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sábado, 30 de junio de 2018

El mundo mágico que construyó Eduardo


Jorge  Zavaleta Alegre


Para Eduardo Franklin Céspedes Thorndike (Huamachuco 20-11-1950/Trujillo 29-06-2018) su mundo fue construir, con esmerada  dedicación, un universo para la educación tecnológica en los lugares más apartados  de la agreste  geografía de Los  Andes de su país, el Perú.

Su hermano mayor, Mariano, con Palmas Magisteriales que le otorgó el Estado, sin exagerar su imaginación, considera  que Eduardo, logró formar unos  quince mil profesionales, diestros en ingenierías, en tiempos  que  la Universidad era privilegio  para una estrecha  minoría citadina y con  densa raigambre virreinal. 

La literatura impresa  y las evaluaciones llegaban a cada domicilio, a través de una cadena de jóvenes que superaban, incluso,  la ausencia de  carreteras.

Esta Educación  Descentralizada, que también fue practicada en  Argentina, Brasil, México desde principios de la primera guerra mundial, en el Perú no habían aún nacido experiencias educacionales tan  vinculadas con la educación rural. 

Con autorización de algunos alcaldes   y  una que otra autoridad escolar,  Eduardo construyó una forma de acercarse a la cruda realidad, cuya  deuda del Estado, en el siglo XXI sigue pendiente, porque en lugar de avanzar  con las escuelas de educación técnica han desaparecido, para convertirse en negocios altamente rentables, pero cuyos egresados viven el creciente  desempleo.

Sin duda, los padres de Eduardo, María Benjamina Thorndike y Venancio Céspedes Cazorla, en su paso por Huamachuco, compartieron   la devoción que el pueblo guarda por  la Virgen de Altagracia y también el legado del prócer nacional José Faustino Sánchez Carrión. 

Los  hijos de María y Venancio aprendieron a participar en un proyecto de vida que no se agote en las bondades del cálido clima y el cielo azul, sino  a  construir, desde Trujillo, la Capital de La Libertad, alternativas para edificar mundos nuevos, junto con sus seis hermanos: Mariano, Margarita, Dalia, Adolfo, Magnolia y Carlos.


Eduardo  Franklín llegó a liderar una organización vecinal al Este de Trujillo que tuvo la capacidad y aplomo para contribuir a que la inundación  de esta  ciudad en el verano del 2017  aplaque las iras de las aguas y violencia de sus pobladores, ante la inercia y escasa capacidad de un gobierno municipal y regional, ausentes de la planificación y anomia administrativa. 


Recordaremos siempre a Eduardo por su amor a la cultura musical y la gastronomía.  No son pocos los que confiaron y degustaron las reuniones que propició. El se fue con olor a multitud, conversando sobre cine y la destreza de   Francois Vatel, el protagonista  de un banquete a vida o muerte, 

Vetel, fue el cocinero organizador del mayor festín en honor de Luis XIV. Cuando se estrenó El Banquete, una extraordinaria película que resume el  valor  de la comida  en las esferas  del poder. El colosal banquete incluía candelabros hechos de masa de pan sin levadura, centros de flores en caramelo soplado -según la técnica de los vidrieros-, velas enterradas en calabazas vaciadas y los más sofisticados manjares, en un carrusel creativo que, como sostiene el chef José Manuel Mojica, "fundó los cimientos de todo un protocolo de cocina y comedor que iniciaría la fama de la cocina francesa en el mundo entero".

Eduardo Franklin Céspedes Thorndike, lector infinito,  dominaba el oficio de la elaboración y la preparación de los alimentos, frecuentemente lo encontramos asociado a la palabra arte, al final es el oficio llevado al arte. La confusión más frecuente respecto del uso de esta palabra está relacionado al uso de la palabra cocina. La cocina es el espacio donde se desarrolla el oficio o el arte culinario. El era un  profesional experimentado y previsor que se aseguraba el suministro de los insumos para confirmar su participación en un banquete de todo grupo social, sin distinción alguna. Su compañera Angela Chávez y su hija Mili Céspedes Chávez, afirmaban sus cualidades.