En México, un afluente del Papaloapan fue denominado como Río Tonto, por su cauce pausado. Y en Arizona, el Fenómeno de Salado, hace 700 años, mezcló ideas de las culturas nativas vecinas y surgió una sociedad muy dinámica y creativa.
En ese territorio casi desértico, que fue parte de México, se construyó el monumento nacional de Tonto, que exhibe una alfarería de vivos colores, el paño de algodón tejido, y otros artefactos que revelan una rica historia de sus pobladores que utilizan los recursos del desierto septentrional de Sonora y su relación con otras regiones.
El monumento el Tonto, en efecto hoy es una simbología frente a los vaivenes de las comunidades que pueblan el continente americano, contra las variantes y caprichos de sus líderes o caciques, a través de los partidos políticos.
Porque tonto es sinónimo de pendejo, estúpido y necio, referidos a quien posee una inteligencia escasa, alguien torpe o con una conducta poco pertinente. También, es sinónimo de vivo, pícaro, oportunista, camaleón, y groserías en muchos países de habla hispana.
Hacerse “el tonto” es fingir engañosamente no darse cuenta de las cosas para lograr algún objetivo. “Atontar” es lograr que otra persona actúe, se convierta o se comporte como un tonto.
En la historia de América Latina, la “Marcha de los Pendejos”, 25 de junio 1989, Caracas, Venezuela, fue una movilización tan grande que permite entender el camino doloroso que atraviesa su población y de países de la Región por ausencia de una clase política madura, pensante, que solo rodea a poderosos para mantener privilegios, a través de minipartidos u organizaciones que copan las gerencias de la petrolera fiscal, de ministerios, universidades públicas y privadas. Como representa Uslar Pietri en su cuento “conuco”, personaje que vende el mismo surco de tierra a diferentes campesinos del Orinoco.