciones para proclamar la superioridad de la globalización frente al socialismo de Estado—, nos encontramos ante la constitución de una narrativa perfecta del destino “natural” e irreversible del mundo: el triunfo planetario de la libre empresa.

El enunciado del “fin de la historia” hegeliano con el que Fukuyama caracterizó el “espíritu” del mundo, tenía todos los ingredientes de una ideología de época, de una profecía bíblica: su formulación como proyecto universal, su enfrentamiento contra otro proyecto universal demonizado (el comunismo), la victoria heroica (fin de la Guerra Fría) y la reconversión de los infieles.

La historia había llegado a su meta: la globalización neoliberal. Y, a partir de ese momento, sin adversarios antagónicos a enfrentar, la cuestión ya no era luchar por un mundo nuevo, sino simplemente ajustar, administrar y perfeccionar el mundo actual pues no había alternativa frente a él. Por ello, ninguna lucha valía la pena estratégicamente pues todo lo que se intentara hacer por cambiar de mundo terminaría finalmente rendido ante el destino inamovible de la humanidad que era la globalización. Surgió entonces un conformismo pasivo que se apoderó de todas las sociedades, no solo de las élites políticas y empresariales, sino también de amplios sectores sociales que se adhirieron moralmente a la narrativa dominante.

La historia sin fin ni destino. Hoy, cuando aún retumban los últimos petardos de la larga fiesta “del fin de la historia”, resulta que quien salió vencedor, la globalización neoliberal, ha fallecido dejando al mundo sin final ni horizonte victorioso, es decir, sin horizonte alguno. Trump no es el verdugo de la ideología triunfalista de la libre empresa, sino el forense al que le toca oficializar un deceso  clandestino.

Los primeros traspiés de la ideología de la globalización se hacen sentir a inicios de siglo XXI en América Latina, cuando obreros, plebeyos urbanos y rebeldes indígenas desoyen el mandato del fin de la lucha de clases y se coaligan para tomar el poder del Estado. Combinando mayorías parlamentarias con acción de masas, los gobiernos progresistas y revolucionarios implementan una variedad de opciones posneoliberales mostrando que el libre mercado es una perversión económica susceptible de ser reemplazada por modos de gestión económica mucho más eficientes para reducir la pobreza, generar igualdad e impulsar crecimiento económico.

Con ello, el “fin de la historia” comienza a mostrarse como una singular estafa planetaria y nuevamente la rueda de la historia —con sus inagotables contradicciones y opciones abiertas— se pone en marcha. Posteriormente, en 2009, en Estados Unidos el hasta entonces vilipendiado Estado, que había sido objeto de escarnio por ser considerado una traba a la libre empresa, es jalado de la manga por Obama para estatizar parcialmente la banca y sacar de la bancarrota a los banqueros privados. El eficienticismo empresarial, columna vertebral del desmantelamiento estatal neoliberal, queda así reducido a polvo frente a su incompetencia para administrar los ahorros de los ciudadanos.

Luego viene la ralentización de la economía mundial, pero en particular del comercio de exportaciones. Durante los últimos 20 años, éste crece al doble del Producto Interno Bruto (PIB) anual mundial, pero a partir de 2012 apenas alcanza a igualar el crecimiento de este último, y ya en 2015 es incluso menor, con lo que la liberalización de los mercados ya no se constituye más en el motor de la economía planetaria ni en la “prueba” de la irresistibilidad de la utopía neoliberal.

Por último, los votantes ingleses y norteamericanos inclinan la balanza electoral a favor de un repliegue a Estados proteccionistas —si es posible amurallados—, además de visibilizar un malestar ya planetario en contra de la devastación de las economías obreras y de clase media, ocasionado por el libre mercado planetario.

Hoy, la globalización ya no representa más el paraíso deseado en el cual se depositan las esperanzas populares ni la realización del bienestar familiar anhelado. Los mismos países y bases sociales que la enarbolaron décadas atrás se han convertido en sus mayores detractores. Nos encontramos ante la muerte de una de las mayores estafas ideológicas de los últimos siglos.

Sin embargo, ninguna frustración social queda impune. Existe un costo moral que, en este momento, no alumbra alternativas inmediatas sino que —es el camino tortuoso de las cosas— las cierra, al menos temporalmente. Y es que a la muerte de la globalización como ilusión colectiva no se le contrapone la emergencia de una opción capaz de cautivar y encauzar la voluntad deseante y la esperanza movilizadora de los pueblos golpeados.

La globalización, como ideología política, triunfó sobre la derrota de la alternativa del socialismo de Estado, esto es, de la estatización de los medios de producción, el partido único y la economía planificada desde arriba. La caída del muro de Berlín en 1989 escenifica esta capitulación. Entonces, en el imaginario planetario quedó una sola ruta, un solo destino mundial. Y lo que ahora está pasando es que ese único destino triunfante también fallece, muere. Es decir, la humanidad se queda sin destino, sin rumbo, sin certidumbre. Pero no es el “fin de la historia” —como pregonaban los neoliberales—, sino el fin del “fin de la historia”; es la nada de la historia.

Lo que hoy queda en los países capitalistas es una inercia sin convicción que no seduce, un manojo decrépito de ilusiones marchitas y, en la pluma de los escribanos fosilizados, la añoranza de una globalización fallida que no alumbra más los destinos. Entonces, con el socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido por suicidio, el mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza movilizadora. Es un tiempo de incertidumbre absoluta en el que, como bien intuía Shakespeare, “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Pero también por ello es un tiempo más fértil, porque no se tienen certezas heredadas a las cuales asirse para ordenar el mundo. Esas certezas hay que construirlas con las partículas caóticas de esta nube cósmica que deja tras suyo la muerte de las narrativas pasadas.

¿Cuál será el nuevo futuro movilizador de las pasiones sociales? Imposible saberlo. Todos los futuros son posibles a partir de la “nada” heredada. Lo común, lo comunitario, lo comunista es una de esas posibilidades que está anidada en la acción concreta de los seres humanos y en su imprescindible relación metabólica con la naturaleza. En cualquier caso, no existe sociedad humana capaz de desprenderse de la esperanza. No existe ser humano que pueda prescindir de un horizonte, y hoy estamos compelidos a construir uno. Eso es lo común de los humanos y ese común es el que puede llevarnos a diseñar un nuevo destino distinto a este emergente capitalismo errático que acaba de perder la fe en sí mismo.

*Esta columna fue publicada originalmente en La Razón.com

America Latina otra decada perdida

"La Década Latinoamericana",  no obstante los avances,  la  heterogeneidad y desempeño económico de cada nación,  nos lleva a la conclusion al final  estuvo lejos de alcanzar las expectativas.

Ahora la ciudadanía es más impaciente y más exigente y a través de las redes sociales cuenta con la conectividad que facilita a la sociedad civil movilizarse y poder reclamar colectivamente. Estas manifestaciones son en gran medida contra la desigualdad, el alto costo de vida, la corrupción y la inseguridad, condiciones que además han forzado a muchos a emigrar en búsqueda de oportunidades fuera de sus países de origen.

Con una perspectiva de crecimiento económico regional insuficiente, estancamiento en la productividad y desafíos fiscales, a pesar de la resiliencia demostrada en el pasado, la región requiere tomar medidas audaces para responder a una amenaza de recesión global y fortalecer las bases para un crecimiento sostenido a largo plazo.

 Pero el reto no es solo aumentar el crecimiento, sino que debe procurarse un crecimiento con mayor inclusión, equidad y sostenibilidad, que no represente solo una cifra macroeconómica, sino que pueda reflejarse en el bienestar de las personas y facultar una mayor movilidad social.

La polarización ideológica, la corrupción, las políticas gubernamentales y los servicios públicos ineficientes han debilitado aún más la confianza de la sociedad en las instituciones, lo que podría llevar a una peligrosa erosión de la democracia y del Estado de Derecho; mientras que las diferencias ideológicas y la fragmentación regional hacen que la búsqueda de respuestas regionales también sea más compleja.

El cambio climático y las amenazas ambientales han surgido también como un riesgo que conlleva graves consecuencias para el desarrollo; lamentablemente, éste es un riesgo que aún no es suficientemente advertido en Latinoamérica.

Los procesos de reformas que apuntan a modernizar el Estado y la economía son necesarios, pero resultan insuficientes. Las iniciativas que buscan una mayor estabilidad económica e impulsar el entorno empresarial, facilitando así las inversiones y el crecimiento económico son un paso muy importante, sin embargo, ante el contexto de volatilidad que predomina en la región y a la luz del descontento social existente, de los desafíos en materia de gobernabilidad y de los problemas ambientales, se requiere definir un nuevo enfoque económico y social centrado en el ser humano, como una prioridad absoluta.

La Reunión Anual del Foro Económico Mundial, en su 50º. Aniversario, ha convocado en Davos a los principales líderes mundiales de todos los sectores de la sociedad para colaborar en estos asuntos apremiantes y ejercer su liderazgo para catalizar el cambio en seis áreas esenciales: economía, industria, sociedad, medioambiente, geopolítica y tecnología.

Parte importante del enfoque de la reunión se centrará en retomar el concepto del "Capitalismo de las Partes Interesadas" (Stakeholders Capitalism) planteado en 1971 por el Profesor Klaus Schwab, Fundador y Presidente Ejecutivo del Foro Económico Mundial, que propone un modelo en el que más allá de los intereses puramente financieros y la maximización de las ganancias, las empresas deberían adquirir responsabilidades para con sus partes interesadas, buscando también beneficios sociales y medioambientales. Ahora son más los ejecutivos e inversionistas que comprenden que su éxito a largo plazo depende también del éxito de sus empleados, de sus proveedores, de sus clientes y de la comunidad en general. Muchos más deben sumarse a este compromiso.

Como complemento, el "Manifiesto de Davos 2020" basado en su versión original de 1973, documento pionero que propone que las empresas deben servir a la sociedad y no solo a sus accionistas o propietarios. 

Ocho gobiernos latinoamericanos estarán presentes en Davos: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México y Panamá, al igual que importantes organismos regionales, empresarios, académicos, influyentes líderes de medios de comunicación, jóvenes y miembros de la sociedad civil de casi todos los países de la región.

Reina expectativas sobre el futuro de América Latina y esta reunión, al igual que la edición latinoamericana del Foro Económico Mundial,  en abril,  se aprovechara las tecnologías emergentes de la Cuarta Revolución Industrial, así como definir nuevos modelos de crecimiento que pueden sentar las bases para desarrollar sociedades más equitativas y sostenibles, responsabilizarnos ante los desafíos medioambientales y lograr mayor certidumbre para el largo plazo, procurando que esta nueva década sea verdaderamente próspera para nuestra región.