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viernes, 22 de junio de 2018

Conocer y amar a la madre naturaleza


Francisco Carranza Romero*

Los profesionales de salud humana, cuando acudimos a ellos por algún problema, algunas veces nos aconsejan en vez de recetarnos productos de la industria farmacéutica: Aprende a conocer tu cuerpo. Aprende a escuchar tu cuerpo. Así conocerás la salud de tu cuerpo. 

Sin embargo, hay pocos profesionales que dicen y aconsejan: Aprende a conocer a la naturaleza. Aprende a escuchar a la naturaleza. Así conocerás la salud de la naturaleza. 

Cuando los profesionales de hoy analizan la tierra, el agua, el aire y el clima con máquinas -cada vez más sofisticadas- sacan interesantes datos numéricos que los exponen en cuadros. Esos datos objetivos, bien interpretados, son los mensajes de la madre naturaleza que nos dice que está enferma. Y el deber de los hijos es escucharla, entenderla y cuidarla. La realidad de la salud de la naturaleza no es ninguna invención; es el descubrimiento.

Repartimiento de la naturaleza
El maltrato y la destrucción de la naturaleza por gente que sólo busca los beneficios económicos no es ninguna novedad porque en Perú comenzó con el sistema legal de los repartimientos. Desde el siglo XVI los conquistadores españoles se repartieron las tierras con todos sus contenidos: agua, planta, animales, minerales y gentes con sus creaciones culturales (caminos, palacios, templos…). 

Entonces, todo se hizo en nombre del rey de España y bajo la complacencia de los representantes de la iglesia. 

En Perú, el repartimiento de la tierra y el agua no terminó con la declaración de la independencia del Perú (28 de julio de 1821). Continuó. Los peruanos criollos y mestizos, que se apoderaron del poder, siguieron repartiéndose las mejores tierras y las fuentes hídricas. Ya no tenían a quien rendir las cuentas. Valles, cerros y quebradas pasaron a ser propiedades privadas gracias a los papeles sellados. Así las comunidades nativas fueron reduciendo sus espacios por no contar con los títulos de propiedad expresados en papeles otorgados por las oficinas legales.  

Hoy, la tierra y la gente sufre los efectos de la civilización letrada donde los testimonios en papeles sellados valen más que los testimonios orales. La ocupación de la tierra, aunque sea por muchas generaciones, vale poco ante un título de propiedad que alguien exhibe. Para apoderarse de algo hay muchas maneras y trampas legales.

El proceso de la tenencia de la naturaleza no termina con la privatización, continúa con la venta y la reventa, la explotación y destrucción con el único objetivo de sacar el provecho económico. Por este mal trato de la tierra y el agua, la naturaleza está muy enferma que pone en riesgo el futuro de la biósfera. Y la humanidad, junto a los vegetales y animales, es parte de la biósfera

La tierra, el agua, el viento y el fuego hablan si sabemos escucharlos. La naturaleza también se lamenta: Yo también soy víctima porque por aquí pasó un cazador, quien, al ver verdes campos y bellos andenes, fue directo a la notaría de la capital de la provincia y declaró que se había encontrado tierras abandonadas y que quería registrarlas como suyas.


¿La civilización actual puede salvar la vida de la naturaleza y el hombre?
El campesino iletrado se lamenta contando su desgracia e impotencia: Señor, yo soy una víctima del maldito destino porque los letrados me hicieron poner mi huella digital en papeles escritos o en blanco diciéndome que era un escrito pidiendo ayuda para la comunidad. Yo creí en las palabras de la gente que, fingiendo ayudarnos, nos mintieron. Sólo, después de años, supe que tal cerro, río, laguna y los terrenos de cultivo ya eran propiedad de un señor que nunca vivió en nuestra comunidad. Ni siquiera fue un vecino. Y, para el colmo, este supuesto dueño vendió y revendió nuestra tierra con gente y todo.

Se cuenta que un señor visitó una oficina jurídica para denunciar que se había encontrado un terreno, quería iniciar el proceso de amparo. El hombre de leyes carraspeó, se frotó las manos varias veces como si tuviera frío y, con la sonrisa de alguien dispuesto a la complicidad, le clavó la mirada al cliente. El denunciante de tierras (podría ser García, Rodríguez, Sánchez, Soto, Villar, Santander, 
Santacruz, Santa María…), cual garza insectívora, comprendió el lenguaje gestual del funcionario que, sentado en su sillón frente al escritorio con ruma de papeles, no le apartaba la mirada. Metió la mano derecha al bolsillo izquierdo de la casaca de cuero, sacó un fajo de billetes y le extendió a la autoridad. 

- Doctor, reciba esto y acelere el trámite. Es el reconocimiento a su trabajo.
-Así será -el hombre de ley extendió la mano izquierda porque en la derecha ya tenía el sello levantado en el aire-. No se preocupe. Este asunto queda en buenas manos. 

Así los “letrados y civilizados” se adueñaron de cerros, chacras, ríos, vegetales, animales y gentes que no tenían voz ni poder ante la maldita trinidad: poder político, poder jurídico y poder religioso. Por eso, en el siglo XXI el “res nulius”, y el bien común parecen leyendas pasadas.

En el siglo XXI el papa Francisco, consciente del sufrimiento de la naturaleza, alza su voz ante la comunidad católica: “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla…  Olvidamos que nosotros mismos somos tierra”. (Laudato si, mi signiore, párrafo 2).

La voz de Francisco no es ninguna novedad para los andinos quechuas que llamaron a la naturaleza Pacha Mama (Madre Tierra), Yaku Mama (Madre Agua) desde hace milenios.

*Francisco Carranza, Profesor de la Universidad de Corea del Sur