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lunes, 1 de julio de 2019

El mundo desde el sueño de una Pintora



Por Jorge Zavaleta Alegre
Para Enma Suárez es vital que la escuela  promueva el  arte, involucrando  al niño  en el  manejo del pincel, la danza, el  canto, la música, muy cerca de los  valores de la familia y la amistad. Solo así es posible seguir enfrentando la vertiginosa globalización, cada día más acelerada por la telemática, la cibernética y la informática.

Esta síntesis  de principios y horizontes, nos lleva el diálogo con la profesora  de letras en el Perú, cuya labor y  amor a los niños la llevan al manejo del pincel, la danza, el canto, la música, a la  familia, a los amigos.

Cuenta ella como fuente  de inspiración aquel  cielo luminoso de  su tierra natal,   ciudad donde  Bolívar, en su pasión por la libertad, se  detuvo  camino a Ayacucho, y compuso una oda  sobre la mujer, símbolo  paz como único  camino para  todos sin exclusión.

Manteniendo  vivo el recuerdo  de su  niñez,  en  Caraz, donde emerge la laguna azul más  grande de Los Andes, evoca a Neruda: Necesito del mar, porque me enseña:/no sé si aprendo música o conciencia:/ no sé si es ola sola o ser profundo/ o sólo ronca voz o deslumbrante/ suposición de peces y navios. / El hecho es que hasta cuando estoy dormida/ de algún modo magnético circulo/ en la universidad del oleaje.      

Cuando la danza se convierte en la musa de inspiración para los artistas visuales, sus pinceles y pasteles plasman la efímera e inmaterial esencia de un arte escénica en lienzos y fotografías.

Los artistas  son conocidos en la historia del arte por haber creado obras de arte en las que se fusiona el movimiento puro con la inmortalización del instante.

Un paisaje es un territorio o un lugar humanamente sentido; también la representación del mismo, nos dice recordando a Michel Linot. Es más que el medio donde vive la gente.  Son los colectivos humanos los que construyen el paisaje, resultado de una transformación colectiva de la naturaleza, proyección cultural de cada sociedad en su espacio.

El desarrollo tecnológico ha favorecido la creación de paisajes “virtuales” (por ejemplo mediante la aplicación de la geometría fractal) y, asimismo, ampliar la idea corriente de paisaje, generalmente asociada a conjuntos de elementos perceptibles por nuestros sentidos —sobre todo la vista— sin instrumentos.

Los paisajes no solamente se ven; también se perciben mediante los demás sentidos. La cultura de cada grupo humano se expresa y materializa en un conjunto de bienes, activos para su supervivencia y evolución, que constituyen su patrimonio.

Los bienes patrimoniales conforman un sistema de elementos materiales e inmateriales en evolución que incluye elementos del pasado, pero también del presente e, incluso, aquellas creaciones que, siendo presente, pensamos o proyectamos hacia el futuro.

 Tanto los paisajes pintados (paisaje-pintura) como los paisaje físicos (paisaje-territorio) son fuente de memoria; archivo de los cambios sociales y del entorno.


El impresionismo nació pintando paisajes en torno al París de la segunda mitad del siglo XIX. Hoy muchos de los lugares frecuentados por los impresionistas han sufrido profundas transformaciones.

Los usos agrícolas convierten el paisaje en cuadros, que a veces parecen obras de expresionistas abstractos como Barnett Newman.  Observando en verano las pacas de paja, dispersas o amontonadas como enormes paralelepípedos en medio de los campos, puede pensarse que la agricultura da bellos ejemplos de arte medioambiental encontrado o involuntario.

La defensa del paisaje es la defensa del patrimonio natural y el patrimonio cultural. La desculturización del territorio, sometido al arbitrio de reformistas agronómicos que con actuaciones como la concentración parcelaria, canalizaciones y “limpieza” de riberas, generan paisajes de tabla rasa, donde el criterio lucrativo se impone sobre consideraciones sociales, ambientales o sanitarias.

El enfoque exclusivamente ecológico sobre la defensa del entorno resulta con frecuencia frío, lejano, reduccionista. El discurso sobre el medioambiente ha de unirse al del paisaje para llegar al corazón de la gente.

El paisaje es un foro donde convergen y son necesarios todos los gremios. El paisaje se siente y se recuerda. La reivindicación moderna del paisaje como unidad patrimonial puede ser, al menos a escala local, una de las claves para la reformulación de la conciencia ecológica y la creación de una nueva cultura de vuelta a la naturaleza.

La manifestación artística es un fenómeno que ocurre cuando alguien quiere expresar una emoción importante, sus sentimientos sobre la vida o su percepción de la realidad, y se da cuenta que las palabras ordinarias no son suficientes, que un discurso normal, digamos de tipo descriptivo o científico, no le deja.


Tener un gran estudio, puede ser el sueño de cualquier artista, y tal vez piense que es algo que no podría costear, sin embargo, puede tener un espacio reservado y acondicionado para desempeñar el arte de la pintura en la comodidad de tu propio hogar.

La producción y creación estética de la cultura mestiza aporta valiosos insumos para que el pueblo se reconozca en su identidad, consolide su memoria y aporte su inteligencia sensible para no perderse en medio de las permanentes y acuciantes preguntas sobre quiénes somos los latinoamericanos en esta transición milenaria, cuál es nuestro lugar en el mundo y cómo seguiremos enfrentando la vertiginosa globalización, cada día más acelerada por la telemática, la cibernética y la informática.


La UNESCO busca posicionar a la Cultura como un componente transversal que influya en la calidad de vida y promueva el desarrollo humano. En este marco, la cultura y la igualdad de género deben ser vistas como socias para un desarrollo inclusivo, sostenible y basado en los derechos humanos.









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PSICOANALISIS ESTIVAL Escribe Jorge Zavaleta Balarezo, Pittsburgh

Artículos y reportajes
Joseph ConradEl corazón de las tinieblas:la pesadilla que nunca termina
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En el clásico relato de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas,hallamos, de un lado, el abrupto despertar de una conciencia ante la inminencia de lo desconocido (la presencia de Kurtz) y, de otro, la crítica severa a la explotación imperialista en el África.

En ambos casos, el narrador que presenta Conrad tiene testimonios vívidos. El primero de ellos, sin duda, es el que vertebra esta magistral historia. El tema del imperialismo, más bien, se deduce en conjunto a partir de las muchas alusiones y observaciones de parte del narrador; un narrador, por cierto, que ingresa como segunda voz, precedida de una que ha abierto el relato y nos ha introducido en medio de la conversación en el yate, en una noche donde los marineros, atentos e intrigados, siguen la voz de Marlow.

Una vez que Marlow se posesiona más de sus palabras, el relato alcanzará, progresivamente, cimas absolutas. Comienza con la experiencia del marino y la descripción de su tía, mas el verdadero inicio —y también, por cierto, el inicio de la pesadilla— es el contrato para embarcarse al África desde Bruselas, en una misión que, efectivamente, le mostrará no sólo las tinieblas sino el palpitar de una selva salvaje e indómita y, una vez en ella, el descubrimiento de un infierno cada vez más enigmático y, por eso, más terrible.

Marlow es un narrador seguro, y, como ya han señalado tradicionalmente los críticos, muestra algo típico de Conrad, el nivel de lo “no dicho”, lo simplemente aludido, sembrado o “puesto allí” como para que permanentemente tanto sus oyentes como nosotros, los lectores, estemos atentos tras el dato escondido, para sacar conclusión tras conclusión e intentemos llegar, de verdad, a esas tinieblas que frecuentemente se mencionan como características del ya para entonces mítico e inabarcable Kurtz pero que son, también, semillas de intriga, una invitación a armar un complicado rompecabezas.

El de Marlow ha sido llamado un “viaje interior” en el sentido que esta expedición al África y su compromiso con una empresa explotadora de marfil, significa, además de adentrarse en la selva inmensa, un recorrido —y, de paso, un desdoblamiento— por la propia mente, en tanto hay una búsqueda constante, una ansiedad, la certeza de que casi se llega a descubrir el misterio y, sin embargo, siempre nos quedamos en ese estado de incertidumbre. Pero este es, por sobre todo, un viaje al descubrimiento inesperado de Kurtz.

Y a todo esto, ¿quién es Kurtz? El corazón de las tinieblas está dividido orgánicamente en tres partes. La primera de ellas presenta un marco general de los hechos, la segunda va alimentando el ambiente pesadillesco y la tercera, sin duda, nos conmueve desde los dominios del horror. Llegar al final es llegar a sentir las profundidades de ese horror maldito que, a la vez, cautiva y maldice a Marlow y que, al final, le hace decir una mentira a la novia de Kurtz y decirse a sí mismo que no hay nada que hacer, pues las tinieblas, porque esa es una de sus funciones, terminan por enterrarlo absolutamente todo en el vacío, en el absurdo o en el olvido.

Así, una vez que Marlow se entera, ya en pleno viaje, de la existencia de Kurtz, no volverá a pensar en otra cosa y más bien cada nuevo paso proveerá nuevos elementos para que insista, por fin, en verlo cara a cara y saber y sentir de verdad de quién se trata finalmente. Quién es ese personaje sobrevalorado que todos admiran en la compañía explotadora y que ha colonizado a toda una legión de seguidores.

Varios críticos han reflexionado, con atención, en torno a algo que sorprende con gravedad a Marlow: el canibalismo y el desenfreno sexual que se muestran en los predios de Kurtz. Estos son los referentes inmediatos a partir de los cuales se levanta una personalidad extraña, distinta, ominosa, misteriosa. A partir de aquí, con la comprobación de lo poco ortodoxos que son los hábitos de Kurtz, comienza, entonces, la parte más oscura del viaje. La conciencia fluye y se desdobla a prisa, con locura, y la cercanía del peligro inminente configura un panorama más tenebroso.

Es cuando, ya no de a pocos, se van uniendo las piezas del rompecabezas, que, sin embargo, nunca quedará completo. Ahora vamos sabiendo más de Kurtz, más de sus particularidades y rebeldías pero sentimos que el relato, en esas revelaciones claves, en realidad nos dice cosas tentativas, nos sugiere más que todo y tenemos que echar mano de nuestra imaginación para completar lo que queda apenas mencionado.

A través de esas coordenadas y referencias oblicuas es que Conrad logra una narración magistral y fascinante. El viaje, con estaciones que ni siquiera sabemos si están bien definidas, se prolonga y nunca se interrumpe. El horror sigue siendo mencionado. Marlow se siente cada vez más urgido. Y de pronto, todo lo que se refería a Kurtz, todo lo que Marlow escuchaba y trataba de reunir, como si fueran datos imprescindibles para su investigación personal, sufre un shock. De pronto, la primera visión de Kurtz, de quien ya él no sabe si ya conoce mucho o poco, es sorprendente.

Lo ve sufriente y enfermo y luego lo acompañará en su agonía. El ambiente, en tanto, ha ido cambiando desde la tranquilidad hasta sentir esas tinieblas que identifican el relato. Ahora, Marlow se halla junto a Kurtz y ahora también nace en ellos una identificación difícil de explicar, que ni el propio Marlow entiende. Es cuando Kurtz, quien lo tenía, casi literalmente, todo, se siente solo y abandonado. Sufre esa soledad y ve la cercanía de la muerte. No soporta, apremiado, sus últimas horas, y el llamado de la selva, de lo que ha dejado, es impostergable.

Son estas circunstancias las que han llevado a la crítica a hablar del “doble” que ya aparece, por ejemplo, como motivo, en “El agente secreto”, otra narración de Conrad, o, a partir de él, de la influencia de Dostoievsky y del “William Wilson” de Poe. Que Kurtz opera como un doble, en su lado menos positivo, para Marlow, parece ser del consenso general. Y es, efectivamente, esa cercanía, esa, digamos, “contaminación”, la que perpetuará, incluso más allá de las páginas del relato, su certeza, su presencia, la comprobación de lo nocivo y lo dañino.

Y, sin embargo, acompañando a Kurtz en su agonía y aun después, tras vivir el infierno, Marlow es un hombre fiel. El paquete de cartas y documentos de Kurtz están en buenas manos. Marlow se irá desprendiendo de ellos, cimentando una leyenda, perpetuando un nombre.

Mas el encuentro final con la novia del ya desaparecido Kurtz sube la temperatura y nos prepara para otro terror, quizá tan o más grande que aquel vivido en la selva, entre la explotación de marfil, los trabajos serviles e inhumanos y la omnipresencia de Kurtz. La novia, como quizá muchos otros allá en los recónditos parajes del Congo belga, siente una deuda y se siente, también, abandonada. Nadie la amará como Kurtz, confiesa, y sólo espera escuchar que sus últimas palabras fueron para ella.

Marlow comprueba ese otro horror y se da cuenta, entonces, de que las tinieblas que hacen palpitar el corazón de lo oscuro y lo lejano, de lo salvaje y lo impuro, lo seguirán por mucho tiempo y quizá para siempre. Y, como nosotros, quizá él tampoco conozca la verdadera, la definitiva causa. No sabemos, a ciencia cierta, mucho de cuanto pasó en el viaje de Marlow al África, no lo sabremos nunca.

La sugerencia y la ambigüedad permanentes, reiteradas, de El corazón de las tinieblas, lo convierten, por ello, en un libro de excelencia indiscutida. Al leerlo, rozamos solamente ese corazón, sentimos sus latidos cada vez más acelerados y agresivos, a punto de espantarnos y, probablemente, tampoco queramos saber más. Nos quedamos con la historia del cincuentenario Marlow, evocamos a Kurtz y pensamos por mucho tiempo en esta pesadilla cautivante e inexplicable, en este corazón cuyas tinieblas terminan por absorbernos, hondamente, también a nosotros, lectores atrapados en el fuego de nuestra propia conciencia.


Jorge Zavaleta Balarezo
Escritor, crítico de cine y periodista peruano (Trujillo, 1968). Es doctor (Ph.D.) en literatura latinoamericana por la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos). Además, tiene estudios de literatura, periodismo, cine, publicidad y análisis político en la Pontificia Universidad Católica de Lima (PUCP) y en el Instituto Idea, de Caracas (Venezuela). Su obra creativa incluye la novela Católicas (1998) y una colección aún inédita de cuentos. Ha publicado ensayos y reseñas en revistas académicas como Mester, Variaciones Borges, Revista Iberoamericana, Nomenclatura y Visions of Latin America. Su carrera periodística en Lima y América Latina incluye artículos en diarios, revistas y agencias de noticias como Argenpress (Argentina), Notimex(México) y DPA (Alemania). En 1998 participó en el volumen colectivo Literatura peruana hoy: crisis y creación, editado por la Universidad Católica de Eichstätt (Alemania), con el ensayo “El cine en el Perú: ¿la luz al final del túnel?”.

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