Por David Flores Vásquez*
A propósito del artículo que publicó en Papel de Arbol mi amigo Jorge Zavaleta, sobre la vida en los
cementerios, deseo decir algo sobre el
tema. Para empezar: Recuerdo siempre la
anécdota de un bar, frente al Cementerio El Angel, en Lima, donde rezaba una
leyenda: “Acá se está mejor que al frente”.
Si bien la ocurrencia
e ingenio no dejaba de ser, en verdad, una
falta de respeto para la paz de los muertos, un buen día fue demasiado para un deudo dolido porque en ese cementerio reposaban los restos de su señora madre. Le
irritó tanto la leyenda, que no paró hasta lograr que la Municipalidad quitara al bar la licencia. Allí se acabó obviamente la
música y desapareció, no solo la leyenda, sino el propio bar.
Después me contaron
en una oportunidad, con un toque
de humor, que un par de facinerosos se metieron de noche
a dicho cementerio y se retiraban llevándose dos lápidas. Sorprendidos por la
policía quisieron pasar por “espíritus que se iban de parranda” pero los
delataba una muy pesada carga……. Los policías para desenmascararlos les
preguntaron por lo que llevaban y ellos,
dice, sin inmutarse y haciéndose los
graciosos, contestaron “son nuestros
D.N.I.”
Anécdotas aparte, pocas veces nos detenemos en pensar,
realmente, en lo que significa un cementerio, o la vida en él. Solo sabemos que
un buen día por allí irán a parar nuestros restos, o quizá ni nuestras cenizas
pues, para esos casos, casi siempre, con
intención disimulada, veremos la fecha muy
lejana o dejaremos de pensar en que algún día nos tocará partir………...
Por de pronto, especialmente para quienes provenimos de la
sierra, los cementerios son lugares de
mucho respeto, especialmente en las noches en que la imaginación se agiganta y
son más impactantes los cuentos de aparecidos o espíritus que penan. En
Huaylas, Ancash, mi tierra, pasar de noche por la puerta del cementerio nunca
fue fácil. Había que estar acompañado y siempre era preferible pasar silbando, para “auyentar” los malos espíritus.
Conocí de niño a una viejecita,
beata, que decían era muy devota. Parece
se llamó Encarnación, pues todos le
decían “Encarna” o Encarnita”. Contaban, para nuestros miedos infantiles, que
en algunas noches se metía a rezar en la iglesia; que de pronto tomaba una cruz
y que con ella se iba al cementerio a media noche. Decían que tras ella iban
muchas “almas en penitencia” que llenaban la calle. Por cierto que cuando la
veíamos en el día, siempre le teníamos
miedo.
He visto cementerios, realmente metidos en la ciudad y que, en verdad, forman parte del casco urbano como
en París o Buenos Aires. Ya no dan miedo. Sirven, a mi entender, para admirar bellezas en el
mundo de la escultura. En ese sentido el Cementerio Presbítero Maestro en Lima,
no se queda atrás. Las esculturas que allí existen son verdaderas obras de
arte. El mármol de Carrara está presente por doquier. No se si hasta ahora
existen las visitas nocturnas guiadas de las que alguna vez he disfrutado.
Lamentablemente todo indica que, conforme
pasen los años, ya no veremos más a nadie que se esmere en adquirir un mausoleo
y menos una escultura para su tumba. El Papa Julio II pidiendo a Miguel Angel
cuatro esculturas para su tumba, solo seguirá quedando en la historia, en el
recuerdo. Cada vez será más fácil (y más barato) recurrir solo al fuego para
incinerar y convertirnos en ceniza porque, finalmente, es fácilmente esparcible
en cualquier lugar.
Hablando de esculturas, conviene recordar que la Alameda de
los Descalzos en el Rímac, o el Paseo Colón,
son dos lugares en Lima que exhiben
bellas esculturas de mármol cuyo cuidado compete a todos. La vorágine
que nos toca vivir, no permite sentarnos
a admirar esas obras de arte que, dice,
fueron traídas desde Italia. Es posible que nuestros jóvenes ni saben de la existencia de estas bellezas,
dignas de los mejores museos. Son los
tiempos.
Volvamos un poco a los cementerios y repasemos anécdotas
sobre ellos. Dice, por ejemplo, que un día dos amigos argentinos visitaban
admirados un cementerio en Italia y que,
de pronto, al leer los nombres de los difuntos, uno de ellos le dijo al otro:
“Ché, cuánto argentino enterrado acá”. Quizá esto valida muy bien, por eso, lo
que alguna vez dijo Jorge Luis Borges sobre los orígenes de algunos
latinoamericanos: “ Los mejicanos descienden de los aztecas; los peruanos,
descienden de los incas y los argentinos descienden de los barcos”.
Pues bien: En el Cementerio El Angel, en Lima, reposan los
restos de mi recordada madre y de dos hermanas. Por eso, periódicamente, lo
visitamos con mis hermanos para limpiar las lápidas y cambiar las flores. Un
buen día, cuando estábamos ya en la última tumba, charlábamos animadamente
sobre un tema de mitología. Yo me solazaba con la historia de Orfeo. Todo iba
bien hasta el momento en que llegué narrando
que él, en busca de su gran amor, Eurídice, se fue hasta el rincón de los
muertos. Tenía que atravesar la laguna
Estigia y que a falta de dinero para pagarle al barquero, con su música lo cautivó para que lo transporte, pero en ese momento me olvidé por completo del nombre del barquero.
Tampoco lo recordaban mis hermanos. De pronto, desde lo alto de su
escalera, cerca de nosotros, un cuidador
de tumbas, que limpiaba una lápida del cuarto nivel, sin siquiera mirarnos dijo
simplemente: “Creonte”, sacándome de tan difícil trance. Le agradecí pero cometí el gran error de no preguntarle algo
sobre él y de donde provenían sus
conocimientos de mitología. No obstante nunca olvidé que un humilde limpiador
de tumbas, desde lo alto de su escalera seguía mi narración y me apuntaló con
sus conocimientos de mitología griega.
Terminaré estas
divagaciones recordando lo ocurrido, en Quito, donde, dice, un joven sacerdote,
si no me equivoco el Padre Badillo, acostumbraba evadirse de sus claustros
cruzando un cementerio contiguo y que, para encaramarse mejor, ponía el pie en
el hombro de un Cristo de bronce que lo soportaba resignado y que solo le
decía, ¿Hasta cuándo Padre Badillo?. De allí a lo alto de la pared le era obviamente
más fácil. Esto, que dice ocurría
siempre, un día tuvo que terminar: El
sacerdote logró encaramarse y vio en la
calle un gran cortejo que acompañaba un ataúd. Lo que allí supo es que en el
ataud iban sus propios restos.
Ah, los Cementerios…….. siempre serán los lugares a donde van
a terminar las locas vanidades. Y, qué pena: También allí se notará la discriminación:
Mausoleos solemnes y fosas humildes. Tumbas cuidadas y tumbas polvorientas y
abandonadas. Dicen que en una oportunidad cuando un deudo miraba asombrado
algunas tumbas secas y otras muy cuidadas y regadas, el sepulturero le dijo:
Señor los que descansan en las tumbas secas, no tienen madre…..
°El mundo mágico que construyó Eduardo
Panoramica de Milán.
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* David Florez Vásquez, jurista, músico. promotor del desarrollo del turismo, empezando por su tierra natal de Huaylas, Ancash-¨Perú, 550 kms al NE de Lima. Director de la Lira Huaylina, uno de los más destacados grupos de músicos y autores.
*Cantos a la vida