Yo, Manuel Domínguez Moreno, sé que se siente cuando el Estado te echa una mano por el hombro y te protege en nombre de todos los ciudadanos y ciudadanas de mi país. Por el trabajo que desempeñé durante unos años de plomo en los que el terror nos encogía el corazón día sí y el siguiente también, por la labor incansable que mantuve durante años, siendo andaluz, en mi amada Euskadi en defensa de las libertades y contra la opresión que el terrorismo de ETA ejercía a todos los niveles de la sociedad vasca y española en aquellos años en los que residir en el País Vasco se constituía en poco menos que una aventura de osados y utópicos “descerebrados”.
Por todo ello, por saber en carne propia qué se siente cuando tienes la certeza de que el Estado no solo te protege sino que entiende y respalda tu lucha, en mi caso como editor, escritor y periodista, loable en pos de los valores esenciales de los derechos humanos en cualquier democracia que se precie de serlo, por todo ello, digo, se hace ahora más necesario que nunca lanzar un nuevo grito ineludible a favor de cientos, miles, decenas de miles de mujeres que en España son ahora víctimas de malos tratos, la nueva lacra que no es genuina de la sociedad española como la del terrorismo de ETA pero que sí merece cuanto menos la misma atención que ésta por todos los ciudadanos de bien que se precien de serlo.
Porque la verdadera revolución de los siglos XX y XXI, la de la independencia de la mujer del patriarcado machista que ha regido las sociedades mundiales desde la noche de los tiempos, no será una verdadera realidad al cien por cien hasta que el fantasma del feminicidio deje de extender sus tentáculos. Y la lucha no está resultando fácil, porque el machismo sistémico está demasiado anclado aún en los engranajes de un sistema que ha funcionado a sus anchas con el beneplácito del patriarcado imperante.
En este momento y sin más dilación ha llegado la hora de reclamar al Estado español que destine, para la protección activa y permanente de estas mujeres amenazadas, al menos los mismos medios que en su momento destinó a proteger a políticos, periodistas y empresarios amenazados por las balas del terror en el País Vasco.
Basta recordar que los protegidos contra el terrorismo etarra fueron infinitamente menos que las potenciales víctimas de violencia de género que han denunciado sus casos ante la justicia y que reclaman una protección del Estado. Por qué entonces el Estado no puso límites presupuestarios para defendernos del terrorismo y hoy se mercadea con un problema que no sólo no se ataja sino que sigue creciendo exponencialmente.
No cabe explicación posible a esta dejación de funciones de nuestro Gobierno como máximo responsable del Estado, cuando día a día son asesinadas mujeres en actos intolerables de feminicidio. Y cuando miles de víctimas reclaman, imploran, protección del Estado frente a la amenaza de sus agresores.
No debe existir límite presupuestario a esta cuestión de Estado. Defenderlas contra la lacra del machismo es una obligación de todos como sociedad avanzada, y si hasta hace unos años se hizo un esfuerzo para proteger a defensores de la libertad y la defensa del Estado de Derecho en Euskadi, las miles de víctimas de violencia de género no se deben sentir ahora doblemente marginadas, olvidadas y agredidas. Por sus verdugos y por el Estado. Cada mujer asesinada o maltratada es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros como ciudadanos de este país. Al igual que cada asesinado por ETA y cada amenazado suponía constatar el fracaso del Estado de Derecho en España.
Señor ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido: sea usted valiente y conviértase en el primer ministro de este país que se compromete con este colectivo de mujeres maltratadas a protegerlas de forma activa y efectiva.
En nuestra mano está subvertir esta dinámica perversa. Sófocles nos recuerda constantemente que “sólo el tiempo muestra al hombre justo, mientras que podrías conocer al perverso en un solo día”. Porque cuando el Estado español me asignó una escolta personal de dos agentes de seguridad durante diez años desde que salía hasta que entraba en mi casa para protegerme de la amenaza etarra lo que estaba llevando a cabo no era más que el deseo ciudadano de que los defensores de las libertades no claudicáramos ante la barbarie y la sinrazón de las balas. De hecho, esa protección sirvió para que el proceso de paz se abriera camino entre una maraña incesante de impedimentos.
Sin esa protección que nos brindó el Estado no hubiéramos podido defender las libertades de la manera que lo hicimos en Euskadi durante todos esos años de terror. Por ello, la reclamación de una protección estatal para estas mujeres no es baladí, sino que debe regir también las vidas de todas esas víctimas de violencia machista hacia la normalización de sus vidas, alteradas constantemente por las amenazas que reciben sin que los resortes del Estado habilitados para ello respondanadecuadamente. Y a los datos estadísticos me remito. El goteo de crímenes machistas se sucede incesantemente y los minutos de silencio machista y las invitaciones para que denuncien ante la justicia no están siendo la panacea para atajar el problema.
Se hace necesario de una vez por todas que el Estado intervenga decididamente. Y para ello, solo una dotación presupuestaria adecuada podrá atajar los feminicidios de forma solvente. Cuando la infección avanza, si no se utilizan antibióticos una simple faringitis puede acabar con una vida. Que tomen nota desde su responsabilidad con la sociedad nuestros políticos. En sus manos y en su conciencia está salvar las vidas de cientos y cientos de mujeres victimas del TERRORISMO MACHISTA.