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lunes, 28 de diciembre de 2015

120 años de cine. Cinema por Jorge Zavaleta Balarezo


Nota del  Editor. Un 28 de diciembre de 1895, un reducido grupo de poco más de una treintena de personas llenaron los sótanos del Grand Café, en el número 14 del boulevard des Capucines de Paris. Asistieron a la que se considera la primera proyección de cine con público. El precio de la entrada era de un franco y el programa consistía en 10 películas, la mayoría con una duración de unos 50 segundos. Sus impulsores fueron los hermanos Auguste y Louis Lumière.
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Jorge Zavaleta Balarezo (Desde Pittsburgh, Estados Unidos. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
En dos volúmenes reunidos bajo el título de “Cinema”, el desaparecido filósofo francés Gilles Deleuze hizo suya una reflexión muy peculiar sobre el arte de las imágenes animadas, el llamado séptimo arte, y dio luces sobre conceptos como la “imagen-afecto”. Con esta última definición se refería a la propiedad y referencialidad del rostro y la evolución que el primer plano ha tenido antes y después del neorrealismo, la corriente italiana más influyente del cine de posguerra guiada por maestros como Rossellini, Visconti y De Sica.
DELEUZE

En efecto, Deleuze, conocido también por sus sesudos análisis de las condiciones de vida en el sistema capitalista, planteó una forma digamos distinta de ver el cine, de acercarse al misterio de las imágenes y de poner énfasis en un regreso a los orígenes de la fotografía o al estudio de los más diversos realizadores norteamericanos, asiáticos y europeos. Desde David Warner Griffith y Sergei M. Eisenstein hasta Wim Wenders y Eric Rohmer seguimos una historia crítica que en Deleuze no sugiere una ordenada cronología sino que plantea, seriamente, una teorización global y avanzada del arte que nos convoca.

Es importante señalar que en esta búsqueda de conceptos tanto cimeros como profundos, Gilles Deleuze encuentra apoyo en opiniones previas, como las de André Bazin, el famoso fundador de “Cahiers du Cinéma”, o se remonta a las prácticas teóricas de Bergson para centrarse en el análisis del movimiento.

Así como la imagen que genera un “afecto” cuando visualizamos un primer plano (pensemos solamente por ahora en el angustiado rostro de la madre en la escena de las escaleras de Odessa en “El acorazado Potemkin”), es igualmente cautivador todo aquello que deriva, como en una operación perfecta y aún así cubierta de misterio, de la sala de montaje. Son los filtros, la banda sonora, las vibraciones, el revelado de la emulsión (antes de que llegara la era digital) los que producen y nos convocan a ese misterio. Asistir al “nacimiento” de una película, después que esta ha pasado por la sala de edición, es una experiencia no sólo colmada de entusiasmo y sorpresa sino, y sobre todo, altamente especializada y profesional.

En el par de tomos que ahora recordamos, Deleuze se propuso puntualizar aspectos técnicos del filme bañados por una percepción espiritual, hasta auroral si se quiere. Un análisis que, por ejemplo, en su consideración de Hitchcock como uno de los grandes maestros del cine, se aplica en un acucioso análisis de los detalles y escenas del genio británico para constatar ciertas intenciones personales y autoriales. Y dicho sea de paso, conviene siempre distinguir al Hitchcock en su etapa británica y en sus primeros logros -“Sabotaje”, “Los 39 escalones”- del que después se alzó con la gloria en Hollywood (“Vértigo”, “Psicosis”, “Los pájaros”).

Las aproximaciones de Deleuze beben de una fuente filosófica que traza una historia contemporánea, si consideramos que el cine coquetea con la vanguardia europea antes y después de la Primera Guerra Mundial, y se mantiene, aún hoy, como el arte más innovador y que posee cada vez mayores posibilidades expresivas (y no nos referimos, necesariamente, al 3D de Hollywood ni a la globalización que unifica gustos, esquemas y estilos alrededor de un patrón “a la medida”).

KRACAUER
KRACAUER

En esta concepción lo más abarcadora posible del cine, pensado a un tiempo como un “sistema”, hallamos asimismo las claves para descubrir lo que nos sugieren ciertos diseños o “cartografías” en una película, como los puentes, las grandes construcciones y las carreteras en las obras de otro grande, Joseph Losey, autor de “El sirviente” y “Mr. Klein”.

El propósito que persigue Deleuze no es sólo didáctico sino que está inspirado en una concepción “central” del cine. Así, partiendo de sus principios básicos cubre buena parte de la historia de este arte y, mediante constantes reformulaciones, el autor concluye acerca de los nuevos paradigmas que establece. Viene a la memoria, al rememorar un trabajo de esta envergadura, la propia empresa que se trazó el alemán Siegfried Kracauer cuando escribió su “Teoría del Cine”. Se trataba esta de otra aventura que acudía a misterios y descubrimientos a través de los cuales el autor nos daba su mirada personal del cinematógrafo en una época en la cual podría hablarse más de técnica que de tecnología (nos referimos a una etapa anterior a la década del 60).
BAZIN

Si bien los aquí mencionados, Deleuze, Bazin y Kracauer dan fe de la preocupación estética, crítica, teórica y cultural de ilustrados pensadores europeos, cabe recordar que, desde los años 20, el peruano César Vallejo, en sus despachos para revistas de Lima desde París, y un joven Borges en Buenos Aires, hicieron las veces de críticos y comentaristas fílmicos, sintiendo el pálpito de la actualidad también en la delectación de los tempranos enigmas que nos planteaba una pantalla entonces dorada, cubierta acaso “por un manto de estrellas” (parte del título de una obra de Manuel Puig, un escritor que hizo de sus novelas auténticos homenajes al cine más puro, esencial y clásico).

Publicado por ARGENPRESS .  Etiquetas: Cine, Jorge Zavaleta Balarezo, PhD en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Pittsburgh, EEUU.

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