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miércoles, 30 de agosto de 2017

La obesidad del sur


Jorge Zavaleta Alegre
La coexistencia del hambre, la desnutrición, las deficiencias de micronutrientes, el sobrepeso, la obesidad se debe, entre otras causas, a la falta de acceso a una alimentación saludable que provea la cantidad de nutrientes necesarios para llevar una vida sana y activa.

Esta conclusión, ratifica cuan poco ha logrado la región en materia social  en estas tres últimas décadas. Las investigaciones sobre  el crecimiento económico defienden los magros avances como grandes conquistas económicas del sur con respecto al norte. La escasa integración y desarrollo de los países agrícolas y preindustriales pretende ser disfrazada. Hoy en día la mejor producción de alimentos  agropecuarios            se cotizan en el norte a un costo similar relativo que en el sur.

Se afirma que hay  una disminución de preparaciones culinarias tradicionales basadas en alimentos frescos, preparados y consumidos en el hogar, y una presencia y consumo cada vez mayor de productos ultraprocesados con baja densidad de nutrientes pero con alto contenido de azúcares, sodio y grasas.

En realidad  se oculta o disfraza el mensaje de la verdad. La ausencia de programas sociales serios, con recursos necesarios no cumplen el mensaje teórico.  El alto costo que se atribuye a un programa se debe a la ineficiencia de la  burocracia, a la corrupción administrativa y a los magros salarios que recibe la clase  trabajadora en el mercado urbano. Las zonas rurales cada día son más solitarias. Las ciudades no ofrecen oportunidades para que los niños vivan mejor. La persistencia de la malnutrición en todas sus formas y la disminución de la calidad de vida de los niños se debe al crecimiento demográfico, las demandas que impone la vida urbana, la escasa capacidad de compra de los hogares y el papel de  los medios de comunicación que induce el consumo errático o la  subalimentación.

El Desarrollo Sostenible (ODS), tema que predican múltiples instituciones de la ONU, son discursos sin soporte económico, pues   las metas que plantean sobre  la erradicación definitiva del hambre y la malnutrición antes del año 2030, son simplemente teoremas de salón y entretenimientos estadísticos. La Celac, por ejemplo se atreve a señalar que el 2025 América Latina y el Caribe,  es la meta para lograr la eliminación del Hambre.

Vamos a conocer el mensaje del BM: ¿Cuál es el costo del retraso en el crecimiento infantil y cuál es el rendimiento de los programas que lo combaten?
Esta es una interrogante que se hace la banca multilateral, según revelan Emanuela Galasso y Adam Wagstaff a través del Banco Mundial.

La niña # 115181 a la que estamos observando en la Encuesta de Demografía y Salud tiene 38 meses de edad. La llamaremos María. Su hermano mayor, el niño # 115201, tiene 51 meses. Lo llamaremos Alejandro. Pese a tener 13 meses de diferencia de edad, ambos miden 92 cm. María es más bien baja para su edad: está en el percentil 18 de la población de referencia de niños bien alimentados. Mediría 96 cm si tuviese el valor promedio. Alejandro es extremadamente bajo: debería medir 10 cm más si hubiese alcanzado la estatura promedio para su edad. Es, en efecto, tan bajo que ni siquiera se encuentra en el percentil 1. Técnicamente, Alejandro sufre de “retraso en el crecimiento”: su “puntuación z de estatura para la edad” es de 2,64, es decir menos de 2, lo que significa que su estatura para la edad es inferior a 2 desviaciones estándar por debajo de la media de la población de referencia.

Puesto que ya han cumplido dos años, es probable que María haya escapado al retraso en su crecimiento, pero no así Alejandro. Sus oportunidades de vida son mucho peores que las de su hermana menor. La bajísima estatura de Alejandro se debe a una combinación de exposición acumulativa a infecciones y a una severa desnutrición en el útero y durante la infancia. Esta combinación habrá afectado el desarrollo no solo de su cuerpo sino también de su cerebro. María lo alcanzará en destrezas cognitivas y socioemocionales y lo superará.

Alejandro se desempeñará mal en la escuela y la abandonará más temprano. Ganará menos en la edad adulta, en parte debido a sus destrezas cognitivas menos desarrolladas, pero también a su menor estatura. También correrá un mayor riesgo de contraer enfermedades no transmisibles más tarde en la vida.

El retraso en el crecimiento supone una penalización agregada en el ingreso. Si más allá de María y Alejandro vamos a otros niños con y sin retraso en el crecimiento en su país, podemos ver cómo países enteros pagan una penalización —en términos de un ingreso per cápita más bajo— por no abordar ese retraso en la primera infancia.

Varios estudios han intentado cuantificar esta penalización agregada analizando directamente la asociación entre el retraso en el crecimiento y la estatura adulta con el monto de los ingresos, o utilizando información que vincula el retraso en el crecimiento en la primera infancia a los ingresos en la edad adulta, presentada en un  estudio de eficacia en pequeña escala realizado en cuatro localidades pobres de la Guatemala rural.

En una nota sobre investigaciones de política recientemente publicada, nosotros y nuestros coautores reunimos una base de evidencia más amplia para reestimar la penalización agregada del ingreso en que incurren los países debido al retraso en el crecimiento infantil.

Calculamos los efectos de ese retraso en los ingresos de por vida, analizándolos a través de todas las vías posibles: escolarización reducida (-1,6 años en promedio), estatura reducida en la edad adulta (-6 cm en promedio) y menores destrezas cognitivas (-0,6 desviaciones estándar en una prueba típica). Para cada una de estas vías tradujimos el déficit en los menores beneficios del mercado laboral —y por ende en la pérdida de ingresos en la edad adulta— que percibe un niño con retraso en el crecimiento cuando se integra a la fuerza de trabajo.

Estas cifras nos permiten ponerle números al siguiente ejercicio mental: ¿cuán más alto sería hoy el PIB per cápita de un país si ninguno de sus actuales trabajadores hubiese sufrido de retraso en el crecimiento durante su infancia? Obviamente, la respuesta depende en parte de la edad promedio de los trabajadores de hoy. En el caso de Chile, la tasa de retraso en el crecimiento cuando el trabajador de  edad promedio era un niño, se ubicaba en apenas el 8%. En Bangladesh era del 70%.

Adoptamos un método utilizado en la literatura sobre el crecimiento denominado “contabilidad del desarrollo” para combinar estas tasas de retraso en el crecimiento con las penalizaciones del ingreso en términos de la escolarización, la cognición y la estatura que sufrió un trabajador con retraso en el crecimiento durante su infancia. Encontramos que el PIB per cápita promedio del país es un 7 % más bajo de lo que habría sido si ninguno de sus trabajadores actuales hubiese tenido retraso en el crecimiento durante su infancia. En África y en Asia Meridional el promedio es incluso más alto (9-10%).

¿Pero cuáles son los rendimientos de las intervenciones que reducen el retraso en el crecimiento?

Los beneficios económicos potenciales de las intervenciones para reducir el retraso en el crecimiento son considerables, incluso si estas se implementan muchos años después. Materializar estos beneficios requiere de intervenciones que reduzcan el retraso en el crecimiento. Y mientras más efectivas y menos costosas sean, mayores serán sus rendimientos económicos.

Hay un conjunto de intervenciones para las cuales los investigadores han estimado tanto los costos per cápita como los impactos generales en la prevalencia del retraso en el crecimiento. Se trata de un paquete de 10 intervenciones clave “específicas sobre nutrición” para mujeres embarazadas y niños en los primeros 1000 días de vida, a partir de la concepción, que incluyen suplementos de micronutrientes, proteico-energéticos y de calcio durante el embarazo; educación nutricional; alimentación complementaria; y promoción de la lactancia. Los investigadores estiman que si estas intervenciones se ampliaran a escala de los niveles actuales al 90% en 34 países con tasas altas de retraso en el crecimiento, estas se reducirían en un 20%.

No se trata de un impacto especialmente significativo pero, como vimos anteriormente, incluso un cambio pequeño en el retraso en el crecimiento está asociado con logros mejores en los ingresos. Además, estas intervenciones podrían tener impactos en otros resultados clave para los niños que también forman parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS), como la supervivencia infantil, y su costo combinado no es tan alto (menos de USD 5 per cápita).

Si juntamos estas cifras relativamente bajas del costo de los programas con nuestras estimaciones anteriores de las ganancias en el ingreso que resultan de la reducción del retraso en el crecimiento a largo plazo, obtenemos una relación de costo-beneficio y una tasa de rendimiento para este paquete nutricional. Consideramos que los costos son actuales mientras que los beneficios —en términos de ingresos mayores— no se percibirán sino cuando el niño se incorpore a la fuerza de trabajo 15 o más años después. También tenemos en cuenta que por cada dólar que se gasta, el programa logra USD 15 en beneficios, asumiendo una tasa de descuento del 5%, y que su tasa de rendimiento es del 17%.

Es probable que estas cifras subestimen los rendimientos sociales toda vez que ignoran los posibles beneficios para la sociedad en su conjunto, por ejemplo que las madres y los trabajadores tengan un mayor nivel educativo. Nuestras estimaciones siguen siendo razonablemente altas incluso si hacemos supuestos más conservadores. En el caso ultrapesimista de que duplicáramos los costos del programa a casi USD 10 per cápita: redujéramos a la mitad el efecto del programa en el retraso en el crecimiento, es decir al 10 %; y a la mitad el supuesto impacto del retraso en el crecimiento en la educación, la estatura y la cognición, obteniendo una tasa de rendimiento estimada de alrededor del 10%.

¿Qué hacer más allá de las intervenciones directas en materia de nutrición?
Ampliar el alcance del paquete nutricional al 90% —algo para nada insignificante— reduce el retraso en el crecimiento en apenas 20%, muy por debajo del 40% reivindicado en los ODS. E incluso nos quedamos cortos si además asumimos que persistiría la reciente tendencia descendente del retraso en el crecimiento.

Afortunadamente hay otras armas disponibles. Recientemente se han hecho intentos por sintetizar la evidencia de los efectos de las así llamadas intervenciones “sensibles a la nutrición” que abordan los determinantes subyacentes de la nutrición. Estas intervenciones incluyen esquemas de transferencias monetarias condicionadas (TMC) que mejoran la nutrición infantil proporcionando a los hogares recursos adicionales para adquirir alimentos más nutritivos y alentando el seguimiento del crecimiento y las consultas pre y posnatales.
Ilustracion del BID

Las intervenciones relacionadas con agua y saneamiento, incluidas las inversiones en infraestructura y las que promueven cambios de comportamiento como lavarse las manos, también pueden ayudar pues reducen el entorno de enfermedades a las que están expuestos los niños.

Los programas que promueven una mejor crianza e intensifican la estimulación temprana y el aprendizaje no solo reducen el costo a largo plazo del retraso en el crecimiento, sino que además aumentan el desarrollo cognitivo y socioemocional incluso más allá de los dos primeros años de vida.

Sabemos que incluso ampliando la cobertura de las intervenciones nutricionales directas al 90% el retraso en el crecimiento se reduciría tan solo en un 20%, que los costos son suficientemente pequeños y que los efectos en los ingresos son bastante significativos como para que esta inversión reporte una tasa de rendimiento considerable del orden del 17%.

Lo que aún no sabemos es en qué magnitud se reduciría el retraso en el crecimiento si se ampliara cada una de esas intervenciones y cuánto costaría hacerlo. Un análisis de la tasa de rendimiento de cada una de estas intervenciones debería considerar que cada una de ellas entraña beneficios para la sociedad que van bastante más allá de sus impactos nutricionales: permiten que los niños ingresen a la escuela y permanezcan en ella; que mejore la nutrición de los adultos; que se reduzca el costo del acceso a agua potable; y que se fortalezca el desarrollo cognitivo y socioemocional.

Además, es probable que los beneficios de cada intervención dependan de la ampliación de las demás. No se trata, pues, de un ejercicio sencillo sino de uno que ayudaría a orientar a los formuladores de políticas para asegurar que más niños comiencen su vida como María y menos lo hagan como Alejandro, y evitar las grandes pérdidas de ingreso asociadas al retraso en el crecimiento durante la infancia.

-Emanuela Galasso es una economista sénior del Banco Mundial en la Unidad de Pobreza y Desigualdad del Grupo de Investigaciones sobre el Desarrollo.

-Adam Wagstaff es el Director de Investigaciones del equipo de Desarrollo Humano y Servicios Públicos del Grupo de Investigaciones sobre el Desarrollo del Banco Mundial.