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sábado, 9 de octubre de 2010

INDUSTRIA E INDUSTRIALISMO

Francisco Carranza Romero
Instituto de Estudios de Asia y América, Universidad Dankook, Corea del Sur
Nota previa del autor. Mario Vargas Llosa en Corea. El 7 de octubre, la embajadora peruana Marcela López Bravo convocó a los peruanos al tercer piso del Hotel Lotte de Seúl para celebrar, aunque con retraso, el Día del Perú. Así que, desde las 6.30 pm comenzaron a llegar los diplomáticos, las autoridades locales y otros invitados dintiguidos.
Los peruanos, después de entonar nuestro himno nacional, brindamos con el pisco sour y comenzamos a saborear los delicosos platos peruanos. Para unos fue el motivo del reencuentro; para otros, la primera presentación recíproca.
En este ambiente de saludos formales, un periodista coreano nos informó la primicia: Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura. Después de la sorpresa e inmediata averiguación la hispanista Hyesun Ko de Carranza anunció por el micrófono la buena noticia que provocó aplausos, Los músicos peruanos de Arequipa, con más emoción, interpretaron la música peruana que hizo bailar a los peruanos y extranjeros. La alegría unió a todos los peruanos e hispanos. Repetimos varias veces: ¡Al fin, nuestro Perú tiene un Premio Nobel!
Como algunas obras de Mario Vargas Llosa ya están traducidas al coreano, no es un desconocido. Ahora habrá más traducciones, ensayos, comentarios y lectores. MVLL es un orgullo para todos los peruanos.
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La palabra latina industria, desde tiempos pasados, es polisémica; por tanto, de mútltiples usos. Se refiere a la transformación de la materia prima en producto elaborado.

Sin embargo, la industria no fue ni es solamente transformación, laboriosidad e ingenio; también es maña, arte u oficio de ganar a como dé lugar. Muchos ladrones o estafadores son también llamados “industriosos”, “gentes de industria”.

Don Miguel de Cervantes nos refiere en su “Quijote” la bella y eomocionate historia de amor. Los jóvenes campesinos Basilio y Quiteria se aman en la pobreza. Pero el rico Camacho se va a casar con Quiteria con una gran fiesta. El día de la ceremonia de la boda se presenta Basilio confesando su amor, y públicamente se da una estocada, cae y pide casarse con su amada in articulo mortis porque tenía “el alma en los dientes”. Realizado el rito y recibidas las bendiciones, Basilio se levanta, extrae el arma de un tubo lleno de sangre fresca y que lo tenía oculto en el pecho. Los sorprendidos asistentes gritan: “¡Milagro, milagro!” Basilio les responde: “¡No milagro, milagro, sino industria, industria!”.

Con la revolución industrial se definen mejor los objetivos de la industria: producir más gastando menos energía y tiempo para ganar más dinero. La creatividad humana de transformar la materia prima queda relegada o empañada porque la producción industrial es obra de las máquinas. Así comienza la división de los países: Los que tienen mejores industrias son los desarrollados y ricos; los que tienen poco o carecen de las industrias son los subdesarrollados y pobres.



La insdustria y la ética

Como la industria está directamente relacionada con la actividad mercantil, hay la tendencia de producir sin cuidar mucho la calidad; producir sin preocuparse de la durabilidad del producto, sin tomar en cuenta si afecta o no a la salud de los consumidores o usuarios; explotar sin cuidar el medio ambiente. Por eso tenemos los productos que duran poco por ser descartables, productos que contaminan y envenenan el medio ambiente, productos que contienen sustancias nocivas para la salud. El industrialismo, por desgracia, tiene poca relación con la ética, y son tan variadas que aquí sólo menciono algunas.

Industria bélica. Fabrica armas que sirven para matar gentes. Las mejores armas son las que matan en cantidad industrial. Es un buen negocio y genera grandes ganancias a los países desarrollados e industrializados, miembros permanentes del consejo de la seguridad internacional. Y los fabricantes de armas, para evitar la competencia, forman un círculo que prohíbe a otros el desarrollo de la industria bélica.

Industria alimenticia. Los productos vegetales y animales, alimentos naturales del ser humano, son elaborados y reelaborados en las fábricas para darles más sabor, más color, más olor, más vitaminas y más duración en los depósitos. El mundo está lleno de los alimentos procesados.

La industria tabacalera y la industria licorera prosperan gracias a la libre propaganda en todos los medios de comunicación de masas porque tienen el visto bueno de los gobiernos que dicen velar por la salud de los ciudadanos. Es que es un negocio sin riesgos de pérdidas para los inversores.

Industria cultural. Hasta el producto cultural es convertido en industria. Sin ningún reparo se usa esta expresión refiriéndose a las rentables manifestaciones de entretenimiento para las masas. Sin embargo, la verdadera creación cultural no es un negocio porque el artista no es una máquina, es un creador. El arte es más que el simple entretenimiento de las masas.

Industria educativa. Como el estado no es capaz de resolver las necesidades educativas de los pueblos aparecen los centros educativos privados. Pero, muchas instituciones educativas privadas ya no son respuestas a las necesidades académicas; son negocios, porque los éxitos educativos ya no se miden por los resultados académicos sino por las ganancias que generan las escuelas. En esta industria educativa participan los laicos con las promesas de civismo y cultura; y los religiosos con las promesas de velar por la moral y el espíritu de los estudiantes.

Industria religiosa. Los religiosos no se quedan mirando el negocio desde los atrios, desde las torres de los templos, desde las ventanas de los monasterios. Ellos también se lanzan a ganar en esta industria lucrativa prometiendo el cielo y comprometiendo la ayuda de la divinidad y de los santos. Aparecen templos en todo lugar, las campanas, las voces y los avisos luminosos anuncian los ritos; y los encargados de los ritos ponen las tarifas a los servicios. Y las instituciones religiosas son dueños de canales de televisión, de emisoras radiales y de periódicos impresos; llegan a tener tanto poder, que sus feligreses pagan los diezmos; y las autoridades políticas les conceden muchos privilegios. Muchas instituciones religiosas son verdaderas empresas económicas. ¡No milagro, milagro, sino industria, industria!

¿Las industrias cultural, educativa y religiosa son industrias pesadas o ligeras? Quizás haya una respuesta industriosa.