Francisco Carranza Romero
El
extranjero poco informado de la realidad peruana, desde que llega al territorio
peruano, se lleva muchas sorpresas por los precios oscilantes y hasta arbitrarios
de los servicios privados y públicos. Ocurre que en Perú casi todo se negocia.
Taxis sin taxímetro
La
realidad peruana: Los taxis no tienen el taxímetro. Por esta razón el cliente y
el transportista negocian primero el precio del servicio.
Si
el viajero llega por avión, apenas saliendo del área de la Aduana del Aeropuerto
Internacional Jorge Chávez, debe aprender a negociar por la falta de tarifas
fijas de los servicios de transporte.
¡Taxi!
¡Taxi! ¡Taxi! ¿A dónde va?
Vocean
muchos conductores uniformados o en terno mostrando sus nombres que cuelgan
sobre sus pechos. Esperan a los pasajeros en la salida de la aduana. Cuando el
pasajero dice el nombre del destino. Los taxistas, delante de los policías, proponen
diferentes precios y jalonean las maletas.
Hasta
las empresas de transporte que tienen sus mesas en el interior del aeropuerto
no tienen uniformidad de precios. También depende del personal que atiende y
del cliente que solicita el servicio. A algunos extranjeros los engañan
cobrándoles en dólares estadounidenses cuando la tarifa del servicio está
fijada en moneda peruana. Todo porque los signos $ (dólar) y S/. (sol) tienen
cierta similitud.
Una
profesora procedente de Canadá me llamó de madrugada desde el aeropuerto
quejándose que en la mesa de la compañía dentro del aeropuerto le querían
cobrar en dólares estadounidenses a pesar de que ella les mostraba el recibo
escaneado de un mes antes que le había enviado para evitar que fuera estafada.
Como en ese momento yo estaba muy lejos para ayudarla, le sugerí que se quejara
al policía. Y, cuando ella dijo en voz alta y resuelta: “Mi amigo peruano me
dice que me queje a la policía”, al instante le aceptaron los soles, pero de
mala gana. ¡Qué tal bienvenida al Perú!
La
negociación que se hace en la calle es más tensa y peligrosa porque los taxis
no tienen paraderos fijos. El taxista, al ver a un posible cliente, se detiene
en cualquier lugar sin importarle que atrás haya otros vehículos en circulación.
Acostumbrado a este modus operandi diario no hace caso a los bocinazos
ensordecedores ni a los gritos de otros perjudicados. El taxi estacionado en
plena calle, como es de suponer, interrumpe el tránsito hasta en las avenidas.
Además,
hay vehículos con el aviso “TAXI” sobre su capote o en la parte delantera del
interior. Son taxis sin permiso legal. Los policías se hacen de la vista gorda ante
tantos “taxistas piratas o informales” porque ellos también, salen a “taxear” en
sus horas libres. Y así, hasta los delincuentes pueden taxear para captar a sus
víctimas.
Voy
a … ¿Cuánto es? -Pregunta el cliente-.
Son
… soles. -Responde el taxista-.
El
cliente, no acostumbrado al regateo peruano o por mucha urgencia o por
desconocer la distancia hasta el lugar del destino acepta cualquier precio que el
conductor le dice. “Sonso, no sabe negociar. Gil.”, calificativos silenciosos
del taxista acriollado y abusivo por el negociazo que acaba de hacer. Desgraciadamente,
muy pocas veces la propuesta del taxista es justa.
Sin
embargo, el cliente canchero o experimentado y conocedor de la realidad
citadina del Perú, propone inmediatamente un precio menor porque, desde el
primer momento, duda de la honestidad del chofer o porque ya está acostumbrado
a este negocio entre los “achorados” o “vivazos”. Después de un juego de tira y
afloja se puede llegar a un acuerdo. Si no se llega al acuerdo, no pasa nada; solamente
no se pudo concretar el “negociado”. El cliente esperará otro taxi. El taxista seguirá
circulando hasta encontrar un cliente “gil” o “vivo”. Al final, ambos son parte
de la misma realidad social; además, se necesitan.
Otros negociados
Al
buscar otros servicios como de electricidad, carpintería, gasfitería (fontanería,
plomería en España, tlapalería en México), vidriería, pintura, zapatería,
albañilería, maderería, etc., también hay que tener mucha suerte en la negociación
por la calidad humana de los agentes del negocio y los operarios.
Hasta
en el alquiler y compra de un inmueble se negocia hasta llegar a un acuerdo.
Los
cargos públicos y privados también se negocian. El congreso, que tiene la
misión de legislar,
también negocia los acuerdos. Los políticos y negociantes
son hermanitos del alma porque viven haciendo sus negociazos que, muy pocas veces,
los descubren porque “saben hacer los faenones” legal o ilegalmente, con
documentos sobre la mesa o por debajo de la mesa, con transparencia o con
chanchullada.
¿Los peruanos están mejor entrenados en la negociación?
¿Los
negociados diarios entrenan a los peruanos para realizar buenas negociaciones? ¿Cómo
son los resultados de las negociaciones nacionales e internacionales? ¿A
quiénes, realmente benefician los negociados?
Los
hechos escandalosos que la prensa peruana publica morbosamente en las primeras
páginas demuestran que algunos políticos y sus compinches (facilitadores o
intermediarios), son “expertos en hacer los negociazos”. Aprovechándose del
poder, hacen sus faenones y cutras favoreciendo primero a sus propios bolsillos;
muy pocas veces al pueblo. Con pocas movidas se enriquecen “legalmente”, como
se justifican, aunque no éticamente. Es que el negocio y la ética no caminaron
juntos ni en la antigua Fenicia tampoco caminan juntos en el Perú actual.
Cuando
las autoridades investigan o pretenden investigar alguna negociación escandalosa,
muy pocas veces, sancionan a los verdaderos autores y promotores. Con procesos
lentos y con interpretaciones mañosas de las leyes pasan el tiempo hasta que la
denuncia prescribe. Si la denuncia llega al congreso, éste se convierte en un carnaval
de discursos hasta que se instala una comisión para exculpar al amigo o fustigar
al enemigo.