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miércoles, 4 de diciembre de 2013
No todo está perdido, al sur de la frontera, afortunadamente en estos tiempos
nov 06, 2010
JUEVES 4 DE NOVIEMBRE DE 2010
Jorge Zavaleta Balarezo (Desde Pittsburgh, Estados Unidos. Especial para
ARGENPRESS CULTURAL)
Hace unas
semanas, Oliver Stone presentó su nuevo filme, “Wall Street: el dinero nunca
duerme”, más de veinte años después de la versión original en la cual Michael
Douglas era el negociante más inmoral del mundo capitalista. De vuelta a esta
aventura, y ahora en un mundo globalizado y con el capitalismo sobreviviendo a
una crisis de consecuencias quizá inesperadas, Stone se enfrasca en contarnos
cuánto de ternura e inocencia puede reflejar una familia norteamericana cuando
las cosas marchan bien.
Ergo, el
final de la película. Pero para llegar a ese “happy end” hemos reencontrado a
Michael Douglas y a su personaje, Gordon Gekko, esta vez saliendo de la cárcel
tras una larga temporada y dispuesto a “reinsertarse” -un término al uso- en el
modelo del cual formó parte y que nunca dudó en impulsar. Sólo que este mismo
esquema lo traicionó y lo envió al infierno tras las rejas. En la versión de
1987 el aprendiz era Charlie Sheen, quien hace un “cameo” aquí, mientras en
esta nueva entrega el joven aventurero es encarnado por Shia LaBeouf. Como
fuera, la película original mostraba el interés “socialista” de Oliver Stone,
en un entorno que rechaza permanente y tradicionalmente esa opción ideológica.
En aquella versión de fines de los 80, Martin Sheen, padre de Charlie, era un
sindicalista traicionado por los leoninos intereses de los mismos personajes
que, con otras caras aunque con similar discurso, reaparecen en la versión de
este año.
¿Qué ha
pasado, pues, ciertamente, en los 23 años que separan la primera de la segunda
“Wall Street”? A fines de los 80, Fredric Jameson, el más prestigioso pensador
marxista de Occidente contemporáneo publicaba su célebre texto “Posmodernismo,
o la lógica cultural del capitalismo avanzado”. Basándose en análisis
cinematográficos y de otras artes, Jameson hallaba en el funcionamiento de la
sociedad de hoy, interconectada pero con grandes fisuras, la expresión más
acabada de un sistema que, originado hace cientos de años, alcanzaba ahora su
cúspide. El capitalismo “avanzado” o “tardío” respondía al modus vivendi que se
extendió al resto del mundo tras la caída del muro de Berlín. Los años 90, lo
sabemos, significaron la expansión y consagración del modelo neoliberal,
planteado ya por los “Chicago Boys” en los siniestros años de la dictadura de
Pinochet y al cual un académico como David Harvey ha diseccionado encontrando
sus más caras desventajas.
La nueva
versión de “Wall Street”, entonces, responde al interés de Stone por tomarle el
pulso a un mundo que, luego de saborear las mieles e imponer su estilo, se vino
abajo. Pero parece que todo no era tan grave. Por eso es que la película de
Oliver Stone, matizada con la simpática música de David Byrne, líder de los
Talking Heads, y Brian Eno, tampoco se presenta ni se autorrepresenta como el
necesario ajuste de cuentas. Las tomas de una Nueva York que parece brillar y
deslumbrar quizá nos ayuden a descifrar las intenciones de una cinta que rinde
tributo a ciertos “outsiders”, entre los cuales se encuentra, esta vez sí y no
por error, el propio Gordon Gekko.
Stone
siempre está preocupado por la vida política de un país que ha hecho de la
democracia un símbolo y un síntoma de gobernabilidad a la vez que busca más
allá de sus fronteras escenarios donde desplegar su poder. De ello da cuenta un
libro de lectura necesaria, “Empire”, de Michael Hardt y Antonio Negri. Si
antes se invocaba el Apocalipsis, no sólo en términos religiosos, ahora vivimos
tiempos de una fría y mecánica individualización que tiene como meta satisfacer
casi únicamente necesidades materiales, olvidando cualquier reflexión sobre
brechas sociales o desposeídos del sistema. Ahora, más que nunca, los ídolos
del dinero y el mercado, se niegan a bajar la cabeza. Y de eso nos habla Stone,
permitiéndose, porque sabe que no puede hacer otra cosa, un final “consensuado”
para su película.
En “South of
the Border”, el documental que el propio Stone ha realizado sobre el
renacimiento de la izquierda en América Latina, encontramos elementos
complementarios, y quizá también contradictorios, que son como traspasar la
sola visión de “Wall Street”. Stone vuela hacia América Latina con el olfato de
un sesudo periodista, el interés de un intelectual, el talento demostrado de un
cineasta.
Hace unos
años hizo un retrato de Fidel Castro, el más fiel representante del socialismo
en Latinoamérica en otro documental, titulado “Comandante” (2003). “South of
the Border” se abre no con los primeros planos de los líderes neoizquierdistas
al sur del río Grande, sino con los exaltados y furiosos comentarios de los
presentadores ultraconservadores de Fox News o CNN, denunciando el avance de la
“revolución bolivariana”, así como de otros “escandalosos” brotes que anuncian
el resurgimiento de una ideología, la cual habiendo estado alguna vez
representada por el Che Guevara y su propio legado, ahora gobierna a más de una
nación.
El primer
personaje al que se muestra es, cómo no, el propio Hugo Chávez. Stone entronca
tres líneas de enfoque a la vez: una histórica y documentada que narra cómo el
actual presidente de Venezuela llegó al poder, y para ello recurre a material
de archivo, transmisiones de noticieros de televisión. Una segunda mirada, más
personal, es el encuentro con Chávez, traductor de por medio. Stone permite que
Chávez Frías tome el escenario, entonces explica las razones de su fervoroso
proyecto, como él lo define, y sustenta que el socialismo es la “opción” para
América Latina. El tercer acercamiento se produce cuando Stone, quien acaba de
registrar a Chávez en su hogar de la infancia, abre la puerta para los otros
protagonistas de su documental. Viaja a Bolivia y conversa con Evo Morales,
como lo hará con Lula en Brasil, Lugo en Paraguay, Correa en Ecuador y Cristina
Fernández de Kirchner en Argentina.
Morales
invita al cineasta a chacchar coca. Lugo y Correa parecen despojarse de
ceremonialismos, mientras Lula manifiesta su cordial entusiasmo. La presidenta
de Argentina argumenta sin necesidad de teorías complejas y evidenciando un
carisma que le desconocíamos. Su esposo, el apenas fallecido Néstor Kirchner
también brinda su testimonio, argumentando el por qué del giro que significa lo
que John Beverley, profesor de Literatura Latinoamericana y Estudios Culturales
en la Universidad de Pittsburgh, define como la “marea rosada”. Raúl Castro,
que es como el hermano mayor de todos estos líderes, y en realidad el hermano
menor del líder máximo -el Fidel Castro satanizado por la derecha, el
anticomunismo y los pedidos de libertad bien calculados-, se suma al encuentro
y esboza su propio discurso.