Escribe Róger Rumrrill
La muerte del genio del siglo XXI, Stephen Hawking, ha apagado la poderosa voz de uno de los mayores activistas de nuestro tiempo en contra de todos los extravíos, excesos y peligros que ponen en riesgo la supervivencia de la especie humana, sobre todo la amenaza de una guerra nuclear y los severos impactos del cambio climático sobre la vida en el planeta Tierra.
El genio nacido en Oxford, en Gran Bretaña, que fue profesor de la cátedra lucasiana de matemáticas, la misma que había ocupado Isaac Newton, el descubridor de la ley de la gravedad, había advertido en múltiples ocasiones sobre la crisis climática: “Estamos cerca del punto de inflexión en el que el calentamiento climático global se vuelve irreversible”.
Esta llamada de atención del genio comparado con Albert Einstein es más urgente y dramática que nunca. Porque es la voz autorizada e incuestionable del genio que revolucionó la física con su teoría sobre los orígenes de los agujeros negros y que escribió, entre otros libros, Breve historia del tiempo del se vendió 12 millones de ejemplares.
Uno de los impactos más letales del calentamiento climático tiene que ver con el agua, tanto para el consumo humano, la agricultura y la industria. De acuerdo a los informes científicos, la meta de la supervivencia humana tiene sólo dos dígitos: evitar que la temperatura suba 2 grados hasta los años 2035 o 2040. Para cumplir esta meta tendríamos, de acuerdo a los científicos, dejar de emitir más de un trillón de toneladas métricas de gases de efecto invernadero.
A la fecha, según las cifras difundidas por las instituciones científicas, ya se han emito más de medio trillón. Y con el negacionismo de Donald Trump sobre el cambio climático y el extractivismo rampante que envenena ríos y mares, que destruye suelos y abate millones de hectáreas de bosques primarios cada año, dejar de emitir el trillón de toneladas métricas de CO2 a la atmósfera es poco menos que una utopía.
Porque el proceso de destrucción no se detiene. Las cifras hablan por sí solas: 1/3 de las riquezas naturales del planeta se han dilapidado y malgastado en las tres últimas décadas; el 80 por ciento de los bosques naturales han sido arrasados; EEUU utiliza 100 mil productos químicos contaminantes en sus actividades industriales.
El calentamiento atmosférico es la mayor amenaza para los glaciares que alimentan la napa freática, los bofedales, lagunas y los ríos de las cuencas del Pacífico y del Atlántico. A la fecha, la Cordillera de la Viuda ha perdido ya el 86 por ciento de sus glaciares; la Cordillera de Chonta, ha perdido el 97 por ciento; la de Huanzo, el 92 por ciento; la Cordillera de La Raya, ya no tiene el 83 por ciento de su cobertura de hielo y la Cordillera de Chilca ha perdido el 97 por ciento de sus glaciares.
Las cinco cordilleras que, realmente agonizan, sólo tienen un total de 5 kilómetros cuadrados de cobertura de hielo. En 1962, el Perú contaba con 1,035 kilómetros de cobertura glaciar. El año pasado esta superficie había descendido a 445 kilómetros. Un ejemplo de este desastre ambiental es la agonía del Pastoturi que ahora sólo tiene 0.76 kilómetros cuadrados de cobertura glacial. En 1962, el Pastoruri tenía 3.24 kilómetros de glaciares, de acuerdo al experto Mario Zapata Luyo.
El bosque, otra fábrica de agua que puede extinguirse
La otra gran fábrica de agua del planeta que puede extinguirse si el extractivismo continúa arrasándolo y el modelo de desarrollo primario exportador sigue incambiable es el bosque tropical amazónico.
En su libro Biodiversidad y cambio climático: la transformación de la biósfera, el internacionalmente reconocido biólogo estadounidense Thomas Lovejoy, que ha estudiado el bosque amazónico de Brasil por más de medio siglo, afirma que la deforestación en la Amazonía brasileña sólo alcanzaba el 3 por ciento en 11965. En el año 2018 la deforestación de ese mismo bosque estaba ya sobre el 17 por ciento.
Lovejoy sostiene que hay tres factores o causas que contribuyen a la degradación de los bosques y afectan el vital ciclo hidrológico: la deforestación, el cambio climático y los incendios que ahora convierten en cenizas miles y millones de hectáreas del bosque amazónico.
En la Amazonía Peruana, de acuerdo a estudios del Instituto del Bien Común (IBC), el área deforestada entre los años 2001 y 2010 fue de 1 millón 415 mil hectáreas de bosques. Seguramente estás cifras de deforestación han crecido exponencialmente en la última década por las instalación de megalatifundios de palma aceitera y otros cultivos industriales, la construcción de infraestructura vial y las otras actividades extractivas, petroleras, gasíferas, auríferas y la siembra de coca para el narcotráfico.
Proteger y conservar la mayor fábrica de agua dulce del mundo
Como hemos reiterado muchísimas veces en esta misma columna, la protección, conservación y manejo sostenible del bosque amazónico es una cuestión de vida o muerte. Un árbol de 20 metros de altura transpira mil litros de agua al agua al día; 600 billones de árboles que crecen en 5.5 millones de kilómetros de la cuenca amazónica, producen cada día 20 billones de toneladas de agua dulce, vitales para el equilibrio ecológico y la vida en el planeta Tierra.
La voz y la advertencia de Stephen Hawking están más vigentes que nunca. (Columna Selva de Ideas, de la Revista Agronoticias, edición marzo de 2018).