David Flores Vásquez*
Dicen que hay que morirse para que se acuerden de uno. Dicen también que recién echamos de menos algo cuando se ha ido o lo hemos perdido para siempre. En cualquier caso esto es cierto y lo peor, en verdad es un reproche directo a nuestra conducta humana, siempre frágil, deleznable y, quizá, muchas veces, hasta convenida. Todo esto es así, tanto que, al poco tiempo, la vida retoma su curso y como el problema no es directo con nosotros, volvemos al ritmo habitual. No es un consuelo saber que esto siempre fue así. Es más bien una pena comprobarlo.
La semana pasada, un buen amigo me informó temprano del deceso de Rómulo Pajuelo, ex docente y periodista caracino. Yo sabía que se encontraba delicado de salud, pero como siempre, uno no imagina cercano el fatal desenlace. De inmediato traté y logré comunicarme con su esposa en nuestra querida y recordada ciudad de Caraz. Comprendo bien que todo cuanto diga uno en estas circunstancias es insuficiente para paliar en algo el justificado dolor por una ausencia definitiva. No obstante, traté de transmitir a su esposa mi profunda y verdadera pena por la partida de Rómulo, realmente, un buen amigo que se hará extrañar.
Pasados los primeros momentos estuve permanentemente recordando a Rómulo y no pude determinar, con precisión, desde cuando fuimos amigos. Y, ahora, que me decido a escribir unas líneas sobre él, lo recuerdo con una permanente y serena sonrisa y una amabilidad a toda prueba.
Me quedé con la impresión de su fácil ubicuidad. Casi siempre, a mi llegada a la Plaza de Armas de Caraz, aparecía como por encanto siempre con su equipo de grabación y un cartapacio con ejemplares de sus libros o su conocida revista El Inca. La gentil entrevista era casi segura. Hubo temas que nos vincularon permanentemente: Nuestro querido Colegio “Dos de Mayo”, la Asociación de Ex Alumnos de esa Alma Mater, la ciudad de Caraz, Huaylas o la Lira Huaylina. Normalmente mi estancia en Caraz era breve. Yo estaba camino de Huaylas, a la Fiesta de Santa Isabel y vaya que cuando llegaba a mi tierra, de pronto me lo volvía a encontrar con sus mismos atuendos. ¡Qué tal Rómulo!. Hoy recuerdo un número de El Inca con coloridas fotos de la fiesta.
No recuerdo haberlo visto alguna vez agestado o molesto. Siempre fue cordial y respetuoso, dueño de una amable sonrisa. Su conversación era casi susurrante. Ahora que no está con nosotros recuerdo que yo lo trataba de “tú” y el me trataba de “Usted”, pues era sumamente respetuoso. No obstante, jamás el diálogo dejó de ser cordial y fluido. Puedo afirmar que fuimos buenos amigos.
Creo haber leído la mayoría de sus libros, todos ellos en función del terruño. Con Rómulo siempre nos sentimos representados y siempre querendones de la santa tierra que él, tesoneramente, plasmaba en letras de molde. Su labor intelectual fue permanente e indesmayable. Lograda una publicación, ya otra estaba en camino. Y eso es muy plausible. Se que algunos trabajos quedan inéditos, pero confío en que los suyos lograrán publicarlos. Quizá eso sea una necesidad y un acto de reconocimiento a su tesonera labor. Lo que es indudable es que se dedicó en cuerpo y alma al periodismo, como pocos. La duración de “El Inca” es la mejor prueba de ello. Incursionó también en el periodismo hablado, pues tenía programas radiales. Por eso, hay que admirarlo en forma especial. Deja, en verdad, un gran vacío, que no es frase de ocasión. Los buenos amigos de Caraz se esmerarán en cubrirlo convenientemente. Rómulo se lo merece.
Rómulo siempre estará presente con nosotros, pues los buenos amigos no se van. Se quedan en el recuerdo. Siempre nos dejan su indeleble huella.
*David Flores, jurista, músico, director de La Lira Huaylina