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lunes, 20 de marzo de 2017
PAPELDEARBOL: INCINERACIÓN DE CADÁVERES, UNA ALTERNATIVA ECOLÓGICA
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INCINERACIÓN DE CADÁVERES, UNA ALTERNATIVA ECOLÓGICA
Francisco Carranza Romero
El último examen: el acto de
morir
Los seres humanos, sin ninguna
excepción, somos seres para morir. El rico y el pobre enfrentan este último
examen de la existencia: el acto de morir. Pocos son aprobados por demostrar
serenidad y aceptación del proceso vital; pero, muchos son desaprobados por sus
quejas y por no aceptar el proceso fatal.
Las tumbas son depósitos de
enfermedades
Después de que el cuerpo es
declarado muerto, el cadáver es depositado debajo de la tierra (acto descrito
con los verbos enterrar, inhumar) o metido dentro de un nicho (el verbo
ennichar, es de poco uso). Dentro del nuevo hábitat, las bacterias, los hongos
y los virus siguen vivos y dispuestos a salir algún día para apoderarse de otro
cuerpo vivo. Cuántos profanadores de tumbas mueren contagiados por enfermedades
raras.
Si antes los cementerios estaban
fuera de los pueblos; ahora quedan dentro de las ciudades debido al crecimiento
urbano. Y algunos se han convertido en atractivos turísticos con cafeterías y
restaurantes. Aun así, no dejan de ser los depósitos de gérmenes patológicos.
Los andinos y los coreanos, que
conservan la cultura tradicional, prefieren la tumba en las partes altas desde
donde puedan verse abajo el pueblo, el río y el camino. Nunca debajo de
acequias ni en los lechos de los ríos aunque estén secos.
La vida y la muerte son también
negocios
Si el ser humano es un objeto
mercantil en vida, después de la muerte lo sigue siendo. Algunas instituciones
de salud negocian con la salud. Atienden al paciente según su condición
económica.
También hay prósperos negocios
gracias a los muertos. Las funerarias, relacionadas con los hospitales, ofrecen
ataúdes y velatorios según las categorías económicas. Los vendedores de
arreglos florales ofrecen ramos y adornos de diferentes precios. Los actos
litúrgicos (misas y responsos), muchas veces, tienen categorías según la paga.
Los cementerios diferencian a los pobres y ricos con fosas comunes, nichos y
lotes de terreno para mausoleos. Las clases de tumbas, indudablemente,
demuestran las jerarquías económicas post mortem. Las lápidas y otros adornos
marcan las diferencias. El difunto, sin excepción, es tratado según las
posibilidades económicas de sus familiares.
Juzgando con frialdad: Es
demasiada la complicación para depositar los cadáveres con muchas enfermedades
latentes.
El culto a los muertos difiere
según las culturas y lugares. Por ejemplo, en Corea, prefieren enterrarse en
las partes más elevadas con relación a los valles o llanos. Además, si los
geománticos dicen que tal cerro tiene energías positivas, inmediatamente sube
el precio de los lotes en ese cerro, porque todos los que pueden pagar desean
trasladar los restos de sus antepasados al lugar de buenas energías. Es que, si
los antepasados reposan en un lugar de buenas energías, ellos ayudarán mejor a
sus descendientes.
La incineración es una buena
alternativa.
Los budistas, desde hace muchos
siglos, practican la cremación. Las cenizas de los difuntos las arrojan a los
ríos, mares y montañas sin peligro de contaminarlos. Este acto, de ninguna
manera, significa que amen menos a sus difuntos.
Investigando sobre la
incineración en los pueblos antiguos de América, hallo el caso de los pánucos
(Veracruz – México) que antes de la llegada de los españoles incineraban a sus
médicos muertos (Francisco López de Gómara: Historia General de las Indias).
Por tanto, los budistas asiáticos no son los únicos que practicaron este rito
en la antigüedad.
Ahora, un caso familiar: Cuando
mi padre tuvo sus achaques a un siglo de su existencia, tuvimos una reunión
familiar donde hablamos sobre este asunto. El anciano nos habló con toda
lucidez: “Wañuskiptii, kay aytsaata waykayanki. Ima qishyaynii nuqawan ushakaatsun.
(Cuando me muera, quemen mi cuerpo. Que mis males se acaben conmigo). No quiero
que mi cuerpo se reseque en el nicho porque, por un terremoto, mis huesos
caerán en pedazos. Entonces mi calavera rodará como pelota. -Se refería al
terremoto de 1970 que derrumbó nichos en los cementerios de Áncash-. ¡Qué
vergüenza! Quiero que mi cuerpo se convierta en polvo lo más pronto posible.
Pero, por favor, que una porción de mi ceniza vuelva a nuestro pueblo”.
Ese día comprendí que la madurez
mental no sólo se logra por la educación escolarizada. Mi padre, un campesino
andino, sabía de Tanatología y Ecología mucho más que los egresados de las
universidades. El quechua era sólo un código para transmitir lo que había
reflexionado. Cuando falleció a los 102 años fue incinerado en Trujillo y una
porción de su ceniza la llevé al pueblo natal.
Así como aumenta la población,
también aumentan los muertos; por tanto, se requiere de más espacio para las
necrópolis. Este problema se puede solucionar con las cenizas guardadas en
pequeñas urnas, y éstas se pueden conservar donde sea sin temor de que
contaminen el medio ambiente. Y algunos piden que sus cenizas sean vertidas en
ríos, mares, montañas y hasta en sus chacras para confundirse con la Madre
Tierra. Quizás así, el amor por nuestros difuntos podría pasar a la naturaleza.
¿Quiénes se oponen a la
incineración?
Los que más se oponen a la
cremación son las instituciones que se benefician con el negocio de las tumbas.
Pero, en los cementerios también hay lugares para conservar las cenizas de los
familiares.
Quienes consideran a la Biblia
como la única fuente de la verdad, buscan allí las respuestas a todos los
problemas, al no encontrarlas, no dan el paso hacia el cambio. Con la
interpretación literal de la “resurrección de los muertos”, cuestionan: Si se
queman los cuerpos, ¿cómo van a resucitar?
Un sacerdote andino, cuando
hablamos sobre la cremación, dijo: “Eso no dice La Biblia. Y yo ya compré mi
sitio”.
Pero otro curita de mucha
reflexión, Wenceslao Calderón de la Cruz, me confió su decisión: “Yo quiero ser
incinerado como tu papá, y me gustaría quedarme en el local parroquial que fue
construido con la participación de los fieles y la ayuda económica de los
católicos de Alemania y Corea del Sur”. Gracias a Dios, se cumplió su deseo. Y,
desde su cremación, hay más incinerados en su parroquia.
Si realmente queremos evitar la
contaminación de nuestro hábitat, la cremación es la alternativa más
conveniente. Para aceptarla, hay que hacer el esfuerzo de cambiar nuestra
tradicional manera de pensar. Y el Perú tiene muchos recursos de combustión como
el carbón de piedra y gas.